No hay secreto que el tiempo no
revele
Jean-
Baptiste Racine
Si la interacción humana está
condicionada por la capacidad de hablar, está moldeada por la capacidad de
guardar silencio
Georg Simmel
La pandemia
de la Covid 19 ha sido un acontecimiento poliédrico que ha mantenido una parte
esencial de su naturaleza efectivamente oculta.
En tanto que por los medios de comunicación y los poderes políticos se
define como un evento sanitario que introduce nuevas formas de gestión de las
poblaciones, se evidencia que ha representado el ensayo de una nueva forma de
gobierno, así como un colosal experimento de control social. Así, la pandemia ha generado la
intensificación de las barreras entre las élites y poblaciones, expandiendo el
área oculta del sistema de decisiones. De este modo, se ha fraguado un acervo
nutrido de secretos inaccesibles a la gran mayoría de ciudadanos. En estos días
comparece una de las más sólidas dimensiones ocultas: la frenética actividad de
distintos grupos enclavados en ese espacio gris formado por la intersección
entre el estado y el mercado, para obtener lucro en el tráfico de las
mascarillas.
Tras la
decisión de enmascararnos a todos, además de las motivaciones sanitarias -en
abierta discusión hoy- se encontraba un inédito y floreciente mercado que
privilegiaba a distintos grupos ubicados en los gobiernos, que poseían la
información y los medios para materializar el negocio. Llama la atención la
agilidad y competencia de estos clanes político-empresariales, para detectar el
negocio y materializarlo en un tiempo récord. Así se consuma la paradoja de que
en el tiempo en que nos encontrábamos recluidos en los domicilios, estas élites
acreditaron una movilidad formidable. En
un reciente tuit, Juan Gérvas decía que “En la pandemia covid19 unos murieron
(sobre todo pobres y viejos) y otros se enriquecieron (sobre todo ricos y del
entorno político). Si esto es la calderilla, las mascarillas, podemos imaginar
el negocio corrupto de las vacunas, de los test de diagnóstico, de
medicamentos, etc”. Suscribo esta afirmación. Se ha desvelado una parte de la
actividad del estado/mercado con respecto a la calderilla, pero lo fuerte lucrativo
permanece en riguroso secreto.
Ciertamente,
la pandemia ha estimulado la imaginación para los negocios, que contrasta con
las rutinas que rigen los decires y haceres de los próceres políticos para los
asuntos públicos. Los acontecimientos de estos días, muestran la ebullición de
una parte sustancial de las cúpulas partidarias, convertidas ahora en
directivos estatales, para detectar y ejecutar operaciones que les obsequian
con unos beneficios más que generosos. Lo que me pregunto en mi intimidad es
qué porcentaje de energía y tiempo queda para la función de gobierno, una vez
que los negocios tan fluidos se materializan en tan corto tiempo, y se renuevan
vertiginosamente, consumiendo energías de tan laboriosos dirigentes.
La
significación de estas actividades es inequívoca: se trata de una corrupción de
grandes dimensiones. Sin ánimo de definirla en este texto sí quiero enunciar un
enfoque sociológico. La cuestión no es sólo jurídica, que estriba en determinar
qué preceptos penales han violado, sino que, desde mi perspectiva, se
magnifican dos cuestiones esenciales: la desviación de fines y la sofisticación
del arte de ocultar. Después de estas operaciones, los grupos de activistas del
estado y del mercado, comparten una red de secretos formidable. La resultante
de estas actividades es la magnificación de la mentira, que ocupa un lugar
estelar en los discursos políticos y mediáticos. En este sistema
mediático-político se ha asentado un fondo denso y pantanoso, que, al igual que
el marino, enturbia las aguas, aún a pesar del buen hacer de los operadores
televisivos para ocultar, o, cuando es inevitable que salgan, tratarlas disolviéndolas
en el flujo informativo. Esta es la época de oro del arte de ocultar mostrando.
Otra
cuestión axial remite a los protagonistas. Las imágenes de Ábalos y Koldo son
inigualables. Los arquetipos de los traficantes de mascarillas enlazan con
otros “casos” de corrupción detectados en el largo postfranquismo, confirmando
un patrón estético. Lo cutre alcanza un
nivel cosmológico. En torno a Jesús Gil se puede enlistar a una serie de
personajes antológicos que comparecen en todas las ocasiones. El último iceberg
mediático fue el de el “henmano” de Ayuso, que ahora es reemplazado por los
protegidos por el fornido Koldo. Pero insisto, la pregunta que formularía a los
investigados se refiere a cuánto tiempo han dedicado a los contactos, a los
encuentros, a los cálculos, a las operaciones asociadas a estas actividades estatales/empresariales.
No obstante,
es justo reconocer la competencia sublime de estos clanes políticos y
empresariales, para producir, acumular y preservar las numerosas acciones que
protagonizan e instituyen como secretos, de modo que sus discursos públicos
devienen en mentiras. En estos días, se visibiliza una verdadera sinfonía de
silencios, así como una formidable exposición del noble arte de mentir, que es
interpretado por la orquesta del estado/mercado con una competencia exquisita.
Desde siempre he admirado a los grandes actores de mi época, como Mario Conde o
Ruiz Mateos, capaces de desempeñar papeles que minimicen sus fechorías
financieras. Tengo que admitir que Ábalos no defrauda en la creación del
personaje desventurado, que llega a llorar cuando recuerda a sus compañeros de
partido.
Así como,
tras más de cuarenta años de este régimen, tengo la convicción de que los
actores políticos tienen un nivel intelectivo cada vez menor, se evidencia que
sus competencias teatrales han experimentado un salto prodigioso. De todos. No
es de extrañar que, como actores, se prodigan en videos en las redes en tanto
que desaparecen los discursos escritos. En un ecosistema de esta naturaleza, el
secreto y la mentira brillan esplendorosamente. El resultado es que las
discusiones en las instituciones se polarizan en desmontar los secretos y las
mentiras de los adversarios, en detrimento de proyectos propositivos.
Pero, el
hecho más flagrante de esta historia, radica en el silencio monacal de la
profesión médica, y, en particular, de las legiones de epidemiólogos y
salubristas que avalaron el encierro y las medidas de restricción de la vida
cotidiana. No puedo evitar un sentimiento de vergüenza, en tanto que
participante durante tantos años en el sistema sanitario. Algunas personas que
conocí y que representaban posiciones del progresismo sanitario, están hoy en
los centros de decisión, que son los de la intersección con el mercado, y que
los define como guardianes de los secretos y cómplices de los discursos de
ocultación, es decir, de las mentiras oficiales. Después de emplazarnos a
renunciar a nuestra vida y movilidad en la pandemia, mediante una catarata de
sermones salubristas en las televisiones, han seguido el modelo del maestro
Fernando Simón, que él mismo se oculta con la esperanza de ser olvidado. Pues
bien, no dicen una palabra acerca de los traficantes de mascarillas.
La mayor
paradoja de este asunto, es que, mientras que nos han despersonalizado y
silenciado en nombre de la salud, obligándonos a ocultar nuestro rostro, cuando
el mercado oculto sanitario sale a flote, se mantienen las pautas de la
estrecha relación existente entre la corrupción y los rostros de sus arquetipos
personales. Los rostros de los guapos
(Zaplana, Camps, Chaves, Urdangarín); los de los que denomino como los franceses, por similitud con los
prodigiosos hampones del cine negro francés (Barrionuevo, Vera, Jaume Matas,
hijos de Ruiz Mateos…) y los de serie negra dura (Koldo, Juan Guerra, Roldán, Álvaro
Pérez el bigotes, Granados, González…). Es insuperable la presencia pública de
Ábalos escoltado por Koldo, que conforma un cuadro iconográfico que no veíamos
desde El Padrino de Coppola.
Tantas
transformaciones esenciales en las sociedades contemporáneas y se mantienen
incólumes los modelos de interacción en la zona gris de intersección entre el
mercado y el estado. Eso ni siquiera está en trance de ser digitalizado. Así, los encuentros entre los altos
dirigentes de los ministerios y los empresarios, con objeto de identificar las
áreas de negocio y acordar, tienen lugar en un lugar tan emblemático como son
las marisquerías. Estas se localizan en reservados aislados y protegidos de las
miradas. Las marisquerías devienen en las sedes de los secretos compartidos incubados
en sus encuentros. Hace un par de años protesté reiteradamente en twitter
porque el alcalde de Madrid cerraba los parques al tiempo que frecuentaba una
marisquería próxima a mi casa, dotada no solo de reservados, sino incluso de
salidas distintas.
Las
actividades secretas de los próceres políticos y empresariales van a ir
saliendo pausadamente. Por eso es previsible que el epílogo de la pandemia se
dilate en el tiempo. Yo espero ver la emergencia de lo grueso, las vacunas los test
y medicamentos. Para ello tiene que producirse una circunstancia que quiebre lo
que, en palabras de Simmel, es la capacidad de guardar silencio. Pero si esto
se produce, estoy persuadido que reflotará un rostro especial, al estilo de
toda la saga del régimen del 78.
2 comentarios:
Y como y ppr qué se ha roto el silencio. Seria interesante saberlo porque ahi esta el fondo de la cuestion
https://elarcondondecabetodo.blogspot.com/2024/03/un-poco-de-todo.html
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