La expulsión
fulminante de Nicolás Redondo del PSOE puede correr el riesgo de ser
interpretada desde una perspectiva del pasado, como un conflicto partidario en
el molde de la vieja socialdemocracia histórica. Pero, por el contrario, se
trata de un evento que denota la nueva naturaleza de la política y de las
democracias del presente. Los partidos, y el PSOE en particular, han sido
drásticamente reformulados para adaptarse a las reglas imperantes en el nuevo juego
político, que se encuentra dominado por el nuevo sujeto histórico, la espectral
opinión pública, especificada en la audiencia, que comparece convertida en
censo electoral la gran noche de los comicios.
La actividad
partidaria se concentra en la competición por encontrar una posición dominante
en el seno de tan etéreo y espasmódico conglomerado. Con este fin, la dirección
de los partidos se cierra sobre sí misma; contrata el conocimiento experto
necesario para llevar a buen fin sus objetivos; constituye un núcleo ejecutivo
capaz de responder en los vertiginosos tiempos de la videopolítica impuesta por
las televisiones; reduce imperativamente los controles partidarios, y procede a
una homogeneización estricta. Esta forma de hacer política determina el desplazamiento
de la vieja organización partidaria, convocada para todo tipo de campañas como
la masa crítica para acompañar a los proverbiales líderes.
Esta
mutación de la política y de la democracia, tiene como consecuencia la
aceleración de los tiempos y el declive de los discursos, y, en particular, de
los documentos. En esta contienda, los textos sintéticos como titulares o
comentarios ligeros, junto a memes y otros fragmentos audiovisuales, se
conforma la referencia fundamental de la videopolítica: la hemeroteca. Esta es
un almacén de fragmentos a disposición de los expertos en comunicación de los
nuevos partidos, que seleccionan un conjunto de trozos del pasado, para ser
cocinados en la siguiente ocasión en favor de cualquier argumento requerido por
la actualidad.
En este
contexto cabe interpretar la deflagración política de Redondo. En los últimos
años, este se aleja de las posiciones de la dirección partidaria, para ejercer
una presencia significativa en la puesta en escena de su rival partidario. Por consiguiente,
Redondo no representa una tendencia en un tejido organizativo convertido en un
magma sin vida, sino una bomba al servicio de los adversarios, que moviliza en
los platós en las ocasiones requeridas. No se trata, entonces, de una
disidencia partidaria convencional e interna, sino de una concesión de su
capital mediático a la derecha. Así se ha resuelto a la velocidad
característica de la videopolítica. Sin trámites y procedimientos ejecutados
por órganos especializados del partido, sin garantía alguna, al estilo de la
institución hegemónica de la época, sintetizada en la frase “Coge tus cosas y
vete”.
En un medio
de esta naturaleza, se ha ejecutado la sentencia con una precisión y
temporalidad coherente con la naturaleza del medio. En una contienda frente a
las cámaras que la muestran a una masa de espectadores veleidosa, en un juego
practicado en una aceleración temporal prodigiosa donde se suceden las jugadas,
es imposible mantener los viejos derechos de los partidos a la discrepancia. La
videopolítica es una versión compulsiva de una guerra de movimientos, en la que
es crucial ocultar a los confundidos espectadores-votantes algunas cuestiones
fundamentales. La lógica de estas batallas es la de la identificación del
público con el líder, y cualquier diferencia erosiona la misma y se convierte
en un arma al servicio de los rivales.
Como el
sujeto verdadero de la videopolítica es la opinión pública, y esta no habla, es
menester estimularla mediante los sondeos, que representan el verdadero
fundamento de los posicionamientos de los contendientes. Estos despliegan un
menú de preguntas acerca de las cuestiones enunciadas por los líderes
partidarios y sus legiones mediáticas tertulianas y expertas. Los sondeos son
determinantes para la adopción de decisiones. Así se conforma la espiral de la
actualidad, que se alimenta de los sondeos, que hacen inviable cualquier
programa partidario pesado. Los
héroes de la videopolítica son ligeros, liberados de hipotecas programáticas y
prestos a hacer lo que sea menester para enlazar con los supuestos deseos de
las mayorías estadísticas resultantes de los sondeos.
Dice Alain
Minc refiriéndose a las democracias demoscópicas “Testigos de cargo son los propios hombres políticos, que pierden toda
capacidad de enjuiciamiento y limitan sus reflexiones a imaginar con
anticipación lo que los sondeos esperan de ellos. Testigos de cargo son todos
los que gravitan alrededor de la política y se convierten, a veces para
defender sus habichuelas, en portavoces del estado de ánimo colectivo,
confundiéndolo con un puñado de cifras”. El aspecto más problemático de la
política basada en sondeos radica en que los menús de preguntas se corresponden
a las significaciones prevalentes en el núcleo cerrado de los políticos,
expertos y periodistas que habitan ese proceloso mundo.
Me
identifico con las posiciones de Baudrillard acerca de la opinión pública, y,
en coherencia, entiendo que, en ese medio habitado por espectros estadísticos y
flujos comunicativos exteriores, parece imposible la materialización del
vetusto concepto de representación, que es el origen de las democracias. Por
poner un ejemplo, vivo en mi entorno la desafección de no pocas personas de
izquierdas, confundidas por los posicionamientos del conglomerado Sumar acerca
de la guerra y el armamentismo, aunque comprendo la naturaleza demoscópica de
sus elusiones.
Por estas
razones, me parece impertinente juzgar la expulsión de Redondo desde la
perspectiva del derecho al disentimiento de los viejos partidos y democracias.
Estamos en la era de las democracias de opinión pública, que son, por cierto,
poco democráticas o nada democráticas. Cuando veo las imágenes del Comité
Federal del PSOE aplaudiendo unánimemente a su líder, tengo cierta nostalgia
por los viejos congresos partidarios, en los que, si bien todo estaba
previamente cocinado, se podían identificar algunas personas diferentes, así
como fragmentos de diversidad que era menester ser cocinados con prudencia y
sabiduría. En el tiempo de la videopolítica, todo es liso y se encuentra en
formatos de escaparate, para captar la atención y promover la identificación
del público.
Es el tiempo
de los cultivadores de las emociones que habitan en las televisiones. También
de las puestas en escena. Estos son los ingredientes imprescindibles para
conquistar una mayoría en el magma de la opinión pública, y para renovarla con
posterioridad, en un espacio carente de un suelo sólido. Por eso la levedad de
los contendientes. Todos los dotados de cierto peso son eliminados, siendo
reemplazados por un arquetipo personal caracterizado por tener un coeficiente
mediático sustantivo (comunicación no verbal, porte, saber encajar los golpes y
otros). Soy una persona de izquierdas y me da vergüenza escuchar a Yolanda
Díaz, una lideresa desprovista de cualquier discurso, lo que compensa con el
cultivo de su capital mediático personal y su capacidad prodigiosa de
metamorfosis programática y transustanciación de sus posiciones políticas.
Redondo ha
sido fulminado, al igual que lo fue Irene Montero y tantos líderes que han
viajado por ese espacio cerrado y comprimido de la política en las democracias
de opinión pública. Sin tribunales, en la intimidad partidaria, en los
noticiarios y tertulias de las televisiones sin derecho a réplica. Su pecado radica en incompatibilidad con el juego.
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