Libertad de expresión es decir lo que
la gente no quiere oír.
George
Orwell.
En estos
convulsos días se manifiestan distintas erupciones políticas resultantes del
equilibrado resultado de las elecciones del 23 de julio, que estimularon la
imaginación de los contendientes políticos respecto a sus posibilidades de
formar gobierno. El pacto que ampara la investidura de Pedro Sánchez termina
con las simetrías políticas características del régimen del 78, amparado en la
alternancia de los grandes bloques de la derecha y la izquierda. Se prodigan
las movilizaciones de masas al tiempo que se simplifican los imaginarios
políticos estimulados por la contienda. Salen a flote, para la gloria de las
cámaras, las pasiones ideológicas ocultas en el subsuelo y encarnadas en
arquetipos personales que trascienden las caricaturas, y que conforman los
deshechos de los bloques contendientes. El populismo adquiere todo su
esplendor.
La
agudización de las tensiones en el campo político tiene lugar en un sistema que
se encuentra en un estado de regresión. En los últimos treinta años, aumenta el
poder de los partidos políticos, al tiempo que estos relevan a sus viejas
élites mediante el reemplazo por generaciones esculpidas en el interior de los
mismos. El efecto de este proceso de relevo es catastrófico. La nueva clase
política es el resultado de una autopoesis radical que la aísla de su entorno,
y, en vez de absorber energías de este, transfiere sus supuestos y cogniciones
a este mediante el potente aparato de comunicación audiovisual, en el que los
gabinetes de comunicación de los partidos colonizan a los corresponsales y
reporteros de las televisiones. Estos, a su vez terminan por conformar los
contenidos de los medios por simbiosis con los habitantes de los platós,
presentadores de programas, tertulianos, expertos de guardia y auxiliares que
prestan sus cuerpos para consagrar los contenidos sintetizados en las grandes
pantallas multimedia para la gloria del power point.
De este
proceso resulta lo que se puede definir como “papilla mediática”, que es la
síntesis realizada por la comunión de las especies que conforman el sistema
político de las nuevas democracias resultantes de la maduración de la
videopolítica. Esta papilla tautológica y empobrecida, no necesita de
aportaciones externas, sino, por el contrario, requiere adhesiones de todos los
actores, con la obligación imperativa de mantenerse estrictamente en el
interior de las interpretaciones emanadas por las cúpulas partidarias y sus gabinetes
de comunicación.
La “papilla
mediática” tiene como efecto la generación de un estado de confusión mayúsculo,
que estimula la uniformidad de bloque y el imperativo de obediencia debida a la
autoridad política y mediática del pétreo bloque de pertenencia. Así, todos son
movilizados para reforzar la unanimidad en torno a unas interpretaciones tan
austeras, abreviadas y simplificadas, que, inevitablemente, promueven las
emociones colectivas. El confusionismo siempre termina adquiriendo la forma de gresca.
Se puede pronosticar que la vida política en los próximos meses adquirirá la
forma de distintos episodios de alborotos.
En este
estado de caos de las cogniciones y activación de las emociones, los dos
conglomerados que se disputan el gobierno, sustentados en varias docenas de
miles de candidatos a ocupar las posiciones de los gobiernos y las
organizaciones públicas, enmascaran sus finalidades y recurren a relatos que
falsean radicalmente las realidades. De este modo, el objeto semántico que ha
desencadenado la confrontación y sus erupciones, la amnistía, no tiene una
significación en sí misma, sino que resulta la única forma de alcanzar un
acuerdo que propicie un gobierno que se denomina a sí mismo como progresista.
Así se hace inteligible que la unanimidad suscitada en los directivos del PSOE
antes del 23 de julio en su negación, haya mutado en la dirección contraria.
Este
enmascaramiento determina la activación de emociones negativas en amplios
segmentos del electorado que trascienden a la derecha político-sociológica. Al
tiempo, genera una situación de polarización extrema, que tiene como
consecuencia el refuerzo de la unanimidad de bloque. Cada cual, debe expresarse
reafirmando la posición de su bloque de pertenencia. De lo contrario, puede ser
literalmente linchado por los suyos exaltados por la contienda y férreamente
identificados con los argumentarios de los partidos. El espectro de la traición
se cierne sobre cualquiera que se atreva a expresar su propio criterio. Se
trata de alinearse nítidamente con el ardiente posicionamiento de las cúpulas.
Recuerdo
nostálgicamente los años de la transición política, en los que la multiplicidad
y variedad de voces fue denominada como “la sopa de letras”. Cada tema
suscitaba un aluvión de interpretaciones, matizaciones y observaciones que se
retroalimentaban mutuamente. Los distintos periódicos y revistas diseminaban
múltiples cogniciones sobre los acontecimientos. La “sopa de letras”, que era
en realidad la multiplicación de los actores, fue sustituida por la homogeneidad
de las nuevas cúpulas partidarias, que reestructuraron el sistema mediático
reduciendo drásticamente los actores y las voces. Todo culminó con la llegada
de las televisiones y su selección de expertos de guardia que muestran su
dependencia de los programadores.
Esta
situación concluye mediante la activación de un populismo frenético. Una autora
tan relevante como Eva Illouz, afirma en su último libro publicado en
castellano, “La vida emocional del populismo”, en Katz, que “Si queremos entender por qué algunos marcos
pueden llegar a distorsionar nuestra percepción del mundo social, por qué somos
incapaces de nombrar correctamente un malestar real, debemos llevar el
pensamiento de Adorno a nuevos terrenos y captar con más firmeza que él el
entrelazamiento del pensamiento social con las emociones. Solo las emociones
tienen el poder multiforme de negar la evidencia empírica, dar forma a la
motivación, desbordar el propio interés y responder a situaciones sociales
concretas”.
Efectivamente,
en las narrativas guerreras de los estados mayores de los gabinetes de
comunicación, lo empírico es severamente relegado, para satisfacer las
emociones primarias de las masas de espectadores movilizados por los estados
mediáticos de expectación generados y patrocinados por los mismos. La confusión
es un prerrequisito imprescindible para un estado de movilización general
sustentado en el raquitismo de las cogniciones. Así los dos grandes enjambres
políticos adquieren un vigor inusitado por activación emocional de sus múltiples
participantes concentrados y contiguos, alimentados por el flujo mediático.
En estas
condiciones, deseo un buen espectáculo de investidura, y que continúe la
exhibición en las televisiones de los materiales humanos que sustentan los
museos de los viejos inconscientes políticos de la primera parte del agitado
siglo XX. Mientras tanto, seguiremos visionando el homicidio concertado de lo
empírico y la feria de las virtuosas exposiciones de los escasos actores que
hablan para la gloria de todos nosotros. ¿Quién dijo democracia?
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