Querer gustar, mejorar la propia
apariencia, subrayar los encantos del cuerpo ya no suscita críticas morales. La
seducción soberana contemporánea designa una cultura que reconoce el derecho
absoluto de poner en valor los propios encantos, erotizar la apariencia,
eliminar las imperfecciones, cambiar las formas del propio cuerpo o los rasgos
del rostro a voluntad y a cualquier edad. Ahora el cuerpo es el que pide una
mejora continua en una carrera sin fin hacia la estetización de uno mismo para
gustar, pero también para gustarse. La edad hipermoderna es aquella en la que
el derecho a gustar ha entrado en una dinámica de diseño hiperbólico de uno
mismo, en la que el principio de seducción reina en toda su grandeza.
Gilles
Lipovetsky
En los
últimos años se ha acelerado vertiginosamente la reconversión de la política
convencional en una forma desbocada de videopolítica. La digitalización
experimenta un enorme salto con la generalización del smartphone, desplazando
los discursos escritos, que son sustituidos por la prodigiosa estetización de
frases y esquemas simples, mediante su tratamiento por programas informáticos
sofisticados que los asocia a imágenes. El sistema de comunicación se
reestructura mediante la proliferación infinita de titulares, esquemas,
imágenes y videos cortos, que circulan por la red de móviles de los
espectadores. En las entrevistas televisivas y en las tertulias, los directores
piden a cada cual un titular, y en los informativos comparecen gentes dotadas
de cuerpos esbeltos y rostros capaces de expresar distintos contenidos.
Esta
mutación esencial en los ecosistemas de comunicación, que tiene su origen en el
marketing y la publicidad comercial, inunda súbitamente la política,
remodelando drásticamente, tanto a los actores políticos, como a los públicos
espectadores, que siguen siendo aludidos como “la ciudadanía”. La supersónica
expansión de Instagram, Youtube, y ahora Tik Tok, confirma esta tendencia y
genera una nueva comunicación en la que los rostros adquieren una
preponderancia creciente. No importa tanto el mensaje, sino el primer plano del
rostro del emisor, que tiene que poner en escena una combinación seductora de
los subsistemas que conforman el rostro, con una dicción en coherencia con el
mensaje.
Este cambio
implica una minimización de los discursos políticos. Es inevitable recordar la
densidad de las alocuciones de los primeros padres del régimen postfranquista:
Fraga, Herrero de Miñón, Miguel Roca, Felipe González, Peces Barba, Solé Tura,
Anguita y otros similares. Me pregunto acerca de cuál sería su perplejidad si
fueran reinstalados en la videopolítica en curso. Todavía recuerdo a uno de los
maestros seductores de la época, Adolfo Suárez, cuyos largos pregones ante las
cámaras en el final de las campañas electorales se fundaban en una combinación
entre su discurso verbal y la gran potencialidad de su rostro, dotado de la
capacidad de simultanear en un sermón electoral final, con la severidad y el
rigorismo de jefe de estado, con gestos/tonos de voz cercanos y amables, que
incluso podían integrar algún humorismo.
Por el
contrario, ahora nos encontramos en la era en que los programas y discursos
políticos son reemplazados por la puesta en escena de los candidatos,
convertidos en máquinas de persuadir mediante la maximización de la competencia
de gustar y emocionar a los veleidosos ciudadanos-espectadores. Las
programaciones televisivas de la videopolítica, así como las emisiones de los
partidos y sus huestes mediáticas, instauran un flujo continuo de informaciones
y puestas en escena que consagran el minuto como el emperador de la
comunicación política. Un programa se descompone en una lluvia de informaciones
enlatadas en un minuto, de forma que el espectador es literalmente aplastado
por la tormenta de fragmentos discursivos que tienen un efecto en su mente
semejante a un tornado.
Hace unos
meses he abierto una cuenta en TikTok que me suscita un sentimiento de
perplejidad equivalente a la magnitud del caos comunicativo derivado de su uso.
En esta red proliferan ahora los videos producidos por los actores de la
videopolítica: Tertulianos, profetas de la catástrofe, expertos providenciales,
frikis de distintas clases, marginados en busca de su oportunidad, expulsados
del sistema político-comunicativo y políticos presentados por sus equipos de comunicación.
Estos innovan y ensayan distintos formatos que, en general, van más allá de los
imperantes en la comunicación televisiva.
La nueva ola
de mensajes políticos en TikTok se puede sintetizar como la de la
preponderancia de los rostros de los actores. Me fascinan las puestas en escena
de estos nuevos sermones en los que la seducción personal se sobrepone a los
contenidos de los mensajes. Cuando veo estos videos, no puedo reprimir un
sentimiento de indignación por la idea de los públicos receptores que detenta
el formato del sermón. En este nuevo modo de comunicación emergente, no existe
otra interacción que no sea la aceptación por el número de visionados, likes,
reenvíos y comentarios. El emisor se constituye como un gigante colosal que deroga
la conversación y reduce la bidireccionalidad a un acto automatizado.
Insisto en
que una democracia solo puede ser definida como la multiplicación exponencial
de conversaciones en todos los niveles que generan múltiples actores políticos.
Por el contrario, incluso la campaña electoral no es otra cosa que la
institución de una conversación única entre cabezas de cartel. Me fascina
comprobar que el mismo Senado es situado fuera de esa plática única. Esta es
acompañada por una casta de gentes a las que este sistema antidemocrático les
otorga la facultad de hablar en el espacio público, eso sí, siempre minuto a
minuto. Todavía recuerdo el 15M, en el que múltiples gentes privadas de la
capacidad de decir, tomaron la palabra provisionalmente en las plazas.
La máxima
aspiración de los escasos participantes en la conversación pública única, es la
de disfrutar de su minuto de oro para explicar cuestiones más que complejas,
poniendo así su grano de arena en la conformación de un caos comunicativo que
concluye con los actos automáticos que realiza la audiencia para expresar su
aprobación. El acto supremo de esta es votar. Sobre los resultados los
hablantes de la conversación pública única hacen distintas interpretaciones,
como si estos fueran mudos. Así se conforma una mayoría privada de voz y dotada
del poder de clickear. Siguiendo los cánones impuestos por la preponderancia de
la institución central, la televisión, el censo electoral deviene en una masa
de partículas clickeantes que conforman una audiencia definida por la debilidad
de las comunicaciones horizontales u oblicuas. Se trata de mirones mudos
dotados del poder de apretar el botón de un mando. Nunca pensé que llegase a
vivir tal degradación, que en mis tiempos jóvenes anhelaba la democracia, que
es una cosa distinta que esta.
Termino presentando varios videos en los que se muestra la omnipotencia de los rostros convertidos en el núcleo de una comunicación que pretende seducir. El primero, como es frecuente en este sistema comunicativo televisivo, es el de las gentes que suministran la información meteorológica. En 2017 escribí a propósito de esta cuestión un texto en el que analizaba la emergencia de Roberto Brasero como paradigma de la comunicación televisiva. En el caso de TikTok ha sido Mercedes Martín, una de las presentadoras del tiempo en Antena3, la que ha protagonizado la salida a este tipo de comunicación. Podéis encontrar sus videos en Youtube y también TikTok. Estos me producen una sensación de insignificancia terrible y cuando los veo no puedo dejar de mascullar estas palabras “Pero quién se ha creído esta tía que somos”.
Una vez desembarcados los del tiempo han llegado los tertulianos. Una de ellas, Verónica Fumanal representa el sumun del exceso. El excedente de comunicación verbal refuerza la sensación de miseria del espectador, que más que informado parece ser embelesado, seducido o neutralizado por la docta emisora. En sus videos de TikTok se ilustra la miseria de los receptores privados de palabra , cuyo papel se reduce a emitir likes mediante la activación de los dedos. Esta comunicación adoptada por un número creciente de tertulianos, es extremadamente agresiva, descansando, al estilo de Mercedes Martín, en la sincronización de la dicción con el despliegue del rostro.
Esta forma de comunicación unidireccional es adoptada por los políticos mismos. Paradójicamente, la izquierda del presente se sobrepone a la derecha en las puestas en escena de esos videos. La austeridad providencial de la izquierda se disipa en la explosión de las artes de gustar y seducir. Los videos antológicos del gobierno progresista en su pomposa presentación mediática, así como el repertorio visual del que hace gala Yolanda Díaz, constituyen una tragedia política, en tanto que su acceso al gobierno sanciona su protagonismo en la conversación pública oficial en detrimento de su comunicación con sus bases sociales en los suelos sociales. El trágico final de Podemos se puede sintetizar en la competencia sublime con que ha desempeñado su papel de cancelar las conversaciones con sus bases misma. La reciente designación de Irene Montero, mediante una votación en internet en la que no ha tenido lugar discusión o deliberación pública, reduciendo a los inscritos al papel de audiencia televisiva.
Los videos de los ilustres representantes de esta izquierda, muestran inequívocamente la derogación de las conversaciones horizontales en el espacio que denominan como "mayoría social". En este aspecto radica, precisamente, su hundimiento electoral. Pero la más audaz en este extraño mundo es Mónica García, persona superdotada para el espectáculo mediático-político. Esta llega a hacer videos que carecen de cualquier mensaje político explícito, en los que expone la potencialidad de su cuerpo para la seducción mediática visual. El microrrelato mediático de su duelo con Ayuso en Madrid se acompaña de la proliferación por parte de ambas de las armas de la comunicación no verbal tóxica practicada por ambas, que minimiza las cuestiones programáticas adquiriendo el perfil de los realities televisivos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario