El colonialismo visible te mutila sin
disimulo: te prohíbe decir, te prohíbe hacer, te prohíbe ser. El colonialismo
invisible, en cambio, te convence de que la servidumbre es tu destino y la impotencia
tu naturaleza: te convence de que no se puede decir, no se puede hacer, no se
puede ser
Eduardo
Galeano
La indiferencia de la sociedad española respecto a la matanza de Gaza no
es producto de la casualidad. Por el contrario, remite a factores mucho más profundos y
estables. El distanciamiento de la realidad prevalente en los españoles es la
consecuencia de una combinación entre dos factores fatales: la persistencia de
la incombustible mayoría facturada en el modo de gobierno del viejo
autoritarismo franquista y el efecto de la mutación antropológica de gran
envergadura que se deriva de las transformaciones operadas en el sistema, con
el advenimiento del capitalismo de consumo, que es portador de un sistema de
relaciones sociales coherente con un modelo de yo inédito y que detenta un
poder de destrucción y corrosión de la vieja sociedad equivalente a una bomba
atómica.
La interacción entre ambos factores tiene consecuencias explosivas. Una
de ellas es la consolidación del derecho a la desconexión de lo social.
Recuerdo algunas experiencias kafkianas en las que he participado en la
universidad. Una de ellas fue antológica. Recuerdo que, en una coyuntura de
tensión por reivindicaciones estudiantiles, y ante la escasa concurrencia de
estudiantes en las asambleas convocadas, unos activistas me pidieron utilizar
mi clase para hacer una asamblea allí. Empezaron informando de la situación y
después aludieron a la importancia de decidir colectivamente. Entonces hicieron
tres propuestas para ser votadas. Las fueron leyendo y solicitando una votación
a mano alzada. La gran mayoría de los asistentes no votó ninguna de las tres y
se mantuvo ajena sin expresar nada, manifestando su distancia mediante los
brazos caídos.
Me impresionó la fuerza colosal de esa mayoría silenciosa que ejerció su
derecho a la desvinculación del colectivo con una determinación encomiable. El
desconcierto de los activistas fue mayúsculo, experimentando un método
democrático que fue rechazado por la mayoría. Era la manifestación de la nueva
era que Sadin etiqueta como la del “individuo tirano”, dotado de la competencia
de vaciar las instituciones de la vieja sociedad. Tantos años después, cada individuo
reafirma su capacidad soberana de desentenderse de cualquier compromiso colectivo.
Se posiciona frente al acontecimiento en tanto que espectador, haciendo gala de
su indiferencia y distanciamiento. La mediatización disuelve la vieja
socialidad y genera un sujeto dotado de una mirada fría y de un conjunto de
emociones de quita y pon que guían su comportamiento y percepción.
Se puede comprender esta frialdad de la mayoría silenciosa desde la
perspectiva de Baudrillard. Esta entidad se configura como una no sociedad que
se pronuncia cuando es solicitada desde los media mediante test, encuestas u
otras formas de estimulación. Este autor resalta que la mayoría silenciosa
atraviesa por varios estados de excitación catódica y depresión, manifestando el
poder de lo neutro, su capacidad incuestionable de abatir cualquier proyecto,
como el caso que he contado de la asamblea universitaria. En el caso de Gaza contrasta
el dramatismo de los hechos, que llegan en forma de imágenes y testimonios, con
la indolencia de los receptores. El ecosistema mediático procede a resignificar
el acontecimiento mediante su adscripción a los distintos contendientes que
pujan por el gobierno. Así, los progresistas piden el fin del genocidio y los
conservadores subrayan la responsabilidad de Hamas como desencadenante del
conflicto.
La vieja sociedad española, configurada en el largo desfile de autoritarismos
que desembocó en el franquismo, subyace inmutable tras más de cuarenta años de
la novísima democracia. De modo intermitente se hace presente en distintas
efervescencias colectivas suscitadas por cuestiones políticas, que terminan por
disiparse para volver a la normalidad cronificada definida por la desafección
con respecto a la política imperante. Esta sociedad muestra impúdicamente su distanciamiento
con respecto a la precarización y otros problemas sociales del presente.
Mantiene incólume su depreciación de lo colectivo y su aceptación de la
realidad como inevitable, de modo que solo queda adaptarse.
Fue una inteligencia tan perspicaz como la de Adorno la que se percató de
que las industrias culturales emergentes formaban parte de un proyecto global
que remite a transformaciones antropológicas muy importantes. Estas afectan al
sistema de tal forma que ya no era pertinente entender al capitalismo como un
sistema económico o un modo de producción. Por el contrario, esta mutación se
relaciona con un sistema de nuevas relaciones sociales, que inciden
manifiestamente en la subjetividad de los individuos. El devenir de estas
industrias de la conciencia y de las sociedades en las que se inscriben ha
sancionado la propuesta de Adorno. Este dispositivo industrial ha adquirido una
importancia primordial en la forma de las plataformas de streaming.
La conceptualización de este autor acerca del arquetipo humano que
resulta de esta transformación es más que pertinente. Dice que “la industria cultural es la integración
intencionada de sus consumidores desde arriba”. De este modo interpreta el
nacimiento de la sociedad del ocio como “tiempo
libre subsumido en los imperativos sociales que lo convierten en una
prolongación de la no libertad en la esfera laboral”. El desarrollo de
industrias culturales produce una concentración de poder formidable en el nuevo
capitalismo, que tiene como consecuencia principal “la supremacía sin precedentes del aparato social sobre unos individuos
cada vez más atomizados e impotentes”.
En este contexto surge un nuevo tipo humano que Adorno define como “Su rasgo fundamental sería que no es capaz
de tener experiencias propias, sino que las recibe del aparato social, y que
por tanto ya no consigue constituirse en un yo como persona.”. Entonces, si
la propia industria cultural se convierte en el “a priori” de la experiencia,
el aparato cultural determina a los sujetos, haciéndolos dependientes de un
poder social concentrado. “Esta
desproporción entre poder social e impotencia individual sofoca de antemano
cualquier conflicto y los sujetos solo pueden adaptarse a la realidad social
dada”. Adorno afirma que “esta
adaptación convive con una psique atravesada por el miedo y la ansiedad”.
Desde esta perspectiva se puede comprender al sujeto contemporáneo como
material tratado por la psicología.
La conceptualización de Adorno facilita la comprensión de una sociedad en
la que las maquinarias mediáticas han alcanzado un tamaño macroscópico frente a
una masa atomizada de individuos frágiles. Los antecedentes de la sociedad
española ayudan a comprender la población
como un contenedor de masa mediatizada.
Así que salvo las minorías ruidosas que se muestran en las manifestaciones,
todo transcurre como si no sucediese nada. El genocidio es tratado insertándolo
en una serie de sucesos y acontecimientos que son cocinados por las
televisiones como la actualidad. Una vez que las primeras imágenes terribles de
niños muertos u hospitales asaltados se han reiterado, van perdiendo su valor
como golosina para la audiencia y son gradualmente desplazadas por otras.
La mutación antropológica colosal operada muestra sus efectos sobre las
instituciones, los grupos sociales y las personas. En este contexto todo lo que
sea identificado como político se caracteriza por la baja definición. Incluso
un genocidio televisado en directo. Así se hace inteligible la indiferencia y
la evasión de lo social, al estilo de los estudiantes de la asamblea que he
contado. Ha triunfado el colonialismo invisible en la definición de Galeano que
abre esta entrada.
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