El principio de la sabiduría es
el temor de Jehová; los insensatos desprecian la sabiduría y la
disciplina.
Proverbios
1:7
No seas sabio en tu propia opinión;
más bien, teme al Señor y huye del mal. Esto infundirá salud a tu cuerpo y
fortalecerá tu ser
Pero para ustedes que temen mi
nombre, se levantará el sol de justicia trayendo en sus rayos salud. Y ustedes
saldrán saltando como becerros recién alimentados
Malaquías
4:2
El temor de
Dios es un elemento central y estructurante de las religiones monoteístas.
Durante muchos siglos ha tenido un efecto homogeneizador sobre distintas personas
y poblaciones. El desarrollo de la Modernidad ha rebajado sustantivamente esta
presión formidable para tan atribulados fieles, suavizando gradualmente la
coerción. Pero permanece inalterable el precepto que otorga sentido a estas
prácticas religiosas: se trata de obtener una aceptación e interiorización
total y absoluta, renunciando a la deliberación interior. El sujeto practicante
debe asumir su infinitud frente a la deidad, de modo que se entregue
integralmente a esta adoptando una sumisión completa. Así se construye una
obediencia ciega que implica un abandono en las manos de la legión de clérigos
que hablan en nombre de la divinidad.
En el curso
de la Modernidad este modelo ha cedido a formas coercitivas más blandas. Pero,
al mismo tiempo, ha transferido este modelo de capitulación personal frente a
un ser superior a distintas formaciones y constelaciones organizativas que han
remodelado ese arquetipo individual de persona sometida a una autoridad que
encarna una finalidad superior. La
renuncia a la iniciativa propia; la propensión a la aceptación sin dudas ni
preguntas; el blindaje frente a otros portadores de otras verdades; la obediencia
sin contrapartidas, son los elementos de ese arquetipo individual autosometido
a una autoridad superior, que comenzó en las rigoristas iglesias medievales y,
en el presente, adopta distintas formas que llegan hasta la apoteosis de ser
“seguidor” en las redes sociales. No hay experiencia más sórdida que
encontrarse cara a cara con un seguidor o fan del Real Madrid, Ayuso, Rosalía,
Jordi Évole y tantas otras divinidades
menores.
En las
vigentes sociedades postdisciplinarias, que son principalmente postmediáticas,
proliferan deidades menores que transitan en ciclos temporales suscitando
pasiones entre sus seguidores. Los medios, y la televisión en particular, son
los espacios en donde se procede a la construcción de idolatrías. En estos días
se puede identificar una colosal actividad de santificación de Mbappé. Pero
este sistema heredero de las viejas religiones opera mediante la reafirmación
de los nuevos brujos/santos, que son los expertos. Estos constituyen la forma
contemporánea más generalizada de sancionar ídolos mediante la denegación de la
autonomía y especificidad de las personas, al convertirlas en seguidores de los
expertos, que comparecen monopolizando la voz y apelando a nuestra fe en sus
peroratas modeladas por los lenguajes científicos, presentados como el sumun
del esoterismo.
La pandemia
de la Covid 19 ha inaugurado una nueva época, en la que la amplia troupe de
virólogos, epidemiólogos, urgenciólogos, salubristas y otras especies
sanitarias, se acercaron al rango obtenido por los vetustos representantes de
Dios en la Tierra. Esta clase de expertos en la semidiosa salud, operaron
mediante los viejos códigos religiosos. Así, el principio de la sabiduría era
obedecer y no preguntar. Es decir, creer. El fundamento de esa fe en la nueva
autoridad superior fue la amenaza frente al pérfido virus. La salvación radica
en creer y obedecer. De ese modo esta troupe profesional emitió disposiciones
incuestionables que los convirtió en expertos en la vida e ingenieros de la
intimidación. Las imágenes de sus prédicas custodiados por los mandos
policiales fueron antológicas.
Para cerrar
el análisis del dominio de esa casta sacerdotal sobre la población en el nombre
de que la sabiduría estriba en someterse alegremente al saber superior de los
providenciales salvadores, los fieles contagiables se congregaban en los
balcones para practicar sus oraciones y sus plegarias. Desde esta perspectiva,
un elemento cultural esencial de este sistema neoreligioso, es el de construir
a sus propios impíos, herejes y paganos, que son designados con el prodigioso
tópico de “negacionistas”. Estos son aquellos que no aceptan las sagradas palabras
de los expertos, que se supone que detentan el rango de Sagradas Escrituras, de
modo que no es pertinente que sean deliberadas y discutidas por tan minúsculos
discordantes. Se supone que estos han perdido su noción de seres mortales,
olvidando su miserable envergadura frente a los nuevos gigantes de la Ciencia,
el Estado, la Industria o la Medicina.
Para cerrar
esta reflexión, es pertinente asociar el viejo concepto de “pueblo de Dios” con
el nuevo concepto de “pueblo vacunado”. En la gigantesca operación de la
vacunación, un hito en la industria farmacéutica, se concertaron varias formas
de coacción frente a los pretenciosos contestatarios. El estado estableció el
pasaporte Covid, en tanto que los medios pusieron en escena múltiples formas de
desacreditación de los negacionistas malignos. Por último, en la asistencia
sanitaria se hizo imposible, expresar dudas siquiera, con respecto a las
vacunas. Todos los artificios conceptuales, resultantes de una larga era de
secularización de la medicina -autonomía del paciente, consentimiento informado
y otros- quedaron hechos añicos. La restricción de acceso brutal y las
condiciones de hospitalización significaron un retroceso extraordinario.
Recuerdo las colas al sol frente a los centros de salud y otros episodios
emblemáticos de la gran regresión sanitaria.
En esta
nueva sociedad en la que reina una nueva divinidad experta, que pretende
convertirnos en autómatas de la aceptación incondicional, brilla especialmente
la OMS. Para esta la pandemia fue “una oportunidad”, dicho en el lenguaje de la
empresa postfordista. Esta significó un salto para ubicarse en el privilegiado
campo de los decisores y operadores políticos, es decir, por encima de los
estados nacionales. Ahora llegan noticias del novísimo Tratado de Pandemias, en
el que se sanciona su autoridad jerárquica sobre los estados, ejerciendo el
control sobre las poblaciones en nombre de la salud. Desde esta perspectiva, la
pandemia fue la primera de la serie de pandemias que anuncian un
perfeccionamiento en el arte de confinar poblaciones y domesticar drásticamente
a las personas, consideradas como moléculas integrantes de los conglomerados
humanos vacunables, es decir, como componentes de un sistema gobernado por el
principio supremo de bioseguridad.
Llama la atención
el silencio y la complicidad de tan benévola organización con respecto a la
facticidad de una guerra global. Pero, cualquier análisis sociológico riguroso
pone de manifiesto que, con las pandemias, el complejo médico-industrial adquiere
la condición de líder en la gobernanza mundial, reduciendo la diferencia con el
complejo militar-industrial. Lo paradójico radica en su supuesta
incompatibilidad, en tanto que este último puede reducir contundentemente los
contingentes de la población vacunable. Lo más perverso de este tiempo es la
desviación de finalidades y la opacidad de los verdaderos fines. De esta forma,
la OMS incrementa su condición de macroorganización cargada de misterios y
secretos, que, al igual que las viejas iglesias devienen ininteligibles. Así
que es menester restaurar el principio de que la sabiduría estriba en creer y
aceptar. "no seas sabio en tu opinión". Tienes que ser recatado (sensato).
El Dios que nos toca en suerte no es otro que el Dinero y su iglesia la sacrosanta Economía. Tus refexiones se complementan con las de esta otra tribuna a donde también acudo para compensar la estupidez que nos circunda:
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