Gilles Deleuze
es uno de los filósofos más originales y fecundos del final del siglo XX. Sus
análisis sobre el capitalismo son imprescindibles, contrastando con la levedad
de las formulaciones de la izquierda política de este tiempo. Subo aquí este
texto publicado en Bloghemia, en el que define los órdenes sociales de las
nuevas sociedades de control. Es un texto clásico que ha ejercido una gran influencia desde mediados de los años noventa, en tanto que reconceptualiza las sociedades disciplinarias analizadas por Foucault. Se puede considerar como imprescindible para comprender las sociedades del presente. El gran ensayo de control social realizado a cuenta de la pandemia, resalta la importancia de este clásico.
NUESTRA SOCIEDAD DISCIPLINARIA, POR GILLES DELEUZE
Artículo
del filósofo francés Gilles Deleuze, considerado entre los más
importantes e influyentes del Siglo XX, cuyas teorías que han tenido un
impacto significativo en campos como la filosofía, el psicoanálisis, la teoría
literaria y los estudios culturales.
Foucault situó las sociedades disciplinarias en los siglos XVIII y XIX; éstas alcanzan su apogeo en los comienzos del siglo XX. Su procedimiento es la organización de los grandes centros de encierro. El individuo pasa sin descanso de un medio cerrado a otro, cada uno con sus leyes: primero la familia, después la escuela (“ya no estás con tu familia”), después el cuartel (“ya no estás en la escuela”), después la fábrica, ocasionalmente el hospital, eventualmente la cárcel, que es el centro de encierro por excelencia. La cárcel sirve como modelo analógico: la heroína de Europa 51 puede exclamar cuando ve a los obreros “creí ver a unos condenados”. Foucault analizó a la perfección el proyecto ideal de los centros de encierro, particularmente visible en las fábricas: concentrar, repartir en el espacio, ordenar en el tiempo, componer en el espacio-tiempo una fuerza productiva cuyo efecto ha de ser superior a la suma de las fuerzas elementales. Pero lo que Foucault sabía también era la brevedad de ese modelo: se trataba del sucesor de las sociedades de soberanía, cuyos objetivos y funciones eran completamente distintos (gravar la producción más que organizarla, decidir la muerte más que gestionar la vida); la transición fue progresiva, y Napoleón parece ser quien operó la gran conversión de una sociedad a otra. Pero las disciplinas conocieron a su vez una crisis, en beneficio de nuevas fuerzas que se instauraban lentamente, y que se precipitaron después de la Segunda Guerra Mundial: las sociedades disciplinarias eran ya lo que ya no éramos, lo que estamos dejando de ser.
Nos encontramos ante una crisis generalizada de todos los centros de encierro: cárcel, hospital, fábrica, escuela, familia. La familia es un “interior”, en crisis como cualquier otro interior, escolar, profesional, etc. Los ministros competentes anuncian constantemente reformas supuestamente necesarias. Reformar la escuela, reformar la industria, el hospital, el ejército, la cárcel; pero todos saben que, a un plazo más o menos largo, estas instituciones están acabadas. Solamente se pretende gestionar su agonía y mantener a la gente ocupada, hasta que se instalen nuevas fuerzas que llaman a la puerta. Se trata de las sociedades de control, que están sustituyendo a las sociedades disciplinarias. “Control” es el nombre propuesto por Burroughs para designar al nuevo monstruo, y que Foucault reconoció como nuestro futuro inmediato. También Paul Virilio ha analizado continuamente las formas ultrarrápidas de control “al aire libre”, que reemplazan a las antiguas disciplinas que operaban en la duración de un sistema cerrado. No cabe invocar unas producciones farmacéuticas extraordinarias, formaciones nucleares o manipulaciones genéticas, aunque tales cosas estén destinadas a intervenir en el nuevo proceso. No cabe preguntar cuál de los dos regímenes es el más duro, o el más tolerable, ya que es en cada uno de ellos que se afrontan sus liberaciones y sumisiones. Así, por ejemplo, en la crisis del hospital como centro de encierro, la sectorialización, los hospitales de día o los cuidados domiciliarios pudieron marcar en un principio nuevas libertades, pero también participan en mecanismos de control que rivalizan con los más duros encierros. No hay lugar para el temor ni para la esperanza, sólo cabe buscar nuevas armas.
II.
Lógica
Los
diferentes internados o centros de encierro por los que pasa el individuo son
variables independientes: se supone que uno vuelve a comenzar en cada ocasión
desde cero, y el lenguaje común de todos estos centros existe, pero es analógico.
En cambio, los diferentes controladores son variaciones inseparables, que
forman un sistema de geometría variable cuyo lenguaje es numérico (lo que no
quiere necesariamente decir binario). Los encierros son moldes, moldeados
distintos, mientras que los controles son una modulación, como un moldeado
autodeformante que cambiaría continuamente, de uno a otro instante, o como un
tamiz cuyas mallas cambiarían de uno a otro punto. Esto lo podemos apreciar
fácilmente en los problemas de los salarios: la fábrica era un cuerpo que
conducía sus fuerzas interiores a un punto de equilibrio, lo más alto posible
para la producción, lo más bajo posible para los salarios; pero, en una
sociedad de control, la fábrica ha sido remplazada por la empresa, y la empresa
es un alma, un gas. Es cierto que la fábrica conocía ya el sistema de primas,
pero la empresa se esfuerza con mayor profundidad en imponer una modulación de
cada salario, en estado de perpetua metaestabilidad que admiten retos,
concursos y coloquios extremadamente cómicos. El gran éxito de los concursos
televisivos más idiotas se debe a que expresan adecuadamente la situación de
empresa. La fábrica constituía a los individuos en cuerpo, con la doble ventaja
de que el patronal podía vigilar cada uno de los elementos de la masa y los
sindicatos podían movilizar toda una masa de resistencia; pero la empresa
instituye continuamente entre los individuos una rivalidad interminable a modo
de sana competición, como una motivación excelente que opone unos individuos a
otros y atraviesa a cada uno de ellos, dividiéndole interiormente. El principio
modulador del “salario con mérito” tienta incluso a la propia educación
nacional: en efecto, al igual que la empresa remplaza a la fábrica, la
formación permanente tiende a remplazar a la escuela. Lo que es el medio más
seguro para poner la escuela en manos de la empresa.
En las
sociedades de disciplina nunca se dejaba de recomenzar (de la escuela al
cuartel, del cuartel a la fábrica), mientras que en las sociedades de control
jamás se termina con nada: siendo la empresa, la formación o el servicio los
estados metaestables y coexistentes de una misma modulación, una especie de
deformador universal. Kafka, que se instalaba en la bisagra de dos tipos de
sociedad, describió en El proceso las formas jurídicas más temibles: la
absolución aparente de las sociedades disciplinarias (entre dos encierros) y el
aplazamiento ilimitado de las sociedades de control (en continua variación) son
dos modos jurídicos de vida muy distintos, y si nuestro derecho está vacilando,
él mismo en crisis, es porque estamos abandonando un modo para entrar en otro.
Las sociedades disciplinarias tienen dos polos: la firma que indica al
individuo y el número o la matrícula que indica su posición en una masa. Pero
las disciplinas nunca vieron incompatibilidad entre ambos, y el poder es al
mismo tiempo masificante e individuante, es decir, constituye en cuerpo a
aquellos sobre los que se ejerce y moldea la individualidad de cada miembro del
cuerpo (Foucault veía el origen de este doble cuidado en el poder pastoral del
sacerdote —el rebaño y cada una de las ovejas—, si bien el poder civil se
convertiría, a su vez con otros medios, en un “pastor” laico). En cambio, en
las sociedades de control, lo esencial no es ya una firma ni un número, sino
una cifra: la cifra es una contraseña [mot de passe, palabra de pase], mientras
que las sociedades disciplinarias están reguladas mediante consignas [mots
d’ordre, palabras de orden], tanto desde el punto de vista de la integración
como de la resistencia. El lenguaje numérico del control está hecho de cifras,
las cuales marcan o prohíben el acceso a la información. Ya no estamos ante la
pareja masa-individuo. Los individuos se han vuelto “dividuales” y las masas,
indicadores, datos, mercados o “bancos’’. Quizá es el dinero lo que mejor
expresa la distinción entre estos dos tipos de sociedad, puesto que la
disciplina se ha remitido siempre a monedas acuñadas que encerrarían oro como
número patrón, mientras que el control remite a intercambios fluctuantes,
modulaciones que hacen intervenir como cifra un porcentaje de diferentes
monedas indicadores. El viejo topo monetario es el animal de los centros de
encierro, mientras que la serpiente lo es de las sociedades de control. Hemos
pasado de un animal a otro, del topo a la serpiente, en el régimen en que
vivimos, pero también en nuestra manera de vivir y en nuestras relaciones con
los demás. El hombre de las disciplinas era un productor discontinuo de
energía, mientras que el hombre del control es más bien ondulatorio, puesto en
órbita, sobre una onda continua. El surf desplaza en todas partes a los viejos
deportes.
Es sencillo
hacer corresponder unos tipos de máquinas a cada una de estas sociedades, no
porque las máquinas sean determinantes, sino porque expresan las formas
sociales que les dieron nacimiento y que las utilizan. Las viejas sociedades de
soberanía manejaban máquinas simples, palancas, poleas, relojes; mientras que
las sociedades disciplinarias recientes tenían por equipamiento máquinas
energéticas, con el peligro pasivo de la entropía, y el peligro activo del
sabotaje; las sociedades de control operan mediante máquinas de un tercer tipo,
máquinas informáticas y computadoras cuyo peligro pasivo son las
interferencias, y el activo la piratería y la introducción de virus. No es
solamente una evolución tecnológica, es una profunda mutación del capitalismo.
Una mutación ya bien conocida que puede resumirse de este modo: el capitalismo
del siglo XIX es de concentración, es para la producción, y es de propiedad.
Erige, pues, la fábrica como centro de encierro, siendo el capitalista
propietario de los medios de producción, pero también, eventualmente,
propietario de otros centros concebidos por analogía (la casa familiar del
obrero, la escuela). En cuanto al mercado, es conquistado unas veces mediante
especialización, otras mediante colonización, o bien mediante la reducción de
los costos de producción. Sin embargo, en la situación actual, el capitalismo
no es ya para la producción, que a menudo relega a la periferia del tercer
mundo, incluso bajo las formas complejas del textil, de la metalurgia o del
petróleo. Es un capitalismo de sobreproducción. Ya no compra materias primas ni
vende ya productos completamente hechos: compra los productos completamente
hechos o monta piezas sueltas. Lo que quiere vender son servicios, y lo que
quiere comprar son acciones. No es ya un capitalismo para la producción sino
para el producto, es decir, para la venta o para el mercado. Por eso es
esencialmente dispersivo, y la fábrica ha cedido su lugar a la empresa. La
familia, la escuela, el ejército y la fábrica no son ya medios analógicos
distintos que convergen hacia un propietario, ya sea el Estado o la iniciativa
privada, sino que son las figuras cifradas, deformables y transformables, de
una misma empresa que sólo tiene ya gestores. Incluso el arte ha abandonado los
medios cerrados para introducirse en los circuitos abiertos de la banca. Las
conquistas de mercado se hacen con toma de control, y no ya con formación de
disciplina; con fijación de los cursos monetarios antes bien que con reducción
de los cursos; con transformación de los productos antes bien que con la
especialización de la producción. La corrupción adquiere aquí una nueva
potencia. El departamento de ventas se ha convertido en el centro o en el
“alma” de la empresa. Se nos enseña que las empresas tienen un alma, lo cual
supone una de las noticias más terroríficas del mundo. Ahora, el instrumento
del control social es el marketing, y en él se forma la raza descarada de
nuestros amos. El control se ejerce a corto plazo y mediante una rotación
rápida, aunque también de forma continua e ilimitada, mientras que la
disciplina era de larga duración, infinita y discontinua. El hombre ya no está
encerrado, aunque sí endeudado. Bien es cierto que el capitalismo ha mantenido
como constante la extrema miseria de las tres cuartas partes de la humanidad,
demasiado pobres para la deuda, demasiado numerosas para el encierro: el
control no tendrá que afrontar únicamente las disipaciones de fronteras, sino
también las explosiones de barrios pobres o de guetos.
III.
Programa
No
necesitamos la ficción científica para concebir un mecanismo de control capaz
de proporcionar a cada instante la posición de un elemento en un medio abierto,
ya sea un animal dentro de una reserva o un hombre en una empresa (collares
electrónicos). Félix Guattari imaginaba una ciudad en la que cada uno podía
salir de su departamento, de su casa o de su barrio gracias a su tarjeta
electrónica (dividual), con la cual iría levantando tal o cual barrera; pero de
igual modo la tarjeta podía ser escupida cierto día, o entre tales horas; lo
que importa no es la barrera, sino la computadora que localiza la posición de
cada uno, lícita o ilícita, y opera una modulación universal.
El estudio
sociotécnico de los mecanismos de control, captados en su aurora, debería ser
un estudio categorial capaz de describir eso que ahora se está instalando en el
lugar de los centros disciplinarios de encierro, cuya crisis está en boca de
todos. Es posible que, con sus adaptaciones correspondientes, reaparezcan sobre
escena algunos mecanismos tomados de las antiguas sociedades de soberanía. Lo
importante es que nos hallamos en el inicio de algo. En el régimen de las
prisiones: la búsqueda de penas de “sustitución”, al menos para la pequeña
delincuencia, y la utilización de collares electrónicos que imponen al
condenado permanecen en su domicilio durante ciertas horas. En el régimen de
las escuelas: las formas de control continuo, y la acción de la formación
permanente sobre la escuela, el correspondiente abandono de toda investigación
en la Universidad, la introducción de la “empresa” en todos los niveles de
escolaridad. En el régimen de los hospitales: la nueva medicina “sin médicos ni
enfermo” que localiza enfermos potenciales y sujetos de riesgo, y que en
absoluto indica un progreso hacia la individuación, como a menudo se dice, sino
que sustituye el cuerpo individual o numérico por la cifra de una materia
“dividual” que controlar.
En el
régimen de empresa: los nuevos tratamientos del dinero, de los productos y de
los hombres que ya no pasan por la vieja forma-fábrica. Son ejemplos bastante
insuficientes, pero que permitirían comprender mejor lo que se entiende por
crisis de las instituciones, es decir, la instalación progresiva y dispersa de
un nuevo régimen de dominación. Una de las cuestiones más importantes
concerniría a la ineptitud de los sindicatos: ligados en toda su historia a la
lucha contra las disciplinas o en los centros de encierro, ¿podrán adaptarse o
dejarán lugar a nuevas formas de resistencia contra las sociedades de control?
¿Es posible captar esbozos de estas formas por venir, capaces de atacar las
alegrías del marketing? Muchos jóvenes reclaman extrañamente ser “motivados”,
vuelven a pedir cursillos y formación permanente; toca a ellos descubrir para
qué les servirán tales cosas, como sus mayores descubrieron, no sin pena, la
finalidad de las disciplinas. Los anillos de una serpiente son todavía más
complicados que los agujeros de una madriguera de topo.
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