Presentación
PRESENTACIÓN Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
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Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog. |
viernes, 29 de marzo de 2024
DEL NAZISMO AL POSMOCAPITALISMO - ADRIÁN ZELAIA
jueves, 21 de marzo de 2024
CARLOS MAZÓN Y EL GOBIERNO DE LOS AGRACIADOS (Y DE LOS DESGRACIADOS)
La gratitud de muchos no es más que
la secreta esperanza de recibir beneficios nuevos y mayores
François de
La Rochefoucauld
Solo hay dos formas
de vivir la vida: una, es pensando que nada es un milagro y la otra, es creer
que todo lo es.
Albert Einstein
La videopolítica se ha
consolidado desplazando las viejas formas de hacer política y relegando los
discursos escritos. La segunda fase de la videopolítica ya está aquí y se
caracteriza por la preeminencia de los actores en detrimento de los discursos y
programas. En los últimos meses proliferan
los videos protagonizados por personas que forman parte de la contienda por la
conquista o la retención del gobierno. Algunos son cargos representativos y
otros tertulianos experimentados. En este flujo de videos, una buena parte de
los mismos difumina el mensaje político ensalzando la imagen del protagonista.
En anteriores entradas he comentado algunos que me suscitan bochorno, y, a
pesar de la dura competencia, Marta Lois, devenida en una portavoz del
marxismo-parapentismo, consigue encabezar este oscuro ranking con sus vuelos filmados
en parapente y el vaciado de sus bolsos.
Pero, entre la generación de
líderes políticos nacidos de la victoria del PP en las pasadas elecciones
autonómicas uno destaca inequívocamente: Carlos Mazón, Presidente de la
Comunidad Valenciana. Este representante
político, heredero del ínclito Eduardo Zaplana y Camps, se ha lanzado a la
producción de videos que registran toda su ajetreada actividad social. Todos
los días sube a TikTok decenas de videos que muestran encuentros personales con
falleros, industriales, trabajadores, policías, amas de casa, niños,
estudiantes y todo tipo de gentes.
La línea que sigue Mazón es la
despolitización. En los videos se presenta como una persona normal que pregunta o apoya a su
interlocutor en alguna cuestión que se muestra como una actividad no sujeta a
opciones o deliberación alguna. Las recientes Fallas han sido hiperexplotadas
por este ascendente histrión. De este modo transita por distintos escenarios de
la vida cotidiana para desproblematizarlos consagrando la normalidad. En no
pocos casos, este apoya manifiestamente a sus interlocutores. El caso de los
toreros es paradigmático. El resultado de este activismo desenfrenado en el que
se sustenta su política de comunicación es el de la potenciación de su imagen
de presidente investido por la normalidad y relativamente distanciado de su
función convencional, que tiene que ejercer en un campo en el que siempre
existen varias opciones entre las que hay que dirimir.
Mazón construye una imagen de que
se corresponde con el vetusto y sabio precepto enunciado por Franco y dirigido
a sus ministros “Les recomiendo que no se metan en política”. Es menester
reconocer la maestría en este arte de la persuasión indirecta del presidente
valenciano. Reconozco que sus dotes teatrales lo sitúan en el grupo de cabeza
de políticos en el tormentoso y declinante régimen del 78. Disfrazado de
fallero, en una entrevista en la televisión catalana, conversando con personas
mayores… el presidente-actor muestra sus competencias en la fabricación de su
imagen de persona que se encuentra por encima del bien y del mal. En este
sentido, su modelo referencial es el que durante tantos años practicó el Rey
Emérito Juan Carlos.
Esta forma de ejercer la
representación política implica una priorización de las actividades de
producción y refuerzo de su imagen en la perspectiva de las siguientes
elecciones en detrimento de las actividades de dirección política y
administrativa derivadas de su cargo. En estos años de restauración de la
normalidad en el sistema político español tras la irrupción de opciones
críticas en 2014, son practicadas por todos los partidos, cuyas intervenciones
se orientan a descalificar las actuaciones del adversario, menoscabando las
propuestas en la definición e implementación de políticas públicas. En este
caso, asistimos a la emergencia de un nuevo populismo de derechas de gran envergadura.
Parece inevitable recordar el antecedente de la señora Rita, antigua alcaldesa
de Valencia y maestra en el arte de disolver la política en un conjunto de
imágenes profusas.
Cuando veo algún video de Mazón,
recuerdo que en los interrogatorios que sufrí en la Dirección General de
Seguridad, ejecutados por los policías de la Brigada Social, ellos siempre
recurrían a la idea de normalidad. Se presentaban a sí mismos como gente normal
y se esforzaban en definirme como un bicho “anormal”. Con posterioridad, me he
encontrado en la vida con muchas personas perniciosas que se calificaban a sí
mismos como normales. Tengo que reconocer que Mazón alcanza casi la perfección
en sus comparecencias públicas con distintos paisanos. Su capacidad de
disfrazarse es extraordinariamente sutil. Así ha cristalizado en una suerte de
Trump valenciano, dotado de la proverbial calma asociada a la apacible vida
mediterránea.
Entre los numerosos videos que he
visto protagonizados por este compulsivo activista audiovisual, uno me ha
llamado poderosamente la atención, en tanto condensa el espíritu prevaleciente
en los distintos gobiernos del régimen del 78. En este, aparece en un despacho
oficial con varios de sus técnicos, anunciando que va a sortear varias entradas
para presenciar la mascletá de las Fallas en las primeras filas. De este modo,
redistribuye las posiciones privilegiadas de las primeras filas, introduciendo
un pequeño grupo de personas resultantes del premio en el sorteo, a los que
califica con el término de “agraciados”. Estos podrán compartir con las élites
permanentes estas privilegiadas posiciones, para retornar en la próxima edición
a la masa concentrada en la retaguardia.
Mazón, con mucha pompa se dirige
al ordenador y teclea este para discernir el número agraciado. Este aparece
sobre una gran pantalla en la pared. Ese número y los siguientes, hasta
completar el cupo de agraciados, son los afortunados que disfrutarán de un
privilegio por un día. El presidente aprovecha el sorteo filmado para presentar
su mano como dotada de la virtud de agraciar a varios de los inscritos en la
lista de candidatos. Termina felicitándolos y concluye aprovechando hasta el
último suspiro su imagen benevolente.
La mecánica del sorteo y sus significaciones
implican la glorificación del azar. Desde el comienzo de la flamante democracia
española, ha tenido lugar un largo proceso de reestructuración social, por el
que grandes contingentes de personas, desde los años noventa generaciones, han
sido desalojados de posiciones estables, configurando una sociedad definida por
las inestabilidades resultantes de la confluencia entre la precarización y la
asunción de la condición central de inquilino. Este proceso de reclasamiento ha
caminado paralelo al auge de los juegos de azar. Grandes contingentes de
personas asumen las contrapartidas negativas de la debilidad de las posiciones
sociales en las que se encuentran, compensándolas con las ensoñaciones
promovidas por los juegos de azar, que suscitan energías mentales polarizadas a
las esperanzas.
En la nueva sociedad española, la
institución central de las Apuestas Mutuas y los locales en las que estos se
encuentran enclavados, representan un tráfico de ilusiones monumental, que
termina, en muchos casos, por articular temporalmente la vida cotidiana en
ciclos temporales establecidos entre los sorteos. En este contexto, el juego se
ha expandido a todas las esferas de la vida. Mazón sintetiza magistralmente su
proyecto de acción política seleccionando los agraciados entre la enorme masa
de no agraciados, por no decir desgraciados. Para la gente joven, el largo
camino entre los años setenta y hoy, se puede representar en que, en aquél
pasado. No pocos accedieron a una vivienda en propiedad, que entonces costaba aproximadamente
quince o veinte salarios mensuales.
Ahora, tras la larga
reestructuración social, las cosas están en bastante más de doscientos
cincuenta salarios para adquirir la propiedad. No es de extrañar que el orden
social y político se base en la debilidad de los dos grandes contingentes de
inquilinos e hipotecados, cruzados con los continentes laborales de los
becarios, precarios, interinos y otras especies amenazadas por la caducidad.
Esa gran sociedad de (des)graciados celebra las ceremonias instituidas por los
poderes estatales de constituir pequeños grupos de agraciados. En cualquier
caso, intuyo que Mazón va a dar mucho juego a este blog.
lunes, 18 de marzo de 2024
LA ESCALADA DE LA VIDEOPOLÍTICA EN ESPAÑA
El homo sapiens está en proceso de
ser desplazado por el homo videns, un animal fabricado por la televisión cuya
mente ya no es conformada por conceptos, por elaboraciones mentales, sino por
imágenes
Giovanni
Sartori
Contemplo
asombrado el veloz proceso de degeneración derivado de la videopolítica. Esta
ha mutado hacia una segunda fase, en la que los gabinetes de comunicación de
los contendientes, ponen en circulación numerosos videos dirigidos a públicos amigos, en los que se denigra al
adversario. Estos han proliferado extraordinariamente, representando un vector
de comunicaciones que se complementan con las emitidas por las televisiones. Al
tiempo, los tertulianos más avezados y leales a sus patrones políticos y
mediáticos promueven videos en TikTok o Instagram para captar nuevos
receptores, ensayando audaces formas de persuasión basadas, más que en sus
argumentos, en la explotación de repertorios audaces de comunicación no verbal.
La
videopolítica alcanza así un nuevo estadio, en el que el parlamento mismo
adquiere la naturaleza de un teatro, en la que los contendientes ensayan formas
agresivas de comunicación que son filmadas escrupulosamente por los operadores
televisivos, para ser difundidas por todas las redes sociales, alimentando
fragmentos de distintas clases (videos, memes, zascas, composiciones visuales y
otras). Estos fragmentos audiovisuales tienden a desplazar a los proverbiales
discursos escritos, ocupando un espacio dominante en el sistema comunicativo
total. La última generación de políticos incorporados a las direcciones
partidarias ha sido forjada en la batalla de los videos.
En el
estadio en que se encuentra el sistema político inaugurado en 1978, la
descomposición de sus instituciones, así como el deterioro de las reglas de
juego se hace manifiesta. Al tiempo, los partidos van compareciendo como
icebergs mediante distintos escándalos de corrupción, que muestran
impúdicamente la facilidad con la que se desenvuelven los protagonistas de estos,
los clanes políticos-empresariales que proyectan y ejecutan sus negocios con el
consentimiento tácito de sus formaciones políticas. Lo nuevo estriba en que las
direcciones de los partidos, así como sus medios de comunicación de referencia,
presentan profusamente los casos de los rivales, al tiempo que resisten
silenciosamente las alusiones a los suyos.
El
parlamento y las instituciones representativas se cartelizan, adoptando las
formas de las contiendas entre los cárteles de las economías ilegales. La
última sesión del parlamento nos obsequió de primeros planos de altas
autoridades amenazándose mediante gestos profusos, dotando a las imágenes de
una fuerza equivalente a las mejores series policiales. A modo de crónica, es
imposible no destacar a las nuevas estrellas de este género: María Jesús
Montero, Oscar Puente, Patxi López y otros políticos progresistas, que se
homologan con los proverbiales insultadores del pepé. Recuerdo la llegada de
Zapatero al gobierno y las sesiones parlamentarias fatales en las que la
derecha recurría a la bronca y los insultos. Los antológicos Rafael Hernando,
Javier León de la Riva (el alcalde de Valladolid de los morritos de Leire
Pajín) y otros artistas de violencias verbales y escénicas.
El paso de
los años ha desarrollado en el nuevo pesoe unas capacidades para la bronca
equivalentes a los de la derecha. De este modo, las sesiones del Congreso
derivan en un espectáculo morboso de competición regida por las acreditadas competencias
de insultar, abroncar, satirizar e injuriar a los contrarios. Estas
competencias han crecido vertiginosamente en los partidos, que más bien
devienen en clanes, en tanto que protegen las operaciones ilegítimas ejecutadas
por sus operadores con el mercado y que salen a la luz. La videopolítica ya ha
cancelado los análisis políticos para ser sustituidos por fragmentos
audiovisuales. En la última sesión del congreso, me impresionó de sobremanera
el gesto de Sánchez y Montero, rehuyendo el saludo a Díaz, marcándola así al
estilo del padrino, lo que tuvo un impacto notable en el rostro de esta. Ni el
mismísimo Coppola hubiera puesto en escena una situación así.
Entretanto,
la ministra Margarita Robles, en un fragmento audiovisual sacado de una
entrevista, alcanza un rango de memorable pues, así como quien no quiere la
cosa, advierte de una guerra necesaria e inminente, nada menos que con Rusia.
En un texto se podría argumentar en favor de esa posición, pero en la
entrevista realiza una simplificación salvaje: Dice que, al igual que Putin ha invadido
Ucrania, va a atacar a otros países europeos, por lo cual debemos prepararnos
para la guerra. Esta ministra está chapada a la antigua y carece de
competencias teatrales que la sitúen en el centro del volcán comunicativo
videopolítico. De ahí resulta que su proposición pase inadvertida. Al no
ubicarse en el cuadrilátero para competir a golpes con sus rivales frente a los
públicos participantes, elude cualquier control. Tras esta incidencia se
esconde una realidad inquietante: la derecha, representada en Aznar situó a
España junto a las potencias promotoras de la guerra de Irak. Pues bien, veinte
años después, la izquierda, representada en Sánchez, auxiliado por Yolanda
Díaz, nos sitúa en la primera línea del frente en la guerra contra el renovado imperio
del mal, que siempre se ubica al este.
Una decisión
del rango de una guerra, ni es deliberada en el parlamento, ni en las
universidades, ni en la inteligencia y la cultura, ni en ningún lugar. La
descomposición de la sociedad española alcanza un nivel inédito. Este
distanciamiento ascético de las actuaciones del poder político se relaciona, no
me cabe la menor duda, con la preponderancia del sistema mediático, que ha
debilitado el tejido social y ha reconvertido el tejido político-social en
audiencias perplejas, que aceptan sin rechistar cualquier decisión, una buena
parte de ellas, en contra de sus propios intereses. En ese ecosistema
pervertido de comunicación, cualquier tema puede suscitar un interés
provisional si adquiere el formato del guiñol político, caracterizado por una
batalla en la que las personas adquieren la forma de muñecos vivientes. Me
asombra que, en las próximas elecciones norteamericanas se confronten dos
vetustos gerontes que adquieren la forma de estereotipos vivientes.
Confieso mi
perplejidad ante el silencio del feminismo, convertido de facto en un sindicato
para la defensa de los intereses de las mujeres, pero huérfano de cualquier
proyecto de sociedad. Ni una sola voz ha suscitado públicamente el
cuestionamiento a la actuación de las mujeres soldado y pilotos israelíes que
coprotagonizan las carnicerías humanas en Gaza. Tampoco comprendo porqué se
desentienden de la amenaza de una guerra, a la que nos arrastra la OTAN y nos
recuerda Margarita Robles. La sociedad española se ha vaciado inquietantemente
para transformarse en grupos de interés en el interior del estado.
Desde esta
perspectiva se puede comprender la metamorfosis de los partidos convertidos en
auténticas bandas que defienden sus intereses materiales especificados en
negocios prósperos. El resultado de esta metamorfosis partidaria es la
proliferación de violencias sórdidas instaladas en los representantes
políticos, que imprimen a los debates parlamentarios y mediáticos una impronta
defensiva de trinchera. Me disgusta contemplar cómo los partidos/banda se
aglomeran sin grietas ni excepciones para defender a Ábalos o Ayuso. No existe
una gama de matices ni posicionamientos, todos compactados frente al enemigo en
defensa de su mercado oculto, que es factible en tanto conserven sus posiciones
en los distintos gobiernos.
Pero lo más
pernicioso es que esta comunicación político-mediática se encuentra orientada
inequívocamente a la construcción de un público movilizado y estimulado por el
imperativo del enemigo construido. Laborar para construir adictos a ese juego
letal del cuadrilátero, esa es la cuestión. Así, en sesiones del congreso han
desaparecido discursos propositivos fundados en el análisis riguroso. Los
dirigentes ya no discuten de problemas específicos, sino que bombardean a los
contrincantes mediante la activación de la hemeroteca. La dinámica de las
sesiones remite a reforzar los públicos fieles mediante la advertencia del
peligro que porta el rival que puede ocupar las posiciones del gobierno.
Me preocupa
la impronta corrosiva e infantiloide de la mayoría de intervenciones de los
líderes. En ese medio solo prosperan los gritadores y zascadores. Me
impresionan los más jóvenes que se incorporan como relevo. Las estrellas
ascendentes son gentes dotadas para esta confrontación de escalada de
violencias verbales. Ayuso muestra su destreza en este arte y ya ha formado una
escuela. Su sucesora, dotada de aptitudes para la confrontación, armada con un
repertorio de frases cortas hirientes y condenas contundentes y rápidas, Noelia
Núñez, ya hace sus primeras armas en el Congreso, acreditando su prometedor
futuro en esta charca. El contrapunto es María Jesús Montero, que muestra su
pericia como habitante del ring hablando de modo semejante a una ametralladora.
Pronuncia frases en un tono que las asemeja a las ráfagas. Ahora ha ampliado su
repertorio no verbal cerrando un catálogo temible para sus enemigos.
Muchas veces
trato de imaginar cómo percibirían Peces-Barba y otros líderes semejantes de
los orígenes estas confrontaciones en las que imperan modelos de comportamiento
estrictamente gansteriles. En mi entorno cotidiano he podido comprobar lo
pernicioso de esta importación de formas de seguir la política determinadas por
la infantilización y la futbolización.
viernes, 15 de marzo de 2024
UN VIAJE SUBTERRÁNEO A LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE
Jamás deberíamos hablar de
nuestra memoria, porque si algo tiene es que no es nuestra; trabaja por su
cuenta, nos ayuda engañándonos o quizá nos engaña para ayudarnos.
Julio
Cortázar
Siguiendo la
recomendación de Cortázar no escribo este texto como ejercicio de mi memoria.
Lo que relato aquí es una excursión a
la Universidad Complutense en una mañana primaveral del 2024, para acompañar a
los contingentes de alumnos que van a las clases utilizando el Metro. Este fue
uno de los escenarios en los que se desenvolvió una parte de mi juventud. Aún a
pesar de que la comparación siempre termina por interferirse, este es un texto
que se ciñe a la realidad vivida a día de hoy. Cada momento de esta incursión
me ha producido distintas fascinaciones y perplejidades, que han contribuido,
simultáneamente, a movilizar y reducir mi nostalgia.
Empecé este viaje a las diez de la mañana
sumergiéndome en el Metro, en la estación de Sáinz de Baranda, en la línea 6 en
dirección a Moncloa. El Metro es un espacio sumergido por el que transitan
distintas multitudes según los horarios. Hasta las nueve de la mañana
comparecen los inscritos en eso que se denomina como mercado de trabajo,
prestos a realizar su jornada. Los acompañan las legiones de gentes que se
desempeñan en el trabajo desregulado, muchos de ellos extranjeros. Pero, el
Metro es un dispositivo en el que entran y salen distintos contingentes humanos
unificados por sus horarios.
Después de
las diez disminuye la afluencia y cambia el público. En este tramo horario se
desplazan principalmente estudiantes; gentes ocupadas en los cuidados
mercantilizados; múltiples personas ubicadas en chapuzas y labores ocasionales;
laboradores de currículums que recorren el espacio urbano para ofrecerse como
candidatos, o gentes que visitan familiares mayores realizando trabajos
informales. Estas multitudes habitan en los confines del mercado de trabajo y
no son reconocidas por el sistema, el estado, y, en particular, la izquierda,
que vive en la nostalgia del fordismo, la vieja fábrica y los conglomerados de
trabajadores estables. En estos públicos viajeros, la soberana precariedad, el
hecho más determinante de este tiempo, unifica esa nutrida red de categorías específicas
de ocupaciones secundarias.
El Metro es
la institución de la movilidad que recibe partículas humanas que se conglomeran
durante el viaje para diseminarse en las sucesivas estaciones, según el
principio de la disgregación de los itinerarios individuales. En la era vigente
del capitalismo neoliberal, el diagrama institucional del Metro deviene como
modelo para todas las instituciones, incluida la Universidad misma. El
principio de individuación que rige entre los viajeros ocasionales se instaura
para la gestión de la población de compradores de créditos. Estos acuden a las
actividades presenciales según el principio de cada uno según su menú, de modo
que se integran en distintos grupos de docencia correspondientes a distintas
asignaturas.
Cada cual
construye así su horario, que es radicalmente personal, implicando su entrada
en distintas clases o seminarios, de los que resulta una trayectoria personal
dentro de la institución. El estudiante actual es un nómada que fluye en la red
de actividades académicas establecidas, asemejándose a los viajeros
subterráneos. Los grupos correspondientes a las clases devienen así en una
versión de un vagón del metro, conformando grupos que desde la sociología se
han definido como de “cola de autobús”. Contigüidad física con ausencia de
relación personal, y, sobre todo, una relación personal provisional, en la que,
en cada estación se recompone de nuevo el grupo de viajeros con los que han
entrado y los que han salido.
El Metro y
la Universidad representan modelos sociales e institucionales que presentan
coherencias con la institución central de la precariedad, al producir sujetos
individuales dotados de objetivos diferenciados, de modo que no pueden ser
aglomerados en nada estable. Lo más relevante radica en los efectos sobre la subjetividad,
que es modelada mediante lazos débiles y provisionales, y nunca asentada en un
espacio. El sujeto precario es una entidad autónoma que fluye en un diagrama
social, al igual que el sujeto de las instituciones de la movilidad, bien el
automóvil -cada cual encerrado en su cabina- o el metro. Desde algunas
sociologías críticas se explica este proceso de individuación como capitalismo
postfordista. El primer conglomerado estable que se disuelve es la vieja
fábrica fordista.
Una vez que
accedí al vagón me encontré con un espacio en el que rige el principio de
individuación más radical, en tanto que los viajeros se ignoran mutuamente al
estar concentrados en las pantallas de sus sagrados smartphones. Siempre que
vivo esta situación no puedo evitar un elogio a la capacidad de concentración
de tan laboriosos hiperconectados. No se ve ni una distracción. Se puede
identificar una disciplina encomiable. Recuerdo que en alguna ocasión fui a mi
facultad de Granada a las aulas que abrían por las noches en tiempo de
exámenes. Cada estudiante se asentaba en una mesa. Una vez resuelta su
ubicación, la gente salía a aprovisionarse de viandas y bebidas, además de
cultivar los encuentros con otros esforzados preparadores de exámenes. Una vez
vueltos a su lugar comparecía su sistema relacional que demandaba atención en
el móvil. El resultado era que una persona que había estado cuatro horas allí,
había estudiado solo dos. De ahí mi elogio a los viajeros subterráneos que
aprovechan todo su tiempo de viaje en los deberes digitales.
En la
tercera estación, en ese sistema congelado del vagón, aparece un músico que
instala su altavoz y nos obsequia con una canción, solicitando al final una
ayuda. Después, apareció un hombre de unos sesenta años pidiendo una ayuda,
dada su situación desesperada. Al llegar a la estación de Cuatro Caminos otro
hombre, extraordinariamente flaco y desaliñado, pidió para desayunar. En los
tres casos, nadie prestó atención alguna, practicando el arte de no mirar. En
cualquier caso, en un sistema social como un vagón parece imposible practicar
la mendicidad. Cada cual está pensando en la estación de destino, y, además,
entre los cuerpos presentes parece imposible cualquier conexión. Pero el
sistema social dualizado produce unas grandes reservas humanas en situación de
miseria extrema, de modo que se hace presente en todos los espacios que
carezcan de barreras de entrada.
Al llegar a
la estación de Ciudad Universitaria abandoné el vagón y me integré en la
multitud andante de camino a las facultades. Me encanta vivir este sistema de
individuación tan radical. La gente sale de sus vagones y se aglomera en la
dirección de las escaleras mecánicas de la salida. Allí se integra en otra
forma social dotada de una geometría peculiar: la fila o la cola. Esta adopta
la forma de cada cual antes del siguiente y después del anterior. En la salida
de nuevo se dispersan en distintas direcciones, aunque todas unificadas por el
destino final común: desembocar en un aula en la que son aglomerados en filas y
columnas. En la dirección de mi vieja facultad, pude meditar acerca de la
perfección del sistema de poder. Un sujeto gobernable y gobernado, móvil, que
transita entre distintos contenedores espaciales y se encuentra conectado a un
sistema hipermóvil de contenidos: mensajes, videos y fragmentos audiovisuales.
Esta excursión vivida concluyó con el retorno
de una vieja idea personal que incubé en los años del 15 M y siguientes, en la
que tuvieron lugar muchos textos, interacciones, movilizaciones y estados de
efervescencia política, hasta que el sistema recuperó su viejo equilibrio
reabsorbiendo los contenidos críticos, mediatizándolos en las televisiones como
simulacro, y haciendo ministros, consejeros, concejales o asesores a una parte
de los contestatarios. Se trata de utilizar la fila de modo inverso a su
significación. La fila es un medio de organizar un conjunto de personas de modo
que se dificulte su interacción, lo cual favorece a quien las gestiona. Por eso
es universal en medios educativos, militares, industriales y otros.
Esta idea se
basa en constituir filas que adopten las formas de los ciempiés, fluyendo por
las aceras en múltiples trayectorias visibilizando una disidencia. Estas no
requieren convocatoria, ni dimensión, ni se encuentran fuera de la legalidad.
Desde siempre he imaginado la potencialidad de esta forma de acción y he
imaginado una ciudad en la que aparecen distintas culebras en diversos espacios. Pero, a día de hoy, me parece
imposible renovar los repertorios de acción de unos movimientos sociales
subordinados a las televisiones o los partidos políticos. Las élites
partidarias viven un momento de declive cognoscitivo manifiesto y la mayoría de
los sujetos políticos se encuentran determinados por la supervivencia.
Esta fue una
mañana vivida entre una nube de conectados que se encontraban desconectados
entre sí, así como estudiantes prestos a vivir su mañana en las formaciones
sociales del vagón de metro, las filas y las aulas. El estado de las zonas
ajardinadas de la Complutense, contiguas al Parque del Oeste, se mostraban
desoladas, desiertas. Estaban esperando revivir las noches del largo finde,
recibiendo a los fugados de los tránsitos entre los vagones, las filas y las
aulas que conforman lo que se entiende como botellón. Este adopta una
configuración espacial de grupos compactos de sujetos huidos de sus severos
contenedores sociales. En este conglomerado humano tienen lugar, también,
múltiples trayectorias individuales.
martes, 12 de marzo de 2024
LA OMS, LAS PANDEMIAS Y LA ÚLTIMA VERSIÓN DEL TEMOR DE DIOS
El principio de la sabiduría es
el temor de Jehová; los insensatos desprecian la sabiduría y la
disciplina.
Proverbios
1:7
No seas sabio en tu propia opinión;
más bien, teme al Señor y huye del mal. Esto infundirá salud a tu cuerpo y
fortalecerá tu ser
Pero para ustedes que temen mi
nombre, se levantará el sol de justicia trayendo en sus rayos salud. Y ustedes
saldrán saltando como becerros recién alimentados
Malaquías
4:2
El temor de
Dios es un elemento central y estructurante de las religiones monoteístas.
Durante muchos siglos ha tenido un efecto homogeneizador sobre distintas personas
y poblaciones. El desarrollo de la Modernidad ha rebajado sustantivamente esta
presión formidable para tan atribulados fieles, suavizando gradualmente la
coerción. Pero permanece inalterable el precepto que otorga sentido a estas
prácticas religiosas: se trata de obtener una aceptación e interiorización
total y absoluta, renunciando a la deliberación interior. El sujeto practicante
debe asumir su infinitud frente a la deidad, de modo que se entregue
integralmente a esta adoptando una sumisión completa. Así se construye una
obediencia ciega que implica un abandono en las manos de la legión de clérigos
que hablan en nombre de la divinidad.
En el curso
de la Modernidad este modelo ha cedido a formas coercitivas más blandas. Pero,
al mismo tiempo, ha transferido este modelo de capitulación personal frente a
un ser superior a distintas formaciones y constelaciones organizativas que han
remodelado ese arquetipo individual de persona sometida a una autoridad que
encarna una finalidad superior. La
renuncia a la iniciativa propia; la propensión a la aceptación sin dudas ni
preguntas; el blindaje frente a otros portadores de otras verdades; la obediencia
sin contrapartidas, son los elementos de ese arquetipo individual autosometido
a una autoridad superior, que comenzó en las rigoristas iglesias medievales y,
en el presente, adopta distintas formas que llegan hasta la apoteosis de ser
“seguidor” en las redes sociales. No hay experiencia más sórdida que
encontrarse cara a cara con un seguidor o fan del Real Madrid, Ayuso, Rosalía,
Jordi Évole y tantas otras divinidades
menores.
En las
vigentes sociedades postdisciplinarias, que son principalmente postmediáticas,
proliferan deidades menores que transitan en ciclos temporales suscitando
pasiones entre sus seguidores. Los medios, y la televisión en particular, son
los espacios en donde se procede a la construcción de idolatrías. En estos días
se puede identificar una colosal actividad de santificación de Mbappé. Pero
este sistema heredero de las viejas religiones opera mediante la reafirmación
de los nuevos brujos/santos, que son los expertos. Estos constituyen la forma
contemporánea más generalizada de sancionar ídolos mediante la denegación de la
autonomía y especificidad de las personas, al convertirlas en seguidores de los
expertos, que comparecen monopolizando la voz y apelando a nuestra fe en sus
peroratas modeladas por los lenguajes científicos, presentados como el sumun
del esoterismo.
La pandemia
de la Covid 19 ha inaugurado una nueva época, en la que la amplia troupe de
virólogos, epidemiólogos, urgenciólogos, salubristas y otras especies
sanitarias, se acercaron al rango obtenido por los vetustos representantes de
Dios en la Tierra. Esta clase de expertos en la semidiosa salud, operaron
mediante los viejos códigos religiosos. Así, el principio de la sabiduría era
obedecer y no preguntar. Es decir, creer. El fundamento de esa fe en la nueva
autoridad superior fue la amenaza frente al pérfido virus. La salvación radica
en creer y obedecer. De ese modo esta troupe profesional emitió disposiciones
incuestionables que los convirtió en expertos en la vida e ingenieros de la
intimidación. Las imágenes de sus prédicas custodiados por los mandos
policiales fueron antológicas.
Para cerrar
el análisis del dominio de esa casta sacerdotal sobre la población en el nombre
de que la sabiduría estriba en someterse alegremente al saber superior de los
providenciales salvadores, los fieles contagiables se congregaban en los
balcones para practicar sus oraciones y sus plegarias. Desde esta perspectiva,
un elemento cultural esencial de este sistema neoreligioso, es el de construir
a sus propios impíos, herejes y paganos, que son designados con el prodigioso
tópico de “negacionistas”. Estos son aquellos que no aceptan las sagradas palabras
de los expertos, que se supone que detentan el rango de Sagradas Escrituras, de
modo que no es pertinente que sean deliberadas y discutidas por tan minúsculos
discordantes. Se supone que estos han perdido su noción de seres mortales,
olvidando su miserable envergadura frente a los nuevos gigantes de la Ciencia,
el Estado, la Industria o la Medicina.
Para cerrar
esta reflexión, es pertinente asociar el viejo concepto de “pueblo de Dios” con
el nuevo concepto de “pueblo vacunado”. En la gigantesca operación de la
vacunación, un hito en la industria farmacéutica, se concertaron varias formas
de coacción frente a los pretenciosos contestatarios. El estado estableció el
pasaporte Covid, en tanto que los medios pusieron en escena múltiples formas de
desacreditación de los negacionistas malignos. Por último, en la asistencia
sanitaria se hizo imposible, expresar dudas siquiera, con respecto a las
vacunas. Todos los artificios conceptuales, resultantes de una larga era de
secularización de la medicina -autonomía del paciente, consentimiento informado
y otros- quedaron hechos añicos. La restricción de acceso brutal y las
condiciones de hospitalización significaron un retroceso extraordinario.
Recuerdo las colas al sol frente a los centros de salud y otros episodios
emblemáticos de la gran regresión sanitaria.
En esta
nueva sociedad en la que reina una nueva divinidad experta, que pretende
convertirnos en autómatas de la aceptación incondicional, brilla especialmente
la OMS. Para esta la pandemia fue “una oportunidad”, dicho en el lenguaje de la
empresa postfordista. Esta significó un salto para ubicarse en el privilegiado
campo de los decisores y operadores políticos, es decir, por encima de los
estados nacionales. Ahora llegan noticias del novísimo Tratado de Pandemias, en
el que se sanciona su autoridad jerárquica sobre los estados, ejerciendo el
control sobre las poblaciones en nombre de la salud. Desde esta perspectiva, la
pandemia fue la primera de la serie de pandemias que anuncian un
perfeccionamiento en el arte de confinar poblaciones y domesticar drásticamente
a las personas, consideradas como moléculas integrantes de los conglomerados
humanos vacunables, es decir, como componentes de un sistema gobernado por el
principio supremo de bioseguridad.
Llama la atención
el silencio y la complicidad de tan benévola organización con respecto a la
facticidad de una guerra global. Pero, cualquier análisis sociológico riguroso
pone de manifiesto que, con las pandemias, el complejo médico-industrial adquiere
la condición de líder en la gobernanza mundial, reduciendo la diferencia con el
complejo militar-industrial. Lo paradójico radica en su supuesta
incompatibilidad, en tanto que este último puede reducir contundentemente los
contingentes de la población vacunable. Lo más perverso de este tiempo es la
desviación de finalidades y la opacidad de los verdaderos fines. De esta forma,
la OMS incrementa su condición de macroorganización cargada de misterios y
secretos, que, al igual que las viejas iglesias devienen ininteligibles. Así
que es menester restaurar el principio de que la sabiduría estriba en creer y
aceptar. "no seas sabio en tu opinión". Tienes que ser recatado (sensato).
jueves, 7 de marzo de 2024
EL ASCENSO DE LA ULTRADERECHA. DOS TEXTOS DE AUTORES ARGENTINOS
El ascenso
de la ultraderecha es un fenómeno poliédrico que no puede ser interpretado
desde los análisis de los politólogos empiristas, que lo sitúan en el comienzo
de una escala. Estos análisis se caracterizan por su trivialidad. Tampoco es
pertinente comprender esta emergencia de la ultraderecha como un revival del
franquismo o de los fascismos de los años treinta. Pero, estos análisis
triviales se prodigan en España, tanto en los periódicos digitales de la
izquierda, o, más bien, del progresismo mediático. La inteligencia española,
refugiada en la universidad, tampoco se ocupa en profundidad de este tema, que
queda a merced de estereotipos gruesos.
La victoria
de Milei en Argentina ha suscitado una resistencia que produce análisis más
centrados en la Historia o las Ciencias Sociales. Desde hace un par de meses
leo distintos trabajos sólidos. Por eso me he decidido a subir aquí dos textos
que considero clarificadores y que abren la cuestión de la nueva ultraderecha.
Ambos autores, tanto Miguel Mazzeo como Agustín Valle, aportan una visión
global de este fenómeno, insertado en el presente de las nuevas sociedades
definidas mediante la suma de varios prefijos post. Podéis encontrar en internet
distintos textos de ambos. Ambos trabajos están publicados en “El Lobo Suelto”,
para quienes prefieran leerlos en su versión original. El de Mazzeo lo podéis
encontrar aquí. El segundo de Valle aquí.
Para quienes vivimos en Madrid, la cuestión de
la libertad totalitaria está a la orden del día. Espero que su lectura sea tan
gratificante como ha sido para mí, liberado del banal enfoque de la
videopolítica española,
SOBRE EL REALISMO DE LA
ULTRADERECHA. MÁS ALLÁ DE LA DEMENCIA Y LA MAGIA
MIGUEL MAZZEO
Es evidente
que los valores y las formas de convivencia del siglo XX están en crisis: se
han tornado estériles y esterilizantes. Su incapacidad de producir comunidad
política (incluyendo “comunidad nacional”) se profundiza y no pueden
contrarrestar los dispositivos sistémicos orientados a la creación de nuevas
esclavas y nuevos esclavos. Estos valores y estas formas de convivencia se han
convertido en un adorno de mal gusto, en un género paralizante, y no abundan
(aunque tampoco faltan) las voces y las experiencias que asumen su necesaria
desfetichización. Pero los valores de reemplazo y las formas de convivencia
alternativas, aún no terminan de fraguar.
La
ultraderecha supo aprovecharse de ese vacío y de la fluidez del proceso de
deshumanización sistémica. Gradualmente fue imponiendo su lenguaje. Sus
patrañas encontraron un nicho en la esclerosis de la sociedad burguesa, en el
agotamiento de sus artificios y de sus retóricas moralizantes y/o
administrativas (“gestionarias”). A partir de estas condiciones decidió concretar
el futuro distópico del capital. Su distopía es, por lo tanto, “realista”. Así,
la ultraderecha se adueñó del riesgo y la confianza. Agita la historicidad del
capital a los cuatro vientos. Lanza ofensivas frontales tendientes a arrasar
con la diversidad residual del mundo.
La
ultraderecha parece tener más conciencia de la época histórica que las fuerzas
de izquierda, nacional-populares y progresistas. Por eso se ubica en el umbral
de esa época y, de alguna manera, se adueña de ella. La ultraderecha es obscena
porque sabe que actúa en el sentido de la transformación real del mundo. Asume
una función preparatoria del terreno para su Ciudad Futura, la ciudad del caos.
Es agente de un dinamismo histórico perverso. De ahí sus aspiraciones
desmesuradas, de ahí su “furor heroico” (en los términos de Giordano
Bruno).
La
ultraderecha avanzó sobre el terreno que le cedió “gentilmente” la política que
resignó cuotas de autonomía, que no fue capaz de sostener sus lógicas propias,
que no supo resguardarse como esfera relativamente independiente para incidir
en las condiciones económico-sociales fundamentales. La ultraderecha se
consolidó a partir de una crisis de los medios “clásicos” a los que recurría el
capital para fundar y conservar la dominación social.
La degradación
del ars político burgués (en formato liberal o populista) diseminó energías
sociales y le allanó el camino a la magia, a la cábala. Hizo posible la llegada
al gobierno de Argentina de un delirante que cree que puede apropiarse de esas
energías y reconducirlas. Le ofrendó una cuota de poder a un desquiciado que
considera que hay condiciones para enlazar la tierra y el cielo, es decir: unir
las “fuerzas inferiores” con las “fuerzas superiores”. Giovanni Pico de la
Mirandola, el autor de la célebre Oratio de homini dignitate (Discurso sobre la
dignidad del hombre) sostenía que la magia (se refería a la astrología
puntualmente) convertía a las personas en miserables, ansiosas, inquietas y
desafortunadas.
La
ultraderecha se sabe emergente de la crisis irreversible de las viejas
instituciones de la sociedad salarial, de la democracia liberal y del viejo
Estado-nación burgués. Una crisis que incluye a los modos tradicionales de
construcción de comunidad política. También sabe que sus contendientes, mientras
continúen aferrados a esas instituciones, a ese Estado y a esos modos de
construcción de comunidad política, permanecerán incapaces de seleccionar “otra
herencia” y tramar otros modos de hacer comunidad, no recuperarán la confianza
en su poder-hacer, no alcanzarán jamás la estatura de contendientes sistémicos
y no darán la pelea por los temas esenciales, o no serán eficaces en esas
disputas. Por lo tanto, la ultraderecha es conciente de la debilidad de sus
contendientes y puede presentarlos como exponentes del pasado, como personeros
de una degradación, reservándose para sí la condición de efigie del futuro.
La falta de
ambición (¡y de realismo!) de sus contendientes (¡nuestra debilidad!)
envalentona y le da bríos a la ultraderecha. La ultraderecha, además, confía en
el grado inédito de domesticación (o de desquicio, o de impotencia y
resignación) históricamente alcanzado por las clases subalternas. La
ultraderecha posee indicios de que es posible ejercer la violencia erradicando
los efectos que pueden permitirle a las clases subalternas descifrar la
realidad. Considera que la violencia no despertará ninguna inteligencia
colectiva, ninguna voluntad general. Supone que ya no hay condiciones para
ellas. Tal vez se equivoque.
Esas
certezas hacen que la ultraderecha carezca de sentido del ridículo, de toda
vergüenza política, y que encuentre en su ignorancia y en su impiedad un motivo
de orgullo. Va de suyo: esas certezas también le sirven para sumar adhesiones
lo que, por supuesto, agrega notas deprimentes. Por eso la ultraderecha habla y
habla. Habla y hasta imagina. Habla lenguajes de monsergas. Habla lenguajes
dogmáticos. Habla lenguajes contrainsurgentes. Imagina un mundo sin
contradicciones. Apela a retóricas anacrónicas e impiadosas para estigmatizar
todo aquello que se opone a lo que considera el “orden natural”. Por eso asume
un cariz provocador y se burla de toda instancia contradictora, de las
trabajadoras y los trabajadores, de las y los pobres. Banaliza el hambre de
millones. Pone en riesgo la existencia misma del Estado-nación (sin importarle
demasiado el contenido burgués de ese Estado y el peso que tiene lo burgués en
la identidad nacional hegemónica). Realiza una apología abierta de la crueldad.
En efecto, hace décadas que la burguesía ha dejado de nutrirse de
enciclopedismos, escolasticismos y abstractos humanismos.
De este
modo, la ultraderecha está condiciones de presentar cada “conquista” como una
anticipación del futuro. Mientras que, del otro lado (nuestro lado) prima la
ambigüedad, con tendencias espontáneas a aferrarse a las retóricas
características del siglo XX, ya sean liberaloides, social-cristianas,
social-demócratas o leninistas-formalistas. Del otro lado (nuestro lado) solo
hay seguridades respecto de lo que no se quiere: ese futuro distópico para el
trabajo, la naturaleza y la vida. Pero nos cuesta salir de las coordenadas del
viejo humanismo y asumir las de un humanismo crítico y radical: capaz de
cuestionar a fondo la propiedad privada, el colonialismo, el patriarcado, etc.
El humanismo abstracto ya no sirve como “disparador” para que el subalterno
tome conciencia de su dignidad. El humanismo será anticapitalista o no será.
Los caminos “intermedios”, más elípticos y menos ríspidos, conducen al mismo
sitio que los caminos de la ultraderecha.
La
ultraderecha inoculó en una parte importante de la sociedad la idea de que las
leyes –salvo las leyes del mercado– son una convención arbitraria destinada a
limitar a los más fuertes, que el derecho del más fuerte también es un derecho;
convenció a muchas personas de la inviabilidad de toda comunidad humana.
De un modo
extraño, pero siempre ahorrando subterfugios y máscaras, la ultraderecha
intenta constituirse en la gran herejía de Occidente. Pone el énfasis en las
porciones más criminales de Occidente y las exalta. De ahí, seguramente, los
ardores sacramentales que asume en nuestro país y “la espesa contextura arcaica
de la magia” de la que hablaba Max Weber.
La formación
subjetiva de las clases subalternas se ha convertido en una cárcel de alta
seguridad que se presenta como el summun de la libertad. Una paradójica
formación subjetiva capaz de erradicar el pensamiento y la voluntad (salvo la
voluntad de objetivar). Obviamente, se trata de una formación subjetiva
claustrofóbica.
A pesar de todo,
lo popular subsiste y resiste por fuera del lenguaje de la ultraderecha que
aspira a convertirse en hegemónico. Subsiste y resiste impuro (de otro modo
sería imposible), incluso bajo el dialecto de una falsa mansedumbre. Todavía
quedan resabios de identidades subalternas que expresan un “ser-excedente”,
fruto de diversas praxis liberadas del sometimiento.
Se gesta por
abajo una religión secreta: un “vudú” que siempre será incomprensible para el
dominador. Existen ámbitos y experiencias populares que liberan cuotas
significativas de lo que los antiguos estoicos (y más tarde San Buenaventura)
llamaron “razón seminal”, una potencia activa, lúcida, sensible y creativa. Y
no escasean las identidades subalternas orgullosamente reivindicadas, incluso
como insumos para reconstruir la nación (la plurinación) desde abajo. Solo el
mercado capitalista genera seres fracasados y resentidos. Las comunidades
autoorganizadas saben forjar seres que pueden llegar a ser sublimes. Seres
capaces de indignarse frente aquellos que predican la austeridad a los
hambrientos y el esfuerzo a los fatigados
Una parte
importante de nuestra sociedad todavía conserva la capacidad de construir
comunes en torno a diversos ítems: la subsistencia material y afectiva, modos
de apropiación de territorios, el dolor por nuestras muertas y nuestros
muertos, la rebeldía colectiva, etc. Esa capacidad es estratégica y nuestro
enemigo (destructor de comunes) lo sabe.
Entonces:
¿cómo ayudar a producir lo que San Jerónimo, entre otros, llamó “sindéresis”,
esto es: la chispa que enciende la conciencia llamada a liberar a los seres
humanos de la idiotez moral? ¿Cómo instituir una dialéctica que contribuya a
que las clases subalternas y oprimidas descubramos nuestra humanidad y la
pongamos en valor? ¿Cómo hacer para erigirle a la ultraderecha un contendiente
sistémico capaz de dar la disputa en los términos que ella misma privilegia en
su agenda, es decir, una disputa en torno a la riqueza, la propiedad privada,
la financiarización, el extractivismo, etc.? ¿Cómo hacer para que los procesos
de liberación se extiendan y se multipliquen por todo el tejido social? ¿Cómo
recuperar la idea de una “profecía activa” de y para las clases subalternas y
oprimidas?
No lo
sabemos a ciencia cierta. Solo sabemos que son tareas urgentes.
LIBERTAD TOTALITARIA (Y
TELAM)
AGUSTÍN VALLE
La libertad
puede concebirse llanamente como la ausencia de impedimentos (o constricciones)
para realizar el propio arbitrio, o más bien como la posibilidad de elaborar
deseos y sentidos autónomos. La primera es una libertad sobre todo “externa”,
en el sentido de que concierne a nuestras acciones más o menos visibles y
menosprecia la dimensión “interna” donde el mundo da forma a nuestros deseos,
introyectado en nuestro cuerpo y psique. Se bromea sobre lo “virgo” de algunos
adherentes al purismo capitalista, pero encarnan ciertamente una concepción
virginal o incondicionada del deseo: como si no se produjera ya tocado por
fuerzas mundanas. Un yo autopercibido libre a priori, en su constitución, como
si la subjetividad naciera libre, sin condicionamientos ni orientaciones de las
fuerzas sociales (de manera que, incluso aunque mi deseo justo coincida exacto
con los patrones dominantes, se autopercibe libre y “propio”). De allí el
carácter “negativo” (Bobbio) de esta concepción de libertad: se define por la
ausencia de fuerzas externas que te obstaculicen (o empujen). Yo libre y que
nadie me joda. No es una libertad que se forje, que se labre, como la libertad
“positiva” (la posibilidad de elaborar valores, sentidos, modos). No requiere
crear, sino despejar entes molestos (de allí que es la concepción de libertad
más adecuada para sujetos producidos por la posesión de capital, aunque no se
limita a ellos). En su propio gen, entonces, esta libertad consiste en suprimir
o reprimir fuerzas percibidas como escollos u obstáculos a su despliegue
impoluto.
La
represión, censura y persecución ideológica en nombre de la libertad, pues, no
son una contradicción: es una concepción de la libertad totalitaria por
naturaleza. Que se corresponde con el contragolpe histórico del yo (tecnificado
en la conectividad), que toma su deseo espontáneo como libre e imperial (aquí
resuena la línea que, según Piglia en Respiración Artificial, va del yo
cartesiano a Hitler). Así, esta “libertad negativa” es óptima para para
reproducir obediencia y sumisión de fondo: libertad para el deseo que la
dominación produce. Libertad que replica los valores establecidos -la obviedad
del valor dominante-. Depende y reproduce la obviedad, la libertad totalitaria;
crear valores y sentidos nuevos no es asunto suyo. Solo puede ser fanática de
lo dominante, y quiere liberarse de todo lo que no se pliegue a esa obviedad
-verbigracia el capital, la razón de Negocio, la ganancia privada-. Toda
rugosidad que ralentice el liso e inmediato verificarse de su tautología, es
enemiga de la libertad totalitaria. ¿Para qué dejar una agencia de noticias
pública, que no persigue ganancia privada? Si ya hay medios capitalistas
suficientes y libres para verificar el estado de cosas. La del capital es la
única verdad; si Clarín miente, Télam es en sí mismo una mentira, para la
libertad totalitaria.
domingo, 3 de marzo de 2024
EL LARGO EPÍLOGO DE LA PANDEMIA. EL AFLORAMIENTO DE LOS SECRETOS
No hay secreto que el tiempo no
revele
Jean-
Baptiste Racine
Si la interacción humana está
condicionada por la capacidad de hablar, está moldeada por la capacidad de
guardar silencio
Georg Simmel
La pandemia
de la Covid 19 ha sido un acontecimiento poliédrico que ha mantenido una parte
esencial de su naturaleza efectivamente oculta.
En tanto que por los medios de comunicación y los poderes políticos se
define como un evento sanitario que introduce nuevas formas de gestión de las
poblaciones, se evidencia que ha representado el ensayo de una nueva forma de
gobierno, así como un colosal experimento de control social. Así, la pandemia ha generado la
intensificación de las barreras entre las élites y poblaciones, expandiendo el
área oculta del sistema de decisiones. De este modo, se ha fraguado un acervo
nutrido de secretos inaccesibles a la gran mayoría de ciudadanos. En estos días
comparece una de las más sólidas dimensiones ocultas: la frenética actividad de
distintos grupos enclavados en ese espacio gris formado por la intersección
entre el estado y el mercado, para obtener lucro en el tráfico de las
mascarillas.
Tras la
decisión de enmascararnos a todos, además de las motivaciones sanitarias -en
abierta discusión hoy- se encontraba un inédito y floreciente mercado que
privilegiaba a distintos grupos ubicados en los gobiernos, que poseían la
información y los medios para materializar el negocio. Llama la atención la
agilidad y competencia de estos clanes político-empresariales, para detectar el
negocio y materializarlo en un tiempo récord. Así se consuma la paradoja de que
en el tiempo en que nos encontrábamos recluidos en los domicilios, estas élites
acreditaron una movilidad formidable. En
un reciente tuit, Juan Gérvas decía que “En la pandemia covid19 unos murieron
(sobre todo pobres y viejos) y otros se enriquecieron (sobre todo ricos y del
entorno político). Si esto es la calderilla, las mascarillas, podemos imaginar
el negocio corrupto de las vacunas, de los test de diagnóstico, de
medicamentos, etc”. Suscribo esta afirmación. Se ha desvelado una parte de la
actividad del estado/mercado con respecto a la calderilla, pero lo fuerte lucrativo
permanece en riguroso secreto.
Ciertamente,
la pandemia ha estimulado la imaginación para los negocios, que contrasta con
las rutinas que rigen los decires y haceres de los próceres políticos para los
asuntos públicos. Los acontecimientos de estos días, muestran la ebullición de
una parte sustancial de las cúpulas partidarias, convertidas ahora en
directivos estatales, para detectar y ejecutar operaciones que les obsequian
con unos beneficios más que generosos. Lo que me pregunto en mi intimidad es
qué porcentaje de energía y tiempo queda para la función de gobierno, una vez
que los negocios tan fluidos se materializan en tan corto tiempo, y se renuevan
vertiginosamente, consumiendo energías de tan laboriosos dirigentes.
La
significación de estas actividades es inequívoca: se trata de una corrupción de
grandes dimensiones. Sin ánimo de definirla en este texto sí quiero enunciar un
enfoque sociológico. La cuestión no es sólo jurídica, que estriba en determinar
qué preceptos penales han violado, sino que, desde mi perspectiva, se
magnifican dos cuestiones esenciales: la desviación de fines y la sofisticación
del arte de ocultar. Después de estas operaciones, los grupos de activistas del
estado y del mercado, comparten una red de secretos formidable. La resultante
de estas actividades es la magnificación de la mentira, que ocupa un lugar
estelar en los discursos políticos y mediáticos. En este sistema
mediático-político se ha asentado un fondo denso y pantanoso, que, al igual que
el marino, enturbia las aguas, aún a pesar del buen hacer de los operadores
televisivos para ocultar, o, cuando es inevitable que salgan, tratarlas disolviéndolas
en el flujo informativo. Esta es la época de oro del arte de ocultar mostrando.
Otra
cuestión axial remite a los protagonistas. Las imágenes de Ábalos y Koldo son
inigualables. Los arquetipos de los traficantes de mascarillas enlazan con
otros “casos” de corrupción detectados en el largo postfranquismo, confirmando
un patrón estético. Lo cutre alcanza un
nivel cosmológico. En torno a Jesús Gil se puede enlistar a una serie de
personajes antológicos que comparecen en todas las ocasiones. El último iceberg
mediático fue el de el “henmano” de Ayuso, que ahora es reemplazado por los
protegidos por el fornido Koldo. Pero insisto, la pregunta que formularía a los
investigados se refiere a cuánto tiempo han dedicado a los contactos, a los
encuentros, a los cálculos, a las operaciones asociadas a estas actividades estatales/empresariales.
No obstante,
es justo reconocer la competencia sublime de estos clanes políticos y
empresariales, para producir, acumular y preservar las numerosas acciones que
protagonizan e instituyen como secretos, de modo que sus discursos públicos
devienen en mentiras. En estos días, se visibiliza una verdadera sinfonía de
silencios, así como una formidable exposición del noble arte de mentir, que es
interpretado por la orquesta del estado/mercado con una competencia exquisita.
Desde siempre he admirado a los grandes actores de mi época, como Mario Conde o
Ruiz Mateos, capaces de desempeñar papeles que minimicen sus fechorías
financieras. Tengo que admitir que Ábalos no defrauda en la creación del
personaje desventurado, que llega a llorar cuando recuerda a sus compañeros de
partido.
Así como,
tras más de cuarenta años de este régimen, tengo la convicción de que los
actores políticos tienen un nivel intelectivo cada vez menor, se evidencia que
sus competencias teatrales han experimentado un salto prodigioso. De todos. No
es de extrañar que, como actores, se prodigan en videos en las redes en tanto
que desaparecen los discursos escritos. En un ecosistema de esta naturaleza, el
secreto y la mentira brillan esplendorosamente. El resultado es que las
discusiones en las instituciones se polarizan en desmontar los secretos y las
mentiras de los adversarios, en detrimento de proyectos propositivos.
Pero, el
hecho más flagrante de esta historia, radica en el silencio monacal de la
profesión médica, y, en particular, de las legiones de epidemiólogos y
salubristas que avalaron el encierro y las medidas de restricción de la vida
cotidiana. No puedo evitar un sentimiento de vergüenza, en tanto que
participante durante tantos años en el sistema sanitario. Algunas personas que
conocí y que representaban posiciones del progresismo sanitario, están hoy en
los centros de decisión, que son los de la intersección con el mercado, y que
los define como guardianes de los secretos y cómplices de los discursos de
ocultación, es decir, de las mentiras oficiales. Después de emplazarnos a
renunciar a nuestra vida y movilidad en la pandemia, mediante una catarata de
sermones salubristas en las televisiones, han seguido el modelo del maestro
Fernando Simón, que él mismo se oculta con la esperanza de ser olvidado. Pues
bien, no dicen una palabra acerca de los traficantes de mascarillas.
La mayor
paradoja de este asunto, es que, mientras que nos han despersonalizado y
silenciado en nombre de la salud, obligándonos a ocultar nuestro rostro, cuando
el mercado oculto sanitario sale a flote, se mantienen las pautas de la
estrecha relación existente entre la corrupción y los rostros de sus arquetipos
personales. Los rostros de los guapos
(Zaplana, Camps, Chaves, Urdangarín); los de los que denomino como los franceses, por similitud con los
prodigiosos hampones del cine negro francés (Barrionuevo, Vera, Jaume Matas,
hijos de Ruiz Mateos…) y los de serie negra dura (Koldo, Juan Guerra, Roldán, Álvaro
Pérez el bigotes, Granados, González…). Es insuperable la presencia pública de
Ábalos escoltado por Koldo, que conforma un cuadro iconográfico que no veíamos
desde El Padrino de Coppola.
Tantas
transformaciones esenciales en las sociedades contemporáneas y se mantienen
incólumes los modelos de interacción en la zona gris de intersección entre el
mercado y el estado. Eso ni siquiera está en trance de ser digitalizado. Así, los encuentros entre los altos
dirigentes de los ministerios y los empresarios, con objeto de identificar las
áreas de negocio y acordar, tienen lugar en un lugar tan emblemático como son
las marisquerías. Estas se localizan en reservados aislados y protegidos de las
miradas. Las marisquerías devienen en las sedes de los secretos compartidos incubados
en sus encuentros. Hace un par de años protesté reiteradamente en twitter
porque el alcalde de Madrid cerraba los parques al tiempo que frecuentaba una
marisquería próxima a mi casa, dotada no solo de reservados, sino incluso de
salidas distintas.
Las
actividades secretas de los próceres políticos y empresariales van a ir
saliendo pausadamente. Por eso es previsible que el epílogo de la pandemia se
dilate en el tiempo. Yo espero ver la emergencia de lo grueso, las vacunas los test
y medicamentos. Para ello tiene que producirse una circunstancia que quiebre lo
que, en palabras de Simmel, es la capacidad de guardar silencio. Pero si esto
se produce, estoy persuadido que reflotará un rostro especial, al estilo de
toda la saga del régimen del 78.