Si el éxito está al alcance de todo
el mundo, y si basta con querer para poder, es evidente -nos explican- que los
que no tienen éxito no han comprendido los mensajes, o no han aplicado las
recetas correctas, o, finalmente, no han hecho suficientes esfuerzos. En suma,
la culpa es suya, o bien porque son incapaces, o bien porque se apartan de las
normas.
Michela
Marzano
En este mundo despiadado solo
sobreviven los fuertes, los triunfadores de la batalla económica (la guerra no
tiene fin, cada victoria sirve para exacerbar aún más la competencia). El éxito
sirve de máscara al valor supremo, el poder, y por eso las empresas hacen
apología de sus héroes.
Nicole
Aubert y Vicent de Gaulejac
La reciente
investidura fracasada de Feijóo ha puesto de manifiesto la prevalencia del
valor de la victoria, así como la reprobación de la derrota, en las
instituciones representativas del sistema político, y en el ecosistema
mediático en el que se sustentan. Se discute acerca de quién resultó ganador en
las recientes elecciones, lo que conlleva que los demás adquieren la denigrante
condición de perdedores. Esta es convertida en el peor epíteto posible en este
sistema que se asemeja a unos juegos olímpicos, en los que frente al falso mito
de que lo importante es participar, se trata de ganar de la forma que sea.
Fuera del medallero solo existe desolación y olvido.
Recuerdo que
en los años noventa en el parlamento de Andalucía, me escandalizaba el abuso de
que hacía gala el PSOE como ganador, arrojando sobre sus rivales la
calificación de perdedores, en unos términos que lo convertían en una
maldición. Así, ganar lo justificaba todo, y perder significaba el equivalente
de ser hecho prisionero. Cualquier planteamiento enunciado por un perdedor,
parecía carecer de validez. En esta cuestión estriba el comienzo de la
decadencia estrepitosa del sistema representativo, que ha terminado fatalmente
para los antiguos ganadores, que ahora detentan la ignominiosa condición de
perdedores, asociada a la obligación de susurrar sus propuestas, en trance de
callar frente a la apoteosis de los ganadores.
El origen de
esta apoteosis del triunfo remite a la nueva empresa postfordista, nacida en
los años ochenta y que ampara a la institución central de la gestión. Esta no
es un modo de dirección más, sino una poderosa institución que crea
significados que extiende por toda la sociedad. En este tiempo del fulgurante
mercado se remodelan todas las organizaciones e instituciones según el modelo
de la rutilante empresa y gestión. De ahí las dos citas que encabezan este
texto, que expresan el imperativo de vencer, triunfar, derrotar, rendir,
dominar, someter o subyugar. La eterna competencia abre el camino a la victoria
como necesidad categórica e ineludible.
La esfera
del mercado y la empresa exporta sus culturas y modelos, haciéndolos
universales. El resultado es la demonización de los no ganadores. Guillermo
Rendueles utiliza la elocuente metáfora del coche escoba para definir la
función de varias psicologías. Estas conforman dispositivos asistenciales para
recoger a aquellos que abandonan con el objetivo de repararlos y ubicarlos en
espacios sociales subalternos. Los perdedores son desplazados a mundos
institucionales definidos por este autor como “prótesis”, en los que la
competencia de todos contra todos ha sido desplazada por el asistencialismo.
Volviendo al
sistema político, en estos atribulados días, comparece una nueva versión de la
cantinela de los ganadores y los perdedores. Pero esta significa la denigración
de la democracia, en tanto que esta resalta el concepto de representación. Así,
un partido representa la voluntad expresa de un determinado número de
ciudadanos. Esta supuesta representatividad avala el respeto a cada
contendiente. Las profundas transformaciones derivadas del asentamiento de la
videopolítica, determinan que la velocidad del juego institucional erosione el
concepto mismo de representación. Ante cada situación, el sistema consulta la opinión mediante sondeos,
sustituyendo la esencia de la representación de los intereses.
De estos
procesos resulta la transformación de una actividad de representación en una
actividad que se asemeja a un juego que se desarrolla en episodios
consecutivos. Como tal competición deportiva lo decisivo es ganar en todas las
ocasiones en que sea posible. De este modo, cada legislatura se asemeja a una
liga, en la cual todo se dirime partido a partido. Este sentido de competición
deportiva, refuerza el estigma del perdedor, que es agraviado y vejado
públicamente en los medios. Perder por poco significa la exclusión total del
gobierno. Vencer supone reapropiarse del gobierno, la Administración y el
sector Público, las relaciones múltiples con el mercado y la presencia
hegemónica en los medios de comunicación.
Siguiendo esta
lógica instaurada en el sistema, perder en un congreso partidario, como Errejón
en Vista Alegre o Susana Díaz frente a Sánchez, significa la cancelación de la
actividad pública y la inserción en un espacio de exclusión política. No
importa la proporcionalidad, perder con un 40% de apoyo significa perder toda
la voz. Los perdedores son denostados y ocultados. Múltiples casos ilustran
esta práctica manifiestamente antidemocrática. Recuerdo la retirada de Odón
Elorza en silencio requerido. También la Eduardo Madina o Clara Serra. Todo
perdedor es expulsado del escenario en el que se dirime el juego.
Por estas
razones me parecen patéticas las disquisiciones acerca de quién ganó o perdió,
así como las consecuencias de este veredicto. Desde siempre he defendido
posiciones minoritarias y he reclamado respeto por las mismas, así como el
derecho a ser escuchadas. Las nuevas democracias de opinión pública,
fundamentadas en la idea de victoria y la cancelación de los perdedores,
constituyen un nuevo autoritarismo inquietante. Cuando alguien señala a otro
como perdedor, le requiere silencio y le deniega su derecho a hablar. El
sistema político termina por asemejarse al sistema futbolístico, donde los dos
o tres grandes se sobreponen a los pequeños invisibilizándolos y
silenciándolos. Es una verdadera lástima contemplar el desprecio sobre los
miembros del estigmatizado grupo mixto.
El sistema
proporcional (corregido) que adoptó la constitución del 77 salta por los aires
con la generalización de las significaciones de ganador/perdedor, que remiten a
un implacable sistema mayoritario, en el que, en cualquier circunscripción
electoral, solo triunfa uno y la mayor parte de la representación se pierde.
Tras los largos años del sistema político vigente, comparece el fantasma del
sistema mayoritario y la devaluación de las minorías. En una sociedad
fragmentada en la que los intereses son múltiples y diversos, los más débiles
son eliminados aplicando brutalmente la fórmula mayoritaria que implica la
determinación del vencedor y la sanción para el perdedor.
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