Amador
Fernández Savater, en un reciente artículo, “De la gran negación a la grandimisión”, constata una migración de algunos sectores ciudadanos que se
distancian del sistema económico, político, mediático e institucional. Como él
mismo afirma, este texto debe ser leído desde unas conceptualizaciones que
superan las nomenclaturas políticas al uso. La gran dimisión se encuentra en su
infancia y augura una onda larga, al igual que ocurrió con el tiempo de la gran
negación que se incubó en los años sesenta del pasado siglo, remodelando las
instituciones y la vida en las décadas siguientes.
A pesar de
que tengo algunas diferencias con el análisis de Amador, comparto el sustrato
de su propuesta. Algo importante, que se manifiesta subterráneamente, está
ocurriendo tras el acontecimiento traumático de la pandemia, que incubó un giro
autoritario, tanto en la gubernamentalidad como en la vida social, reforzando
la sociedad de la productividad y su asfixiante expertocracia. Desde el
conjunto de categorías que articulan la política, tal y como se entiende en el
presente, instalado en un estadio avanzado de la sociedad neoliberal avanzada,
esta macrotendencia no es bien percibida desde el complejo institucional de los
poderes establecidos, al igual que ocurrió desde los sesenta con la gran
negación. El predominio de una visión reduccionista de la realidad social es
una consecuencia de las miradas que se agotan en las instituciones.
Los indicios
de la aparición de esta macrotendencia se manifiestan en un sumatorio de
deserciones, a saber, políticas, económicas y mediáticas. La perversa política
de los bandos rígidos, de las militancias militarizadas, de las
incondicionalidades ineludibles y de los contenidos ficcionales. La
insoportable presión del rendimiento, de las cargas inasumibles de la condición
de empresario de sí mismo, de los precios desbocados de los viajes entre
posiciones sociales. La insufrible carga de los medios en la nueva sociedad del
espectáculo, de sus estrategias de captura de la atención de los espectadores,
de la perfección y generalización de los dispositivos de propaganda, de los
sesgos monumentales de la información, de la destitución de los mismos
espectadores y la conformación de una nueva aristocracia del monopolio de la
palabra por la troupe de políticos, periodistas, tertulianos, famosos y
expertos.
Amador
caracteriza estas deserciones como salidas por hastío, agotamiento y
saturación. Es inevitable, para comprender el distanciamiento y desafección que
cristaliza tras la pandemia, recordar los ciclos enunciados por un autor de una
inteligencia tan sugerente como Albert Hirschman, que propone la distinción
entre tiempos de lealtad, en los que predomina la obediencia y la ausencia de
problematizaciones; la voz, en la que aparecen diversas formas de contestación
e iniciativas desde la sociedad, que terminan convirtiéndose en presiones a las
instituciones y poderes; y salida, en la que se materializan los distanciamientos
con las instituciones establecidas. La dimisión, entonces, se conforma mediante
la gradual retirada de distintos contingentes de ciudadanos de la vida
institucional, configurando una suerte de salida al estilo hirschmaniano.
La gran
dimisión es un movimiento perceptible de alejamiento y desconexión de distintas
gentes, que el autor define como “una salida sin utopía”, que reconoce la idea
de que no hay otro mundo posible. Así se configura un tiempo muy diferente al
de la gran negación de los sesenta, que impulsa múltiples disidencias,
contestaciones y ensayos de una vida y sociedad diferente. Esta negación del
sistema generó una energía considerable, que se disemina por todo el tejido
social y termina afectando a las instituciones mismas, que se ven obligadas a
reabsorber esta energía y realizar algunos cambios. La presión a las vidas que
conforman la conminación derivada de la recombinación de la competitividad
perpetua, la maximización del consumo, la obligación del éxito, el alto precio
de la autorrealización y los costes disparados de una biografía basada en el
crecimiento.
La gran
dimisión se localiza en algunos sectores sociales ubicados en la izquierda
sociológica. El distanciamiento de estos reduce la energía política que se
opone a la materialización de una sociedad neoliberal. Esta afecta a
contingentes de la izquierda y activistas de movimientos sociales, disminuyendo
la potencialidad de la réplica a las transformaciones en curso, tres de cuyas
dimensiones son la neutralización del tejido social de las organizaciones
públicas; la consolidación de un modelo de individuación muy agresivo y el
afianzamiento de una digitalización que fragmenta vigorosamente las sociedades
industriales. Desde esta perspectiva se puede comprender el desfondamiento, el
vaciamiento y la debilitación de la izquierda política convencional.
El efecto de
la gran dimisión, al debilitar la red de iniciativas sobre la que se sostenía
la izquierda, es el vaciamiento de la política, convertida en un artificio
mediático al servicio de la victoria en el próximo escrutinio electoral. Esta
forma de hacer política implica una oligarquización sin precedentes. Se trata
afrontar una competición frente a las cámaras, entre un pequeño grupo de
candidatos portadores del capital comunicativo requerido por la apoteosis de la
sensorialidad derivada del medio. La organización social -las empresas, las
organizaciones, los centros educativos, los pueblos, los barrios, las ciudades-
se diluye para ser reemplazada por la magnificencia de las audiencias. Los
estados de opinión favorables a la izquierda, resultantes de la materialización
de jugadas afortunadas, se disipan en un tiempo corto, siendo sucedidos por
otros estados de opinión de signo contrario. El propio Amador sintetiza la
situación afirmando que “La sensibilidad sustituye a la voluntad”.
En este
contexto cabe interrogarse acerca de la posibilidad de las transformaciones
sociales estructurales y de sus límites en un contexto como el del presente. La
presunción de la transformación social del gobierno progresista puede
entenderse como un desvarío. Las estructuras esenciales quedan, no sólo
intactas, sino que el debilitamiento del sector público y de las organizaciones
sociales se hace patente. Así, los distinguidos ministros de la izquierda,
aspirantes a desempeñar un papel similar al de la clásica narrativa del Zorro,
que libera a su pueblo de los malvados gobernantes en solitario, ponen en
escena una representación patética, que solo puede ser definida como un
simulacro al estilo de Baudrillard.
En los
últimos ocho años he tenido encuentros ocasionales con algunas personas que
conocí en Granada en el ciclo del 15 M. la gran mayoría mantiene su
distanciamiento crítico con el capitalismo neoliberal vigente, pero también
manifiestan su decepción con la izquierda o los sindicatos. Este desencanto es
tan sólido que ni siquiera es formulado con energía. La retirada a otra vida en
la que, al menos, se puedan suavizar las duras condiciones del empresario de sí
mismo, triunfador y ganador renovado tras varios ciclos de competición, ha
agotado el horizonte de estos, antaño, activistas.
Cada cual
tiende a escribir su vida y sus perspectivas en minúsculas. Las viejas
mayúsculas ni siquiera se mencionan en una conversación cara a cara. El
desencanto adquiere la forma de desconexión política y mediática. El
espectáculo de una izquierda, que ahora adquiere la forma de Sumar,
conglomerado de dieciséis partidos subordinados a un cesarismo extremo, y en el
que mi siquiera existe un órgano formal de coordinación entre estos, siendo
destituidos operativamente por un grupo de tecnócratas y expertos al servicio
de Yolanda Díaz, es insufrible. Las definiciones formuladas en los fragmentos
audiovisuales mediante los que se comunican con la audiencia, tienen una
levedad tan imponente, que resisten a ser insertadas en un texto disponible,
tanto para las personas inscritas como para los sobrevivientes no
desconectados.
La gran
dimisión es un fenómeno que se encuentra en su infancia, en tanto que no cabe
esperar de la clase hablante que realiza la videopolítica un giro para otorgar
un sentido a su acción, en la perspectiva de recuperar a los múltiples
desertores. En las condiciones políticas vigentes, bastan tres o cuatro rostros
sugestivos y un gabinete de comunicación para formar un partido que compita en
una campaña basada en las tertulias e informativos de las televisiones y en el
activismo en las redes. Por esta razón estoy persuadido de que la dimisión va a
ampliarse, incorporándose a la misma nuevos contingentes de fugados. Tengo muy claro que estas migraciones políticas debilitan los intereses de los sectores más débiles de las sociedades actuales.
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