Al día
siguiente de su constitución, el nuevo y flamante gobierno progresista se pone
a sí mismo en escena mediante una presentación mediática espectacular en la
Moncloa. El primer Consejo de Ministros tiene lugar según los cánones ortodoxos
de la telerrealidad. Frente a una concentración nutrida de cámaras ubicadas en
la entrada del palacio, los ministros comparecen individualizados, con
intervalos de varios minutos entre ellos, mostrando su cuerpo en movimiento y
su rostro profusamente, como si se tratase de un bautismo icónico. Esta
ceremonia, minuciosamente programada, indica la centralidad absoluta de la
imagen en la videopolítica.
Este
episodio significa el final de la pluralidad estética resultante del acceso a
las instituciones de los recién llegados desde 2014, procedentes de distintos
espacios sociales. Recuerdo los días de constitución del Congreso de los
Diputados, en los que algunos parlamentarios conservadores contemplaban atónitos
las indumentarias de los nuevos diputados, ataviados de distintas formas, de
modo que rompían la uniformidad imperante, mediante la proliferación de atavíos
y prácticas extrañas a tan noble institución. Los noveles bárbaros llegaron
incluso a introducir una bebé en los escaños, que simbolizó un cambio en los
repertorios del saber estar y el comportamiento.
Por esta
razón, la presentación del nuevo gobierno en formato de pasarela, remitió a la
normalización de las instituciones, sancionando el retorno a la uniformidad y a
los cánones convencionales de las vestimentas. Una vez liberados de las
excepciones que representó Podemos, los novísimos ministros de Sumar expresaron
su adhesión a la estética imperante, mediante el traje oscuro para los varones
y los atuendos elegantes y sofisticados para las mujeres, siguiendo la estela
de su lideresa suprema, YolandaDíaz, dotada de las competencias sublimes del
mercado, como son las de elegir y
cambiar, de modo que prodigarse se convierte en un arte menor.
En el camino
hacia la mitad del siglo XXI, se manifiesta la competencia indumentaria entre
la derecha y la izquierda. Esta no es una cuestión baladí, sino que refleja un
proceso de adaptación de los recién avenidos, al tiempo que muestra la
capacidad de absorción de las instituciones políticas. Desde la primera lectura
me fascinó el libro de Robert Michels “Los partidos políticos”, que
conceptualiza las trayectorias de las élites partidarias y su reconversión en
oligarquías según su célebre Ley de Hierro. Por esta razón me asombra la
evolución de los cánones estéticos de la generación del 2014, que acompañan a
su absorción institucional.
Así,
contemplo embelesado la mutación de la imagen en la gran mayoría de ellos. El
caso de Yolanda Díaz se produce paralelamente al de Montero, Belarra y otras.
No puedo olvidar la pauta indumentaria prevalente en la élite del PSOE de los
ochenta, que alternaba los trajes y corbatas de la actividad oficial con los
atavíos para los mítines de las chupillas
que muestran el desclasamiento por un día. Me ha impresionado mucho contemplar
las cuidadas vestimentas de barrio en declive social de Belarra, Montero y
Serra una reciente manifestación en favor de Palestina. El recuerdo de la Ley
de Hierro de Michels ha sido imperativo. Se puede hablar de homologación de
trayectorias estéticas de las distintas élites de la izquierda, que son
análogas a la gradual adopción del estilo de vida de clase media de las élites
sindicales narrado por Michels.
En cualquier
caso, este acontecimiento de la plenitud estética del nuevo gobierno muestra la
centralidad de la imagen, referenciada en dos de las instituciones esenciales
del nuevo orden social: la televisión y la empresa postfordista, que fusiona la
producción con la comunicación. Se trata de ofrecer imágenes poderosas de los
nuevos ministros que se instalen en los imaginarios de los telespectadores
reafirmando sus equivalencias. Los programas espesos son desplazados por los
cuerpos en movimiento que adquieren vida digital como portadores de eslóganes,
siempre respaldados por la adecuada expresividad de los rostros, nucleados en
la sonrisa.
En estas
coordenadas me interrogo acerca de la capacidad de ese conjunto cuidado y
preparado de cuerpos y rostros para abordar un programa de transformación
social. Desde luego, esta apoteosis estética no está dirigida a promover la
acción de sectores de la población, sino, por el contrario, se ubica en el
campo de la seducción comercial. En este, lo decisivo es inducir al acto de la
compra del producto. En el caso del alegre y elegante gobierno, la finalidad es
la obtención del voto. Para ello es menester gustar y agradar. Las cuestiones
programáticas adquieren un papel subalterno a la imagen. La comunicación visual
representa el frenesí electoral. Cada político debe responder al imperativo
estético que cimenta la relación efímera entre los mismos y sus electores.
Esta
transformación de la política recupera y reestructura las viejas instituciones
de la pasarela y la comitiva. Recuerdo que, en la inauguración del nuevo hospital
Zendal de Madrid, un prodigio semiológico, en tanto que la sobredosis de su
puesta en escena se contrapone a su indefinición sanitaria radical, Ayuso hizo
grabar un video, de casi dos horas de duración, con su paseo por el mismo, que
glorificaba la comitiva como grupo de privilegiados subalternos que acompañaban
a la lideresa en el trayecto. El misterio de esta práctica consiste en saber
aprovechar la cercanía a esta en un momento, bien para comentar, informar o
pronunciar palabras agradables a la misma, o bien para ser fotografiado en
posición cercana a la presidenta, lo que puede ser explotado en su currículum
fotográfico.
En la
comitiva hay que saber estar, asentarse bien, pujar discretamente por obtener
una posición cercana al número uno, de
modo que haga posible estar presente en las sucesivas imágenes que los
fotógrafos obtienen incesantemente. He sabido que recientemente las
universidades ofrecen cursos de artes escénicas a los compradores de créditos.
Estas se despliegan en distintas situaciones sociales, pero la comitiva va
adquiriendo un papel esencial. Las televisiones filman ahora la entrada de los
diputados en las sesiones solemnes. El tratamiento del cuerpo en movimiento
sigue la pauta de la pasarela, renovando las competencias de los líderes
políticos.
No puedo
terminar esta entrada sin expresar mi curiosidad acerca de quién manda en el
gobierno, así como el margen tolerado de disidencia con respecto a estas
prácticas de pasarela. ¿Puede alguno de los ministros negarse a participar en
esta liturgia? ¿Cómo se preparó este acto solemne? ¿existen normas de
exposición a las cámaras en el Consejo de Ministros? Desde luego, en el
siguiente episodio de propuesta de reforma del régimen político vigente,
propondré la abolición de los paseíllos y pasarelas, insistiendo además en el
pluralismo indumentario. La uniformización y los uniformes no son
independientes de los contenidos institucionales.
Te felicito por tan excelente artículo. Un afectuoso saludo.
ResponderEliminarCarlos Santos