El ascenso
de la ultraderecha es un fenómeno poliédrico que no puede ser interpretado
desde los análisis de los politólogos empiristas, que lo sitúan en el comienzo
de una escala. Estos análisis se caracterizan por su trivialidad. Tampoco es
pertinente comprender esta emergencia de la ultraderecha como un revival del
franquismo o de los fascismos de los años treinta. Pero, estos análisis
triviales se prodigan en España, tanto en los periódicos digitales de la
izquierda, o, más bien, del progresismo mediático. La inteligencia española,
refugiada en la universidad, tampoco se ocupa en profundidad de este tema, que
queda a merced de estereotipos gruesos.
La victoria
de Milei en Argentina ha suscitado una resistencia que produce análisis más
centrados en la Historia o las Ciencias Sociales. Desde hace un par de meses
leo distintos trabajos sólidos. Por eso me he decidido a subir aquí dos textos
que considero clarificadores y que abren la cuestión de la nueva ultraderecha.
Ambos autores, tanto Miguel Mazzeo como Agustín Valle, aportan una visión
global de este fenómeno, insertado en el presente de las nuevas sociedades
definidas mediante la suma de varios prefijos post. Podéis encontrar en internet
distintos textos de ambos. Ambos trabajos están publicados en “El Lobo Suelto”,
para quienes prefieran leerlos en su versión original. El de Mazzeo lo podéis
encontrar aquí. El segundo de Valle aquí.
Para quienes vivimos en Madrid, la cuestión de
la libertad totalitaria está a la orden del día. Espero que su lectura sea tan
gratificante como ha sido para mí, liberado del banal enfoque de la
videopolítica española,
SOBRE EL REALISMO DE LA
ULTRADERECHA. MÁS ALLÁ DE LA DEMENCIA Y LA MAGIA
MIGUEL MAZZEO
Es evidente
que los valores y las formas de convivencia del siglo XX están en crisis: se
han tornado estériles y esterilizantes. Su incapacidad de producir comunidad
política (incluyendo “comunidad nacional”) se profundiza y no pueden
contrarrestar los dispositivos sistémicos orientados a la creación de nuevas
esclavas y nuevos esclavos. Estos valores y estas formas de convivencia se han
convertido en un adorno de mal gusto, en un género paralizante, y no abundan
(aunque tampoco faltan) las voces y las experiencias que asumen su necesaria
desfetichización. Pero los valores de reemplazo y las formas de convivencia
alternativas, aún no terminan de fraguar.
La
ultraderecha supo aprovecharse de ese vacío y de la fluidez del proceso de
deshumanización sistémica. Gradualmente fue imponiendo su lenguaje. Sus
patrañas encontraron un nicho en la esclerosis de la sociedad burguesa, en el
agotamiento de sus artificios y de sus retóricas moralizantes y/o
administrativas (“gestionarias”). A partir de estas condiciones decidió concretar
el futuro distópico del capital. Su distopía es, por lo tanto, “realista”. Así,
la ultraderecha se adueñó del riesgo y la confianza. Agita la historicidad del
capital a los cuatro vientos. Lanza ofensivas frontales tendientes a arrasar
con la diversidad residual del mundo.
La
ultraderecha parece tener más conciencia de la época histórica que las fuerzas
de izquierda, nacional-populares y progresistas. Por eso se ubica en el umbral
de esa época y, de alguna manera, se adueña de ella. La ultraderecha es obscena
porque sabe que actúa en el sentido de la transformación real del mundo. Asume
una función preparatoria del terreno para su Ciudad Futura, la ciudad del caos.
Es agente de un dinamismo histórico perverso. De ahí sus aspiraciones
desmesuradas, de ahí su “furor heroico” (en los términos de Giordano
Bruno).
La
ultraderecha avanzó sobre el terreno que le cedió “gentilmente” la política que
resignó cuotas de autonomía, que no fue capaz de sostener sus lógicas propias,
que no supo resguardarse como esfera relativamente independiente para incidir
en las condiciones económico-sociales fundamentales. La ultraderecha se
consolidó a partir de una crisis de los medios “clásicos” a los que recurría el
capital para fundar y conservar la dominación social.
La degradación
del ars político burgués (en formato liberal o populista) diseminó energías
sociales y le allanó el camino a la magia, a la cábala. Hizo posible la llegada
al gobierno de Argentina de un delirante que cree que puede apropiarse de esas
energías y reconducirlas. Le ofrendó una cuota de poder a un desquiciado que
considera que hay condiciones para enlazar la tierra y el cielo, es decir: unir
las “fuerzas inferiores” con las “fuerzas superiores”. Giovanni Pico de la
Mirandola, el autor de la célebre Oratio de homini dignitate (Discurso sobre la
dignidad del hombre) sostenía que la magia (se refería a la astrología
puntualmente) convertía a las personas en miserables, ansiosas, inquietas y
desafortunadas.
La
ultraderecha se sabe emergente de la crisis irreversible de las viejas
instituciones de la sociedad salarial, de la democracia liberal y del viejo
Estado-nación burgués. Una crisis que incluye a los modos tradicionales de
construcción de comunidad política. También sabe que sus contendientes, mientras
continúen aferrados a esas instituciones, a ese Estado y a esos modos de
construcción de comunidad política, permanecerán incapaces de seleccionar “otra
herencia” y tramar otros modos de hacer comunidad, no recuperarán la confianza
en su poder-hacer, no alcanzarán jamás la estatura de contendientes sistémicos
y no darán la pelea por los temas esenciales, o no serán eficaces en esas
disputas. Por lo tanto, la ultraderecha es conciente de la debilidad de sus
contendientes y puede presentarlos como exponentes del pasado, como personeros
de una degradación, reservándose para sí la condición de efigie del futuro.
La falta de
ambición (¡y de realismo!) de sus contendientes (¡nuestra debilidad!)
envalentona y le da bríos a la ultraderecha. La ultraderecha, además, confía en
el grado inédito de domesticación (o de desquicio, o de impotencia y
resignación) históricamente alcanzado por las clases subalternas. La
ultraderecha posee indicios de que es posible ejercer la violencia erradicando
los efectos que pueden permitirle a las clases subalternas descifrar la
realidad. Considera que la violencia no despertará ninguna inteligencia
colectiva, ninguna voluntad general. Supone que ya no hay condiciones para
ellas. Tal vez se equivoque.
Esas
certezas hacen que la ultraderecha carezca de sentido del ridículo, de toda
vergüenza política, y que encuentre en su ignorancia y en su impiedad un motivo
de orgullo. Va de suyo: esas certezas también le sirven para sumar adhesiones
lo que, por supuesto, agrega notas deprimentes. Por eso la ultraderecha habla y
habla. Habla y hasta imagina. Habla lenguajes de monsergas. Habla lenguajes
dogmáticos. Habla lenguajes contrainsurgentes. Imagina un mundo sin
contradicciones. Apela a retóricas anacrónicas e impiadosas para estigmatizar
todo aquello que se opone a lo que considera el “orden natural”. Por eso asume
un cariz provocador y se burla de toda instancia contradictora, de las
trabajadoras y los trabajadores, de las y los pobres. Banaliza el hambre de
millones. Pone en riesgo la existencia misma del Estado-nación (sin importarle
demasiado el contenido burgués de ese Estado y el peso que tiene lo burgués en
la identidad nacional hegemónica). Realiza una apología abierta de la crueldad.
En efecto, hace décadas que la burguesía ha dejado de nutrirse de
enciclopedismos, escolasticismos y abstractos humanismos.
De este
modo, la ultraderecha está condiciones de presentar cada “conquista” como una
anticipación del futuro. Mientras que, del otro lado (nuestro lado) prima la
ambigüedad, con tendencias espontáneas a aferrarse a las retóricas
características del siglo XX, ya sean liberaloides, social-cristianas,
social-demócratas o leninistas-formalistas. Del otro lado (nuestro lado) solo
hay seguridades respecto de lo que no se quiere: ese futuro distópico para el
trabajo, la naturaleza y la vida. Pero nos cuesta salir de las coordenadas del
viejo humanismo y asumir las de un humanismo crítico y radical: capaz de
cuestionar a fondo la propiedad privada, el colonialismo, el patriarcado, etc.
El humanismo abstracto ya no sirve como “disparador” para que el subalterno
tome conciencia de su dignidad. El humanismo será anticapitalista o no será.
Los caminos “intermedios”, más elípticos y menos ríspidos, conducen al mismo
sitio que los caminos de la ultraderecha.
La
ultraderecha inoculó en una parte importante de la sociedad la idea de que las
leyes –salvo las leyes del mercado– son una convención arbitraria destinada a
limitar a los más fuertes, que el derecho del más fuerte también es un derecho;
convenció a muchas personas de la inviabilidad de toda comunidad humana.
De un modo
extraño, pero siempre ahorrando subterfugios y máscaras, la ultraderecha
intenta constituirse en la gran herejía de Occidente. Pone el énfasis en las
porciones más criminales de Occidente y las exalta. De ahí, seguramente, los
ardores sacramentales que asume en nuestro país y “la espesa contextura arcaica
de la magia” de la que hablaba Max Weber.
La formación
subjetiva de las clases subalternas se ha convertido en una cárcel de alta
seguridad que se presenta como el summun de la libertad. Una paradójica
formación subjetiva capaz de erradicar el pensamiento y la voluntad (salvo la
voluntad de objetivar). Obviamente, se trata de una formación subjetiva
claustrofóbica.
A pesar de todo,
lo popular subsiste y resiste por fuera del lenguaje de la ultraderecha que
aspira a convertirse en hegemónico. Subsiste y resiste impuro (de otro modo
sería imposible), incluso bajo el dialecto de una falsa mansedumbre. Todavía
quedan resabios de identidades subalternas que expresan un “ser-excedente”,
fruto de diversas praxis liberadas del sometimiento.
Se gesta por
abajo una religión secreta: un “vudú” que siempre será incomprensible para el
dominador. Existen ámbitos y experiencias populares que liberan cuotas
significativas de lo que los antiguos estoicos (y más tarde San Buenaventura)
llamaron “razón seminal”, una potencia activa, lúcida, sensible y creativa. Y
no escasean las identidades subalternas orgullosamente reivindicadas, incluso
como insumos para reconstruir la nación (la plurinación) desde abajo. Solo el
mercado capitalista genera seres fracasados y resentidos. Las comunidades
autoorganizadas saben forjar seres que pueden llegar a ser sublimes. Seres
capaces de indignarse frente aquellos que predican la austeridad a los
hambrientos y el esfuerzo a los fatigados
Una parte
importante de nuestra sociedad todavía conserva la capacidad de construir
comunes en torno a diversos ítems: la subsistencia material y afectiva, modos
de apropiación de territorios, el dolor por nuestras muertas y nuestros
muertos, la rebeldía colectiva, etc. Esa capacidad es estratégica y nuestro
enemigo (destructor de comunes) lo sabe.
Entonces:
¿cómo ayudar a producir lo que San Jerónimo, entre otros, llamó “sindéresis”,
esto es: la chispa que enciende la conciencia llamada a liberar a los seres
humanos de la idiotez moral? ¿Cómo instituir una dialéctica que contribuya a
que las clases subalternas y oprimidas descubramos nuestra humanidad y la
pongamos en valor? ¿Cómo hacer para erigirle a la ultraderecha un contendiente
sistémico capaz de dar la disputa en los términos que ella misma privilegia en
su agenda, es decir, una disputa en torno a la riqueza, la propiedad privada,
la financiarización, el extractivismo, etc.? ¿Cómo hacer para que los procesos
de liberación se extiendan y se multipliquen por todo el tejido social? ¿Cómo
recuperar la idea de una “profecía activa” de y para las clases subalternas y
oprimidas?
No lo
sabemos a ciencia cierta. Solo sabemos que son tareas urgentes.
LIBERTAD TOTALITARIA (Y
TELAM)
AGUSTÍN VALLE
La libertad
puede concebirse llanamente como la ausencia de impedimentos (o constricciones)
para realizar el propio arbitrio, o más bien como la posibilidad de elaborar
deseos y sentidos autónomos. La primera es una libertad sobre todo “externa”,
en el sentido de que concierne a nuestras acciones más o menos visibles y
menosprecia la dimensión “interna” donde el mundo da forma a nuestros deseos,
introyectado en nuestro cuerpo y psique. Se bromea sobre lo “virgo” de algunos
adherentes al purismo capitalista, pero encarnan ciertamente una concepción
virginal o incondicionada del deseo: como si no se produjera ya tocado por
fuerzas mundanas. Un yo autopercibido libre a priori, en su constitución, como
si la subjetividad naciera libre, sin condicionamientos ni orientaciones de las
fuerzas sociales (de manera que, incluso aunque mi deseo justo coincida exacto
con los patrones dominantes, se autopercibe libre y “propio”). De allí el
carácter “negativo” (Bobbio) de esta concepción de libertad: se define por la
ausencia de fuerzas externas que te obstaculicen (o empujen). Yo libre y que
nadie me joda. No es una libertad que se forje, que se labre, como la libertad
“positiva” (la posibilidad de elaborar valores, sentidos, modos). No requiere
crear, sino despejar entes molestos (de allí que es la concepción de libertad
más adecuada para sujetos producidos por la posesión de capital, aunque no se
limita a ellos). En su propio gen, entonces, esta libertad consiste en suprimir
o reprimir fuerzas percibidas como escollos u obstáculos a su despliegue
impoluto.
La
represión, censura y persecución ideológica en nombre de la libertad, pues, no
son una contradicción: es una concepción de la libertad totalitaria por
naturaleza. Que se corresponde con el contragolpe histórico del yo (tecnificado
en la conectividad), que toma su deseo espontáneo como libre e imperial (aquí
resuena la línea que, según Piglia en Respiración Artificial, va del yo
cartesiano a Hitler). Así, esta “libertad negativa” es óptima para para
reproducir obediencia y sumisión de fondo: libertad para el deseo que la
dominación produce. Libertad que replica los valores establecidos -la obviedad
del valor dominante-. Depende y reproduce la obviedad, la libertad totalitaria;
crear valores y sentidos nuevos no es asunto suyo. Solo puede ser fanática de
lo dominante, y quiere liberarse de todo lo que no se pliegue a esa obviedad
-verbigracia el capital, la razón de Negocio, la ganancia privada-. Toda
rugosidad que ralentice el liso e inmediato verificarse de su tautología, es
enemiga de la libertad totalitaria. ¿Para qué dejar una agencia de noticias
pública, que no persigue ganancia privada? Si ya hay medios capitalistas
suficientes y libres para verificar el estado de cosas. La del capital es la
única verdad; si Clarín miente, Télam es en sí mismo una mentira, para la
libertad totalitaria.
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