Frantz Fanon
es un autor muy influyente en el tiempo de la descolonización. El primer libro
crítico que leí a mediados de los años sesenta fue, precisamente, “Los condenados
de la tierra”, una suerte de manifiesto de reafirmación de los pueblos
colonizados frente a las potencias colonialistas, entonces principalmente
europeas. Tras varias décadas de quietud, resurge la conciencia que apunta a la
persistencia de la colonización como postcolonialidad. El genocidio de Gaza reaviva
la perspectiva decolonial, imprescindible para comprender el fondo del
conflicto.
En uno de
los blogs de El Salto “Pensar Jondo”, Javier García Fernández rescata varios
textos de Fanon. En abril de 2020 presenta una selección de fragmentos de texto
correspondientes al último capítulo de “Los condenados de la tierra”. Estos
fueron publicados el 5 de abril de ese año en El Salto. La mirada sobre Europa
de Fanon representa una perspicacia y precisión admirable a día de hoy. Desde
esta perspectiva se hacen inteligibles las supuestas o aparentes ambigüedades de
la misma con respecto a la masacre palestina, en tanto que muestra el núcleo
invariable de su naturaleza, así como el hilo que la vincula a su pasado
colonialista. La emergencia de la extrema derecha en la mayoría de los países europeos apunta a la persistencia del imaginario colonial. Por esta razón he decidido subir el texto aquí, en la convicción
de que puede aportar un valor informativo en contraposición con la imago de
Europa que muestran los medios y la Academia.
Una síntesis
brillante de lo que fue la descolonización, y ahora el presente poscolonial, la
formula Eduardo Galeano en esta brillante sentencia “Vinieron. Ellos tenían la
Biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: "Cierren los ojos y
recen". Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros
teníamos la Biblia”. Los
mismísimos palestinos pueden acreditar su letal veracidad. Este texto tiene un
valor inestimable en el presente, por esto merece ser reactualizado. Su título es "Reflexiones sobre Europa"
Compañeros: hay que decidir dese ahora un cambio de ruta. La gran noche en la que estuvimos sumergidos, hay que sacudirla y salir de ella. El nuevo día que ya se apunta debe encontrar firmes, alertas y resueltos.
Debemos
olvidar los sueños, abandonar nuestras viejas creencias y nuestras amistades de
antes. No perdamos el tiempo en estériles letanías o mimetismos nauseabundos.
Dejemos a esa Europa que no deja de hablar del hombre al mismo tiempo que lo
asesina dondequiera que lo encuentra, en todas las esquinas de sus propias
calles, en todos los rincones del mundo.
Hace siglos
que Europa ha detenido el progreso de los demás hombres y los ha sometido a sus
designios y a su gloria; hace siglos que, en nombre de una pretendida “aventura
espiritual” ahoga a casi toda la humanidad. Véanla ahora oscilar entre la
desintegración atómica y la desintegración espiritual.
Y sin
embargo, en su interior, en el plano de las realizaciones puede decirse que ha
triunfado en todo.
Europa ha
asumido la dirección del mundo con ardor, con cinismo y con violencia. Y vean
cómo se extiende y se multiplica la sombra de sus monumentos Cada movimiento de
Europa ha hecho estallar los límites del espacio y los del pensamiento. Europa
ha rechazado toda humildad, toda modestia, pero también toda ternura.
No se ha mostrado
parsimoniosa con el hombre, sino mezquina, carnicera, homicida sino con el
hombre.
Entonces,
hermanos ¿cómo no comprender que tenemos algo mejor que hacer que seguir a esa
Europa?
Esa Europa
que nunca ha dejado de hablar del hombre, que nunca ha dejado de proclamar que
sólo le preocupaba el hombre, ahora sabemos con qué sufrimientos ha pagado la
humanidad cada una de esas victorias de su espíritu.
Compañeros,
el juego europeo ha terminado definitivamente, hay que encontrar otra cosa.
Podemos hacer cualquier cosa. Podemos hacemos cualquier cosa ahora a condición
de no imitar a Europa, a condición de no dejarnos obsesionar por el deseo de
alcanzar a Europa.
Europa ha
adquirido tal velocidad, loca y desordenada, que escapa ahora a todo conductor,
a toda razón y va con un vértigo terrible hacia un abismo del que vale más
alejarse o más pronto posible.
Es verdad,
sin embargo, que necesitamos un modelo, esquemas, ejemplos. Para muchos de
nosotros, el modelo europeo es el más exaltante. Pero en las páginas anteriores
hemos visto que los chascos a que nos conducía esta imitación. Las
realizaciones, europeas, la técnica europea, el estilo europeo, deben dejar de
tentarnos y de desequilibrarnos.
Cuando busco
al hombre en la técnica y al estilo europeo, veo una sucesión de negaciones del
hombre, una avalancha de asesinatos.
La condición
humana, los proyectos del hombre, la colaboración entre hombres en tareas que
acrecientan la totalidad del hombre son problemas nuevos que exigen verdaderos
inventos.
Decidamos no
imitar a Europa y orientarnos nuestros músculos y nuestros cerebros a una
dirección nueva. Tratemos de inventar al hombre total que Europa ha sido
incapaz de hacer triunfar.
Hace dos
siglos, una antigua colonia europea decidió imitar a Europa. Lo logró hasta el
punto que los Estados Unidos de América se han convertido en un monstruo donde
las tareas, las enfermedades y la inhumanidad de Europa han alcanzado terribles
dimensiones.
Compañeros:
¿No tenemos otra cosa que hacer sino crear una tercera Europa? Occidente ha
querido ser una aventura del Espíritu. Y en nombre del Espíritu, del espíritu
europeo por supuesto, Europa a justificado sus crímenes y ha legitimado la
esclavitud en la que mantiene a las cuatro quintas parte de la humanidad.
Un diálogo
permanente consigo mismo, un narcisismo cada vez más obsceno, no han dejado de
preparar el terreno a un cuasidelirio, donde el trabajo cerebral se convierte
en un sufrimiento, donde las realidades no son ya las del hombre vivo, que
trabaja y se fabrica a sí mismo, sino palabras, diversos conjuntos de palabras,
las tensiones surgidas de los significados contenidos en las palabras. Ha
habido europeos, sin embargo, que han invitado a los trabajadores europeos a
romper su narcisismo y a romper con ese irrealismo.
En general,
los trabajadores europeos no han respondido a esas llamadas. Por lo que los
trabajadores también se han creído partícipes en la aventura prodigiosa del
Espíritu europeo.
Todos los
elementos de una solución de los grandes problemas de la humanidad han
existido, en los distintos momentos, en el pensamiento de Europa. Pero los
actos de los hombres europeos no han respondido a la misión que les
correspondía y que consistía en pesar violentamente sobre estos elementos, en
modificar su aspecto, su ser, en cambiarlos, en llevar, finalmente, el problema
del hombre a un nivel incomparablemente superior.
Ahora
asistimos a un estancamiento de Europa. Huyamos, compañeros, de ese movimiento
inmóvil en que la dialéctica se ha transformado poco a poco en la lógica del
equilibrio. Hay que formular el problema del hombre. Hay que reformular el
problema de la realidad cerebral, de la masa cerebral de toda la humanidad
cuyas conexiones hay que multiplicar, cuyas redes hay que diversificar y cuyos
homenajes hay que deshumanizar.
Hermanos,
tenemos demasiado trabajo para divertirnos con los juegos de retaguardia.
Europa ha dicho lo que tenía que hacer y, en suma, lo ha hecho bien; dejemos de
acusarla, pero digámosle firmemente que no debe seguir haciendo tanto ruido. Ya
no tenemos que temerla, dejemos pues, de envidiarla.
El Tercer
Mundo está ahora frente a Europa como una masa colosal, cuyo proyecto debe ser
tratar de resolver los problemas a los cuales Europa no ha sabido aportar
soluciones.
Pero
entonces no hay que hablar de rendimientos de intensificaciones de ritmo. No,
no se trata de volver a la Naturaleza. Se trata concretamente de no llevar a
los hombres por direcciones que los mutilen, de no imponer al cerebro ritmos
que rápidamente lo menoscaban y lo perturban. Con el pretexto de alcanzar a
Europa no hay que forzar al hombre que arrancarlo de sí mismo, de su intimidad,
no hay que quebrarlo, no hay que matarlo.
No, no
queremos alcanzar a nadie. Pero queremos marchar constantemente, de noche y de
día, en compañía del hombre, de todos los hombres Se trata de no alargar la
caravana porque entonces cada fila apenas percibe a la que la precede y los
hombres que no se reconocen ya, se encuentran cada vez menos, se hablan cada
vez menos.
Se trata,
para el tercer mundo, de reiniciar una historia del hombre que tome en cuenta
al mismo tiempo las tesis, algunas veces prodigiosas, sostenidas por Europa,
pero también los crímenes de Europa, el más odioso de los cuales habrá sido, en
el seno del hombre, el descuartizamiento patológico de sus funciones y la
desintegración de su unidad; dentro del marco de una colectividad la ruptura,
la estratificación, las tensiones sangrientas alimentadas por las clases; en la
inmensa escala de la humanidad, por último, los odios raciales, la esclavitud,
la explotación y, sobre todo, el genocidio no sangriento que representa la
exclusión de mil quinientos millones de hombres.
No rindamos,
pues compañeros, un tributo a Europa creando Estados, instituciones y
sociedades inspirados en ella.
La humanidad
espera algo más de nosotros que esa imitación caricaturesca y en general
obscena.
Si queremos
transformar a África en una nueva Europa, a América en una nueva Europa,
confiemos entonces a los europeos los destinos de nuestros países. Sabrán
hacerlo mejor que los mejor dotados de nosotros.
Pero si
queremos que la humanidad avance con audacia, si queremos elevarla a un nivel
distinto de nuestros países. Sabrán hacerlo mejor que los mejor dotados de
nosotros.
Pero si
queremos que la humanidad avance con audacia, si queremos elevarla a un nivel
distinto del que le ha impuesto Europa, entonces hay que inventar, hay que
descubrir.
Si queremos
responder a la esperanza de nuestros pueblos, no hay que fijarse sólo en
Europa.
Además, si
queremos responder a la esperanza en los europeos, hay que reflejar una imagen,
aún ideal, de su sociedad, y de su pensamiento, por lo que sienten de cuando,
en cuando una inmensa nausea.
Por Europa,
por nosotros mismos y por la humanidad, compañeros, hay que cambiar de piel
desarrollar un pensamiento nuevo, tratar de crear un hombre nuevo.
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