¡Cuidado, que viene el futuro ¡
Perich
El cambio
más importante que he experimentado desde la perspectiva vivida de mi propia
biografía es el de la disipación del horizonte. Mi azarosa juventud estuvo
determinada por una militancia activa en la oposición al franquismo. Todas las
actividades realizadas por la oposición se encontraban articuladas por un
horizonte que les otorgaba un sentido: la inevitable llegada de la democracia.
La transición consumó ese gran objetivo, y, en los años siguientes, reaparecieron
varios horizontes, generadores de sentido compartido, lo que desataba notables
energías en los sectores sociales que las sustentaban.
Así, tras la
alegre llegada de la democracia, me localicé en el ínclito sistema sanitario,
que en el comienzo de los años ochenta se encontraba polarizado en torno a un
nuevo horizonte: la reforma sanitaria que adaptase este a la novísima
democracia recién llegada. Como técnico del INSALUD en Cantabria colaboré en
distintos campos profesionales llenos de energía, movilizados por el seguro
advenimiento de un futuro al que se suponía triunfal. La reforma de los
hospitales desde la perspectiva de los renovados servicios de atención al
usuario en los hospitales, que entonces se entendían como una suerte de
comandos especiales en pro de una luminosa humanización de la asistencia.
También
participé en el no va más de la
reforma sanitaria que se estaba incubando, la nueva atención primaria, fundada
en la creación de los nuevos centros de salud, entendidos entonces como
verdaderas entidades dotadas de poderes mágicos. Pude colaborar directamente en
esta reforma y tuve el privilegio de participar en un equipo multiprofesional
de apoyo y realizar un informe sobre la implementación de la reforma en dos
centros de salud. Este, cuyo título fue “Operación Espejo”, me permitió hacer
trabajo de campo en el interior de dos equipos en un contexto en el que todos
los participantes compartíamos una ingenuidad asombrosa, que se disipó tras los
primeros años.
Tanto en los
Servicios de Atención al Usuario en los hospitales, como en los centros de
salud, se podían respirar las colosales energías de los participantes,
definidas por la percepción de un futuro que era entendido como un salto
prodigioso que nos otorgaba el privilegio de formar parte de una generación pionera
y especial. El horizonte de cambio se materializaba en un ambiente en el que la
ilusión desempeñaba un papel primordial, que conformaba un relato que
privilegiaba una épica resultante de la materialización de una reforma, que
remitía a aspectos mágicos. Así se incubaban ambientes que favorecían, tanto la
generación de iniciativas, como la recreación de imaginarios profesionales que recurrían
a lo legendario.
Mi
trayectoria culminó con la llegada a la Escuela Andaluza de Salud Pública, en
la que las energías e ilusiones se prodigaban en torno a un proyecto que era
considerado como rupturista con respecto, tanto a la Universidad convencional,
como a los anquilosados centros de formación en salud pública de aquel tiempo.
La EASP era un espacio en el que se materializaba una fusión explosiva entre la
Reforma Sanitaria y el proyecto de ella misma, que la convertía en un centro
guía de todo un tiempo nuevo, en el que desempeñaba un papel de partera de la
nueva salud pública y el renovado sistema sanitario resultante de la magia de los
nuevos saberes que la inspiraban.
Así, en los
años transcurridos entre 1983 y 1990, transité por contextos profesionales
activos y plenos de ilusiones, determinados por el encantamiento derivado de la
concepción de las reformas como aplicaciones del nuevo reino de Dios en la
tierra. La ilusión compartida, fundada en unas expectativas totalizantes,
otorgaba a los contextos de estas organizaciones del sistema sanitario una
fuerza vinculada con un profetismo que se localizaba en todas las actividades,
así como en los sujetos participantes. En estos años, la convicción de que las
prácticas profesionales conformaban lo que se entendía como “lo nuevo”,
alimentaban verdaderas fantasías compartidas. El horizonte del cambio,
entendido como providencial, adquiría un esplendor inusitado y devenía en una
fuente considerable de la satisfacción profesional.
En el año
1990 aterricé en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la
Universidad de Granada, reencontrándome con una institución que se reclamaba en
lo nuevo. Ahora se trataba de la flamante disciplina de la sociología, que se
emancipaba del honorable derecho político para asentarse sobre la realidad de
Andalucía para cumplir con el mandato de generar el conocimiento necesario para
la racionalización necesaria para sancionar la gran modernización de tan
atribulada región. En este caso, las inercias institucionales interferían en
las dinámicas organizacionales, haciendo válido el aserto de que la vieja
universidad nunca muere, en tanto que muestra su asombrosa capacidad para
reencarnarse en cualquier proyecto nuevo sustrayéndole su esencia.
Pero estos
tiempos fundantes que tuve el privilegio de vivir, terminan cristalizando en
rutinas que amenazan a los imaginarios heroicos de los comienzos. El paso del
tiempo favorece la conversión de los pioneros en grupos de interés, de modo que
las lecturas de las reformas se modifican sustancialmente. Las finalidades
iniciales se quedan adoptando la forma de expresiones rituales que encubren el
bloqueo de los procesos de cambio iniciados. Los actores se estabilizan y se
constituyen en colectivos que pujan por modificar los equilibrios establecidos
en el conjunto del sistema en su favor. Los intereses corporativos priman sobre
las finalidades iniciales. La rutinización disipa la energía producida en los
primeros tiempos.
A partir de
mediados de los noventa, todos los campos en los que participé en sus
refundaciones democráticas, son convertidos en campos de localización de nuevas
reformas de signo inverso a las propuestas de los años ochenta. Las nuevas reformas, gerencialistas y
neoliberales, socavan el tejido social de las organizaciones y debilitan los
vínculos horizontales establecidos entre sus miembros. Esta es la condición
necesaria para la reconversión del viejo estado del bienestar. El mercado se
hace presente en forma de huracán político y directivo, que recompone el
sistema sanitario resultante del inicio de las reformas salubristas iniciadas
en los ochenta.
Tras largos años de reestructuración del sistema sanitario, en la segunda década del nuevo siglo XXI se instaura un nuevo orden interno que puede ser sintetizado en el término “recortes”. Las políticas sanitarias invierten las direcciones de los años de crecimiento y de finalidades asociadas a los horizontes, para instituir gradualmente un sistema en recesión permanente, que determina la mutación de sus propios supuestos y sentidos. De la grandeur derivada del horizonte, a la sobrevivencia, este es el meollo de la mutación en curso. En un contexto de recesión, cada profesional o unidad se ve imperativamente orientado a sobrevivir.
La nueva
situación genera una cotidianeidad sórdida en la que cada cual se ve impelido a
cumplir sus objetivos, determinados por la simulación de un contrato. Las
culturas organizacionales heroicas son reemplazadas por una versión empobrecida
e individualizada de la sobrevivencia, en las que la gloria determinada por las
finalidades, cede el paso a un utilitarismo menguante y rácano. Las
comunicaciones y las movilizaciones devienen en defensivas frente a la amenaza
de la privatización o desaparición. Así se funda un nuevo tiempo en la que
cualquier horizonte luminoso se desvanece, siendo desplazado por un menguado
común denominador, que se puede definir como la conservación del mismo puesto de
trabajo.
Así, tras mi
propia jubilación, soy testigo de la demolición de los viejos edificios
institucionales. Los Servicios de Atención al Usuario como extensiones de las
direcciones en defensa de un orden asistencial basado en la administración de
la escasez; la atención primaria reestructurada sobre el principio de la
masificación y degradación; la salud pública como herramienta para un nuevo
tipo de gobierno de la población que legitima el autoritarismo. La misma
Escuela Andaluza de Salud Pública es objeto de un homicidio organizacional,
siendo asaltada su identidad y demolida para ser reimplantada a un contexto
universitario convencional.
Este es un
tiempo de sobrevivencia, que se funda en un relato cicatero que ha renunciado a
las palabras mayúsculas. Las miserias de las narrativas vigentes generan un
encanallamiento creciente de las personas y las relaciones institucionales. Las
organizaciones son reducidas a los contratos entre sus miembros y las
direcciones en un contexto de precarización creciente. La individuación
agresiva y montaraz es la condición para la consumación de las domesticaciones
profesionales. En un contexto así, los directivos, convertidos en una suerte de
brujos, experimentan con los equipos introduciendo los métodos de la gestión de
emociones y otros similares procedentes del arsenal de la psicología, para
generar las condiciones de un suicidio profesional asistido.
Privados de
cualquier horizonte, las organizaciones sanitarias son gobernadas por una casta
referenciada en los saberes y los métodos de la empresa postfordista. Los
profesionales son reconvertidos en recursos humanos. Despojados de su herencia
simbólica son conminados a aceptar la realidad de la recesión de los recursos
asignados. En un contexto así, cualquier propuesta de reforma que trate de
recuperar el horizonte, es silenciada y menospreciada. La reciente propuesta de
Gérvas sobre una nueva reforma renacentista de la atención primaria es eludida
en un medio organizativo definido por la brutalidad y la violencia derivada de
los pragmatismos asociados a la sobrevivencia. A día de hoy y en ese contexto,
solo son escuchadas propuestas avaladas en cifras tangibles que emulen a los
sobrevivientes. La nueva quimera del oro, la quimera del nuevo mercado de la
salud mental, es la única propuesta atractiva para movilizar a los
sobrevivientes privados de horizonte.
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Excelente
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