Desde el mes de noviembre se está produciendo en Gaza un
genocidio sobre el que se tienen múltiples testimonios e imágenes que se
renuevan diariamente, extendiéndose por los distintos canales de comunicación de
las vigentes sociedades postmediáticas. Este acontecimiento pone de manifiesto
la impunidad del estado de Israel, que continúa ejecutando implacablemente su
plan de exterminio, ajeno a las voces de moderada protesta de la sociedad
internacional. Las organizaciones globales como la ONU muestran impúdicamente
su impotencia para detener las matanzas. En ese juego de actores subyacen
distintos posicionamientos sumergidos, que públicamente apelan a un alto el
fuego, en tanto que resaltan como última ratio el derecho a defenderse no
sujeto a límites por parte del estado agresor. La doblez y el cinismo imperan
en este muro de las lamentaciones de la sociedad internacional.
La sociedad española ha dado una respuesta muy modesta. En
tanto que se han producido varias manifestaciones de protesta, con una
asistencia comedida, algunas personas han desarrollado iniciativas de protesta
en actividades sociales con impacto mediático. Se puede afirmar que, en
relación con la escala hiperdestructiva con que se ejecuta esta matanza, las
réplicas se han situado muy por debajo del rango que implica una agresión masiva
a una población desarmada con la presencia de las cámaras. En mi opinión, se
constata cierta indiferencia social, acentuada por los prejuicios existentes
con respecto a una población musulmana. La conciencia colectiva española, se
encuentra afectada por los rescoldos de su pasado colonialista, que se
manifiesta en el entusiástico apoyo popular a las unidades de la legión en sus
desfiles y ceremonias públicas.
La debilidad de las iniciativas sociales y el tratamiento
ambivalente de los medios, contrastan con los posicionamientos de los partidos
políticos españoles. Estos se han pronunciado en coherencia con sus tradiciones
y posicionamientos. Pero, la persistencia del genocidio, que se cronifica y
adquiere el perfil de incremental, ha determinado su resignificación narrativa
al servicio de los relatos que los partidos ponen en escena. Así, el tema
palestino, en las últimas semanas, ha sido “adoptado” por la izquierda como
tema que alivia la presión que experimenta como consecuencia de sus pactos con
los nacionalistas catalanes. Palestina se ha convertido en un argumento para
desmonopolizar la cuestión catalana. De
esta forma ha adquirido un protagonismo catalizado mediáticamente por las
primeras acampadas en las universidades.
El resultado es la instalación en la actualidad de una
pantalla nueva en la que la cuestión de Gaza adquiere centralidad como elemento
de puja entre la derecha y la izquierda del Régimen. Esta confrontación no
quiere decir que se renuncie a las contradicciones, en tanto que España es un
acreditado comprador y vendedor de armas a los israelíes - antes, durante y
después de la presencia de Podemos en el gobierno-. Es paradójico contemplar
cómo un gobierno como el de España, tan obediente a los dictados de Europa, se
esfuerza en prepararnos activamente para una guerra contra el demonio ruso,
requiriendo nuestra complicidad en cuanto al incremento del presupuesto
militar. Aún más, si un acontecimiento muestra la predisposición militarista
del gobierno progresista, así como la extenuación de la opinión pública
española, es la decisión de instalar una nueva base militar norteamericana en
Menorca. Esto ya no se decide en el parlamento, al igual que el tráfico de las
armas. Por el contrario, se decide en la
zona de sombra adjunta al consejo de ministros y de ministras. Sin deliberación
alguna se comunica a las tertulias televisivas en la convicción de que los
ilustres conversadores mantendrán su sensatez, y que las audiencias aceptarán
sin rechistar esta narrativa.
En este
contexto comparecen las acampadas en universidades españolas. Es conveniente
interrogarse acerca de su significación. La hipótesis de que nos encontramos
con un movimiento incipiente de desobediencia es desmentida en los primeros
días. Al contrario que en las universidades norteamericanas, en las que el
movimiento es muy amplio, interfiere la vida académica y suscita
enfrentamientos con las autoridades y la policía, las acampadas españolas
muestran su calma y ausencia de tensión. Todas ellas tienen lugar en espacios
protegidos por las universidades mismas, siendo externas a la vida académica,
que continúa su ejecución en la serie de clases, prácticas, simulaciones y exámenes.
Las
acampadas universitarias españoles, que se producen en una situación muy
avanzada del exterminio, forman parte de los mimetismos que resultan del
sistema mediático audiovisual global. Un acontecimiento -como las primeras
acampadas norteamericanas - es facturado en imágenes que se reiteran y
multiplican produciendo una ola de mimetismo. Las imágenes de desmantelamiento
de campamentos en Estados Unidos, con detenciones, tensiones, reapariciones de
activistas, declaraciones de persistencia en la voluntad de perpetuar la
protesta, son muy diferentes de las de los oasis universitarios españoles,
cuyas imágenes remiten, no a los convocantes, sino a diferentes personalidades
de la cultura que irrumpen en las concentraciones monopolizando la voz de los
acampados, que conforman el fondo en el que se producen las declaraciones. Los
inevitables Miguel Ríos, Carne Cruda y otras empresas culturales que
protagonizan el evento. Me impresionó visionar la conexión del programa de La
Base, en la que Iglesias y los habitantes del plató tenían una energía muy
superior a las de los estudiantes que comparecían, que trasmitían una calma
ajena a lo que es un acto de desobediencia.
El gobierno,
las instituciones, los partidos políticos y los medios han devorado este
movimiento de protesta anticipándose a su propia evolución y poniéndolo al
servicio del relato de la izquierda oficial, muy necesitada de argumentos que
nutran sus puestas en escena. Así, se configuran unas acampadas de baja
intensidad, que no generan iniciativas ni tienen voluntad de expandirse al
exterior. La vida en ellas transcurre sin tensiones en espera de la visita de
las cámaras y de los ilustres políticos, mediáticos y culturales. El aspecto
más relevante que denota su carácter institucional radica en que los rectores
mismos se pronuncian en favor de sus objetivos, constituyéndolos en un apéndice
estético. El deteriorado y vetusto entramado institucional se apodera de los
contenidos de la acampada y expropia a los participantes del sentido de su
acción.
Las acampadas
se producen en los mismos espacios de las universidades bajo su protección
institucional. De ahí la ausencia de cualquier tensión o épica movilizadora.
Así se conforman como un simulacro del 15M o un revival de la célebre frase de
Marx de “primero como tragedia y después como farsa”. La Corte del régimen del
78 se sobrepone a la movilización y se anticipa a su curso, cerrando así el
final. No es de extrañar que todo concluya con un acto en el que comparezcan
los grandes directivos de La Sexta, o que aparezca Jordi Évole entrevistando a
acampados, o el mismísimo Roberto Brasero anunciando borrascas y recomendando
reforzar la protección de las tiendas.
Una acampada
es un acto de protesta y su valor radica en la decisión y acción de un grupo
que se autoorganiza y se reconstituye mediante la práctica de la decisión en
sus propias asambleas. La autonomía de los poderes instituidos es una cuestión
esencial, porque lo que aporta un movimiento social es la invención de nuevas
aspiraciones y sentidos de la acción. Un movimiento dependiente de los rectores
no puede aportar nada, es una mera caja de resonancia. Así se hacen
inteligibles las acampadas de la calma, sin oposición, sin riesgo, bajo la
protección académica, política y mediática. Estas instituciones se encuentran
en un estado en el que no pueden trasvasar una energía de la que carecen.
La
preeminencia de las instituciones impone que los objetivos sean diplomáticos,
que en la España del presente significan grandes ambivalencias. El genocidio es
reducido, atribuyendo su responsabilidad a Netanyahu, que es seleccionado como
chivo expiatorio que libera de responsabilidad a las instituciones israelíes.
El sentido que tiene una acampada es constituir una acción que presione a los
diplomáticos. Si los acampados se identifican con estos desde el principio, la
acampada reduce su valor a un testimonio de imágenes de apoyo. Estas
ambigüedades siguen el camino de otras “solidaridades” mediatizadas y
fracasadas. Porque, ¿qué es de los afganos que colaboraron con el ejército
español? ¿cómo ha concluido el éxodo de sirios huyendo de la guerra hacia
Europa? ¿y los miles de africanos que
mueren en el Mediterráneo, y ahora en el Atlántico también, sin reconocimiento
de las instituciones? Me temo que el pronóstico sobre el futuro de los
palestinos es semejante.
Estoy
dolorosamente harto de espejismos mediáticos y simulacros de solidaridad en la
decadente sociedad española. Los estudiantes representan la carne de cañón
movilizable para simular la indiferencia de la población, que en muchos casos
no es tal, sino apoyo a los israelíes como blancos, héroes de las sociedades de
consumo, que se definen como democracias (como la nuestra) para encubrir un
supremacismo cultural compartido, que se manifiesta de múltiples maneras. ¿alguien
se acuerda ya de los numerosos médicos y enfermeras asesinados en los
hospitales mismos en las últimas semanas?
Solo falta que los rectores de las hiperdeterioradas universidades españolas asignen dos créditos a los acampados que acrediten su presencia en las mismas.
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