viernes, 5 de abril de 2024

LAS NUEVAS IGLESIAS POLÍTICAS

 

La estabilización de la realidad, tal es la angustia profunda que funda la era civilizatoria de Occidente. Occidente se erige sobre la voluntad de acaparar lo que ya no se puede sentir. La carencia es la sustancia esencial de lo civilizado, y su única realización posible es reinar sobre los cadáveres. Ya no es cuestión de aferrarse a lo que anima una vida, sino de someterse a la inclinación de una supuesta Salvación. La Iglesia es una de las realizaciones de este paradigma: retener a su rebaño en la obra de su propia salvación eterna.

 No hay sanación posible bajo el yugo de la civilización, sólo una patologización constante de la vida. Es todo lo contrario. Cada subjetividad del capital se complace entonces con su pequeña enfermedad ficticia como nuevo modo de dominación social. Se ve surgir de la nada el bando del Bien, cuyos militantes quieren salvar de su derrota a una humanidad obnubilada mediante el goce estético de su propia destrucción. Los colectivos y las comunidades de cuidados son las últimas estratagemas en las cuales los activistas pueden por fin ejercer su pequeño poder por el bien común. Lo único que se consigue con ello es aplastar a las buenas almas hasta subsumirlas totalmente.

 Uno de los métodos para lograr ocultar o aniquilar una forma consiste en instituirla. La metodología del instituir corresponde a un cisma de la forma, una separación entre su modo de ser y su modo de actuar. De ahí que toda institución sea una Iglesia menor que separa para reificar según su objetivo: persistir en gobernar por toda la eternidad. No es una fatalidad que la mayoría de nosotros seamos criaturas del Imperio cristiano. La verdadera fatalidad es la creencia en esta percepción según la cual la vida debe estar regida por un principio unificador capaz de poner orden allí donde, sin embargo, todo se desborda. De la Iglesia a las instituciones, su objetivo es producir súbditos como justificación de su necesidad de existir. La función de la institución es organizar la amputación de la autonomía de una vida singular, volverla indisociable de la economía que estructura el entramado de la civilización. Curarse de esta enfermedad que es la civilización reclama partir de un deseo propio de curarse, a fin de tomar partido por un éxodo espiritual y, además, material.

Gertrud,  Éxodo hacia las formas sensibles.

Cuadernos para el Colapso

 

 

Acabo de leer el último texto de Cuadernos para el Colapso. El autor da muestra de una lucidez que se puede calificar como devastadora. En un mundo radicalmente opaco, en el que un gigantesco dispositivo mediático emite un océano de noticias y textos cuya finalidad es ocultar los grandes procesos en curso, y ayudados por la apocalíptica dimisión de la inteligencia -en tanto que la Academia se encuentra integralmente controlada por los poderes y afectada por un extraño neotaylorismo disciplinar que fragmenta los saberes- este texto proporciona dos claves esenciales de la situación global: La conversión de las instituciones en Iglesias y la poderosa idea del éxodo. La diseminación de los saberes, afectados por una fuerza centrífuga colosal, dificulta la recomposición de la totalidad. Así se hace posible que los grupos mediáticos globales definan estas sociedades mediante el término de progreso.

Este texto tiene la virtud de sintetizar lo que es el centro de las sociedades del presente: el proyecto hegemónico de congelación del orden social en favor de los intereses de las grandes corporaciones industriales y comunicativas. La consecuencia de esta situación es la conversión de las instituciones en nuevas iglesias orientadas a la gestión y retención de sus parroquias de fieles. Se trata de administrar el orden social del mercado desbocado, que destituye a la población como sujeto político, para conceder el privilegio del decir a la corte mediatizada de expertos taylorizados según el principio de “cada uno a lo suyo”.

Las Iglesias son organizaciones creadas en períodos históricos de alta estabilidad, en la que los entornos cambian microscópicamente en largos períodos de tiempo. Este factor es determinante en su modelo institucional: jerárquico, con el protagonismo de una casta de sacerdotes y el modelo disciplinario para los fieles. Esta estabilidad desplaza sus finalidades, que son reemplazadas por la consumación de la producción y mantenimiento de una masa de fieles que tienen que conseguir su propia salvación en el interior de la institución. De este modo se consuma fatalmente su guion institucional, de modo que su historia es, inevitablemente, la de los sucesivos contingentes de élites que desafían el conocimiento dogmático, resultando de ahí las renovadas herejías, expulsiones y demonizaciones de los irredentos.

En los últimos treinta años se ha modificado profundamente la estructura de las sociedades contemporáneas. El modelo neoliberal se ha impuesto más allá de la economía, reformulando y remodelando todas las instituciones. En síntesis, se puede afirmar que el modelo institucional de las sociedades neoliberales avanzadas remite a tres cuestiones esenciales: la separación de las personas, mediante una individuación radical; la progresiva disolución de la sociedad anterior, desde las formas convivenciales, las empresas, el Estado y las instituciones; y la emergencia y consolidación de nuevas instituciones que gestionan y dirigen el conglomerado de yoes resultante de la gran reorganización.

Desde esta perspectiva se pueden comprender algunas afirmaciones del texto. En tanto que avanzan inexorablemente las tres dimensiones estructurales reseñadas, las instituciones representativas se conforman como una extraña superestructura que representa un papel secundario con respecto a los procesos de instalación de las nuevas instituciones y desinstalación de las antiguas. Lo convencionalmente político -el estado y el gobierno- se encuentran subordinados a las verdaderas instituciones rectoras globales, de modo que reducen su campo de actuación. La vivencia de esta escisión, genera un gran desasosiego en las almas pudorosas de gentes de izquierda, que viven situaciones incomprensibles desde su percepción de lo político convencional.

Una situación así crea las condiciones para la proliferación de los partidos-iglesia, que forjan su competencia en la simulación, promoviendo cambios superficiales que no afectan a la estructura social, determinada por el avance de los procesos aludidos. Se trata de hacer acciones espectaculares que contribuyan a la salvación de las almas virtuosas. Yolanda Díaz es la adalid de esta forma de hacer política. Se trata de enviar mensajes que contribuyan a fomentar la fe y la esperanza. Sus retóricas victoriosas encubren la congelación laboral en la casi totalidad de los sectores. La precariedad vive su éxtasis en la hostelería, las universidades, las empresas que emplean trabajo inmaterial, las empleadas domésticas o de cuidados.

Sus viajes para fotografiarse con el Papa, afirmando patéticamente que este se posiciona en favor de la reducción de jornada; su pretensión de viajar a Palestina para obtener una imagen que le reporte beneficios… Todas sus actuaciones son desesperadas para reforzar la fe y la esperanza de numerosos náufragos. Porque los grandes problemas de la ausencia de un control efectivo sobre el estado de Israel o en favor de las condiciones para trabajadores implican modificaciones sustantivas en el campo de fuerzas global, y la alteración de los equilibrios existentes se encuentra fuera de su proyecto político desarraigado de los suelos sociales bombardeados por las fuerzas que impulsan el neoliberalismo, que avanzan en la separación de las personas y la disgregación de las viejas sociedades, debilitando las instituciones de lo común.

Lo mismo ocurre con los grandes contingentes sociales en relación a la vivienda, que configuran una gran masa de inquilinos e hipotecados-endeudados que debilita cualquier acción colectiva. Entre estas poblaciones, la inculcación de fe y esperanza representa el centro de la actividad política. Porque creer que un gobierno tiene la facultad de modificar esta situación en una sociedad con la correlación de fuerzas existente, adquiere la naturaleza de teología sacramental. Así que creer es la clave de las comunicaciones políticas en las ínclitas sociedades del presente.

En una situación así, es natural que proliferen líderes que se asemejan a los papas, dotados de capacidades discursivas que tienen virtudes celestiales. Pero es inevitable el brusco descenso a la tierra, al suelo, en donde se multiplican realidades incompatibles con las oratorias gubernamentales. Si no se consideran los efectos letales sobre las sociedades, resultantes de la acción de las instituciones de la nueva individuación y de demolición de viejas comunidades y organizaciones, ejercidas por poderes transversales y transpolíticos, los diagnósticos son papel mojado. En estas condiciones, las instituciones políticas albergan a una casta de pastores eclesiásticos que proponen quimeras para la salvación de los fieles.

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