El silencio
distraído de la inteligencia española, encuadrada en los distintos colosos
mediáticos, determina un generalizado vacío en el conocimiento de la nueva
situación histórica que se está conformando en los últimos treinta años. Esta
ignorancia general permite identificar algunos rasgos del cuadro histórico de
este tiempo, pero estos no se reintegran en un orden conceptual. Me refiero a
la emergencia de varios fenómenos que son definidos en su relación con el
término fascismo. En ausencia de un contexto general en el que se puedan
interpretar estos síntomas, se sobrepone una visión provinciana y localista,
evadida del nuevo sistema-mundo.
Por esta
razón, me he decidido a publicar este texto de Franco Bifo Berardi, que
apareció el 4 de enero en El Lobo Suelto. https://lobosuelto.com/supremacismo-sionismo-y-desercion-de-lo-femenino-franco-bifo-berardi/
. En este texto se establecen asociaciones entre los acontecimientos y se
conforma un cuadro general de la época. Me parece sumamente estimulante para
salir de las sórdidas prédicas de los expertos de los partidos y las
televisiones, que representan los intereses de los complejos
militares-industriales del bloque OTAN. Leyendo este texto he comprendido la
miseria del conocimiento experto que circula por las instituciones y los
medios. Espero que a algunos les estimule del mismo modo que a mí, ayudándome a
comprender el contexto histórico en el que se inscribe el genocidio de Gaza
SUPREMACISMO, SIONISMO Y DESERCIÓN DE
LO FEMENINO
Franco Bifo Berardi
El pasado 16
de diciembre, en Roma, junto a Giorgia Meloni, Santiago Abascal y Rishi Sunak,
un racista sudafricano llamado Elon Musk participó en el Festival Atreju, la
fiesta de cuatro días que se celebra en el Castelo Sant’Angelo, con la que los
fascistas italianos han festejado estos días su regreso al poder, un siglo
después de la instauración del régimen de Benito Mussolini. Unos días antes,
Musk, que probablemente aspira a convertirse en el Führer de un movimiento
supremacista mundial, había viajado a Israel para reunirse con Netanyahu
después de defender opiniones antisemitas en su red social X.
El principal
argumento de la intervención de Musk en la fiesta de los fascistas de Giorgia
Meloni ha sido el que une a las derechas occidentales: blancos de todo el
mundo, tened hijos, de lo contrario seremos sustituidos por migrantes con piel
de color. El problema es que los niños no los harían los blancos en todo caso,
sino las blancas. Y ésta es la debilidad de la estrategia supremacista, que se
está afirmando en todo el mundo occidental, como demuestran los resultados de
las recientes elecciones y consultas electorales registradas en Argentina,
Holanda, Serbia y Chile.
La
confirmación del legado constitucional de Pinochet por la mayoría de los
chilenos parece el sello final de una tendencia que ya no podemos ignorar: el
supremacismo blanco es a la vez una forma emergente en la historia de Occidente
y un signo del declive de la supremacía blanca en el planeta. Podemos leerlo,
pues, como un intento (desesperado pero probablemente letal) de detener un
declive que depende de factores antropológicos, demográficos y culturales y
cuyo carácter es irreversible. Con la victoria de Javier Milei, la ola
psicótica mundial ha alcanzado su punto álgido: en todas partes gobierna
Hitler.
Soy muy
consciente de que las derechas que ganan las elecciones, de Hungría a Italia,
pasando por Suecia, Holanda o Argentina, al igual que las derechas que se
preparan para ganarlas en Estados Unidos, consideran a Hitler un perro muerto.
Pero incluso Anders Breivik, quien el 11 de marzo de 2011 asesinó a setenta y
siete jóvenes socialistas en la isla de Utoja y hoy pasa su tiempo en la cómoda
celda de una prisión noruega, condenó a Hitler en su Manifiesto de la
Independencia Europea, un texto en el que esgrimía argumentos que podrían ser
compartidos por cualquier líder de la derecha europea en la actualidad. Pero,
¿cuáles son sus razones? Él mismo lo explica: Hitler se equivocaba al pensar
que los judíos eran enemigos de la raza blanca. Los judíos, por el contrario,
están de nuestro lado en la guerra final por la defensa de la civilización
superior, cuyos enemigos son todos los demás, empezando por los musulmanes y
siguiendo por los migrantes de todos los orígenes. La práctica totalidad de los
alemanes, con muy pocas excepciones por lo que sabemos, ya que hoy en día reina
en Alemania un conformismo comparable al que imperaba en 1933, podrían
suscribir las palabras de Anders Breivik. El Manifiesto por la Independencia
Europea, después de todo, podría ser adoptado fácilmente por la Unión Europea
como texto oficial, ahora que el proyecto de una Europa posnacional está
enterrado y la unión de Europa se basa en el racismo, la expulsión y el
ahogamiento de masas.
El genocidio
que Israel ha desencadenado tras el ataque del 7 de octubre es el punto de no
retorno de una fractura que enfrenta al Norte global contra el Sur global, es
decir, al supremacismo blanco contra el heterogéneo conjunto que conforma a
este último, lo cual no significa que se trate de un enfrentamiento entre
colonialismo y anticolonialismo. No hay anticolonialismo sin internacionalismo,
por lo que el anticolonialismo no se encuentra en ninguna parte. Al
supremacismo blanco se opone hoy una pluralidad de nacionalismos de carácter
esencialmente fascista o fundamentalista. Baste pensar en el ultranacionalismo
de corte racial de Narendra Modi, cuyo partido desciende linealmente de las
formaciones Rashtriya Swayamsevak Sangh (Organización Nacional de Voluntarios),
surgida durante la guerra contra Inglaterra en estrecha conexión con los
alemanes. Basta pensar en el fundamentalismo chií misógino de Irán. El Sur
global no tiene una dirección política común, ni es probable que la tenga
nunca, aunque tiende a formar alianzas económicas (BRICS) y militares (alianza
estratégica entre China e Irán), que acentúan la crisis del Norte global en
declive. Sin embargo, todos los conflictos de nuestro tiempo tienen su origen
en las diferencias entre naciones: es así en Ucrania, es así en Oriente
Próximo.
Mi tesis,
para abreviar, es que nos encontramos perfectamente instalados en la condición
que Gunther Anders predijo en sus escritos de la década de 1960, en particular
en su carta al hijo de Eichmann: Anders decía que por una serie de razones
relacionadas con el hiperpoder de la técnica, con la competencia militar en la
era atómica y con la humillación psíquica de los humanos frente a la tecnología
(que él llamaba “vergüenza prometeica”), el siglo XXI estaría dominado por un
Tercer Reich perfeccionado, un nazismo en comparación con el cual el de Hitler
parecería un “ensayo general en un teatro de provincias”. Estamos exactamente
donde Anders (Gunther, no Breivik) predijo hace sesenta años.
Fusión de
sionismo político y trascendentalismo religioso
En el siglo
XX el nazifascismo provocó un conflicto interno dentro del imperialismo blanco
entonces en su fase expansiva; hoy, sin embargo, se presenta como una reacción
a la decadencia. En este marco debemos considerar el papel del sionismo y para
ello debemos reabrir el discurso sobre la cuestión judía en su insondable
complejidad. Para resumir un análisis que requeriría un tratamiento demasiado
extenso para estas notas, diré que en la modernidad la comunidad judía sigue
tres grandes líneas de desarrollo. La primera, sin duda la más importante hasta
mediados del siglo XX, es la que impropiamente se identifica como
asimilacionismo. En muchos países europeos, sobre todo en Alemania y Austria,
la comunidad judía se integra en la vida civil y alcanza posiciones de
prestigio y a veces incluso de poder. Pero aún más importante es la función
cultural decisiva que desempeña la cultura judía en la génesis del progresismo
moderno, tanto en su forma democrático-liberal como en su forma
internacionalista, lo cual no ocurre por casualidad: es precisamente la
experiencia secular (milenaria) de desterritorialización y no pertenencia de la
cultura judía lo que hace posible la inteligencia política no identitaria. La
ley, no la pertenencia, el derecho, no la identidad son las aportaciones que la
cultura judía aporta al pensamiento político europeo de los siglos XVIII y XIX.
Tanto el universalismo ilustrado como el internacionalismo obrero surgieron
gracias a la aportación judía. Precisamente por no pertenecer a la comunidad
territorial, el judío encarna al ciudadano abstracto, que funde la
universalidad del derecho político y la universalidad del pensamiento
científico matematizado. Además, el judío, como el obrero, es portador de una
humanidad sin pertenencia, condición del internacionalismo.
La segunda
figura del judaísmo moderno, cuyas raíces son muy profundas e infinitamente
complejas, es la del trascendentalismo bíblico, que no reconoce la comunidad
política, se contempla a sí mismo como ajeno a los territorios nacionales en
los que vive y madura las formas contradictorias de la ortodoxia
ultrarreligiosa. Esta componente considera que la comunidad judía es el pueblo
elegido, por lo que es ontológica y fanáticamente supremacista. La tercera
figura sólo surge a finales del siglo XIX y encarna la necesidad de la
comunidad judía de protegerse contra las persecuciones recurrentes: se trata
del sionismo político, cuya intención permanece indefinida durante algunas
décadas desde que Theodor Herzl inicia su movimiento, pero que luego se define
en términos territoriales en el periodo en que en toda Europa las comunidades
judías locales son atacadas por la oleada genocida que recibe el nombre de
Holocausto.
La primera
figura (universalista e internacionalista) fue derrotada cuando a principios
del siglo XX se hizo evidente que los judíos no podían considerarse ciudadanos
como los demás a causa del antisemitismo. En ese momento cobró fuerza la
reivindicación sionista: construir un Estado en el que los judíos encuentren
protección. Esta reivindicación choca y se entrelaza, según las circunstancias,
con el trascendentalismo bíblico, cuya obsesión fundamental es el retorno a la
Tierra Prometida, que no tiene en general una dimensión histórica, sino
trascendental. Cuando, en el Congreso de Versalles, se le pregunta a Chaim
Weizman: “¿Por qué ustedes los judíos creen que tienen derecho a la tierra de
Palestina”, este responde: “La memoria es derecho”. “La memoria es derecho”:
esta frase permite comprender la transformación de la cultura judía de una
cultura cosmopolita y no identitaria en una cultura agresiva de pertenencia.
También se comprende la fusión, siempre inestable pero decisiva, del sionismo
laico y el trascendentalismo bíblico.
¿Por qué un
Estado de los judíos? Porque también nosotros queremos ser protegidos como
comunidad étnica, dice el sionismo laico. Pero, ¿por qué el Estado de los
judíos tiene que radicarse en ese preciso lugar, en ese territorio llamado
Palestina, donde hasta la década de 1930 sólo vivían pequeños grupos de judíos
rodeados de árabes, y particularmente de palestinos, en su mayoría
hospitalarios y dispuestos a acoger, pero que lo son cada vez menos cuanto más
manifiestan los judíos su intención de construir un Estado territorializado?
¿Por qué allí y no en Argentina, como habían sugerido algunos de los primeros
sionistas? La respuesta de Weizman es clara: porque ésa es la Tierra Prometida.
En este pasaje —territorialización y retorno— se encuentra el origen de la
fusión del sionismo y el trascendentalismo.
Nazionalsionismo
En una entrevista
publicada en La Stampa el pasado 15 de diciembre, Slavoj Zizek
cita una frase de Reinhard Hejdrich, que se cuenta entre los máximos dirigentes
de la jerarquía nazi y que junto con Heinrich Himmler fue uno de los artífices
del exterminio de los judíos. Distinguiendo a los sionistas de los judíos que
quieren asimilarse, es decir, infiltrarse en el Volk germánico, Hejdrich
afirma: “Los sionistas profesan una concepción estrictamente racial y mediante
la emigración a Palestina contribuyen a la creación del Estado judío. A ellos
van nuestros buenos deseos y nuestra simpatía oficial”.
En los dos
últimos meses de 2023 nos hemos dado cuenta –el mundo entero se está dando
cuenta– de que Israel aplica una política de deportación, discriminación
racial, limpieza étnica y genocidio. En una palabra, una política nazi. Tras la
marginación y la derrota de la componente internacionalista de la comunidad
judía, la territorialización en nombre de la sangre resultó ser la única
perspectiva realista. La mitología bíblica se movilizó en ese momento para
apoyar un proyecto político que necesitaba territorializarse. En cierto modo,
en el seno del mundo judío se ha desarrollado la misma historia que a una
escala mayor se ha verificado a escala general: la derrota del internacionalismo,
el conflicto entre el globalismo liberal secular y el conservadurismo cultural
racista y luego la fusión progresiva de estas dos componentes hasta dar forma
al naziliberalismo global. El gobierno Netanyahu-Smoytrich-Ben Gvir es el
cumplimiento de la fusión del sionismo con el trascendentalismo supremacista.
Deserción
tendencial de la historia masculina
Soy
consciente de que no estoy sembrando el buen humor entre mis desafortunados
lectores, pero creo que ha llegado el momento de abandonar las ilusiones:
derrotada la clase obrera, la democracia ha demostrado en pocas décadas ser la
antesala del fascismo. De Mussolini y Hitler a Trump, Putin, Johnson, Meloni y
Milei, la dinámica democrática ha producido y produce siempre el mismo efecto:
dominio mediático sobre la formación de opinión, respuesta nacionalista a los
efectos de la globalización económica, respuesta racista a la gran migración.
No habrá “contraataque” democrático en el futuro, mientras que es fácil
predecir que nos dirigimos hacia la ampliación de la guerra civil mundial
internazi, que junto con la mutación climática y la concentración de la riqueza
producirá las condiciones para un colapso de la vida humana en el planeta. Más
probable que en cualquier otro momento del pasado es la posibilidad de una
guerra nuclear de carácter limitado desenvuelta en escenarios locales.
No es
imaginable ninguna ruptura política mientras se deteriore el estado físico del
planeta. Pero el final del juego vendrá, en mi opinión, de lo femenino, la
única subjetividad irreductible al supremacismo, que es inherentemente un
supremachismo. No creo que surja en la escena histórica un movimiento político
de las mujeres, pero sí creo que lo femenino, radicalmente diferente de la
historia del hombre, ha empezado a desprenderse de la necesidad patriarcal de
la procreación, que ha soportado hasta ahora como si fuera una necesidad
natural. Por lo tanto, la continuación de la raza humana está en entredicho,
porque la procreación ya no es una necesidad natural, sino que se ha convertido
en una tarea cada vez más artificial, técnicamente asistida y culturalmente
impuesta. Una tendencia ya clara e irreversible que ha surgido en el nuevo
siglo es la de la emancipación de la mujer del papel de agente reproductor. La
reproducción se considera finalmente (gracias a la tecnología, gracias a la
educación) como una elección que siempre puede revocarse, como una elección que
puede evitarse. Hoy en día, por razones conscientes, por razones inconscientes
y por razones bioecológicas, las mujeres interrumpen la reproducción de la raza
humana.
Las razones
culturales de esta interrupción se suman a razones físicas, biológicas,
hormonales y ecológicas. Debido a la propagación de los microplásticos en la
cadena alimentaria, la fertilidad masculina ha caído el 58 por 100 en cuarenta
años. Debido a la hipermediatización de la esfera lingüístico-afectiva, la
sexualidad genital heterosexual está desapareciendo en el comportamiento de las
generaciones hipersemiotizadas. Pero sobre todo las mujeres están decidiendo
inconsciente y conscientemente no generar las víctimas del inevitable próximo
infierno sobre la tierra. Soy consciente de la enormidad de lo que digo, pero
creo que es necesario extremar las hipótesis, ya que lo que ha sucedido en las
dos últimas décadas ha cancelado toda esperanza producida por el pensamiento
moderno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario