lunes, 4 de diciembre de 2023

DEL ECLIPSE DEL HORIZONTE AL ADVENIMIENTO DE LA SUPERVIVENCIA

 

¡Cuidado, que viene el futuro ¡

Perich

El cambio más importante que he experimentado desde la perspectiva vivida de mi propia biografía es el de la disipación del horizonte. Mi azarosa juventud estuvo determinada por una militancia activa en la oposición al franquismo. Todas las actividades realizadas por la oposición se encontraban articuladas por un horizonte que les otorgaba un sentido: la inevitable llegada de la democracia. La transición consumó ese gran objetivo, y, en los años siguientes, reaparecieron varios horizontes, generadores de sentido compartido, lo que desataba notables energías en los sectores sociales que las sustentaban.

Así, tras la alegre llegada de la democracia, me localicé en el ínclito sistema sanitario, que en el comienzo de los años ochenta se encontraba polarizado en torno a un nuevo horizonte: la reforma sanitaria que adaptase este a la novísima democracia recién llegada. Como técnico del INSALUD en Cantabria colaboré en distintos campos profesionales llenos de energía, movilizados por el seguro advenimiento de un futuro al que se suponía triunfal. La reforma de los hospitales desde la perspectiva de los renovados servicios de atención al usuario en los hospitales, que entonces se entendían como una suerte de comandos especiales en pro de una luminosa humanización de la asistencia.

También participé en el no va más de la reforma sanitaria que se estaba incubando, la nueva atención primaria, fundada en la creación de los nuevos centros de salud, entendidos entonces como verdaderas entidades dotadas de poderes mágicos. Pude colaborar directamente en esta reforma y tuve el privilegio de participar en un equipo multiprofesional de apoyo y realizar un informe sobre la implementación de la reforma en dos centros de salud. Este, cuyo título fue “Operación Espejo”, me permitió hacer trabajo de campo en el interior de dos equipos en un contexto en el que todos los participantes compartíamos una ingenuidad asombrosa, que se disipó tras los primeros años.

Tanto en los Servicios de Atención al Usuario en los hospitales, como en los centros de salud, se podían respirar las colosales energías de los participantes, definidas por la percepción de un futuro que era entendido como un salto prodigioso que nos otorgaba el privilegio de formar parte de una generación pionera y especial. El horizonte de cambio se materializaba en un ambiente en el que la ilusión desempeñaba un papel primordial, que conformaba un relato que privilegiaba una épica resultante de la materialización de una reforma, que remitía a aspectos mágicos. Así se incubaban ambientes que favorecían, tanto la generación de iniciativas, como la recreación de imaginarios profesionales que recurrían a lo legendario.

Mi trayectoria culminó con la llegada a la Escuela Andaluza de Salud Pública, en la que las energías e ilusiones se prodigaban en torno a un proyecto que era considerado como rupturista con respecto, tanto a la Universidad convencional, como a los anquilosados centros de formación en salud pública de aquel tiempo. La EASP era un espacio en el que se materializaba una fusión explosiva entre la Reforma Sanitaria y el proyecto de ella misma, que la convertía en un centro guía de todo un tiempo nuevo, en el que desempeñaba un papel de partera de la nueva salud pública y el renovado sistema sanitario resultante de la magia de los nuevos saberes que la inspiraban.

Así, en los años transcurridos entre 1983 y 1990, transité por contextos profesionales activos y plenos de ilusiones, determinados por el encantamiento derivado de la concepción de las reformas como aplicaciones del nuevo reino de Dios en la tierra. La ilusión compartida, fundada en unas expectativas totalizantes, otorgaba a los contextos de estas organizaciones del sistema sanitario una fuerza vinculada con un profetismo que se localizaba en todas las actividades, así como en los sujetos participantes. En estos años, la convicción de que las prácticas profesionales conformaban lo que se entendía como “lo nuevo”, alimentaban verdaderas fantasías compartidas. El horizonte del cambio, entendido como providencial, adquiría un esplendor inusitado y devenía en una fuente considerable de la satisfacción profesional.

En el año 1990 aterricé en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Granada, reencontrándome con una institución que se reclamaba en lo nuevo. Ahora se trataba de la flamante disciplina de la sociología, que se emancipaba del honorable derecho político para asentarse sobre la realidad de Andalucía para cumplir con el mandato de generar el conocimiento necesario para la racionalización necesaria para sancionar la gran modernización de tan atribulada región. En este caso, las inercias institucionales interferían en las dinámicas organizacionales, haciendo válido el aserto de que la vieja universidad nunca muere, en tanto que muestra su asombrosa capacidad para reencarnarse en cualquier proyecto nuevo sustrayéndole su esencia.

Pero estos tiempos fundantes que tuve el privilegio de vivir, terminan cristalizando en rutinas que amenazan a los imaginarios heroicos de los comienzos. El paso del tiempo favorece la conversión de los pioneros en grupos de interés, de modo que las lecturas de las reformas se modifican sustancialmente. Las finalidades iniciales se quedan adoptando la forma de expresiones rituales que encubren el bloqueo de los procesos de cambio iniciados. Los actores se estabilizan y se constituyen en colectivos que pujan por modificar los equilibrios establecidos en el conjunto del sistema en su favor. Los intereses corporativos priman sobre las finalidades iniciales. La rutinización disipa la energía producida en los primeros tiempos.

A partir de mediados de los noventa, todos los campos en los que participé en sus refundaciones democráticas, son convertidos en campos de localización de nuevas reformas de signo inverso a las propuestas de los años ochenta.  Las nuevas reformas, gerencialistas y neoliberales, socavan el tejido social de las organizaciones y debilitan los vínculos horizontales establecidos entre sus miembros. Esta es la condición necesaria para la reconversión del viejo estado del bienestar. El mercado se hace presente en forma de huracán político y directivo, que recompone el sistema sanitario resultante del inicio de las reformas salubristas iniciadas en los ochenta.

Tras largos años de reestructuración del sistema sanitario, en la segunda década del nuevo siglo XXI se instaura un nuevo orden interno que puede ser sintetizado en el término “recortes”. Las políticas sanitarias invierten las direcciones de los años de crecimiento y de finalidades asociadas a los horizontes, para instituir gradualmente un sistema en recesión permanente, que determina la mutación de sus propios supuestos y sentidos. De la grandeur derivada del horizonte, a la sobrevivencia, este es el meollo de la mutación en curso. En un contexto de recesión, cada profesional o unidad se ve imperativamente orientado a sobrevivir.

La nueva situación genera una cotidianeidad sórdida en la que cada cual se ve impelido a cumplir sus objetivos, determinados por la simulación de un contrato. Las culturas organizacionales heroicas son reemplazadas por una versión empobrecida e individualizada de la sobrevivencia, en las que la gloria determinada por las finalidades, cede el paso a un utilitarismo menguante y rácano. Las comunicaciones y las movilizaciones devienen en defensivas frente a la amenaza de la privatización o desaparición. Así se funda un nuevo tiempo en la que cualquier horizonte luminoso se desvanece, siendo desplazado por un menguado común denominador, que se puede definir como la conservación del mismo puesto de trabajo.

Así, tras mi propia jubilación, soy testigo de la demolición de los viejos edificios institucionales. Los Servicios de Atención al Usuario como extensiones de las direcciones en defensa de un orden asistencial basado en la administración de la escasez; la atención primaria reestructurada sobre el principio de la masificación y degradación; la salud pública como herramienta para un nuevo tipo de gobierno de la población que legitima el autoritarismo. La misma Escuela Andaluza de Salud Pública es objeto de un homicidio organizacional, siendo asaltada su identidad y demolida para ser reimplantada a un contexto universitario convencional.

Este es un tiempo de sobrevivencia, que se funda en un relato cicatero que ha renunciado a las palabras mayúsculas. Las miserias de las narrativas vigentes generan un encanallamiento creciente de las personas y las relaciones institucionales. Las organizaciones son reducidas a los contratos entre sus miembros y las direcciones en un contexto de precarización creciente. La individuación agresiva y montaraz es la condición para la consumación de las domesticaciones profesionales. En un contexto así, los directivos, convertidos en una suerte de brujos, experimentan con los equipos introduciendo los métodos de la gestión de emociones y otros similares procedentes del arsenal de la psicología, para generar las condiciones de un suicidio profesional asistido.

Privados de cualquier horizonte, las organizaciones sanitarias son gobernadas por una casta referenciada en los saberes y los métodos de la empresa postfordista. Los profesionales son reconvertidos en recursos humanos. Despojados de su herencia simbólica son conminados a aceptar la realidad de la recesión de los recursos asignados. En un contexto así, cualquier propuesta de reforma que trate de recuperar el horizonte, es silenciada y menospreciada. La reciente propuesta de Gérvas sobre una nueva reforma renacentista de la atención primaria es eludida en un medio organizativo definido por la brutalidad y la violencia derivada de los pragmatismos asociados a la sobrevivencia. A día de hoy y en ese contexto, solo son escuchadas propuestas avaladas en cifras tangibles que emulen a los sobrevivientes. La nueva quimera del oro, la quimera del nuevo mercado de la salud mental, es la única propuesta atractiva para movilizar a los sobrevivientes privados de horizonte.

 

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