Cuando han pasado muchos años, o
incluso no tantos, la gente se cuenta los hechos como le conviene y llega a
creerse su propia versión, su distorsión.
Javier Marías
El objetivo de esta obra es describir, analizar, y comprender decisiones extrañas: aquellas en que sus autores se comportan de forma constante e intensiva en contra del objetivo que se han fijado. Se trata de una categoría particular de errores: los errores radicales persistentes […] ¿Cómo personas inteligentes en posesión de todas sus facultades, han podido tomar decisiones que van hasta tal punto en contra de lo que buscaban obtener, y perseverar en esa dirección?
Christian Morel
Las
elecciones gallegas han puesto de manifiesto la profunda crisis de la
izquierda. Esta no se expresa solo en las magnitudes de los resultados, sino,
principalmente, en las campañas electorales en las que lo patético ha sido
magnificado hasta límites inauditos. También las prédicas de sus mercenarios de
la palabra en las tertulias y los disciplinados columnistas de los periódicos
digitales. Pero, la principal señal que denota la colosal medida de la crisis,
radica en las pláticas, tanto de los dirigentes como de sus acompañantes mediáticos,
posteriores al descalabro electoral. La noción de autocrítica queda
integralmente descartada, de modo que, al ofrecer una interpretación
hipersimplista y evasiva, se reclama la unidad disciplinada del bloque
mediático, que siempre es la antesala de la etiquetación como traición a
quienes se desvíen de las piadosas explicaciones oficiales.
La cuestión
principal no radica tanto en la magnitud del descalabro en términos del número
de votos, teniendo además en cuenta el desgaste del partido popular, lo que
parecía acrecentar las posibilidades de los partidos de la izquierda. Por el
contrario, estas elecciones forman parte del derrumbe inexorable del PSOE,
sincronizado en todos los territorios, y simultáneo al de la izquierda surgida
en 2014. Este hundimiento se asienta sobre unas raíces que se ubican más allá
del suelo gallego. Es menester distanciarse del modo de conocer hegemónico de
las televisiones, que construyen sus relatos sobre la comparación con los datos
de la anterior elección.
La cuestión
esencial radica en explicar cómo un partido como el PSOE, que concitó unos
apoyos electorales tan cuantiosos en los niveles municipal, autonómico y
nacional en los años ochenta, ha ido perdiendo fatalmente sus feudos, partido a
partido según la célebre frase de Simeone, para terminar celebrando su techo de
123 diputados, entendiéndolo como un triunfo del rango de una Champions. Los
ampulosos gestos de celebración de María Jesús Montero tras las elecciones del
23 de julio, representan prístinamente la semiología del declive del partido.
En los años de gloria de los ochenta, esta organización se asemejaba a una
orquesta en la que brillaban distintos barones territoriales, líderes
culturales y economistas de postín. En sus congresos se hacía notar esa
diversidad, compatible entonces con el liderazgo bicéfalo y cesarista de la
dupla González/Guerra.
Ese partido
enclavado sobre sólidas raíces y dotado de cien cabezas, se ha ido deteriorando
irremediablemente. En su segundo tiempo de gobierno, ya en el siglo XXI, su liderazgo
era manifiestamente más débil. La dupla de entonces Zapatero/Blanco, mostraba
impúdicamente sus carencias. En tanto que Blanco disfruta de una puerta
giratoria de primera clase, Zapatero se ha movilizado hiperactivamente las
últimas campañas para erigirse en un icono de la decadencia. Sus intervenciones
públicas se producen en términos de comicidad letal para sus adversarios. En
ellas alude a las insuficiencias y argucias del PP estimulando el sentimiento
de patrioterismo partidario de sus menguadas huestes. Pero no aporta nada,
absolutamente nada, a un proyecto político. Sus intervenciones son huérfanas de
reflexión y densidad, representando el grado cero de la reflexión y el saber
político. Se erige en el clown del partido, encargado de reforzar la cohesión
mediante el humor grueso.
El resultado
de esta decadencia se expresa en las tremebundas reuniones de los órganos de
dirección o los comportamientos de sus diputados como claque gozosa de sus
oradores. La unanimidad es escalofriante en un medio en el que todo se agota en
el acto de aplaudir. No es de extrañar que, en un medio así, el proyecto quede
reducido a las rituales afirmaciones, a la chanza y burla de los contrarios y a
la gestión de una masa de cifras, manejadas como municiones contra sus
opositores. No, no hay proyecto alguno, solo conservar sus posiciones de
gobierno. Los llamados debates en el congreso y las instituciones, no son otra
cosa que zascas y recriminaciones que hacen de los órganos representativos un
medio semejante a una vecindad en declive.
Pero es más
importante comprender este proceso estriba en que el PSOE, y toda la izquierda,
se ha salido del carril histórico que comenzó con su institucionalización y las
primeras conquistas sociales en el final del siglo XIX. En los últimos años los
viejos saberes que guiaban su acción y que se fundaban en las ciencias
sociales, se han disipado en favor de los saberes asociados al nuevo mercado,
la configuración organizativa de la nueva empresa postfordista, y sus
instituciones estrella, como son la gestión, los recursos humanos, el
marketing, la publicidad y todos sus derivados, entre los que destacan los
métodos de gestión de emociones que configuran el nuevo capitalismo emocional.
Sánchez es
el paradigma de un gestor postmoderno que disuelve todos los dilemas entre
medios y fines, del mismo modo que actúa en el riguroso presente conjurando el
futuro, todo ello en favor de la mística de los resultados, que se entienden en
términos unidimensionales para mantener el gobierno hoy. El daño que ha causado
a la izquierda, y a su propio partido, es monumental. Cuando su frenética
carrera personal concluya, dejará asolado todo su campo. La condición de
gerente de Sánchez se expresa en la conducción de su partido al modo-empresa.
Así, el Comité Federal queda reducido a la asamblea de accionistas, y la
Ejecutiva a un consejo de Administración. La Junta Directiva adquiere un poder omnímodo que refuerza la autoridad del consejero-delegado, antes secretario general. El viejo partido en el que concurren
distintas tendencias, e incluso subculturas políticas, es brutalmente vaciado y
decapitado. Sobre esta configuración se constituye un autoritarismo indiscutible.
Transformado
en Consejo de Administración, la relación con sus votantes está estrictamente
ejecutada por una tecnoestructura organizativa que prepara la comunicación mediática
mediante una política programada por un dispositivo experto en el “mercado
político”. Las reuniones cara a cara de
sus militantes son desechadas para ser requeridos como fondo de sus
intervenciones o público incondicional en los actos y mítines rigurosamente
unidireccionales. En estos se programan la puesta en escena de las emociones
compartidas por el triunfo de los líderes-empresa. Se presupone que los
militantes, reducidos a accionistas, actuarán con la lógica de estos,
maximizando la satisfacción por los menguados dividendos obtenidos, y distanciados de las grandes decisiones de los órganos ejecutivos.
La
desaparición de los densos programas de las viejas socialdemocracias abre el
paso a una extraña recombinación entre elementos del nuevo neoliberalismo, el
populismo mediático y un dataísmo tecnocrático mutilador, que convierte espesos
problemas, tales como la reconfiguración de la sanidad o educación pública, en
la gestión de masa de datos que alimentan la confrontación política y nutren
los espectaculares power point de las presentaciones mediáticas y partidarias.
Las claves del progresivo desplome de la izquierda en los territorios, parece
inevitable que asuma la forma de un colapso final, que ya se ha iniciado, y que
tiene como causa principal la nueva forma de conocer coherente con las
importaciones masivas de referencias extrañas a la lógica de la nueva
izquierda.
La hipótesis
de descarrilamiento parece la más adecuada para comprender la nueva izquierda.
Se encuentran ya en un carril que no es el suyo, teniendo efectos devastadores
para sus públicos fieles convertidos en mundos políticos cerrados determinados
por sus creencias y rituales. El núcleo de la interpretación de este incipiente
colapso se basa en el conocimiento. Las referencias importadas del mercado y
sus saberes han terminado por generar una crisis de cognoscibilidad, de devaluación
de sus propias ideas. Tenía la intención de analizar el desplome de la izquierda
del ciclo de 2014, que presenta similitudes, pero lo haré en una próxima entrada.
Concluyo
mostrando mi perplejidad infinita ante lo que he visto esta campaña. Entre
todos los dislates audiovisuales, me ha impresionado Marta Lois, en coherencia
con mi fascinación con un personaje del rango de Yolanda Díaz, tratada en
varias ocasiones en este blog, a la que considero como un residuo tóxico vivo
tras la catástrofe cognoscitiva de la vieja izquierda. La susodicha Lois, presentó en TikTok varios
videos antológicos. Uno de ellos es el que muestra su imagen como parapentista,
lanzándose al aire para acreditarse como marca personal. Pero otro es aún
mejor. Se presenta en primer plano con un bolso de grandes dimensiones
afirmando que le gusta llevar muchas cosas en él. Así, va mostrando una a una:
alimentación de urgencia hipersana; repertorio cosmético múltiple para
retocarse; ropas complementarias y otros objetos personales a modo de muestrario.
En este
video se muestra a las claras la crisis de inteligibilidad de esta izquierda
posmoderna: En tanto que pronuncian sermones en defensa de la gente que no
llega a fin de mes, centran su comunicación en un video que la presenta como
una chica de clase media, heroína del consumo, mostrando su repertorio de
objetos para acreditar su distinción. Como lector de Lipovetsky le sugiero que le faltó algo para entrar
en el gran club del lujo, como es el llevar buena bisutería de repuesto. No me
extraña que su acompañante de campaña, el avezado Iñigo Errejón, la dejase sola
tras el descalabro, porque en el imaginario de esta izquierda marxista/neoliberal/empresarial,
el fracaso es negado y no existe ni siquiera como como posibilidad. Así que el argumento para
disminuir la jornada liberal de Yolanda se presente en un video vestida de
negro, recién fotografiada y grabada con el bueno del Papa Francisco, al que
involucra como valedor de su propuesta.
Serenamente
afirmo que han perdido la cabeza, ese es el principio del colapso mental y
cultural que les persigue. Por eso he seleccionado la cita de Morel acerca de las decisiones absurdas y recurrentes.
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