El club con más socios del mundo es
el de los enemigos de los genocidios pasados. Sólo tiene el mismo número de
miembros el club de los amigos de los genocidios en curso.”
Jean-François
Revel
La paz no es simplemente la ausencia
de conflicto; la paz es la creación de un entorno en el que todos y todas
podemos prosperar.
Nelson
Mandela
El castigo
apocalíptico que el estado de Israel está infligiendo a la población de Gaza se
instala como espectáculo audiovisual en el centro de la actualidad, en espera
de completar su inexorable ciclo de crecimiento, declive, y, finalmente, reemplazo
por el siguiente espectáculo motivador para tan volátil audiencia. Tanto los
informativos como los programas de tertulia seleccionan imágenes espeluznantes
que se renuevan a diario. Pero, la ausencia de reporteros gráficos de las
televisiones sobre el terreno limita la capacidad de las cámaras. Lo más
sustantivo de este episodio letal es la gran distancia existente entre las
imágenes obtenidas y la destrucción en grado supremo que impera en la realidad.
Las
fotografías y videos disponibles remiten a testigos o sobrevivientes ubicados
en un paisaje de destrucción resultante de los bombardeos. Los sobrevivientes
deambulan entre las ruinas de los edificios portando sus cuerpos desprovistos
de cualquier atisbo de heroicidad. Se trata de gentes recién bombardeadas, que
muestran su finitud frente al torrente destructivo del fuego que viene desde el
cielo. Solo en el caso de los hospitales, se disponen de algunas imágenes de médicos
y pacientes sometidos a una presión demoledora. Lo que tiene lugar en Gaza es
una destrucción y masacre humana en la que los combates representan una ínfima
proporción. En este sentido, se trata de la ejecución en diferido de una
venganza programada.
El conflicto
es tratado de modo superficial, en tanto que se constata el déficit de imágenes
y de informantes. De ahí que se consolide una tendencia perversa, como es
sustraerle su propia especificidad a los hechos, que quedan minimizados frente
a la activación de los estereotipos. Así, en las tertulias, tienen lugar
interpretaciones centradas en las viejas etiquetas, por lo que suelen terminar
reconvirtiendo los posicionamientos a los clichés de la política nacional. Así,
esta tragedia pierde su sustancia y su singularidad, convirtiéndose en una
moneda para la puja entre gobierno y oposición en España.
Uno de los
indicadores de la esquematización y reduccionismo por parte de los operadores
mediáticos, remite inexorablemente al declive de los textos escritos. En
guerras anteriores se prodigaron variados repertorios de géneros periodísticos,
en los que reportajes e informes desempeñaban un papel fundamental. Ahora, los
textos escritos cumplen un papel de apoyo a imágenes, o se inscriben en el
género de la columna de opinión, lo cual facilita su reconversión a la política
local. Así, proliferan las declaraciones orales de bustos parlantes cuyas
breves alocuciones se confrontan mutuamente para conformar la eterna
confrontación por ocupar las posiciones preeminentes en el estado.
En estas
condiciones, parece inevitable lo que Bauman denominaría como licuación de la
información. Esta tiende a establecer simplificaciones que contrastan con el
espesor de los hechos. La dimensión principal de esta manifiesta futilidad de
la información, es la reducción de la masacre a una dimensión principal, tal y
como es el número de muertos. Esta es la medida con la que se atribuye un valor
a la destrucción. Pero esta interpretación monocausal, sustrae la verdadera
magnitud de la catástrofe. En mi opinión, la fatalidad más relevante de este
episodio, radica en la completa destrucción de los edificios e
infraestructuras, lo que convierte a la población en refugiados forzosos,
habitantes de un sórdido campo de concentración.
Por eso he seleccionado
la inteligente frase de Mandela. El aspecto más sustantivo de la gran
carnicería en curso, es la crueldad, precisamente con los sobrevivientes.
Cuando concluyan las operaciones militares, estos se encontrarán privados de un
suelo sobre el que sea factible reconstituirse, así como con los recursos
necesarios para sustentar una vida aceptable. De ahí que lo que está ocurriendo
en Gaza sea un nuevo tipo de genocidio sobre una población, que a la
destrucción física incorpora algunos elementos de la limpieza ética y del
apartheid. El objetivo no declarado es promover la huida de los que puedan. Los
demás se encuentran abocados a una suerte de exterminio en campos de
concentración sórdidos, cuya principal función es ser visibilizados por el
panóptico securitario israelí.
La
destrucción televisada de la población palestina remite a la persistencia de algunos
de los supuestos que inspiraron al colonialismo, en este tiempo paliado por la
parodia que tiene lugar en las organizaciones globales, y la ONU en particular,
que instrumenta el simulacro del gobierno mundial. El poder militar inmenso que
se abate sobre esta población, sanciona una forma de exterminio que se inspira
en la desratización. Las toneladas de bombas tienen el propósito de destruir
sus estancias para hacerlas salir a la superficie. Por eso me impresiona
contemplar a los seres humanos que deambulan entre las ruinas pensando en
sobrevivir el día siguiente. La tragedia de la población de Gaza no tiene
techo.
Esta masacre
sin apenas combate alimenta la espiral del terrorismo. Imagino la impotencia
vivida repetidamente por los niños sobrevivientes, carentes de cualquier futuro
aceptable. Parece inevitable que la venganza se configure como el móvil de sus
vidas. La impotencia vivida frente a los aviones, los tanques y los soldados
blindados alcanza cotas inimaginables. La crueldad es convocada por esta situación
de masacre racionalizada a una población sin capacidad de defensa. Parece
inevitable recurrir a Günther Anders y su concepto de “ceguera del apocalipsis”
para comprender la información sobre esta masacre convertida en un espectáculo
audiovisual que se referencia en los viejos discursos heroicos que sustentaron
el colonialismo y que en este tiempo se reinventan bajo otras máscaras.