viernes, 29 de marzo de 2024

DEL NAZISMO AL POSMOCAPITALISMO - ADRIÁN ZELAIA


Ayer mismo vi este video que recomiendo vivamente. En el mismo, Adrián Zelaia abre el mundo contemporáneo para mostrar las relaciones entre los distintos elementos que componen el mosaico global. Las ideologías anteriores a la emergencia del capitalismo global  -el posmocapitalismo en el texto de Zelaia- obstaculizan la comprensión de la nueva interrelación entre los distintos elementos constitutivos del presente histórico. Desde siempre insistí a los que fueron alumnos de mis asignaturas, que, frente a un texto, la actividad cognitiva individual se podía representar mediante la suma de cuestiones nuevas no conocidas que suscita; dudas y preguntas que plantea, y objeciones o críticas. La constitución de la totalidad de interpelaciones a ese texto, impulsa una actividad de recepción crítica que ayuda a hacer crecer al lector.
Pues bien, de este texto he sacado docenas de cuestiones sobre las que me siento obligado a deliberar y a buscar información para resolver las problematizaciones resultantes de mi recepción activa. En el monopolio académico, político y mediático de los hijos de la OTAN en el que nos encontramos, en versiones de derecha o izquierda, las nuevas realidades quedan oscurecidas y apelan a la fe, en tanto que solo pueden ser aceptadas.
Ciertamente, en los años noventa, como afirma este autor, ha comenzado un nuevo ciclo, manifiestamente distinto del anterior. Entiendo que la definición de posmocapitalismo designa a una fase superior del capitalismo neoliberal. Visionando el video he comprendido mejor los sinsentidos de las autoridades en la pandemia.




jueves, 21 de marzo de 2024

CARLOS MAZÓN Y EL GOBIERNO DE LOS AGRACIADOS (Y DE LOS DESGRACIADOS)

 




La gratitud de muchos no es más que la secreta esperanza de recibir beneficios nuevos y mayores

François de La Rochefoucauld

Solo hay dos formas de vivir la vida: una, es pensando que nada es un milagro y la otra, es creer que todo lo es.

Albert Einstein

La videopolítica se ha consolidado desplazando las viejas formas de hacer política y relegando los discursos escritos. La segunda fase de la videopolítica ya está aquí y se caracteriza por la preeminencia de los actores en detrimento de los discursos y programas.  En los últimos meses proliferan los videos protagonizados por personas que forman parte de la contienda por la conquista o la retención del gobierno. Algunos son cargos representativos y otros tertulianos experimentados. En este flujo de videos, una buena parte de los mismos difumina el mensaje político ensalzando la imagen del protagonista. En anteriores entradas he comentado algunos que me suscitan bochorno, y, a pesar de la dura competencia, Marta Lois, devenida en una portavoz del marxismo-parapentismo, consigue encabezar este oscuro ranking con sus vuelos filmados en parapente y el vaciado de sus bolsos.

Pero, entre la generación de líderes políticos nacidos de la victoria del PP en las pasadas elecciones autonómicas uno destaca inequívocamente: Carlos Mazón, Presidente de la Comunidad Valenciana.  Este representante político, heredero del ínclito Eduardo Zaplana y Camps, se ha lanzado a la producción de videos que registran toda su ajetreada actividad social. Todos los días sube a TikTok decenas de videos que muestran encuentros personales con falleros, industriales, trabajadores, policías, amas de casa, niños, estudiantes y todo tipo de gentes.

La línea que sigue Mazón es la despolitización. En los videos se presenta como una persona normal que pregunta o apoya a su interlocutor en alguna cuestión que se muestra como una actividad no sujeta a opciones o deliberación alguna. Las recientes Fallas han sido hiperexplotadas por este ascendente histrión. De este modo transita por distintos escenarios de la vida cotidiana para desproblematizarlos consagrando la normalidad. En no pocos casos, este apoya manifiestamente a sus interlocutores. El caso de los toreros es paradigmático. El resultado de este activismo desenfrenado en el que se sustenta su política de comunicación es el de la potenciación de su imagen de presidente investido por la normalidad y relativamente distanciado de su función convencional, que tiene que ejercer en un campo en el que siempre existen varias opciones entre las que hay que dirimir.

Mazón construye una imagen de que se corresponde con el vetusto y sabio precepto enunciado por Franco y dirigido a sus ministros “Les recomiendo que no se metan en política”. Es menester reconocer la maestría en este arte de la persuasión indirecta del presidente valenciano. Reconozco que sus dotes teatrales lo sitúan en el grupo de cabeza de políticos en el tormentoso y declinante régimen del 78. Disfrazado de fallero, en una entrevista en la televisión catalana, conversando con personas mayores… el presidente-actor muestra sus competencias en la fabricación de su imagen de persona que se encuentra por encima del bien y del mal. En este sentido, su modelo referencial es el que durante tantos años practicó el Rey Emérito Juan Carlos.

Esta forma de ejercer la representación política implica una priorización de las actividades de producción y refuerzo de su imagen en la perspectiva de las siguientes elecciones en detrimento de las actividades de dirección política y administrativa derivadas de su cargo. En estos años de restauración de la normalidad en el sistema político español tras la irrupción de opciones críticas en 2014, son practicadas por todos los partidos, cuyas intervenciones se orientan a descalificar las actuaciones del adversario, menoscabando las propuestas en la definición e implementación de políticas públicas. En este caso, asistimos a la emergencia de un nuevo populismo de derechas de gran envergadura. Parece inevitable recordar el antecedente de la señora Rita, antigua alcaldesa de Valencia y maestra en el arte de disolver la política en un conjunto de imágenes profusas.

Cuando veo algún video de Mazón, recuerdo que en los interrogatorios que sufrí en la Dirección General de Seguridad, ejecutados por los policías de la Brigada Social, ellos siempre recurrían a la idea de normalidad. Se presentaban a sí mismos como gente normal y se esforzaban en definirme como un bicho “anormal”. Con posterioridad, me he encontrado en la vida con muchas personas perniciosas que se calificaban a sí mismos como normales. Tengo que reconocer que Mazón alcanza casi la perfección en sus comparecencias públicas con distintos paisanos. Su capacidad de disfrazarse es extraordinariamente sutil. Así ha cristalizado en una suerte de Trump valenciano, dotado de la proverbial calma asociada a la apacible vida mediterránea.

Entre los numerosos videos que he visto protagonizados por este compulsivo activista audiovisual, uno me ha llamado poderosamente la atención, en tanto condensa el espíritu prevaleciente en los distintos gobiernos del régimen del 78. En este, aparece en un despacho oficial con varios de sus técnicos, anunciando que va a sortear varias entradas para presenciar la mascletá de las Fallas en las primeras filas. De este modo, redistribuye las posiciones privilegiadas de las primeras filas, introduciendo un pequeño grupo de personas resultantes del premio en el sorteo, a los que califica con el término de “agraciados”. Estos podrán compartir con las élites permanentes estas privilegiadas posiciones, para retornar en la próxima edición a la masa concentrada en la retaguardia.

Mazón, con mucha pompa se dirige al ordenador y teclea este para discernir el número agraciado. Este aparece sobre una gran pantalla en la pared. Ese número y los siguientes, hasta completar el cupo de agraciados, son los afortunados que disfrutarán de un privilegio por un día. El presidente aprovecha el sorteo filmado para presentar su mano como dotada de la virtud de agraciar a varios de los inscritos en la lista de candidatos. Termina felicitándolos y concluye aprovechando hasta el último suspiro su imagen benevolente.

La mecánica del sorteo y sus significaciones implican la glorificación del azar. Desde el comienzo de la flamante democracia española, ha tenido lugar un largo proceso de reestructuración social, por el que grandes contingentes de personas, desde los años noventa generaciones, han sido desalojados de posiciones estables, configurando una sociedad definida por las inestabilidades resultantes de la confluencia entre la precarización y la asunción de la condición central de inquilino. Este proceso de reclasamiento ha caminado paralelo al auge de los juegos de azar. Grandes contingentes de personas asumen las contrapartidas negativas de la debilidad de las posiciones sociales en las que se encuentran, compensándolas con las ensoñaciones promovidas por los juegos de azar, que suscitan energías mentales polarizadas a las esperanzas.

En la nueva sociedad española, la institución central de las Apuestas Mutuas y los locales en las que estos se encuentran enclavados, representan un tráfico de ilusiones monumental, que termina, en muchos casos, por articular temporalmente la vida cotidiana en ciclos temporales establecidos entre los sorteos. En este contexto, el juego se ha expandido a todas las esferas de la vida. Mazón sintetiza magistralmente su proyecto de acción política seleccionando los agraciados entre la enorme masa de no agraciados, por no decir desgraciados. Para la gente joven, el largo camino entre los años setenta y hoy, se puede representar en que, en aquél pasado. No pocos accedieron a una vivienda en propiedad, que entonces costaba aproximadamente quince o veinte salarios mensuales.

Ahora, tras la larga reestructuración social, las cosas están en bastante más de doscientos cincuenta salarios para adquirir la propiedad. No es de extrañar que el orden social y político se base en la debilidad de los dos grandes contingentes de inquilinos e hipotecados, cruzados con los continentes laborales de los becarios, precarios, interinos y otras especies amenazadas por la caducidad. Esa gran sociedad de (des)graciados celebra las ceremonias instituidas por los poderes estatales de constituir pequeños grupos de agraciados. En cualquier caso, intuyo que Mazón va a dar mucho juego a este blog.

 

 

 

 

 

lunes, 18 de marzo de 2024

LA ESCALADA DE LA VIDEOPOLÍTICA EN ESPAÑA

 

El homo sapiens está en proceso de ser desplazado por el homo videns, un animal fabricado por la televisión cuya mente ya no es conformada por conceptos, por elaboraciones mentales, sino por imágenes

Giovanni Sartori

 

Contemplo asombrado el veloz proceso de degeneración derivado de la videopolítica. Esta ha mutado hacia una segunda fase, en la que los gabinetes de comunicación de los contendientes, ponen en circulación numerosos videos dirigidos a públicos amigos, en los que se denigra al adversario. Estos han proliferado extraordinariamente, representando un vector de comunicaciones que se complementan con las emitidas por las televisiones. Al tiempo, los tertulianos más avezados y leales a sus patrones políticos y mediáticos promueven videos en TikTok o Instagram para captar nuevos receptores, ensayando audaces formas de persuasión basadas, más que en sus argumentos, en la explotación de repertorios audaces de comunicación no verbal.

La videopolítica alcanza así un nuevo estadio, en el que el parlamento mismo adquiere la naturaleza de un teatro, en la que los contendientes ensayan formas agresivas de comunicación que son filmadas escrupulosamente por los operadores televisivos, para ser difundidas por todas las redes sociales, alimentando fragmentos de distintas clases (videos, memes, zascas, composiciones visuales y otras). Estos fragmentos audiovisuales tienden a desplazar a los proverbiales discursos escritos, ocupando un espacio dominante en el sistema comunicativo total. La última generación de políticos incorporados a las direcciones partidarias ha sido forjada en la batalla de los videos.

En el estadio en que se encuentra el sistema político inaugurado en 1978, la descomposición de sus instituciones, así como el deterioro de las reglas de juego se hace manifiesta. Al tiempo, los partidos van compareciendo como icebergs mediante distintos escándalos de corrupción, que muestran impúdicamente la facilidad con la que se desenvuelven los protagonistas de estos, los clanes políticos-empresariales que proyectan y ejecutan sus negocios con el consentimiento tácito de sus formaciones políticas. Lo nuevo estriba en que las direcciones de los partidos, así como sus medios de comunicación de referencia, presentan profusamente los casos de los rivales, al tiempo que resisten silenciosamente las alusiones a los suyos.

El parlamento y las instituciones representativas se cartelizan, adoptando las formas de las contiendas entre los cárteles de las economías ilegales. La última sesión del parlamento nos obsequió de primeros planos de altas autoridades amenazándose mediante gestos profusos, dotando a las imágenes de una fuerza equivalente a las mejores series policiales. A modo de crónica, es imposible no destacar a las nuevas estrellas de este género: María Jesús Montero, Oscar Puente, Patxi López y otros políticos progresistas, que se homologan con los proverbiales insultadores del pepé. Recuerdo la llegada de Zapatero al gobierno y las sesiones parlamentarias fatales en las que la derecha recurría a la bronca y los insultos. Los antológicos Rafael Hernando, Javier León de la Riva (el alcalde de Valladolid de los morritos de Leire Pajín) y otros artistas de violencias verbales y escénicas.

El paso de los años ha desarrollado en el nuevo pesoe unas capacidades para la bronca equivalentes a los de la derecha. De este modo, las sesiones del Congreso derivan en un espectáculo morboso de competición regida por las acreditadas competencias de insultar, abroncar, satirizar e injuriar a los contrarios. Estas competencias han crecido vertiginosamente en los partidos, que más bien devienen en clanes, en tanto que protegen las operaciones ilegítimas ejecutadas por sus operadores con el mercado y que salen a la luz. La videopolítica ya ha cancelado los análisis políticos para ser sustituidos por fragmentos audiovisuales. En la última sesión del congreso, me impresionó de sobremanera el gesto de Sánchez y Montero, rehuyendo el saludo a Díaz, marcándola así al estilo del padrino, lo que tuvo un impacto notable en el rostro de esta. Ni el mismísimo Coppola hubiera puesto en escena una situación así.

Entretanto, la ministra Margarita Robles, en un fragmento audiovisual sacado de una entrevista, alcanza un rango de memorable pues, así como quien no quiere la cosa, advierte de una guerra necesaria e inminente, nada menos que con Rusia. En un texto se podría argumentar en favor de esa posición, pero en la entrevista realiza una simplificación salvaje: Dice que, al igual que Putin ha invadido Ucrania, va a atacar a otros países europeos, por lo cual debemos prepararnos para la guerra. Esta ministra está chapada a la antigua y carece de competencias teatrales que la sitúen en el centro del volcán comunicativo videopolítico. De ahí resulta que su proposición pase inadvertida. Al no ubicarse en el cuadrilátero para competir a golpes con sus rivales frente a los públicos participantes, elude cualquier control. Tras esta incidencia se esconde una realidad inquietante: la derecha, representada en Aznar situó a España junto a las potencias promotoras de la guerra de Irak. Pues bien, veinte años después, la izquierda, representada en Sánchez, auxiliado por Yolanda Díaz, nos sitúa en la primera línea del frente en la guerra contra el renovado imperio del mal, que siempre se ubica al este.

Una decisión del rango de una guerra, ni es deliberada en el parlamento, ni en las universidades, ni en la inteligencia y la cultura, ni en ningún lugar. La descomposición de la sociedad española alcanza un nivel inédito. Este distanciamiento ascético de las actuaciones del poder político se relaciona, no me cabe la menor duda, con la preponderancia del sistema mediático, que ha debilitado el tejido social y ha reconvertido el tejido político-social en audiencias perplejas, que aceptan sin rechistar cualquier decisión, una buena parte de ellas, en contra de sus propios intereses. En ese ecosistema pervertido de comunicación, cualquier tema puede suscitar un interés provisional si adquiere el formato del guiñol político, caracterizado por una batalla en la que las personas adquieren la forma de muñecos vivientes. Me asombra que, en las próximas elecciones norteamericanas se confronten dos vetustos gerontes que adquieren la forma de estereotipos vivientes.

Confieso mi perplejidad ante el silencio del feminismo, convertido de facto en un sindicato para la defensa de los intereses de las mujeres, pero huérfano de cualquier proyecto de sociedad. Ni una sola voz ha suscitado públicamente el cuestionamiento a la actuación de las mujeres soldado y pilotos israelíes que coprotagonizan las carnicerías humanas en Gaza. Tampoco comprendo porqué se desentienden de la amenaza de una guerra, a la que nos arrastra la OTAN y nos recuerda Margarita Robles. La sociedad española se ha vaciado inquietantemente para transformarse en grupos de interés en el interior del estado.

Desde esta perspectiva se puede comprender la metamorfosis de los partidos convertidos en auténticas bandas que defienden sus intereses materiales especificados en negocios prósperos. El resultado de esta metamorfosis partidaria es la proliferación de violencias sórdidas instaladas en los representantes políticos, que imprimen a los debates parlamentarios y mediáticos una impronta defensiva de trinchera. Me disgusta contemplar cómo los partidos/banda se aglomeran sin grietas ni excepciones para defender a Ábalos o Ayuso. No existe una gama de matices ni posicionamientos, todos compactados frente al enemigo en defensa de su mercado oculto, que es factible en tanto conserven sus posiciones en los distintos gobiernos.

Pero lo más pernicioso es que esta comunicación político-mediática se encuentra orientada inequívocamente a la construcción de un público movilizado y estimulado por el imperativo del enemigo construido. Laborar para construir adictos a ese juego letal del cuadrilátero, esa es la cuestión. Así, en sesiones del congreso han desaparecido discursos propositivos fundados en el análisis riguroso. Los dirigentes ya no discuten de problemas específicos, sino que bombardean a los contrincantes mediante la activación de la hemeroteca. La dinámica de las sesiones remite a reforzar los públicos fieles mediante la advertencia del peligro que porta el rival que puede ocupar las posiciones del gobierno.

Me preocupa la impronta corrosiva e infantiloide de la mayoría de intervenciones de los líderes. En ese medio solo prosperan los gritadores y zascadores. Me impresionan los más jóvenes que se incorporan como relevo. Las estrellas ascendentes son gentes dotadas para esta confrontación de escalada de violencias verbales. Ayuso muestra su destreza en este arte y ya ha formado una escuela. Su sucesora, dotada de aptitudes para la confrontación, armada con un repertorio de frases cortas hirientes y condenas contundentes y rápidas, Noelia Núñez, ya hace sus primeras armas en el Congreso, acreditando su prometedor futuro en esta charca. El contrapunto es María Jesús Montero, que muestra su pericia como habitante del ring hablando de modo semejante a una ametralladora. Pronuncia frases en un tono que las asemeja a las ráfagas. Ahora ha ampliado su repertorio no verbal cerrando un catálogo temible para sus enemigos.

Muchas veces trato de imaginar cómo percibirían Peces-Barba y otros líderes semejantes de los orígenes estas confrontaciones en las que imperan modelos de comportamiento estrictamente gansteriles. En mi entorno cotidiano he podido comprobar lo pernicioso de esta importación de formas de seguir la política determinadas por la infantilización y la futbolización.

 

 

 

 

 

 

viernes, 15 de marzo de 2024

UN VIAJE SUBTERRÁNEO A LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE

 

Jamás deberíamos hablar de nuestra memoria, porque si algo tiene es que no es nuestra; trabaja por su cuenta, nos ayuda engañándonos o quizá nos engaña para ayudarnos.

Julio Cortázar

Siguiendo la recomendación de Cortázar no escribo este texto como ejercicio de mi memoria. Lo que relato aquí es una excursión a la Universidad Complutense en una mañana primaveral del 2024, para acompañar a los contingentes de alumnos que van a las clases utilizando el Metro. Este fue uno de los escenarios en los que se desenvolvió una parte de mi juventud. Aún a pesar de que la comparación siempre termina por interferirse, este es un texto que se ciñe a la realidad vivida a día de hoy. Cada momento de esta incursión me ha producido distintas fascinaciones y perplejidades, que han contribuido, simultáneamente, a movilizar y reducir mi nostalgia.

Empecé este viaje a las diez de la mañana sumergiéndome en el Metro, en la estación de Sáinz de Baranda, en la línea 6 en dirección a Moncloa. El Metro es un espacio sumergido por el que transitan distintas multitudes según los horarios. Hasta las nueve de la mañana comparecen los inscritos en eso que se denomina como mercado de trabajo, prestos a realizar su jornada. Los acompañan las legiones de gentes que se desempeñan en el trabajo desregulado, muchos de ellos extranjeros. Pero, el Metro es un dispositivo en el que entran y salen distintos contingentes humanos unificados por sus horarios.

Después de las diez disminuye la afluencia y cambia el público. En este tramo horario se desplazan principalmente estudiantes; gentes ocupadas en los cuidados mercantilizados; múltiples personas ubicadas en chapuzas y labores ocasionales; laboradores de currículums que recorren el espacio urbano para ofrecerse como candidatos, o gentes que visitan familiares mayores realizando trabajos informales. Estas multitudes habitan en los confines del mercado de trabajo y no son reconocidas por el sistema, el estado, y, en particular, la izquierda, que vive en la nostalgia del fordismo, la vieja fábrica y los conglomerados de trabajadores estables. En estos públicos viajeros, la soberana precariedad, el hecho más determinante de este tiempo, unifica esa nutrida red de categorías específicas de ocupaciones secundarias.

El Metro es la institución de la movilidad que recibe partículas humanas que se conglomeran durante el viaje para diseminarse en las sucesivas estaciones, según el principio de la disgregación de los itinerarios individuales. En la era vigente del capitalismo neoliberal, el diagrama institucional del Metro deviene como modelo para todas las instituciones, incluida la Universidad misma. El principio de individuación que rige entre los viajeros ocasionales se instaura para la gestión de la población de compradores de créditos. Estos acuden a las actividades presenciales según el principio de cada uno según su menú, de modo que se integran en distintos grupos de docencia correspondientes a distintas asignaturas.

Cada cual construye así su horario, que es radicalmente personal, implicando su entrada en distintas clases o seminarios, de los que resulta una trayectoria personal dentro de la institución. El estudiante actual es un nómada que fluye en la red de actividades académicas establecidas, asemejándose a los viajeros subterráneos. Los grupos correspondientes a las clases devienen así en una versión de un vagón del metro, conformando grupos que desde la sociología se han definido como de “cola de autobús”. Contigüidad física con ausencia de relación personal, y, sobre todo, una relación personal provisional, en la que, en cada estación se recompone de nuevo el grupo de viajeros con los que han entrado y los que han salido.

El Metro y la Universidad representan modelos sociales e institucionales que presentan coherencias con la institución central de la precariedad, al producir sujetos individuales dotados de objetivos diferenciados, de modo que no pueden ser aglomerados en nada estable. Lo más relevante radica en los efectos sobre la subjetividad, que es modelada mediante lazos débiles y provisionales, y nunca asentada en un espacio. El sujeto precario es una entidad autónoma que fluye en un diagrama social, al igual que el sujeto de las instituciones de la movilidad, bien el automóvil -cada cual encerrado en su cabina- o el metro. Desde algunas sociologías críticas se explica este proceso de individuación como capitalismo postfordista. El primer conglomerado estable que se disuelve es la vieja fábrica fordista.

Una vez que accedí al vagón me encontré con un espacio en el que rige el principio de individuación más radical, en tanto que los viajeros se ignoran mutuamente al estar concentrados en las pantallas de sus sagrados smartphones. Siempre que vivo esta situación no puedo evitar un elogio a la capacidad de concentración de tan laboriosos hiperconectados. No se ve ni una distracción. Se puede identificar una disciplina encomiable. Recuerdo que en alguna ocasión fui a mi facultad de Granada a las aulas que abrían por las noches en tiempo de exámenes. Cada estudiante se asentaba en una mesa. Una vez resuelta su ubicación, la gente salía a aprovisionarse de viandas y bebidas, además de cultivar los encuentros con otros esforzados preparadores de exámenes. Una vez vueltos a su lugar comparecía su sistema relacional que demandaba atención en el móvil. El resultado era que una persona que había estado cuatro horas allí, había estudiado solo dos. De ahí mi elogio a los viajeros subterráneos que aprovechan todo su tiempo de viaje en los deberes digitales.

En la tercera estación, en ese sistema congelado del vagón, aparece un músico que instala su altavoz y nos obsequia con una canción, solicitando al final una ayuda. Después, apareció un hombre de unos sesenta años pidiendo una ayuda, dada su situación desesperada. Al llegar a la estación de Cuatro Caminos otro hombre, extraordinariamente flaco y desaliñado, pidió para desayunar. En los tres casos, nadie prestó atención alguna, practicando el arte de no mirar. En cualquier caso, en un sistema social como un vagón parece imposible practicar la mendicidad. Cada cual está pensando en la estación de destino, y, además, entre los cuerpos presentes parece imposible cualquier conexión. Pero el sistema social dualizado produce unas grandes reservas humanas en situación de miseria extrema, de modo que se hace presente en todos los espacios que carezcan de barreras de entrada.

Al llegar a la estación de Ciudad Universitaria abandoné el vagón y me integré en la multitud andante de camino a las facultades. Me encanta vivir este sistema de individuación tan radical. La gente sale de sus vagones y se aglomera en la dirección de las escaleras mecánicas de la salida. Allí se integra en otra forma social dotada de una geometría peculiar: la fila o la cola. Esta adopta la forma de cada cual antes del siguiente y después del anterior. En la salida de nuevo se dispersan en distintas direcciones, aunque todas unificadas por el destino final común: desembocar en un aula en la que son aglomerados en filas y columnas. En la dirección de mi vieja facultad, pude meditar acerca de la perfección del sistema de poder. Un sujeto gobernable y gobernado, móvil, que transita entre distintos contenedores espaciales y se encuentra conectado a un sistema hipermóvil de contenidos: mensajes, videos y fragmentos audiovisuales.

Esta excursión vivida concluyó con el retorno de una vieja idea personal que incubé en los años del 15 M y siguientes, en la que tuvieron lugar muchos textos, interacciones, movilizaciones y estados de efervescencia política, hasta que el sistema recuperó su viejo equilibrio reabsorbiendo los contenidos críticos, mediatizándolos en las televisiones como simulacro, y haciendo ministros, consejeros, concejales o asesores a una parte de los contestatarios. Se trata de utilizar la fila de modo inverso a su significación. La fila es un medio de organizar un conjunto de personas de modo que se dificulte su interacción, lo cual favorece a quien las gestiona. Por eso es universal en medios educativos, militares, industriales y otros.

Esta idea se basa en constituir filas que adopten las formas de los ciempiés, fluyendo por las aceras en múltiples trayectorias visibilizando una disidencia. Estas no requieren convocatoria, ni dimensión, ni se encuentran fuera de la legalidad. Desde siempre he imaginado la potencialidad de esta forma de acción y he imaginado una ciudad en la que aparecen distintas culebras en diversos espacios. Pero, a día de hoy, me parece imposible renovar los repertorios de acción de unos movimientos sociales subordinados a las televisiones o los partidos políticos. Las élites partidarias viven un momento de declive cognoscitivo manifiesto y la mayoría de los sujetos políticos se encuentran determinados por la supervivencia.

Esta fue una mañana vivida entre una nube de conectados que se encontraban desconectados entre sí, así como estudiantes prestos a vivir su mañana en las formaciones sociales del vagón de metro, las filas y las aulas. El estado de las zonas ajardinadas de la Complutense, contiguas al Parque del Oeste, se mostraban desoladas, desiertas. Estaban esperando revivir las noches del largo finde, recibiendo a los fugados de los tránsitos entre los vagones, las filas y las aulas que conforman lo que se entiende como botellón. Este adopta una configuración espacial de grupos compactos de sujetos huidos de sus severos contenedores sociales. En este conglomerado humano tienen lugar, también, múltiples trayectorias individuales.

 

 

 

 

martes, 12 de marzo de 2024

LA OMS, LAS PANDEMIAS Y LA ÚLTIMA VERSIÓN DEL TEMOR DE DIOS

 

El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; los insensatos desprecian la sabiduría y la disciplina.

Proverbios 1:7

No seas sabio en tu propia opinión; más bien, teme al Señor y huye del mal. Esto infundirá salud a tu cuerpo y fortalecerá tu ser

 Proverbios 3: 7-8

Pero para ustedes que temen mi nombre, se levantará el sol de justicia trayendo en sus rayos salud. Y ustedes saldrán saltando como becerros recién alimentados

Malaquías 4:2

El temor de Dios es un elemento central y estructurante de las religiones monoteístas. Durante muchos siglos ha tenido un efecto homogeneizador sobre distintas personas y poblaciones. El desarrollo de la Modernidad ha rebajado sustantivamente esta presión formidable para tan atribulados fieles, suavizando gradualmente la coerción. Pero permanece inalterable el precepto que otorga sentido a estas prácticas religiosas: se trata de obtener una aceptación e interiorización total y absoluta, renunciando a la deliberación interior. El sujeto practicante debe asumir su infinitud frente a la deidad, de modo que se entregue integralmente a esta adoptando una sumisión completa. Así se construye una obediencia ciega que implica un abandono en las manos de la legión de clérigos que hablan en nombre de la divinidad.

En el curso de la Modernidad este modelo ha cedido a formas coercitivas más blandas. Pero, al mismo tiempo, ha transferido este modelo de capitulación personal frente a un ser superior a distintas formaciones y constelaciones organizativas que han remodelado ese arquetipo individual de persona sometida a una autoridad que encarna una finalidad superior.  La renuncia a la iniciativa propia; la propensión a la aceptación sin dudas ni preguntas; el blindaje frente a otros portadores de otras verdades; la obediencia sin contrapartidas, son los elementos de ese arquetipo individual autosometido a una autoridad superior, que comenzó en las rigoristas iglesias medievales y, en el presente, adopta distintas formas que llegan hasta la apoteosis de ser “seguidor” en las redes sociales. No hay experiencia más sórdida que encontrarse cara a cara con un seguidor o fan del Real Madrid, Ayuso, Rosalía, Jordi Évole  y tantas otras divinidades menores.

En las vigentes sociedades postdisciplinarias, que son principalmente postmediáticas, proliferan deidades menores que transitan en ciclos temporales suscitando pasiones entre sus seguidores. Los medios, y la televisión en particular, son los espacios en donde se procede a la construcción de idolatrías. En estos días se puede identificar una colosal actividad de santificación de Mbappé. Pero este sistema heredero de las viejas religiones opera mediante la reafirmación de los nuevos brujos/santos, que son los expertos. Estos constituyen la forma contemporánea más generalizada de sancionar ídolos mediante la denegación de la autonomía y especificidad de las personas, al convertirlas en seguidores de los expertos, que comparecen monopolizando la voz y apelando a nuestra fe en sus peroratas modeladas por los lenguajes científicos, presentados como el sumun del esoterismo.

La pandemia de la Covid 19 ha inaugurado una nueva época, en la que la amplia troupe de virólogos, epidemiólogos, urgenciólogos, salubristas y otras especies sanitarias, se acercaron al rango obtenido por los vetustos representantes de Dios en la Tierra. Esta clase de expertos en la semidiosa salud, operaron mediante los viejos códigos religiosos. Así, el principio de la sabiduría era obedecer y no preguntar. Es decir, creer. El fundamento de esa fe en la nueva autoridad superior fue la amenaza frente al pérfido virus. La salvación radica en creer y obedecer. De ese modo esta troupe profesional emitió disposiciones incuestionables que los convirtió en expertos en la vida e ingenieros de la intimidación. Las imágenes de sus prédicas custodiados por los mandos policiales fueron antológicas.

Para cerrar el análisis del dominio de esa casta sacerdotal sobre la población en el nombre de que la sabiduría estriba en someterse alegremente al saber superior de los providenciales salvadores, los fieles contagiables se congregaban en los balcones para practicar sus oraciones y sus plegarias. Desde esta perspectiva, un elemento cultural esencial de este sistema neoreligioso, es el de construir a sus propios impíos, herejes y paganos, que son designados con el prodigioso tópico de “negacionistas”. Estos son aquellos que no aceptan las sagradas palabras de los expertos, que se supone que detentan el rango de Sagradas Escrituras, de modo que no es pertinente que sean deliberadas y discutidas por tan minúsculos discordantes. Se supone que estos han perdido su noción de seres mortales, olvidando su miserable envergadura frente a los nuevos gigantes de la Ciencia, el Estado, la Industria o la Medicina.

Para cerrar esta reflexión, es pertinente asociar el viejo concepto de “pueblo de Dios” con el nuevo concepto de “pueblo vacunado”. En la gigantesca operación de la vacunación, un hito en la industria farmacéutica, se concertaron varias formas de coacción frente a los pretenciosos contestatarios. El estado estableció el pasaporte Covid, en tanto que los medios pusieron en escena múltiples formas de desacreditación de los negacionistas malignos. Por último, en la asistencia sanitaria se hizo imposible, expresar dudas siquiera, con respecto a las vacunas. Todos los artificios conceptuales, resultantes de una larga era de secularización de la medicina -autonomía del paciente, consentimiento informado y otros- quedaron hechos añicos. La restricción de acceso brutal y las condiciones de hospitalización significaron un retroceso extraordinario. Recuerdo las colas al sol frente a los centros de salud y otros episodios emblemáticos de la gran regresión sanitaria.

En esta nueva sociedad en la que reina una nueva divinidad experta, que pretende convertirnos en autómatas de la aceptación incondicional, brilla especialmente la OMS. Para esta la pandemia fue “una oportunidad”, dicho en el lenguaje de la empresa postfordista. Esta significó un salto para ubicarse en el privilegiado campo de los decisores y operadores políticos, es decir, por encima de los estados nacionales. Ahora llegan noticias del novísimo Tratado de Pandemias, en el que se sanciona su autoridad jerárquica sobre los estados, ejerciendo el control sobre las poblaciones en nombre de la salud. Desde esta perspectiva, la pandemia fue la primera de la serie de pandemias que anuncian un perfeccionamiento en el arte de confinar poblaciones y domesticar drásticamente a las personas, consideradas como moléculas integrantes de los conglomerados humanos vacunables, es decir, como componentes de un sistema gobernado por el principio supremo de bioseguridad.

Llama la atención el silencio y la complicidad de tan benévola organización con respecto a la facticidad de una guerra global. Pero, cualquier análisis sociológico riguroso pone de manifiesto que, con las pandemias, el complejo médico-industrial adquiere la condición de líder en la gobernanza mundial, reduciendo la diferencia con el complejo militar-industrial. Lo paradójico radica en su supuesta incompatibilidad, en tanto que este último puede reducir contundentemente los contingentes de la población vacunable. Lo más perverso de este tiempo es la desviación de finalidades y la opacidad de los verdaderos fines. De esta forma, la OMS incrementa su condición de macroorganización cargada de misterios y secretos, que, al igual que las viejas iglesias devienen ininteligibles. Así que es menester restaurar el principio de que la sabiduría estriba en creer y aceptar. "no seas sabio en tu opinión". Tienes que ser recatado (sensato).

jueves, 7 de marzo de 2024

EL ASCENSO DE LA ULTRADERECHA. DOS TEXTOS DE AUTORES ARGENTINOS

 

El ascenso de la ultraderecha es un fenómeno poliédrico que no puede ser interpretado desde los análisis de los politólogos empiristas, que lo sitúan en el comienzo de una escala. Estos análisis se caracterizan por su trivialidad. Tampoco es pertinente comprender esta emergencia de la ultraderecha como un revival del franquismo o de los fascismos de los años treinta. Pero, estos análisis triviales se prodigan en España, tanto en los periódicos digitales de la izquierda, o, más bien, del progresismo mediático. La inteligencia española, refugiada en la universidad, tampoco se ocupa en profundidad de este tema, que queda a merced de estereotipos gruesos.

La victoria de Milei en Argentina ha suscitado una resistencia que produce análisis más centrados en la Historia o las Ciencias Sociales. Desde hace un par de meses leo distintos trabajos sólidos. Por eso me he decidido a subir aquí dos textos que considero clarificadores y que abren la cuestión de la nueva ultraderecha. Ambos autores, tanto Miguel Mazzeo como Agustín Valle, aportan una visión global de este fenómeno, insertado en el presente de las nuevas sociedades definidas mediante la suma de varios prefijos post. Podéis encontrar en internet distintos textos de ambos. Ambos trabajos están publicados en “El Lobo Suelto”, para quienes prefieran leerlos en su versión original. El de Mazzeo lo podéis encontrar aquí. El segundo de Valle aquí.

 Para quienes vivimos en Madrid, la cuestión de la libertad totalitaria está a la orden del día. Espero que su lectura sea tan gratificante como ha sido para mí, liberado del banal enfoque de la videopolítica española,

 

SOBRE EL REALISMO DE LA ULTRADERECHA. MÁS ALLÁ DE LA DEMENCIA Y LA MAGIA

MIGUEL MAZZEO

Es evidente que los valores y las formas de convivencia del siglo XX están en crisis: se han tornado estériles y esterilizantes. Su incapacidad de producir comunidad política (incluyendo “comunidad nacional”) se profundiza y no pueden contrarrestar los dispositivos sistémicos orientados a la creación de nuevas esclavas y nuevos esclavos. Estos valores y estas formas de convivencia se han convertido en un adorno de mal gusto, en un género paralizante, y no abundan (aunque tampoco faltan) las voces y las experiencias que asumen su necesaria desfetichización. Pero los valores de reemplazo y las formas de convivencia alternativas, aún no terminan de fraguar.

La ultraderecha supo aprovecharse de ese vacío y de la fluidez del proceso de deshumanización sistémica. Gradualmente fue imponiendo su lenguaje. Sus patrañas encontraron un nicho en la esclerosis de la sociedad burguesa, en el agotamiento de sus artificios y de sus retóricas moralizantes y/o administrativas (“gestionarias”). A partir de estas condiciones decidió concretar el futuro distópico del capital. Su distopía es, por lo tanto, “realista”. Así, la ultraderecha se adueñó del riesgo y la confianza. Agita la historicidad del capital a los cuatro vientos. Lanza ofensivas frontales tendientes a arrasar con la diversidad residual del mundo.

La ultraderecha parece tener más conciencia de la época histórica que las fuerzas de izquierda, nacional-populares y progresistas. Por eso se ubica en el umbral de esa época y, de alguna manera, se adueña de ella. La ultraderecha es obscena porque sabe que actúa en el sentido de la transformación real del mundo. Asume una función preparatoria del terreno para su Ciudad Futura, la ciudad del caos. Es agente de un dinamismo histórico perverso. De ahí sus aspiraciones desmesuradas, de ahí su “furor heroico” (en los términos de Giordano Bruno). 

La ultraderecha avanzó sobre el terreno que le cedió “gentilmente” la política que resignó cuotas de autonomía, que no fue capaz de sostener sus lógicas propias, que no supo resguardarse como esfera relativamente independiente para incidir en las condiciones económico-sociales fundamentales. La ultraderecha se consolidó a partir de una crisis de los medios “clásicos” a los que recurría el capital para fundar y conservar la dominación social.

La degradación del ars político burgués (en formato liberal o populista) diseminó energías sociales y le allanó el camino a la magia, a la cábala. Hizo posible la llegada al gobierno de Argentina de un delirante que cree que puede apropiarse de esas energías y reconducirlas. Le ofrendó una cuota de poder a un desquiciado que considera que hay condiciones para enlazar la tierra y el cielo, es decir: unir las “fuerzas inferiores” con las “fuerzas superiores”. Giovanni Pico de la Mirandola, el autor de la célebre Oratio de homini dignitate (Discurso sobre la dignidad del hombre) sostenía que la magia (se refería a la astrología puntualmente) convertía a las personas en miserables, ansiosas, inquietas y desafortunadas.

La ultraderecha se sabe emergente de la crisis irreversible de las viejas instituciones de la sociedad salarial, de la democracia liberal y del viejo Estado-nación burgués. Una crisis que incluye a los modos tradicionales de construcción de comunidad política. También sabe que sus contendientes, mientras continúen aferrados a esas instituciones, a ese Estado y a esos modos de construcción de comunidad política, permanecerán incapaces de seleccionar “otra herencia” y tramar otros modos de hacer comunidad, no recuperarán la confianza en su poder-hacer, no alcanzarán jamás la estatura de contendientes sistémicos y no darán la pelea por los temas esenciales, o no serán eficaces en esas disputas. Por lo tanto, la ultraderecha es conciente de la debilidad de sus contendientes y puede presentarlos como exponentes del pasado, como personeros de una degradación, reservándose para sí la condición de efigie del futuro.

La falta de ambición (¡y de realismo!) de sus contendientes (¡nuestra debilidad!) envalentona y le da bríos a la ultraderecha. La ultraderecha, además, confía en el grado inédito de domesticación (o de desquicio, o de impotencia y resignación) históricamente alcanzado por las clases subalternas. La ultraderecha posee indicios de que es posible ejercer la violencia erradicando los efectos que pueden permitirle a las clases subalternas descifrar la realidad. Considera que la violencia no despertará ninguna inteligencia colectiva, ninguna voluntad general. Supone que ya no hay condiciones para ellas. Tal vez se equivoque.  

Esas certezas hacen que la ultraderecha carezca de sentido del ridículo, de toda vergüenza política, y que encuentre en su ignorancia y en su impiedad un motivo de orgullo. Va de suyo: esas certezas también le sirven para sumar adhesiones lo que, por supuesto, agrega notas deprimentes. Por eso la ultraderecha habla y habla. Habla y hasta imagina. Habla lenguajes de monsergas. Habla lenguajes dogmáticos. Habla lenguajes contrainsurgentes. Imagina un mundo sin contradicciones. Apela a retóricas anacrónicas e impiadosas para estigmatizar todo aquello que se opone a lo que considera el “orden natural”. Por eso asume un cariz provocador y se burla de toda instancia contradictora, de las trabajadoras y los trabajadores, de las y los pobres. Banaliza el hambre de millones. Pone en riesgo la existencia misma del Estado-nación (sin importarle demasiado el contenido burgués de ese Estado y el peso que tiene lo burgués en la identidad nacional hegemónica). Realiza una apología abierta de la crueldad. En efecto, hace décadas que la burguesía ha dejado de nutrirse de enciclopedismos, escolasticismos y abstractos humanismos.

De este modo, la ultraderecha está condiciones de presentar cada “conquista” como una anticipación del futuro. Mientras que, del otro lado (nuestro lado) prima la ambigüedad, con tendencias espontáneas a aferrarse a las retóricas características del siglo XX, ya sean liberaloides, social-cristianas, social-demócratas o leninistas-formalistas. Del otro lado (nuestro lado) solo hay seguridades respecto de lo que no se quiere: ese futuro distópico para el trabajo, la naturaleza y la vida. Pero nos cuesta salir de las coordenadas del viejo humanismo y asumir las de un humanismo crítico y radical: capaz de cuestionar a fondo la propiedad privada, el colonialismo, el patriarcado, etc. El humanismo abstracto ya no sirve como “disparador” para que el subalterno tome conciencia de su dignidad. El humanismo será anticapitalista o no será. Los caminos “intermedios”, más elípticos y menos ríspidos, conducen al mismo sitio que los caminos de la ultraderecha.    

La ultraderecha inoculó en una parte importante de la sociedad la idea de que las leyes –salvo las leyes del mercado– son una convención arbitraria destinada a limitar a los más fuertes, que el derecho del más fuerte también es un derecho; convenció a muchas personas de la inviabilidad de toda comunidad humana.

De un modo extraño, pero siempre ahorrando subterfugios y máscaras, la ultraderecha intenta constituirse en la gran herejía de Occidente. Pone el énfasis en las porciones más criminales de Occidente y las exalta. De ahí, seguramente, los ardores sacramentales que asume en nuestro país y “la espesa contextura arcaica de la magia” de la que hablaba Max Weber.   

La formación subjetiva de las clases subalternas se ha convertido en una cárcel de alta seguridad que se presenta como el summun de la libertad. Una paradójica formación subjetiva capaz de erradicar el pensamiento y la voluntad (salvo la voluntad de objetivar). Obviamente, se trata de una formación subjetiva claustrofóbica.

A pesar de todo, lo popular subsiste y resiste por fuera del lenguaje de la ultraderecha que aspira a convertirse en hegemónico. Subsiste y resiste impuro (de otro modo sería imposible), incluso bajo el dialecto de una falsa mansedumbre. Todavía quedan resabios de identidades subalternas que expresan un “ser-excedente”, fruto de diversas praxis liberadas del sometimiento.

Se gesta por abajo una religión secreta: un “vudú” que siempre será incomprensible para el dominador. Existen ámbitos y experiencias populares que liberan cuotas significativas de lo que los antiguos estoicos (y más tarde San Buenaventura) llamaron “razón seminal”, una potencia activa, lúcida, sensible y creativa. Y no escasean las identidades subalternas orgullosamente reivindicadas, incluso como insumos para reconstruir la nación (la plurinación) desde abajo. Solo el mercado capitalista genera seres fracasados y resentidos. Las comunidades autoorganizadas saben forjar seres que pueden llegar a ser sublimes. Seres capaces de indignarse frente aquellos que predican la austeridad a los hambrientos y el esfuerzo a los fatigados

Una parte importante de nuestra sociedad todavía conserva la capacidad de construir comunes en torno a diversos ítems: la subsistencia material y afectiva, modos de apropiación de territorios, el dolor por nuestras muertas y nuestros muertos, la rebeldía colectiva, etc. Esa capacidad es estratégica y nuestro enemigo (destructor de comunes) lo sabe.

Entonces: ¿cómo ayudar a producir lo que San Jerónimo, entre otros, llamó “sindéresis”, esto es: la chispa que enciende la conciencia llamada a liberar a los seres humanos de la idiotez moral? ¿Cómo instituir una dialéctica que contribuya a que las clases subalternas y oprimidas descubramos nuestra humanidad y la pongamos en valor? ¿Cómo hacer para erigirle a la ultraderecha un contendiente sistémico capaz de dar la disputa en los términos que ella misma privilegia en su agenda, es decir, una disputa en torno a la riqueza, la propiedad privada, la financiarización, el extractivismo, etc.? ¿Cómo hacer para que los procesos de liberación se extiendan y se multipliquen por todo el tejido social? ¿Cómo recuperar la idea de una “profecía activa” de y para las clases subalternas y oprimidas?

No lo sabemos a ciencia cierta. Solo sabemos que son tareas urgentes.

 

 

LIBERTAD TOTALITARIA (Y TELAM)

AGUSTÍN VALLE

La libertad puede concebirse llanamente como la ausencia de impedimentos (o constricciones) para realizar el propio arbitrio, o más bien como la posibilidad de elaborar deseos y sentidos autónomos. La primera es una libertad sobre todo “externa”, en el sentido de que concierne a nuestras acciones más o menos visibles y menosprecia la dimensión “interna” donde el mundo da forma a nuestros deseos, introyectado en nuestro cuerpo y psique. Se bromea sobre lo “virgo” de algunos adherentes al purismo capitalista, pero encarnan ciertamente una concepción virginal o incondicionada del deseo: como si no se produjera ya tocado por fuerzas mundanas. Un yo autopercibido libre a priori, en su constitución, como si la subjetividad naciera libre, sin condicionamientos ni orientaciones de las fuerzas sociales (de manera que, incluso aunque mi deseo justo coincida exacto con los patrones dominantes, se autopercibe libre y “propio”). De allí el carácter “negativo” (Bobbio) de esta concepción de libertad: se define por la ausencia de fuerzas externas que te obstaculicen (o empujen). Yo libre y que nadie me joda. No es una libertad que se forje, que se labre, como la libertad “positiva” (la posibilidad de elaborar valores, sentidos, modos). No requiere crear, sino despejar entes molestos (de allí que es la concepción de libertad más adecuada para sujetos producidos por la posesión de capital, aunque no se limita a ellos). En su propio gen, entonces, esta libertad consiste en suprimir o reprimir fuerzas percibidas como escollos u obstáculos a su despliegue impoluto.

La represión, censura y persecución ideológica en nombre de la libertad, pues, no son una contradicción: es una concepción de la libertad totalitaria por naturaleza. Que se corresponde con el contragolpe histórico del yo (tecnificado en la conectividad), que toma su deseo espontáneo como libre e imperial (aquí resuena la línea que, según Piglia en Respiración Artificial, va del yo cartesiano a Hitler). Así, esta “libertad negativa” es óptima para para reproducir obediencia y sumisión de fondo: libertad para el deseo que la dominación produce. Libertad que replica los valores establecidos -la obviedad del valor dominante-. Depende y reproduce la obviedad, la libertad totalitaria; crear valores y sentidos nuevos no es asunto suyo. Solo puede ser fanática de lo dominante, y quiere liberarse de todo lo que no se pliegue a esa obviedad -verbigracia el capital, la razón de Negocio, la ganancia privada-. Toda rugosidad que ralentice el liso e inmediato verificarse de su tautología, es enemiga de la libertad totalitaria. ¿Para qué dejar una agencia de noticias pública, que no persigue ganancia privada? Si ya hay medios capitalistas suficientes y libres para verificar el estado de cosas. La del capital es la única verdad; si Clarín miente, Télam es en sí mismo una mentira, para la libertad totalitaria.

 

 

domingo, 3 de marzo de 2024

EL LARGO EPÍLOGO DE LA PANDEMIA. EL AFLORAMIENTO DE LOS SECRETOS

 

No hay secreto que el tiempo no revele

Jean- Baptiste Racine

Si la interacción humana está condicionada por la capacidad de hablar, está moldeada por la capacidad de guardar silencio

Georg Simmel

 

La pandemia de la Covid 19 ha sido un acontecimiento poliédrico que ha mantenido una parte esencial de su naturaleza efectivamente oculta.  En tanto que por los medios de comunicación y los poderes políticos se define como un evento sanitario que introduce nuevas formas de gestión de las poblaciones, se evidencia que ha representado el ensayo de una nueva forma de gobierno, así como un colosal experimento de control social.  Así, la pandemia ha generado la intensificación de las barreras entre las élites y poblaciones, expandiendo el área oculta del sistema de decisiones. De este modo, se ha fraguado un acervo nutrido de secretos inaccesibles a la gran mayoría de ciudadanos. En estos días comparece una de las más sólidas dimensiones ocultas: la frenética actividad de distintos grupos enclavados en ese espacio gris formado por la intersección entre el estado y el mercado, para obtener lucro en el tráfico de las mascarillas.

Tras la decisión de enmascararnos a todos, además de las motivaciones sanitarias -en abierta discusión hoy- se encontraba un inédito y floreciente mercado que privilegiaba a distintos grupos ubicados en los gobiernos, que poseían la información y los medios para materializar el negocio. Llama la atención la agilidad y competencia de estos clanes político-empresariales, para detectar el negocio y materializarlo en un tiempo récord. Así se consuma la paradoja de que en el tiempo en que nos encontrábamos recluidos en los domicilios, estas élites acreditaron una movilidad formidable.  En un reciente tuit, Juan Gérvas decía que “En la pandemia covid19 unos murieron (sobre todo pobres y viejos) y otros se enriquecieron (sobre todo ricos y del entorno político). Si esto es la calderilla, las mascarillas, podemos imaginar el negocio corrupto de las vacunas, de los test de diagnóstico, de medicamentos, etc”. Suscribo esta afirmación. Se ha desvelado una parte de la actividad del estado/mercado con respecto a la calderilla, pero lo fuerte lucrativo permanece en riguroso secreto.

Ciertamente, la pandemia ha estimulado la imaginación para los negocios, que contrasta con las rutinas que rigen los decires y haceres de los próceres políticos para los asuntos públicos. Los acontecimientos de estos días, muestran la ebullición de una parte sustancial de las cúpulas partidarias, convertidas ahora en directivos estatales, para detectar y ejecutar operaciones que les obsequian con unos beneficios más que generosos. Lo que me pregunto en mi intimidad es qué porcentaje de energía y tiempo queda para la función de gobierno, una vez que los negocios tan fluidos se materializan en tan corto tiempo, y se renuevan vertiginosamente, consumiendo energías de tan laboriosos dirigentes.

La significación de estas actividades es inequívoca: se trata de una corrupción de grandes dimensiones. Sin ánimo de definirla en este texto sí quiero enunciar un enfoque sociológico. La cuestión no es sólo jurídica, que estriba en determinar qué preceptos penales han violado, sino que, desde mi perspectiva, se magnifican dos cuestiones esenciales: la desviación de fines y la sofisticación del arte de ocultar. Después de estas operaciones, los grupos de activistas del estado y del mercado, comparten una red de secretos formidable. La resultante de estas actividades es la magnificación de la mentira, que ocupa un lugar estelar en los discursos políticos y mediáticos. En este sistema mediático-político se ha asentado un fondo denso y pantanoso, que, al igual que el marino, enturbia las aguas, aún a pesar del buen hacer de los operadores televisivos para ocultar, o, cuando es inevitable que salgan, tratarlas disolviéndolas en el flujo informativo. Esta es la época de oro del arte de ocultar mostrando.

Otra cuestión axial remite a los protagonistas. Las imágenes de Ábalos y Koldo son inigualables. Los arquetipos de los traficantes de mascarillas enlazan con otros “casos” de corrupción detectados en el largo postfranquismo, confirmando un patrón estético.  Lo cutre alcanza un nivel cosmológico. En torno a Jesús Gil se puede enlistar a una serie de personajes antológicos que comparecen en todas las ocasiones. El último iceberg mediático fue el de el “henmano” de Ayuso, que ahora es reemplazado por los protegidos por el fornido Koldo. Pero insisto, la pregunta que formularía a los investigados se refiere a cuánto tiempo han dedicado a los contactos, a los encuentros, a los cálculos, a las operaciones asociadas a estas actividades estatales/empresariales.

No obstante, es justo reconocer la competencia sublime de estos clanes políticos y empresariales, para producir, acumular y preservar las numerosas acciones que protagonizan e instituyen como secretos, de modo que sus discursos públicos devienen en mentiras. En estos días, se visibiliza una verdadera sinfonía de silencios, así como una formidable exposición del noble arte de mentir, que es interpretado por la orquesta del estado/mercado con una competencia exquisita. Desde siempre he admirado a los grandes actores de mi época, como Mario Conde o Ruiz Mateos, capaces de desempeñar papeles que minimicen sus fechorías financieras. Tengo que admitir que Ábalos no defrauda en la creación del personaje desventurado, que llega a llorar cuando recuerda a sus compañeros de partido.

Así como, tras más de cuarenta años de este régimen, tengo la convicción de que los actores políticos tienen un nivel intelectivo cada vez menor, se evidencia que sus competencias teatrales han experimentado un salto prodigioso. De todos. No es de extrañar que, como actores, se prodigan en videos en las redes en tanto que desaparecen los discursos escritos. En un ecosistema de esta naturaleza, el secreto y la mentira brillan esplendorosamente. El resultado es que las discusiones en las instituciones se polarizan en desmontar los secretos y las mentiras de los adversarios, en detrimento de proyectos propositivos.

Pero, el hecho más flagrante de esta historia, radica en el silencio monacal de la profesión médica, y, en particular, de las legiones de epidemiólogos y salubristas que avalaron el encierro y las medidas de restricción de la vida cotidiana. No puedo evitar un sentimiento de vergüenza, en tanto que participante durante tantos años en el sistema sanitario. Algunas personas que conocí y que representaban posiciones del progresismo sanitario, están hoy en los centros de decisión, que son los de la intersección con el mercado, y que los define como guardianes de los secretos y cómplices de los discursos de ocultación, es decir, de las mentiras oficiales. Después de emplazarnos a renunciar a nuestra vida y movilidad en la pandemia, mediante una catarata de sermones salubristas en las televisiones, han seguido el modelo del maestro Fernando Simón, que él mismo se oculta con la esperanza de ser olvidado. Pues bien, no dicen una palabra acerca de los traficantes de mascarillas.

La mayor paradoja de este asunto, es que, mientras que nos han despersonalizado y silenciado en nombre de la salud, obligándonos a ocultar nuestro rostro, cuando el mercado oculto sanitario sale a flote, se mantienen las pautas de la estrecha relación existente entre la corrupción y los rostros de sus arquetipos personales. Los rostros de los guapos (Zaplana, Camps, Chaves, Urdangarín); los de los que denomino como los franceses, por similitud con los prodigiosos hampones del cine negro francés (Barrionuevo, Vera, Jaume Matas, hijos de Ruiz Mateos…) y los de serie negra dura (Koldo, Juan Guerra, Roldán, Álvaro Pérez el bigotes, Granados, González…). Es insuperable la presencia pública de Ábalos escoltado por Koldo, que conforma un cuadro iconográfico que no veíamos desde El Padrino de Coppola.

Tantas transformaciones esenciales en las sociedades contemporáneas y se mantienen incólumes los modelos de interacción en la zona gris de intersección entre el mercado y el estado. Eso ni siquiera está en trance de ser digitalizado.  Así, los encuentros entre los altos dirigentes de los ministerios y los empresarios, con objeto de identificar las áreas de negocio y acordar, tienen lugar en un lugar tan emblemático como son las marisquerías. Estas se localizan en reservados aislados y protegidos de las miradas. Las marisquerías devienen en las sedes de los secretos compartidos incubados en sus encuentros. Hace un par de años protesté reiteradamente en twitter porque el alcalde de Madrid cerraba los parques al tiempo que frecuentaba una marisquería próxima a mi casa, dotada no solo de reservados, sino incluso de salidas distintas.

Las actividades secretas de los próceres políticos y empresariales van a ir saliendo pausadamente. Por eso es previsible que el epílogo de la pandemia se dilate en el tiempo. Yo espero ver la emergencia de lo grueso, las vacunas los test y medicamentos. Para ello tiene que producirse una circunstancia que quiebre lo que, en palabras de Simmel, es la capacidad de guardar silencio. Pero si esto se produce, estoy persuadido que reflotará un rostro especial, al estilo de toda la saga del régimen del 78.