La confluencia de barbaries terroristas en el conflicto entre Israel y Palestina remite más allá de su significación localizada. El progreso tecnológico ha contribuido a una nueva generación de herramientas de destrucción de alta eficacia que se emplean con saña por parte de los actores o sujetos político-militares en Oriente Medio, pero también en Ucrania o en cualquier guerra de baja intensidad de las que proliferan en las periferias del sistema-mundo actual. La imagen acuñada por algunas inteligencias críticas de una nueva Edad Media tecnológica se hace patente. El terrorismo convencional se renueva y las respuestas de los ejércitos tecnológicos se sitúan en un nivel de excelencia en su eficacia para producir masacres de poblaciones civiles. Ambos hacen gala de su renovada capacidad de destrucción, así como de la ausencia de cualquier consideración ética. Impera una suerte de prêt-á-porter de las armas, listas para mostrar su utilidad letal.
También tiene lugar una escalada inquietante en el
tratamiento de los medios de comunicación, que muestran su sublimidad en el
arte de reconstituir una realidad profundamente sesgada sobre los
acontecimientos bélicos, estrictamente encuadrada en el campo de intereses de
su bloque. Así se sigue la estela iniciada en las guerras de Oriente Medio, en
las que se ensayó todo un modelo informativo a la altura de las novísimas
herramientas de la imagen, que han acreditado un rango equivalente al de las
prodigiosas armas. En estos días fatales, se sucede un alud de imágenes y testimonios
de los allegados a las víctimas de las acciones terroristas de Hamas, en tanto
que se trata con naturalidad a lo que se puede filmar en el infierno de fuego
en Gaza, que son las ruinas de los edificios, algunos de los cuales tienen el
privilegio de ser grabados en el mismo momento de su destrucción, de modo que
formarán parte de la institución central de este tiempo: la hemeroteca.
Tanto la capacidad destructiva de la nueva generación de
armas como de la competencia del sistema comunicativo de las televisiones y las
agencias de información, remiten inevitablemente a un grado de perversidad que
supone un salto con respecto a las dos últimas guerras mundiales del siglo XX.
Ahora se han disipado los viejos reporteros que enviaban sus crónicas, la generación
Kapuscinski, quien afirmó, sintetizando el espíritu de estos testigos de las
guerras múltiples, que “estos son los únicos
momentos en que siento la soledad verdadera: cuando uno se enfrenta a
la violencia impune”.
La información de los acontecimientos tiene lugar mediante
una analogía con los cascotes de los edificios derribados, que se diseminan por
los suelos formando distintas figuras. La información consiste en un montón
nutrido de fragmentos audiovisuales, proporcionados, bien por profesionales,
agencias informativas y militares contendientes o personas ubicadas en los
entornos inmediatos de las imágenes, que tienen la capacidad de devenir en
informadores amateurs, siempre en búsqueda de que sus grabaciones terminen
adquiriendo la condición mágica de viral,
que en el presente significa el momento de gloria favorito de los nuevos
depredadores audiovisuales.
La información suministrada por las televisiones adquiere la
forma de una serie interminable de fragmentos audiovisuales encadenados, que
los cocineros de cada casa administran según sus posicionamientos e
interpretaciones. El problema resulta de la dificultad del espectador para
adquirir una visión general del acontecimiento. Esta está encomendada a los
expertos de las televisiones, que, dada la naturaleza del medio, exponen en
pequeños sorbos, asegurando así su presencia en los días siguientes. Me
disculpo de nuevo por recurrir a Kapuscinski, quien afirma lúcidamente que “El trabajo de los
periodistas no consiste en pisar las cucarachas, sino en prender
la luz, para que la gente vea cómo las cucarachas corren a ocultarse”.
La manipulación mediática total refuerza las predisposiciones
de los espectadores, de modo que se instala una gran indignación por las
víctimas de Hamás, que se compatibiliza con una indiferencia moral cósmica con
respecto a la población de Gaza, que es exterminada de un modo todavía más
eficaz y cruel que los judíos en el guetto de Varsovia. Comparecen múltiples
gentes que representan distintas versiones de lo pérfido: expertos de guardia;
políticos próximos a la izquierda woke; diputados dotados del abolengo de la
derecha, así como otras especies motivadas por permanecer en este escenario de
los platós a cualquier precio.
Se puede afirmar que esta confrontación bélica representa la
materialización de algunas de las advertencias de Gunter Anders. En particular,
este afirma que la peor catástrofe radica en la transformación de la condición
humana. Las transformaciones producidas en los frentes por la acción de tan
eficaces armas, es naturalizada por los medios y se asienta en los
espectadores, de modo que es imperceptible su capacidad destructiva. En este
caso, las masacres a poblaciones civiles. El precepto enunciado por Anders
consistente en que cuanto más crece nuestro poder tecnológico más pequeños nos
volvemos, comparece en primer plano mostrando la levedad de los espectadores
encuadrados en grandes empresas comunicativas.
Me ha impresionado de sobremanera contemplar múltiples videos
de gran circulación en Tik Tok y otras redes sociales, en los que aparecen
mujeres soldado israelíes mostrando sus dotes y competencias teatrales
homologadas por la institución central de la publicidad. La generalización de
los bailes y la optimización corporal en la sobreexposición a las cámaras se
sobrepone a los rigores de la guerra. Esta multiplicación de la trivialidad que
se contrapone con la severidad de la contienda bélica y sus tragedias
personales asociadas forma parte del ADN de los medios, que colonizan el
espacio privado fomentando el mito de la vida privada. Se trata de llenar a la
gente de músicas, cosas divertidas y charlas incesantes, para ser liberada de
la reflexión personal.
La publicidad, con sus estados de euforia inducidos, se
reconvierte en el paradigma de la felicidad humana. El cuerpo flexible y
vigoroso es el principal activo, imperando en todas las ocasiones y formateando
a cada cual como un actor de su vida. El mítico estado de felicidad individual
se expresa mediante los gestos y las expresiones del cuerpo. La avanzadilla
está constituida por los hombres y mujeres del tiempo, dotados de la plasticidad
corporal necesaria para ejercer como maestros de los aspirantes a mostrarse
como sujetos felices. La libertad deviene en una virtud que se expresa
corporalmente. Las mujeres soldado alcanzan en estos días altas cotas en el
arte de la expresividad y la administración del humor y la ironía.
Así se confirma una de las cuestiones planteadas por Anders,
que propone un juego de coherencias y equivalencias entre el poder destructivo
militar supremo, lo que se puede nombrar como la tecnología destructiva
sobrenatural, y las industrias de la conciencia, especializadas en ocultar el
poder destructivo supremo de las nuevas generaciones de armas, así como en la
fabricación del arquetipo individual compatible con la ausencia de control
social de las tecnologías militares. El poder atómico, se corresponde con la
red macroscópica de industrias culturales, grupos transnacionales de
comunicación, satélites e instituciones de producción del conocimiento. Este
conglomerado se hace impetuosamente presente en estos días desarrollando varias
estrategias simultáneas. Además de las de persuadir y manipular, cabe destacar
las de la banalidad, que tan bien expresan en sus vídeos las mujeres soldado
israelitas.
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