La
realidad es lo que nos resiste y se burla de nuestros planes en el cometa.
No es
fácil tener una historia propia cuando flotas en tu tiempo como un corcho en el
agua, según los encuentros.
Cuando la
cuestión de los medios desvía la de los fines, y la gestión de la herramienta
se convierte en su propio fin, las cosas pierden su significado, el Estado de
derecho su razón de ser, y el hombre a su manera. Tres ejemplos caseros de esta
subversión gerencial: Defensa, Cultura, Escuela. Tres nobles humillados.
Regis Debray
Las elecciones gallegas han mostrado impúdicamente la crisis histórica
del PSOE, que, como señalé en la entrada anterior, ha terminado adoptando un
modelo extraño a su propia identidad. La militancia en la que se sustentaba es
convertida en algo similar a los accionistas de una empresa, y, como tales,
conforman una masa anónima sin vínculos incapaz de ejercer ningún control
efectivo sobre la dirección, convertida en un consejo de administración que
gobierna a su antojo la organización manejando una tecnoestructura partidaria
que elabora las líneas a seguir. El
objetivo compartido de los militantes desahuciados de los procesos de decisión es
obtener modestos beneficios simbólicos derivados de la consecución de gobiernos
en todos los niveles.
La izquierda poscomunista, heredera del vetusto partido comunista experimenta
un derrumbe de rango similar, aunque de perfil diferente. Tras los primeros
años de la naciente democracia se desploma en las elecciones del 82, reduciendo
al mínimo su representación. Así, se crean las condiciones para la migración de
una parte considerable de sus cuadros hacia los eufóricos vencedores del PSOE,
que practican una demoledora política de cooptación. Esta crisis totalizante de
la organización es vivida como una injusticia desde la perspectiva del papel
que los comunistas habían desempeñado en la oposición al régimen franquista. El
resultado de esta inversión entre las aportaciones y los resultados es la
generación de una herida cultural de gran envergadura, que transmite al
electorado de izquierdas, aunque esta presenta dificultades para ser
racionalizada o verbalizada.
El nacimiento de Izquierda Unida representa un proyecto en el que las
siglas PC, quedan difuminadas por un proyecto que pretende ser plural, en tanto
que están presentes socialistas, republicanos y otras fuerzas, que años después
irán adoptando el color verde. Este proyecto, se asienta sobre las ruinas
ideológicas del comunismo de los años sesenta, que se autodenomina como
eurocomunismo en la década siguiente. Pero su rasgo más importante es que tiene
la pretensión de disputar a los socialistas la hegemonía de la izquierda,
mediante el mitológico término del sorpasso, incubado en la Italia de
los setenta bajo el auspicio del PCI. Izquierda Unida es un proyecto político
con ambición de gobernar obteniendo la mayoría.
Pero, tras una década tormentosa, el electorado de izquierdas se
muestra decididamente en favor del PSOE, rechazando las solicitaciones
electorales de IU. Al tiempo, las tradiciones comunistas muestran su profundo
arraigo en la conciencia colectiva, terminando por arrinconar a todos sus
socios y convertir esta coalición en una versión renovada del viejo partido
comunista, definido por su estricta homogeneidad. Las limitaciones del proyecto
encabezado por Julio Anguita se hacen patentes. El peor aspecto radica en que,
dada la debilidad institucional del partido, la izquierda se fragmenta según
criterios sectoriales. Así se conforma una izquierda sindical, sanitaria,
educativa, universitaria, cultural o local relativamente distanciada del
partido, que pierde así su condición de guía.
Este naufragio de izquierda unida determina, en la segunda mitad de la
década de los noventa, que una parte de sus cuadros opte por un pragmatismo
demoledor, renunciando de facto a superar al PSOE, para configurarse como un
socio minoritario e imprescindible. El primer episodio de esta metamorfosis
tiene lugar en Andalucía, en la que IU tiene alguna implantación local. La
persona que protagoniza el gobierno conjunto con el PSOE es Diego Valderas, que
inicia una nueva etapa que se prolonga hasta el presente. Por eso me gusta
llamarla “Valderismo”, en tanto que se funda en el supuesto de explotar el
valor de su menguada representación, como socio irremplazable de un PSOE declinante. En esta etapa, el electorado de izquierdas
continúa penalizando a IU, aún a pesar de la política cada vez más derechizada
del PSOE, y de que se intensifica la reestructuración del capitalismo, lo que
significa una severa penalización a las bases sociales de la izquierda.
El valderismo vive en el interior de las instituciones maximizando sus
cuotas en el parlamento, las autonomías y los ayuntamientos. Mientras tanto, en ausencia de cualquier
representación efectiva, varios sectores sociales muestran su predisposición a
recupera la “voz”, en el sentido formulado por Hirschmann, tras los años de
plomo de reformas neoliberales que carecen de réplica en las lángidas
instituciones representativas. El proceso de recuperación de la voz, implica
una intensificación de la acción colectiva asociada a un estado de expectación intermitente,
generado en el exterior de las deterioradas instituciones del régimen del 78.
En estas condiciones nace una nueva izquierda representada en el primer
Podemos, que parece adoptar otros métodos de acción y organización diferentes a
los de las viejas izquierdas históricas.
El éxito inicial de Podemos se puede explicar por su capacidad de
conectar con un amplio sector de votantes de la izquierda desamparados por
efecto de la conjunción entre las vigorosas reformas neoliberales y la ausencia
de respuesta de la izquierda institucional. En el comienzo esperanzador
de esta formación política concurren algunos grupos desgajados de la vieja
izquierda y que presentan la homogeneidad de una nueva cohorte militante de
hijos de la generación de la última resistencia al franquismo y la transición.
Pero el primer Podemos muere de éxito. Sus buenos resultados electorales
contrastan con su incapacidad para extender sus vínculos a los múltiples
sujetos políticos que protagonizan las movilizaciones y la comunicación
política desbordada de esos años.
Tras el gran salto derivado de su impetuosa entrada en las
instituciones, los dirigentes de Podemos son deslumbrados por las cámaras, los
platós y las magias de la videopolítica. Sus logros electorales contrastan con
su incapacidad de organizar un dispositivo partidario que responda a la
heterogeneidad de su base social. Su acción se concentra en las instituciones y
los media, postergando su implantación social. Así se forja su drama
organizativo, representado en el modelo de sus círculos, que tanto geométrica
como políticamente se pueden representar rotundamente en el concepto cero. En
esa situación se instituye una oligarquía partidaria asentada sobre un campo
político en el que reinan los medios y su prodigiosa velocidad.
El rápido declive de Podemos se puede comprender mediante su radical
asimetría con el anarquismo histórico español. Este se sostenía sobre las
iniciativas múltiples de distintos grupos arraigados en las empresas y los
barrios. Un dispositivo de sindicatos, escuelas, ateneos, bibliotecas y grupos
que desarrollan actividades alternativas, fundados en los principios de
autogestión y acción directa sin intermediarios, arraiga las grandes
organizaciones libertarias a la sociedad, dotándolas de una potencialidad
incuestionable. Por el contrario, Podemos organiza su acción sobre un nutrido
grupo de gentes que desarrollan su acción en el estado o los medios. Son los
concejales, diputados autonómicos y del congreso, empresas públicas y las
legiones de asesores. Tras ellos se puede identificar una masa crítica de
candidatos a estas posiciones, por lo que es inevitable la proliferación de
luchas internas por ocupar posiciones estatales.
Tras alcanzar su techo de 72 diputados todo se desmorona. La escasa
pluralidad interna – pablistas, errejonistas y anticapitalistas- se depura en
un proceso trágico de homogeneización e hiperliderazgo, que termina con la
expulsión de facto de las diferentes “sensibilidades”. El proyecto político
fundado en la idea axial de que el cambio es posible desde el gobierno y las
instituciones, se muestra falaz. El sistema reacciona frente a los nuevos
bárbaros, que son expulsados de los platós y penalizados en las informaciones.
Además, se implementa una fuerte campaña sin precedente de acoso y derribo al
pequeño núcleo dirigente, al tiempo que integra en la nueva nobleza tertuliana
a algunos de los penalizados.
Tras el éxito inicial, se produce una fusión con un grupo de náufragos
de la nomenklatura de Izquierda Unida, que van a desbaratar el dispositivo de
dirección de Podemos, bajo la forma de Unidas Podemos. Estos, son los líderes letales anteriores al
comienzo del ciclo de 2014, como Garzón, Yolanda Díaz o Enrique Santiago,
esperan su ocasión para apuntillar a los inexpertos cuadros de Podemos. Ellos
desempeñan un papel de conversión del proyecto originario en un simulacro
político, que termina reconfigurándose en Sumar. Esta organización representa
el sumun de la irrealidad. Es fundada por Yolanda Díaz y no ha hecho un
congreso constituyente que avale un programa consensuado y que se dote de
órganos de dirección. De este modo, es gobernado por Díaz a su antojo mediante
el modelo acreditado de la mafia. Esta establece acuerdos secretos sin control
acerca de las acciones o decisiones para investir a los representantes, respaldada
por las televisiones progresistas, única autoridad de facto en el
conglomerado humano que conforma la izquierda en el presente, que flota sobre
lo social al estar constituida como audiencias. El plató es su centro de
gravedad.
Sumar representa la degeneración radical del proyecto de 2014. Se
sustenta en el compromiso de varios clanes políticos unificados por su
imperativa necesidad de sobrevivencia en las configuraciones estatales. Su
capital político se condensa en la imagen de sus ínclitos ministros. Así,
producen videos sobre sí mismos en los que comunican sus ensoñaciones
políticas. Los viajes de Yolanda; las lamentaciones de Montero y Belarra, que
ponen en escena el imaginario de las proverbiales viudas, en este caso como
ministras; las magias mediáticas de Mónica García; los desvaríos pragmáticos de
Errejón y otras ficciones.
Pero la realidad termina por imponerse drásticamente. Los años felices
de los gobiernos municipales o la engañosa vitalidad de las mareas han
concluido en derrumbe. En los próximos meses asistiremos a una nueva generación
de conflictos internos gobernados por el canibalismo político que dilucidarán
quiénes son los nominados y expulsados de este nuevo episodio del desgastado
reality político. Carentes de arraigo en el territorio, solo queda un público
afecto con el que se comunica mediante videos cortos. Se ha completado así el
proceso de configuración de una izquierda desterritorializada y evanescente.
Por eso, la imagen de los videos de campaña de Marta Lois, representan
certeramente la tragedia política. Su presentación como chica moderna de clase
media cuqui mostrando el contenido de su bolso o su lanzamiento en parapente
ilustran acerca de las ficciones políticas que sustentan la última versión de
la izquierda en este ciclo.
El aspecto más inquietante de esta izquierda que se alimenta de las
cámaras de la videosfera es su proyecto político parasitario, formado por un
mix heterogéneo, disperso y desintegrado de ideas procedentes del viejo arsenal
argumental de la izquierda, que se entrelazan con ideas de la izquierda woke y
algunas extraídas del mismo neoliberalismo, en su versión del nuevo capitalismo
emocional. Así, en tanto que presumen de hacer transformaciones derivadas de su
alojamiento en el gobierno, lo que realmente tiene lugar es un proceso de
transferencia de modos de acción política de las derechas a ellos mismos. El
caso paradigmático de las puertas giratorias, representado por Garzón, no es un
caso aislado, sino que representa el desvarío de esta generación perdida de la
videopolítica de izquierda. El precio de ser “el ala izquierda de la audiencia”
se manifiesta en su cruel declive electoral. Cuando veo sus actuaciones en las
teles, mascullo para mí la siguiente frase “Baldoví, que te vi”.