El viejo “historiador del presente”,
el gran reportero de antaño, con su olfato, su estilo sus experiencias
acumuladas, se convierte en el anónimo de “nuestro equipo in situ”, con su
conexión vía satélite programada. Ahora todo es ahora y no hay porqué diferir
la codificación de una información en lenguaje visual o escrito, pues las cosas
vistas, en cuanto que están disponibles en el mismo instante, no requieren ya
un talento o un aprendizaje especial. Descualificación de los profesionales de
la mirada o la palabra. Con el video ligero, el ilustrador como mediador de lo
visible, el escritor o el periodista como mediadores de la historia pierden su
antigua primacía, en beneficio del presentador para el que llega la actualidad.
Regis Debray
La guerra
que tiene lugar ahora en Palestina se inscribe en el nuevo paradigma imperante
en los grandes grupos de información audiovisual, que se puede sintetizar en la
fórmula de “ocultar mostrando”. Así, un enorme caudal de conexiones,
informantes, imágenes, fragmentos de texto, testimonios personales, así como
otras informaciones, se acumulan sobre el aturdido espectador, que solo puede
disponer de la interpretación de la ínclita claque de tertulianos y expertos
seleccionados por los medios, que muestran impúdicamente una valoración
monolítica. El resultado de estos procesos de fabricación y administración de
la información es la desinformación de la audiencia, avasallada por el torrente
de fragmentos audiovisuales, que termina por desorganizar la mirada de tan
esculpido receptor, objeto de repetidos impactos visuales que desbordan sus
capacidades de sintetizar frente al acontecimiento.
El diluvio
de escombros audiovisuales priva a los apabullados espectadores de una visión
unitaria del acontecimiento, así como de su relación con el contexto histórico
en el que se produce. Por esta razón, se puede hablar en rigor de
desinformación organizada, que fuerza a los receptores a movilizar sus
emociones activadas por los impactos visuales que recibe, que son seleccionados
por los operadores mediáticos. La desorganización programada de la gran
fragmentación informativa, devienen en la constitución de un espectador débil,
en el que predomina la confusión, de modo que necesita ser asistido por las
máquinas de ver. En este sentido, se puede hablar en rigor de totalitarismo
mediático, calificando esta forma bochornosa de informar.
Este modo de
operar contrasta con el de los actores del conflicto. Tanto Hamas, que filma y
distribuye sus distintos ataques, recuerdo las imágenes de su ataque a un
concierto musical, como Israel, que distribuye fotografías y videos de
destrucción de los edificios arrasados por sus aviones, tienen la voluntad de
mostrar su potencial destructor. Así constituyen una versión avanzada de las
calamitosas destrucciones de la segunda guerra mundial, en la que los actores
se esmeraban en ocultar las imágenes de devastación resultantes de sus
prácticas guerreras. En particular, los genocidios promovidos por los nazis, y
los efectos sobre las poblaciones de Hirosima y Nagasaki de las bombas atómicas
norteamericanas, extraño símbolo de las democracias triunfantes.
Pero este
modo perverso de comunicar significa una regresión con respecto al pasado
inmediato. Las lúcidas palabras de Debray que abren este texto sintetizan el cabio
operado. El antiguo corresponsal de guerra, definido como “historiador del
presente” y “mediador con la historia”. Estos reporteros representaban en sus
crónicas una conexión con el contexto histórico específico, e, inevitablemente,
con el pasado. Sus textos tenían la finalidad de ayudar al lector a hacerse una
composición global del acontecimiento. El objetivo era comprender, esclarecer,
mostrar las dimensiones del evento y sus relaciones. Por esta razón, sus
sucesivas crónicas terminaban con frecuencia en libros que significaban el
refuerzo de una interpretación integrada del acontecimiento, dirigidos a un
público más exigente.
He mostrado
aquí mi admiración por los libros de una figura periodística del espesor de
Kapuscinski. En el plano español, es menester citar a Manu Leguineche,
periodista que representa la condición de autor, por encima del medio que lo
emplee en cada ocasión. También una pléyade de reporteros autores, entre los
que se incluyen algunos corresponsales de radios y televisiones inolvidables,
que en sus conexiones presentaban densas síntesis en forma de textos orales. Esta
generación ha sido suplantada por un ejército móvil de reporteros ocasionales
que destacan por su renuncia a la interpretación general, en favor de las “imágenes
impactantes” o los testimonios parciales en favor del posicionamiento del
medio.
Así pierden
su condición de autores y se reconstituyen como piezas de un dispositivo
informativo centralizado y homogéneo. Los corresponsales in situ del presente me
suscitan un horror inenarrable. No se puede esperar de ellos un estímulo para
repensar el acontecimiento o alimentar interpretaciones distintas, o nuevos
alineamientos o visiones. Todo es tan pétreo, uniforme y unitario que se
integra en una suerte de papilla informativa privada de cualquier pluralidad.
Así se constituye una audiencia asistida y manipulada, sustentada en el manejo
de emociones que termina en una infantilización destructiva. Bajo la apariencia
de dualidad de las conversaciones dirigidas, las tertulias, subyace la
apoteosis de lo idéntico. Así se ayuda a completar el proceso de identificación
de los espectadores con una de las dos formas establecidas de lo posible, en
sus versiones estereotipadas de progresistas y conservadores. O Antonio Naranjo
o Verónica Fumanal. La miseria de la
información resultante, se hace patente.
En estas
coordenadas se puede entender la confusión existente con respecto al
acontecimiento Guerra en Palestina. La desinformación programada estimula la
movilización activa de los distintos segmentos de audiencia posicionados
férreamente con anterioridad. Así la comunicación termina configurando una
suerte de intifada en lo que se intercambian son pedradas. En esa situación,
proliferan los más combativos que se vuelcan sobre las redes sociales, que
adquieren la naturaleza de las hondas, que amplían el radio de impacto de las
pedradas.
El resultado
de esta mutación es la cristalización de un nutrido contingente de gentes que
aspiran a ejercer como presentadores, en detrimento de quienes se proponen
comprender mejor los acontecimientos. Esta degradación se puede definir como el
debilitamiento de la inteligencia en beneficio de la democratización del oficio
de presentar. Así el éxito de Tik Tok o Instagram: cada uno puede ejercer ahí
de presentador y anunciar imágenes espectaculares. Me impresionan mucho los
periodistas que presentan videos patéticos en Tik Tok como la misma Fumanal,
Ana Pardo de Vera y otros próceres progresistas, en los que ensayan formas agresivas de comunicación no verbal, realizando la ensoñación de ser "presentadores por un día". Entonces me acuerdo de los
viejos reporteros y de los corresponsales de la televisión, que aquí tan bien sintetiza
Manu Leguineche.
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