Jamás deberíamos hablar de
nuestra memoria, porque si algo tiene es que no es nuestra; trabaja por su
cuenta, nos ayuda engañándonos o quizá nos engaña para ayudarnos.
Julio
Cortázar
Siguiendo la
recomendación de Cortázar no escribo este texto como ejercicio de mi memoria.
Lo que relato aquí es una excursión a
la Universidad Complutense en una mañana primaveral del 2024, para acompañar a
los contingentes de alumnos que van a las clases utilizando el Metro. Este fue
uno de los escenarios en los que se desenvolvió una parte de mi juventud. Aún a
pesar de que la comparación siempre termina por interferirse, este es un texto
que se ciñe a la realidad vivida a día de hoy. Cada momento de esta incursión
me ha producido distintas fascinaciones y perplejidades, que han contribuido,
simultáneamente, a movilizar y reducir mi nostalgia.
Empecé este viaje a las diez de la mañana
sumergiéndome en el Metro, en la estación de Sáinz de Baranda, en la línea 6 en
dirección a Moncloa. El Metro es un espacio sumergido por el que transitan
distintas multitudes según los horarios. Hasta las nueve de la mañana
comparecen los inscritos en eso que se denomina como mercado de trabajo,
prestos a realizar su jornada. Los acompañan las legiones de gentes que se
desempeñan en el trabajo desregulado, muchos de ellos extranjeros. Pero, el
Metro es un dispositivo en el que entran y salen distintos contingentes humanos
unificados por sus horarios.
Después de
las diez disminuye la afluencia y cambia el público. En este tramo horario se
desplazan principalmente estudiantes; gentes ocupadas en los cuidados
mercantilizados; múltiples personas ubicadas en chapuzas y labores ocasionales;
laboradores de currículums que recorren el espacio urbano para ofrecerse como
candidatos, o gentes que visitan familiares mayores realizando trabajos
informales. Estas multitudes habitan en los confines del mercado de trabajo y
no son reconocidas por el sistema, el estado, y, en particular, la izquierda,
que vive en la nostalgia del fordismo, la vieja fábrica y los conglomerados de
trabajadores estables. En estos públicos viajeros, la soberana precariedad, el
hecho más determinante de este tiempo, unifica esa nutrida red de categorías específicas
de ocupaciones secundarias.
El Metro es
la institución de la movilidad que recibe partículas humanas que se conglomeran
durante el viaje para diseminarse en las sucesivas estaciones, según el
principio de la disgregación de los itinerarios individuales. En la era vigente
del capitalismo neoliberal, el diagrama institucional del Metro deviene como
modelo para todas las instituciones, incluida la Universidad misma. El
principio de individuación que rige entre los viajeros ocasionales se instaura
para la gestión de la población de compradores de créditos. Estos acuden a las
actividades presenciales según el principio de cada uno según su menú, de modo
que se integran en distintos grupos de docencia correspondientes a distintas
asignaturas.
Cada cual
construye así su horario, que es radicalmente personal, implicando su entrada
en distintas clases o seminarios, de los que resulta una trayectoria personal
dentro de la institución. El estudiante actual es un nómada que fluye en la red
de actividades académicas establecidas, asemejándose a los viajeros
subterráneos. Los grupos correspondientes a las clases devienen así en una
versión de un vagón del metro, conformando grupos que desde la sociología se
han definido como de “cola de autobús”. Contigüidad física con ausencia de
relación personal, y, sobre todo, una relación personal provisional, en la que,
en cada estación se recompone de nuevo el grupo de viajeros con los que han
entrado y los que han salido.
El Metro y
la Universidad representan modelos sociales e institucionales que presentan
coherencias con la institución central de la precariedad, al producir sujetos
individuales dotados de objetivos diferenciados, de modo que no pueden ser
aglomerados en nada estable. Lo más relevante radica en los efectos sobre la subjetividad,
que es modelada mediante lazos débiles y provisionales, y nunca asentada en un
espacio. El sujeto precario es una entidad autónoma que fluye en un diagrama
social, al igual que el sujeto de las instituciones de la movilidad, bien el
automóvil -cada cual encerrado en su cabina- o el metro. Desde algunas
sociologías críticas se explica este proceso de individuación como capitalismo
postfordista. El primer conglomerado estable que se disuelve es la vieja
fábrica fordista.
Una vez que
accedí al vagón me encontré con un espacio en el que rige el principio de
individuación más radical, en tanto que los viajeros se ignoran mutuamente al
estar concentrados en las pantallas de sus sagrados smartphones. Siempre que
vivo esta situación no puedo evitar un elogio a la capacidad de concentración
de tan laboriosos hiperconectados. No se ve ni una distracción. Se puede
identificar una disciplina encomiable. Recuerdo que en alguna ocasión fui a mi
facultad de Granada a las aulas que abrían por las noches en tiempo de
exámenes. Cada estudiante se asentaba en una mesa. Una vez resuelta su
ubicación, la gente salía a aprovisionarse de viandas y bebidas, además de
cultivar los encuentros con otros esforzados preparadores de exámenes. Una vez
vueltos a su lugar comparecía su sistema relacional que demandaba atención en
el móvil. El resultado era que una persona que había estado cuatro horas allí,
había estudiado solo dos. De ahí mi elogio a los viajeros subterráneos que
aprovechan todo su tiempo de viaje en los deberes digitales.
En la
tercera estación, en ese sistema congelado del vagón, aparece un músico que
instala su altavoz y nos obsequia con una canción, solicitando al final una
ayuda. Después, apareció un hombre de unos sesenta años pidiendo una ayuda,
dada su situación desesperada. Al llegar a la estación de Cuatro Caminos otro
hombre, extraordinariamente flaco y desaliñado, pidió para desayunar. En los
tres casos, nadie prestó atención alguna, practicando el arte de no mirar. En
cualquier caso, en un sistema social como un vagón parece imposible practicar
la mendicidad. Cada cual está pensando en la estación de destino, y, además,
entre los cuerpos presentes parece imposible cualquier conexión. Pero el
sistema social dualizado produce unas grandes reservas humanas en situación de
miseria extrema, de modo que se hace presente en todos los espacios que
carezcan de barreras de entrada.
Al llegar a
la estación de Ciudad Universitaria abandoné el vagón y me integré en la
multitud andante de camino a las facultades. Me encanta vivir este sistema de
individuación tan radical. La gente sale de sus vagones y se aglomera en la
dirección de las escaleras mecánicas de la salida. Allí se integra en otra
forma social dotada de una geometría peculiar: la fila o la cola. Esta adopta
la forma de cada cual antes del siguiente y después del anterior. En la salida
de nuevo se dispersan en distintas direcciones, aunque todas unificadas por el
destino final común: desembocar en un aula en la que son aglomerados en filas y
columnas. En la dirección de mi vieja facultad, pude meditar acerca de la
perfección del sistema de poder. Un sujeto gobernable y gobernado, móvil, que
transita entre distintos contenedores espaciales y se encuentra conectado a un
sistema hipermóvil de contenidos: mensajes, videos y fragmentos audiovisuales.
Esta excursión vivida concluyó con el retorno
de una vieja idea personal que incubé en los años del 15 M y siguientes, en la
que tuvieron lugar muchos textos, interacciones, movilizaciones y estados de
efervescencia política, hasta que el sistema recuperó su viejo equilibrio
reabsorbiendo los contenidos críticos, mediatizándolos en las televisiones como
simulacro, y haciendo ministros, consejeros, concejales o asesores a una parte
de los contestatarios. Se trata de utilizar la fila de modo inverso a su
significación. La fila es un medio de organizar un conjunto de personas de modo
que se dificulte su interacción, lo cual favorece a quien las gestiona. Por eso
es universal en medios educativos, militares, industriales y otros.
Esta idea se
basa en constituir filas que adopten las formas de los ciempiés, fluyendo por
las aceras en múltiples trayectorias visibilizando una disidencia. Estas no
requieren convocatoria, ni dimensión, ni se encuentran fuera de la legalidad.
Desde siempre he imaginado la potencialidad de esta forma de acción y he
imaginado una ciudad en la que aparecen distintas culebras en diversos espacios. Pero, a día de hoy, me parece
imposible renovar los repertorios de acción de unos movimientos sociales
subordinados a las televisiones o los partidos políticos. Las élites
partidarias viven un momento de declive cognoscitivo manifiesto y la mayoría de
los sujetos políticos se encuentran determinados por la supervivencia.
Esta fue una
mañana vivida entre una nube de conectados que se encontraban desconectados
entre sí, así como estudiantes prestos a vivir su mañana en las formaciones
sociales del vagón de metro, las filas y las aulas. El estado de las zonas
ajardinadas de la Complutense, contiguas al Parque del Oeste, se mostraban
desoladas, desiertas. Estaban esperando revivir las noches del largo finde,
recibiendo a los fugados de los tránsitos entre los vagones, las filas y las
aulas que conforman lo que se entiende como botellón. Este adopta una
configuración espacial de grupos compactos de sujetos huidos de sus severos
contenedores sociales. En este conglomerado humano tienen lugar, también,
múltiples trayectorias individuales.
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