Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

jueves, 28 de septiembre de 2023

LA AYUSIZACIÓN

 

La sesión de investidura de Núñez Feijoo hace visible la naturaleza del juego que tiene lugar en las degradadas instituciones políticas, así como en el ecosistema mediático que las acompaña. La línea seguida por la derecha cuando se encuentra en la oposición, que se caracteriza por su esencialismo, ferocidad y personalización del enemigo en el gobierno, se ha transferido a sus contendientes. Así, el PSOE, puso en escena la última versión del “dales caña, Alfonso”.  La intervención de Oscar Puente estuvo a la altura de las mejores traducciones de esta forma de hacer oposición de la derecha, que consiste en ajustarse a los escenarios, actores y énfasis de los guiñoles.

Isabel Díaz Ayuso representa la forma más evolucionada y eficaz de hacer gobierno/oposición en este género de política televisada. Tiene el honor de practicar la política en el modo de cuadrilátero, que he desarrollado en varias ocasiones en este blog. Se trata, ante todo, de estimular a su público, que no demanda discursos espesos argumentados, sino gestos de contienda y la determinación de constituirse en vencedora sobre la ruina de sus oponentes. Ayuso elude, en todas las ocasiones, el control parlamentario ejercido por la oposición, mediante el arte de no descender a lo específico de las decisiones de gobierno. Así, si alguien le pregunta o le recrimina acerca de ratios de servicios públicos u otras cuestiones de gestión, le responde volcánicamente aludiendo a alguna cuestión esencialista acerca de su ideología, en buena parte de las ocasiones a hechos e interpretaciones sucedidas en otro escenario histórico.

La aturdida oposición madrileña, bien la izquierda woke en versión local -producto de varias metamorfosis tras las que terminan por renunciar a los nombres de sus viejas ideologías, siendo reemplazadas por términos que aluden a los mágicos guarismos aritméticos de Más o Sumar- bien los fragmentos activos del PSOE sobrevivientes a varios diluvios políticos, no se encuentra preparada para resolver esta confrontación de emociones de los públicos degradados. Este estilo de Ayuso, de soslayar su gestión aludiendo a lo histórico-ideológico para desplazarse a la demonización y descalificación total de la oposición, es practicado en la referencia de una de sus propuestas simbólicas favoritas: el proverbial arte de torear.

El éxito radical de Ayuso, que desde 2019 ocupa el gobierno madrileño ampliando sus apoyos, imprime una naturaleza deportiva/futbolística a la contienda política, y obtiene la sanción positiva de las televisiones, que movilizan sus audiencias con los zascas, las afirmaciones propias de campos de batalla, las puestas en escena que estimulan la percepción de las instituciones como frentes militares. El resultado es una convergencia de las audiencias televisivas y las nubes de mosquitos que habitan en las redes sociales. Ciertamente, su éxito remite a su innegable capacidad de transformismo, en la que hace desaparecer su gestión.

Parece inevitable que este éxito se facture y se deslocalice al sistema político estatal. Así se puede explicar que, en la sesión de investidura de Feijóo, comparezca, por primera vez, un antiayuso, o más bien, una clonación de esta adoptada por sus rivales políticos. Este es el papel representado por Oscar Puente, convertido en un virtuoso habitante de ring concentrado, más en dañar al enemigo para regocijo del público que como portavoz de un discurso dotado de espesor institucional. Se consuma el salto a un nuevo estadio de la videopolítica, que se puede resumir en los discursos dotados de énfasis no verbales, junto a su finalidad de erosionar al oponente mediante la ironía, la burla y la priorización de la crítica a sus maniobras, en tanto que los discursos se difuminan inquietantemente.

Es menester recurrir a los orígenes de estas formas de debate. No cabe la menor duda de que este se referencia en los modelos de la expansiva telerrealidad. Los formatos de este género privilegian estallidos conflictuales y el control de las emociones de los protagonistas, que tienen que acreditar en cada situación su competencia de afrontar situaciones difíciles, en las que tienen que poner en juego sus habilidades. El éxito de este género ha determinado su exportación a otros campos, llegando hasta la política. En este sentido, se hace pertinente el vínculo entre Ayuso y Belén Esteban, María Patiño o Lydia Lozano.

El acontecimiento más irracional de la política en curso es el llamado debate electoral. En el mismo concurren varios candidatos y las cuestiones programáticas a se diseminan en varios temas y múltiples cuestiones. Los participantes son requeridos a contestar en un minuto a cuestiones complejas y sustantivas, que son reemplazadas a un ritmo acelerado que sanciona el bloqueo del espectador. En esa extraña torre de Babel triunfa el que demuestra la capacidad de encajar, aprovechar sus oportunidades o decir enfáticamente algunas proposiciones. En ese medio turbulento, fatal para la inteligencia de los atribulados receptores, el arte de dañar a los contendientes adquiere una importancia primordial. La caricatura y el meme adquieren todo su esplendor.

Los antecedentes de la guiñolización de la (video)política radican en la transformación en un espectáculo de rivalidad personal de las sesiones de control al gobierno, en las que los medios casan a parejas rivales capaces de suministrar un espectáculo de aversión personal, que se sobrepone sobre los contenidos. Las estrategias seguidas por los recién casados se concentran en ridiculizar al adversario mediante la administración de la parodia de sus posiciones. En particular, el Presidente Sánchez y el ínclito Feijóo, han conformado una pareja de hecho que ha mostrado sus desavenencias conyugales en las tardes del senado en la pasada primavera.

Un acontecimiento ha puesto de manifiesto la extrema banalización del sistema de la (video)política imperante. La historia es así. Douglas Rushkoff, un original y lúcido ensayista norteamericano, ha publicado su último libro, que ha sido traducido al castellano con el título “La supervivencia de los más ricos”, editado por Capitán Swing. El diario El País, el 20 de septiembre, publica una reseñafirmada por Manuel Pascual, en la que resume una entrevista al autor. Pues bien, Yolanda Díaz comparece días después ante las televisiones, aludiendo a esta reseña, aunque sin citarla. En la misma, hace un resumen en el estilo imperante en la videopolítica, que remite a los discursos del insigne Cantinflas. Termina diciendo atropelladamente que los ricos están prestos a escapar en cohetes del devastado planeta tierra. Su intervención tiene una forma y un contenido lamentable, que expresa el nivel existente en una gran parte de las élites parlamentarias españolas.

Esta intervención es desmenuzada en memes, titulares, fragmentos audiovisuales y otras formas por sus rivales, generando una guasa monumental en las redes, y alimentando los discursos parlamentarios del mismo Feijóo. Lo más lamentable del asunto, es que se trata de un libro estimulante, cuya idea principal es que los magnates tecnológicos controlan el mundo evadiendo el control de los estados, generando una capacidad de destrucción que incrementa varios peligros combinados. Pero lo peor radica en que sus ideologías digitales, que convierten la vida real en información, les hace evadirse de la misma realidad que ellos contribuyen a generar. Este círculo se cierra mediante la afirmación de Rushkoff de que ellos mismos son inequívocamente pesimistas respecto al futuro, lo que les diferencia de otras élites de distintos pasados. De ahí su proyecto de evadirse en caso de catástrofe.  Así, un libro espeso y una reseña estimulante ha sido neutralizada por el bloqueo de la inteligencia característico del sistema político español, agotado y reconvertido al género de la comedia.

Bienvenidos a la era de la ayusización, en la que podremos disfrutar de varias pantallas con los clones de Ayuso correspondientes. El torrente de titulares y fragmentos que nos aguarda es prometedor. Me pregunto acerca de lo que hubieran sentido Gregorio Peces Barba, Enrique Tierno Galván, Miguel Herrero de Miñón u otras gentes de la primera fase del postfranquismo. La última sesión de investidura estuvo regida por la burla a lo otra parte porque no liga, o la mofa a la contraria de que liga con cualquiera. En fin, un triunfo incontestable de lo que representa Ayuso. La mismísima comprensión lectora en peligro.

viernes, 22 de septiembre de 2023

NOVATADAS: MICROSOCIEDADES SUMERGIDAS Y CONTRAMODERNIDADES

 

En las últimas décadas se incrementan múltiples sucesos que contradicen los discursos oficiales, nutridos por las venerables ciencias del comportamiento, sociales y el pensamiento ortodoxo. De esa expansión de los eventos inexplicables nace el pánico moral. Los temores colectivos se acrecientan, en tanto una parte de la vida social se hace ininteligible desde los paradigmas dominantes. Así, la expansión del consumo de drogas y de la subsociedad que lo sustenta; la apoteosis festiva que apunta al viejo concepto de anomia; las violencias múltiples que comparecen en espacios institucionales; las violencias de género; el mobing escolar y tantos otros acontecimientos que no encajan en los moldes de las definiciones institucionales.

En varias ocasiones y en distintos tiempos colaboré con actividades del Plan Nacional sobre Drogas. En estas tuve la oportunidad de vivir en la inmediatez el desencuentro monumental entre las autoridades que promovían la quimérica intervención y las legiones crecientes de consumidores. Pude constatar la espiral fatal que se asienta en ese campo, consistente en que la expansión del aparato de intervención se correlaciona con el incremento de los consumidores. El abismo existente entre los conceptos y valoraciones oficiales y las percepciones y prácticas de los usuarios, alcanza proporciones astronómicas. Algo parecido ocurre con el sistema sanitario y los misteriosos estilos de vida que propugnan frente a las prácticas vitales de grandes contingentes de enfermos. La erosión del concepto de eficacia se hace patente.

Esta espiral fatal de agigantamiento de los dispositivos de intervención versus cronificación e intensificación del problema se transfiere a todos los campos. En los últimos años comparece la violencia de género, que según fortifica su aparato institucional, persisten o se incrementan los feminicidios, así como los que terminan en el saturado sistema penal. Estas violencias adquieren la forma de un iceberg, que amplifica continuamente su base. En la pandemia de la Covid, las distintas tribus médicas, jurídicas, educativas y su estela de profesiones asociadas, llegaron al cénit de su inoperancia y el esperpento de su ilusión de control, instaurando prescripciones precisas para ser aplicadas imperativamente en contextos cotidianos. El Premio Gordo, como es preceptivo, fue la Navidad, en la cual dictaron normas acerca del número de comensales en las cenas familiares y otros dislates en la pretensión de controlar los espacios privados.

La gran crisis del Sistema que anuncia la incapacidad manifiesta de afrontar con realismo los problemas sociales derivados de la expansión del capitalismo desorganizado, remite a la crisis, tanto del pensamiento como de los saberes dominantes, incapaces de comprender los problemas, así como los entornos en los que se incuban. Esta gran crisis del conocimiento tiene como origen principal el control estricto de los clanes, poderes e instituciones sistémicas del conocimiento, cuyas cosmovisiones se convierten en una suerte de reedición del viejo funcionalismo sociológico en versiones de los años cincuenta. Así, se entiende la sociedad como un sumatorio de espacios regulados por las instituciones y organizaciones formales, negando de facto aquellos microcontextos sociales en los que tiene lugar la cotidianeidad, en particular los arrabales de las organizaciones.

El resultado de este etnocentrismo institucional integral, es que se niega una parte esencial de la realidad, aquella en la que viven y se relacionan las personas. Desde estas coordenadas se pueden comprender los patéticos discursos y prácticas de los dispositivos institucionales de intervención que he apuntado anteriormente, así como su inevitable y progresivo cierre sobre sí mismos. En muchas ocasiones he podido discutir en mi facultad de Sociología de Granada, el sesgo astronómico de las autoridades y profesores, que entendían la facultad y su realidad como la suma de las clases, las tutorías, los actos oficiales, los exámenes y el entramado de órganos de gobierno y participación. Junto a esas actividades y espacios controlados y programados, se evidenciaba un sistema vivo y móvil de relaciones y prácticas sociales en los pasillos, en los tiempos entre clase y clase, en la cafetería, en los alrededores del edificio y en otros espacios minúsculos liberados por los alumnos, tales como las mesas ubicadas en los pasillos dotadas con enchufes para los portátiles, que concentraban pequeños grupos vivos liberados de control institucional a plazo inmediato.

De esta disociación, se deniega la realidad integral del sistema social, formado por dos subsociedades que coexisten en la inmediatez física pero que son independientes: la oficial, dotada de la insigne función de ejecutar un programa institucional, y la no reconocida, aquella que es extremadamente vital en tanto que carece de finalidad y rescata el valor de lo cotidiano de cada uno de sus integrantes. En los últimos años en los que ejercí como profesor, se intensificaron los controles formales sobre los alumnos, de modo que la sociedad de los pasillos funcionaba como reparación y apoyo de tan hiperinspeccionados sujetos. Por esta razón, desde siempre he valorado las aportaciones del grupo de teóricos instalados en lo que se denomina como “Sociología de la vida cotidiana”. En particular, mi devoción a Michael de Certeau y sus conceptualizaciones sobre los sujetos sin discurso, pero con capacidad de generar tácticas y prácticas, que pueblan los contextos cotidianos y erosionan a las autoridades establecidas. Los sujetos en inferioridad institucional,  eran reconstituidos como seres vivos que influyen en las relaciones institucionales y nombrados como hacedores de prácticas.

También Alain Minc, que en su libro “La Nueva Edad Media” define como Sociedad Gris a las distintas subsociedades que no se encuentran reguladas por el Derecho imperante en el sistema. Estas, en el tiempo en curso de la gran desregulación del capitalismo, se amplían considerablemente, penetrando en distintos espacios del sistema para reforzar las corrupciones. No puedo dejar de citar a otro autor a la contra muy influyente en mí, Marc Hatzfeld, que en uno de sus libros “La Cultura de los Suburbios. Una energía positiva”, deconstruye la visión dominante de la marginalidad imperante en el conglomerado policial-judicial, para introducir una visión diferente de las gentes que habitan los microsistemas sociales de los suburbios.

Un problema social, ya veterano con muchos trienios, es el de las novatadas de los Colegios Mayores. Este acontecimiento ilustra el argumento que he seguido hasta aquí.  Estas son rituales de iniciación que muestran una crueldad y violencia desmedida, ejercida por grupos de veteranos que acreditan así su poder de dominar a los recién llegados. Cuando algunas víctimas relatan los padecimientos que han tenido que pasar, nos podemos interrogar acerca del poder efectivo de coacción que detentan, y que, por cierto, supera al de cualquier profesor o autoridad académica, en tanto que su capacidad de castigo se encuentra limitada. Las crueldades ejercidas, la sumisión de las víctimas y el silenciamiento compartido frente al sistema ciego, apuntan a la consistencia de una microsociedad sin finalidades explícitas en las que las relaciones se dirimen por la fuerza. Este microsistema social exhibe una capacidad de presión tan formidable que nadie lo denuncia y detenta la competencia de imponer el silencio a sus víctimas y protegerse de las miradas externas, incluso las de las autoridades punitivas.

Recuerdo los años en los que los estudiantes de Medicina de Granada se concentraban en la plaza de Derecho para exhibir ante los consternados transeúntes, toda una serie de sofisticadas violencias sobre los novatos, que eran humillados y obligados a cooperar pasivamente en la ceremonia de su propia degradación personal. La fortaleza de ese colectivo era tan colosal que podía imponer efectivamente la Ley del Silencio. En esas prácticas, en las que se podía reconocer un sadismo manifiesto, se manifestaba nítidamente el poder de los fuertes frente a la sumisión de los débiles. Esta es la Ley que impera en colegios, centros educativos, barrios, centros de ocio y otros espacios privados o semipúblicos en los que se hace presente esta vigorosa contramodernidad. El poder de los fuertes se sobrepone al de los mismos agentes institucionales, que aceptan controlar la situación en los ámbitos institucionales -las clases- para ser permisivos en los pasillos y el patio, que cobija un sistema social fundado en la fuerza de distintas clases de grupos, tales como las pandillas.

La apoteosis de sumisión a los fuertes crueles, en este caso los veteranos, se encuentra motivada por una fuerza enorme no reconocida: la del microsistema social que se hace presente en la vida cotidiana, dictaminando a quién se acosa y quién se libra de este suplicio. Aún a pesar de que los discursos que avalan esta forma de acoso no se encuentran formulados explícitamente, se acosa a los débiles, a aquellos que tienen defectos físicos, un carácter débil o lazos sociales endebles. Se puede hablar de una inversión de los valores de la modernidad que enuncian pomposamente en las festividades institucionales los próceres de las instituciones.

Al igual que en el caso de los discursos no formulados, los acosadores se apoyan en una organización informal muy poderosa: actúan en grupo, que adquiere distintas formas de pandillas o bandas, que se imponen a los temerosos compañeros, intimidados ante la factibilidad de convertirse en una víctima. El sistema y las instituciones demuestran su incapacidad de respuesta a este fenómeno, en tanto que no reconocen a las formas sociales informales que proliferan en los espacios cotidianos no formalizados. Pero tras cada novatada se encuentra uno o varios grupos que la deciden, planifican, ejecutan y supervisan. En estas configuraciones sociales predominan liderazgos muy marcados.

Las feroces novatadas, al igual que otras formas de acoso como el mobing escolar, laboral o las violencias de género, tienen lugar en microsistemas de relaciones sociales, adquiriendo el rasgo que Gunter Anders denominó como las cegueras de los actores sociales en los conflictos de la era del poder nuclear, y que no son bien percibidas por efecto de lo que él conceptualiza como oscurecimiento. Este se referencia en los procesos sociales mediante los cuales determinados acontecimientos se diseminan dificultando su ubicación en un esquema general. Los dos agentes esenciales del oscurecimiento son las instituciones de los Medios y la Academia.

Las cegueras enunciadas por Anders son cuatro, y se cumplen estrictamente en las violencias ubicadas en estos microsistemas sociales. A saber:

-         El dominador o agresor no reconoce como tal al agredido o dominado.

-         El dominador o agresor no se reconoce a sí mismo como tal,

-         El acosado no reconoce al acosador como tal

-         El acosado no se reconoce a sí mismo como tal.

Estas cuatro formas de conflicto proliferan en los espacios sociales no regulados por las instituciones, generando distintas formas y grados de dolor en sus víctimas. No pocos de los malestares del presente remiten a la existencia y vitalidad de estos microsistemas sociales perversos, que generan violencias, acosos y formas letales de dominación que constriñen la vida cotidiana de los damnificados. En los últimos meses me encuentro afectado por un conflicto de ruido en mi vecindad, en el que los agresores, una verdadera banda, no se reconocen como agresores ni nos otorgan la condición de afectados. Nos han deshumanizado, al estilo de los cárteles contemporáneos. Y el sistema carece de la capacidad de resolver este conflicto por ignorancia, saturación y aturdimiento. Muchos episodios contemporáneos se resuelven por la correlación de fuerzas entre las partes. Los misterios del espacio privado y semipúblico en la era de las contramodernidades.

 

domingo, 17 de septiembre de 2023

LA EXPULSIÓN DE NICOLÁS REDONDO

 

La expulsión fulminante de Nicolás Redondo del PSOE puede correr el riesgo de ser interpretada desde una perspectiva del pasado, como un conflicto partidario en el molde de la vieja socialdemocracia histórica. Pero, por el contrario, se trata de un evento que denota la nueva naturaleza de la política y de las democracias del presente. Los partidos, y el PSOE en particular, han sido drásticamente reformulados para adaptarse a las reglas imperantes en el nuevo juego político, que se encuentra dominado por el nuevo sujeto histórico, la espectral opinión pública, especificada en la audiencia, que comparece convertida en censo electoral la gran noche de los comicios.

La actividad partidaria se concentra en la competición por encontrar una posición dominante en el seno de tan etéreo y espasmódico conglomerado. Con este fin, la dirección de los partidos se cierra sobre sí misma; contrata el conocimiento experto necesario para llevar a buen fin sus objetivos; constituye un núcleo ejecutivo capaz de responder en los vertiginosos tiempos de la videopolítica impuesta por las televisiones; reduce imperativamente los controles partidarios, y procede a una homogeneización estricta. Esta forma de hacer política determina el desplazamiento de la vieja organización partidaria, convocada para todo tipo de campañas como la masa crítica para acompañar a los proverbiales líderes.

Esta mutación de la política y de la democracia, tiene como consecuencia la aceleración de los tiempos y el declive de los discursos, y, en particular, de los documentos. En esta contienda, los textos sintéticos como titulares o comentarios ligeros, junto a memes y otros fragmentos audiovisuales, se conforma la referencia fundamental de la videopolítica: la hemeroteca. Esta es un almacén de fragmentos a disposición de los expertos en comunicación de los nuevos partidos, que seleccionan un conjunto de trozos del pasado, para ser cocinados en la siguiente ocasión en favor de cualquier argumento requerido por la actualidad.

En este contexto cabe interpretar la deflagración política de Redondo. En los últimos años, este se aleja de las posiciones de la dirección partidaria, para ejercer una presencia significativa en la puesta en escena de su rival partidario. Por consiguiente, Redondo no representa una tendencia en un tejido organizativo convertido en un magma sin vida, sino una bomba al servicio de los adversarios, que moviliza en los platós en las ocasiones requeridas. No se trata, entonces, de una disidencia partidaria convencional e interna, sino de una concesión de su capital mediático a la derecha. Así se ha resuelto a la velocidad característica de la videopolítica. Sin trámites y procedimientos ejecutados por órganos especializados del partido, sin garantía alguna, al estilo de la institución hegemónica de la época, sintetizada en la frase “Coge tus cosas y vete”.

En un medio de esta naturaleza, se ha ejecutado la sentencia con una precisión y temporalidad coherente con la naturaleza del medio. En una contienda frente a las cámaras que la muestran a una masa de espectadores veleidosa, en un juego practicado en una aceleración temporal prodigiosa donde se suceden las jugadas, es imposible mantener los viejos derechos de los partidos a la discrepancia. La videopolítica es una versión compulsiva de una guerra de movimientos, en la que es crucial ocultar a los confundidos espectadores-votantes algunas cuestiones fundamentales. La lógica de estas batallas es la de la identificación del público con el líder, y cualquier diferencia erosiona la misma y se convierte en un arma al servicio de los rivales.

Como el sujeto verdadero de la videopolítica es la opinión pública, y esta no habla, es menester estimularla mediante los sondeos, que representan el verdadero fundamento de los posicionamientos de los contendientes. Estos despliegan un menú de preguntas acerca de las cuestiones enunciadas por los líderes partidarios y sus legiones mediáticas tertulianas y expertas. Los sondeos son determinantes para la adopción de decisiones. Así se conforma la espiral de la actualidad, que se alimenta de los sondeos, que hacen inviable cualquier programa partidario pesado. Los héroes de la videopolítica son ligeros, liberados de hipotecas programáticas y prestos a hacer lo que sea menester para enlazar con los supuestos deseos de las mayorías estadísticas resultantes de los sondeos.

Dice Alain Minc refiriéndose a las democracias demoscópicas “Testigos de cargo son los propios hombres políticos, que pierden toda capacidad de enjuiciamiento y limitan sus reflexiones a imaginar con anticipación lo que los sondeos esperan de ellos. Testigos de cargo son todos los que gravitan alrededor de la política y se convierten, a veces para defender sus habichuelas, en portavoces del estado de ánimo colectivo, confundiéndolo con un puñado de cifras”. El aspecto más problemático de la política basada en sondeos radica en que los menús de preguntas se corresponden a las significaciones prevalentes en el núcleo cerrado de los políticos, expertos y periodistas que habitan ese proceloso mundo.

Me identifico con las posiciones de Baudrillard acerca de la opinión pública, y, en coherencia, entiendo que, en ese medio habitado por espectros estadísticos y flujos comunicativos exteriores, parece imposible la materialización del vetusto concepto de representación, que es el origen de las democracias. Por poner un ejemplo, vivo en mi entorno la desafección de no pocas personas de izquierdas, confundidas por los posicionamientos del conglomerado Sumar acerca de la guerra y el armamentismo, aunque comprendo la naturaleza demoscópica de sus elusiones.

Por estas razones, me parece impertinente juzgar la expulsión de Redondo desde la perspectiva del derecho al disentimiento de los viejos partidos y democracias. Estamos en la era de las democracias de opinión pública, que son, por cierto, poco democráticas o nada democráticas. Cuando veo las imágenes del Comité Federal del PSOE aplaudiendo unánimemente a su líder, tengo cierta nostalgia por los viejos congresos partidarios, en los que, si bien todo estaba previamente cocinado, se podían identificar algunas personas diferentes, así como fragmentos de diversidad que era menester ser cocinados con prudencia y sabiduría. En el tiempo de la videopolítica, todo es liso y se encuentra en formatos de escaparate, para captar la atención y promover la identificación del público.

Es el tiempo de los cultivadores de las emociones que habitan en las televisiones. También de las puestas en escena. Estos son los ingredientes imprescindibles para conquistar una mayoría en el magma de la opinión pública, y para renovarla con posterioridad, en un espacio carente de un suelo sólido. Por eso la levedad de los contendientes. Todos los dotados de cierto peso son eliminados, siendo reemplazados por un arquetipo personal caracterizado por tener un coeficiente mediático sustantivo (comunicación no verbal, porte, saber encajar los golpes y otros). Soy una persona de izquierdas y me da vergüenza escuchar a Yolanda Díaz, una lideresa desprovista de cualquier discurso, lo que compensa con el cultivo de su capital mediático personal y su capacidad prodigiosa de metamorfosis programática y transustanciación de sus posiciones políticas.

Redondo ha sido fulminado, al igual que lo fue Irene Montero y tantos líderes que han viajado por ese espacio cerrado y comprimido de la política en las democracias de opinión pública. Sin tribunales, en la intimidad partidaria, en los noticiarios y tertulias de las televisiones sin derecho a réplica. Su pecado radica en incompatibilidad con el juego.

viernes, 15 de septiembre de 2023

ERIC SADIN Y LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL

 

Desde hace tres años leo y releo a Eric Sadin, un filósofo francés cuyos libros ayudan a la comprensión de las últimas versiones del mundo que habitamos. Dada la posición de mayoritaria de la inteligencia española, que actúa como vendedores de las nuevas tecnologías, limitándose a elogiar sus prestaciones y eliminando cualquier interrogación o cuestionamiento, me he decidido a publicar aquí una entrevista clarividente y esclarecedora, realizada por Eduardo Febbro y publicada en el periódico argentino Página 12  en 2020 y que podéis leer aquí

Este es el texto


Por Eduardo Febbro

Desde París. Desafiar la modernidad es un gesto reservado a muy pocos. Algunos lo hacen desde la nostalgia del pasado porque son como viudos de un tiempo ido, otros, en cambio, deslindan los engaños, desarman las narrativas y los espejismos con los cuales los sistemas someten al presente del mundo. Eric Sadin pertenece a la segunda dinastía. Este filósofo francés forma parte del muy estrecho grupo de pensadores que sustentan una reflexión crítica sobre las nuevas tecnologías. Sadin tiene un pensamiento propio, una reflexión auténtica sobre lo que está realmente en juego dentro de la tecno ideología. Sus libros son una fuente imperdible de denuncia y reflexión y no uno de esos tediosos inventarios sobre tecnología que se limitan a enumerar sin entender el fenómeno. La elegancia de Eric Sadin está, entre muchos atributos, en que sus ensayos son en tiempo real y no un posteriori crítico, un diagnóstico post morten. Sadin desliza su reflexión en el momento más excesivo de la fascinación humana por las nuevas tecnologías. Lo hizo en 2011 con el libro "La société de l'anticipation : Le Web Précognitif ou la rupture anthropologique"(La sociedad de anticipación: investigación sobre las nuevas formas de control). El libro se publicó en francés dos años antes de que se conociera el espionaje mundial orquestado por los servicios secretos norteamericanos y revelado por el ex agente de la CIA y de la NSA Edward Snowden. En 2013 publicó "La Humanidad aumentada" (Editorial Caja Negra), donde exponía cómo las capacidades cognitivas de los sistemas digitales estaban gobernando los seres y las cosas. En 2015, apareció "La Vida Algorítmica, Crítica de la razón digital", un ensayo donde Sadin abordaba el proceso de captación y explotación de los datos digitales con el único fin de identificar correlaciones y comportamientos. En 2016, Caja Negra tradujo otro de sus libros más contundentes, La siliconización del mundo. El libro era una suerte de alegato desconstructivo de uno de los mitos más mastodónticos de la modernidad: la Silicon Valley. Allí se forjó el modelo técnico-económico dominante aceptado con una mansedumbre global espeluznante. Era, en ese momento, un contrataque feroz contra un modelo que se presentaba a sí mismo como un buen operador del progreso de la condición humana, pero que, al final, como con el conjunto de las tecnologías de la información, sólo maniobraba en beneficio de intereses privados. En 2020 Caja Negra publica en las próximas semanas otro ensayo de Sadin donde el pensador francés desmonta otra gran mentira del siglo XXI: la Inteligencia Artificial. El título del ensayo declara sin rodeos sus intenciones: "La Inteligencia Artificial o el desafío del siglo. Anatomía de un antihumanismo radical" (traducción de Margarita Martínez).

 

Allí donde los medios baten la crema de un nuevo ser humano reparado de todas sus imperfecciones, Sadin le sigue la pista pasando del otro lado del espejo. Encuentra una impostura monumental cuyos contenidos desgrana en esta entrevista realizada en París. Se ha deslizado una tragedia global muy enriquecedora que da la razón a los análisis de Eric Sadin. La pandemia del coronavirus desarmó todas las retóricas sobre la utilidad humana de las nuevas tecnologías. No sirvieron ni para identificar el virus, ni para los pasos posteriores de la infección.

--La Inteligencia Artificial es, en los medios, poco menos que el nuevo El Dorado del horizonte humano. Sin embargo, usted ve en ella un proceso de deshumanización al mismo tiempo que un engreído discurso salvador y un trastorno mayor de los comportamientos humanos

Desde hace algunos años se expandió la idea de que la nueva lucha económica mundial se concentraba en la Inteligencia Artificial. Había dos ideas implícitas. La primera es que la Inteligencia Artificial era el horizonte económico ineluctable. La otra, que la IA ofrecería un montón de soluciones a muchísimos problemas individuales y colectivos. Esta idea se convirtió, entre 2015 y 2020, en la nueva doxa mundial que era preciso respaldar de forma masiva. Se produjo, en suma, una suerte de excitación colectiva a partir de la cual se estableció como una suerte de verdad probada, como un horizonte obligado. Nada puede ser menos verosímil. Son discursos entusiastas y luminosos muy alejados de la realidad. Se trata de una impostura. Desde el año 2010 estamos viviendo un cambio de estatuto. Las tecnologías digitales dejaron de ser un útil destinado a conservar, indexar o manipular la información para tener otra misión: se encargan de hacer un peritaje de lo real. Es decir que tienen por vocación revelarnos, a menudo en tiempo real, dimensiones que dependían de nuestra conciencia. Podemos recurrir al ejemplo de la aplicación Waze que se encarga de señalar el mejor recorrido para desplazarse de un lado a otro. Esa capacidad de hacer peritajes a velocidades infinitamente superiores a nuestras capacidades humanas caracteriza la Inteligencia Artificial. El sentido escondido de esto está en que la IA es como una instancia que nos dice la verdad. Y la verdad siempre reviste una función performática. Por ejemplo, la verdad religiosa enuncia dogmas e interpela a obedecerlos. La Inteligencia Artificial enuncia verdades con tal fuerza de peritaje que nos interpela a obedecerlas. Estamos entonces viviendo un momento donde las técnicas se dotan de un poder de mando. El problema radica en que nos plegamos al peritaje, nos conformamos con eso y ejecutamos las acciones correspondientes. Es la primera vez en la historia de la técnica que existen sistemas con el poder de mandar. Lo que ocurre de gravísimo es que esto tiene como objetivos responder a intereses privados u organizar a la sociedad de forma más optimizada.

-Este poder es, no obstante, apenas una etapa de ese proceso que funciona como una cadena de mando.

--Sí, el primero es el que acabo de describir: la técnica que da órdenes. Existe también el estado incitativo, que es como un primer nivel blando, digamos. Ese estado incitativo empezó a desarrollarse con la aparición de los Smartphones y las aplicaciones que nos aconsejaban sobre cosas cada vez más amplias de la realidad. Haga esto y no lo otro, vaya a este lugar que es mejor que el otro. Esto empezó con el IPhone y estaba ligado a la geolocalización. Su misión consistía en incitar a la gente a consumir. Es lícito reconocer que toda la esfera tecno industrial dio muestras de una genialidad sin igual. Inventaron constantemente nuevas cosas, forjaron discursos, supieron difundirlos y fueron y son una instancia de seducción desproporcionada. Algunos años después aparecieron los asistentes digitales virtuales, es el caso de Siri por ejemplo. Luego irrumpieron los altoparlantes conectados cuya particularidad es la de mantener una relación casi natural, intima, corpórea, con los usuarios gracias al conocimiento evolutivo de nuestros actos. Es turbador. La base de estos sistemas es el mismo: conducirnos a decidir esto o lo otro en función de la verdad enunciada. Encima, desde no hace mucho, esos sistemas hablan. La potencia de influencia de estos dispositivos es impresionante. Hablan, hacen peritajes, formulan, sugieren y dan órdenes. El grupo L’Oreal produce espejos conectados que, según el análisis de un rostro en el espejo, aconseja ponerse este producto, consumir este otro o ir a descansar a la montaña. La primera consecuencia de estas tecnologías es la mercantilización general de la vida. Esto le permite al liberalismo económico no verse confrontado por ninguna barrera y poder mercantilizar sin trabas el conocimiento de nuestros comportamientos. Casi a cada segundo y a escala planetaria, el liberalismo nos sugiere la mejor acción posible, es decir, la operación mercantil más pertinente. Vemos muy bien que el milagro de la Inteligencia Artificial no es para nosotros sino para la industria.

--Es, en suma, un gran mercado regulado por la tecnología y la información que estos dispositivos nos roban.

--Todos estos aparatos incitativos están destinados a que el liberalismo se desarrolle sin trabas. En la misma lógica, del estado incitativo pasamos al estado imperativo. En campos como el de los recursos humanos ya existen robots que dialogan con los candidatos a un puesto y que luego deciden entre cuatro o cinco quiénes son los mejores en función de criterios de optimización: obedientes, creativos, trabajadores, etc, etc, etc. Otro problema radica en que estos sistemas no son estáticos, aprenden y se desarrollan y, por consiguiente, tendrán más poder. Ese estado imperativo lo encontramos igualmente en los bancos o los seguros. Nadie cree hoy que son los seres humanos quienes deciden sobre las tarifas o el otorgamiento de un crédito. Después hay otro estado que debería ser objeto de muchos más estudios y movilizaciones: se trata del estado coercitivo. Este estado se despliega sobre todo en el mundo del trabajo mediante el desarrollo de sensores que supervisan y evalúan a la persona constantemente y, en tiempo real, miden las situaciones y aconsejan sobre los gestos que deben hacerse. En Amazon, por ejemplo, el personal no recibe órdenes de un jefe sino señales provenientes de estos sistemas que no sólo reducen la subjetividad humana, sino que, encima, reducen a los trabajadores a la categoría de robots de carne y sangre. Esta Inteligencia Artificial no sólo posee capacidades de análisis sino también de retroacción, es decir, indicar, sugerir, ordenar, prescribir.

--Gracias al canto de las sirenas de ciertos medios –el caso de El País en España es vergonzoso—estas dimensiones perversas son invisibles. La gente sigue creyendo que la Inteligencia Artificial es un útil de progreso humano cuando, en lo esencial, es un instrumento de explotación al servicio de las empresas.

--Efectivamente, todo esto no no ve…no se ve la extensión de la Inteligencia Artificial en nuestras sociedades. Desde 2010 se habla mucho acerca de cuántos empleos o profesiones se destruirán con la Inteligencia Artificial, pero se habla muy poco de las nuevas modalidades de gestión que la IA ha introducido en las prácticas de hoy en el seno de las empresas. La velocidad exponencial en la que todo esto se desarrolla no sólo quiere decir que se va cada vez más rápido, sino, ante todo, que se nos niega el derecho de determinarnos libremente en la pluralidad de la contradicción. Estamos inmersos en un movimiento exponencial de todas las cosas. En los años 70, la automatización de las fábricas se desarrolló en los puestos de trabajo muy expuestos o nocivos. Se podía decir que, al menos, era por una buena causa: la salud, la preservación de los operadores del peligro y la protección de la psicología de las personas. En cambio, la sustitución que se expande actualmente concierne a oficios o profesiones donde se requieren muchas competencias. La gente tuvo que estudiar durante años y años, con pasión. Hoy las reemplazan por sistemas de Inteligencia Artificial.

--Hay entonces una dimensión mítica que resulta de una hábil construcción del liberalismo y no de una necesidad o de un progreso humano.

---Sí. La Inteligencia Artificial vehicula la promesa de estar llamada a substituir nuestras inteligencias naturales. No, es un abuso de lenguaje. Lo que se busca aquí es poner los asuntos humanos bajo el doble imperativo de la mercantilización integral de la vida y de una optimización continúa de nuestras vidas colectivas. Eso es lo que se está implementando. Yo convoco a que se hagan valer otros modos de racionalidad frente a este modelo. Con el modelo de racionalidad de la Inteligencia Artificial se promueve un anti humanismo radical con el cual se quiere instalar una suerte de utilitarismo generalizado y de higienismo social. La Inteligencia Artificial nos deshumaniza porque limita nuestra capacidad a juzgar y elegir libremente, traba la libre expresión y la autonomía humana en beneficio de sistemas que propagan su propia luz, muy distinta a la idea de soberanía y autonomía del individuo que surgió durante el Siglo de las Luces. Ese es el corazón del anti humanismo reinante.

--Sin embargo, un cataclismo ha ocurrido, y ahora bien real: la expansión de la pandemia de coronavirus vino a decapitar todas las mitologías de la Inteligencia Artificial y las tecnologías de la información. No sirvieron para nada, en ninguna de las fases de la crisis sanitaria mundial.

--¡ Absolutamente ! Justo cuando hay organismos de seguridad que lo vigilan todo por todas partes, cuando estamos supuestamente al corriente de todo de forma inmediata, hemos asistido a la vulnerabilidad de la información. Lo sabíamos todo al instante gracias a un sistema de vigilancia y de alarma planetario pero el virus sorprendió a todas las potencias. Se produjo un colapso del mito. La voluntad de controlar la información sobre todas las cosas fracasó. La pandemia fue como una burla a la vez absurda y trágica a nuestra voluntad de controlarlo todo que impera desde finales de la Segunda Guerra Mundial. El desarrollo de las tecnologías digitales apuntaba a amplificar nuestro control, pero el coronavirus demostró su estado de invalidez, demostró que las soluciones no se originan en el control absoluto de las cosas sino en la atención a las fallas, con una sensibilidad en la relación con las cosas. Otro de los mitos que se quiebran es el de ese delirio que circula desde hace unos cuantos años sobre el transhumanismo. El sentimiento de híper potencia que ha caracterizado a las industrias digitales en los últimos 10 años quedó reducido a la nada. La tecnología no puede reparar todos los defectos humanos. Se creó el mito en torno a los empresarios ligados a las nuevas tecnologías como si fueran capaces, por si solos, de modificar el curso de la vida terrestre. Eso es lo que hemos visto. El transhumanismo promovido por Silicon Valley debía crear un súper hombre a partir de tecnologías milagrosas. Esos discursos delirantes no merecían que se les diera tanta importancia.

--El transhumanismo y los evangelios tecnológicos fueron fagocitados por el estado más elemental de la condición humana: la enfermedad.

--La velocidad con la cual se irradiaron las tecno ideologías nos prohibió prácticamente formular una crítica, como si fuera un destino ineluctable de la condición humana. El transhumanismo postula la idea de que Dios no terminó la creación, que el mundo está lleno de defectos y que el primer vector de esos defectos somos nosotros, usted, yo, los seres humanos, que no serían más que desechos, que estarían constituidos por una falibilidad fundamental. Las tecnologías exponenciales tienen entonces esa misión: reparar los defectos. Ese es el sueño del hombre perfecto. Pero nuestra misión no es ésa sino, más bien, no negar lo real y tratar de elaborar una armonía justa. El coronavirus nos enseña que ha llegado la hora de dejar de estar buscando someter la realidad. Debemos partir de la existencia y no querer controlarla todo el tiempo, debemos apreciarla en función de nuestros principios, es decir, la dignidad, la solidaridad. Las proyecciones futurológicas no tienen cabida. Hay que terminar de una buena vez por todas con esa insoportable ideología del futuro que ocupó todos los espacios. Hay que terminar con el discurso de las promesas y ocuparse más de una política del presente, una política de lo real, de lo que se constata. A partir de estas condiciones y de nuestros principios decidimos cómo construir mejor y con incertidumbres nuestro porvenir común. No es lo mismo un porvenir común que un futuro de fantasías que no hace más que responder a intereses tan estrechos como privados.

efebbro@pagina12.com.ar

 

lunes, 11 de septiembre de 2023

LIMITAR EL DESHONOR

 

Piergiorgio Bellochio fue un publicista y crítico cultural italiano, fundador de la relevante revista político-cultural Quaderni piacentini, director de la misma desde 1962 hasta 1980. En 1985 fundó otra revista, Diario, dirigida a un público más amplio. Se trata de un autor extremadamente original, que durante décadas escribió textos cortos, notas y fragmentos en los que expresa sus reflexiones e interpretaciones sobre vivencias directas y los acontecimientos ocurridos en su tiempo. Estas han sido recopiladas y publicadas en castellano en 2017, traducidas por Salvador Cobo y editadas por Ediciones Salmón en tres volúmenes, cuyos títulos son “Limitar el deshonor”, “Soy un paria de la ciencia” y “Somos cero satisfechos”.

He leído los dos primeros volúmenes, y, desde el comienzo, he podido constatar que se trata de un autor “no encuadrado”. En las décadas en las que escribe sus textos tiene lugar un proceso de mediatización del acontecer político y la creación cultural. Del mismo resulta una homogeneización de la nueva clase ilustrada, altamente dependiente de las crecientes industrias culturales y de las factorías mediáticas. Bellochio se toma una distancia notable a los sucesivos giros políticos avalados por el pensamiento mediático patrocinado, sustentado en una corte de exintelectuales, reconvertidos al nuevo canon del pragmatismo. Él mantiene, los focos de su interés, la singularidad de su mirada y el vínculo con su origen. Así, los contenidos de sus textos los selecciona con respecto a sus propias referencias personales, reafirmándose así como un autor a contracorriente.

La biografía intelectual de su generación se encuentra marcada por un proceso de transformación de la sociedad italiana que camina en una dirección opuesta a las ideas y aspiraciones incubadas en los años anteriores a la gran guerra. En todos sus textos comparece sutilmente la nostalgia y el distanciamiento con los nuevos preceptos derivados de la mutación del capitalismo en curso. Ha tenido que aprender a vivir después de un acontecimiento que ha modificado la evolución de la sociedad. El interés de sus observaciones y reflexiones radica precisamente en esta cuestión, mostrando un extrañamiento con respecto a realidades que comparecen súbitamente en su entorno.

Bellochio es un autor inequívocamente de izquierdas, pero el escenario histórico en que vive determina una involución de la izquierda política que cancela gradualmente sus propias credenciales y referencias que fijaron en su origen. Así, se puede percibir nítidamente el distanciamiento de este autor con respecto a los nuevos posicionamientos de la izquierda. Esta protege sus sucesivos giros políticos mediante un vaciamiento intelectual avalado en el sistema mediático, que produce una extraña concentración de las interpretaciones, que contrasta con la densidad y multiplicidad de los dilemas históricos. Estos son reducidos a cuestiones pragmáticas en las que se disuelven las grandes cuestiones programáticas. Así se favorece la invisibilización de las sucesivas renuncias, que apenas son percibidas.

En el epílogo del primer volumen, escrito con Alfonso Berardinelli, muestra explícitamente su crítica, afirmando que “Se trataba de tomar nota del cambio en el escenario social y político, a contracorriente de la falsa conciencia de una izquierda que se creía inmune al contagio de la cultura dominante, convencida de haber conservado la hegemonía cultural hasta llegar al delirio de creerse distinta, como si la sociedad italiana no esperase otra cosa que ser guiada y salvada”. Esta frase expresa prístinamente el núcleo de la crisis histórica de la izquierda, comunista en particular, que es vaciada incrementalmente de los supuestos y sentidos que la conformaron en su origen, siendo liberada de la misión histórica de vanguardia que se había atribuido. Su deriva le conduce a la penosa tarea de encontrar un lugar confortable en el nuevo capitalismo.

En sus textos y notas Bellochio elude la discusión del escenario global en el que se produce el nuevo capitalismo y la novísima izquierda modernizada. Por el contrario, estos se refieren siempre a microcontextos sociales, que lee con perspicacia para identificar los síntomas de los grandes procesos globales. La cotidianeidad es el territorio preferido por el autor para descifrar el significado de los acontecimientos, que siempre presentan un vínculo con lo macrosocial. De este modo hace patente una extraña desincronización de sus posicionamientos con las nuevas realidades resultantes de las sucesivas metamorfosis experimentadas por el sistema político y cultural, así como por la vida misma.

La idea que conforma el hilo conductor de sus textos remite a la disipación del origen. Las esperanzas de grandes transformaciones, sostenidas en su pasado, se desvanecen gradualmente, de modo que es preciso seguir viviendo manteniendo una dosis suficiente de honor. La mayor parte de los intelectuales terminan por corregir su rumbo, adaptándose a los imperativos de la nueva sociedad, colaborando con los nuevos aparatos culturales y sus marcos de interpretación, renunciando manifiestamente a sus pasadas aspiraciones. Por el contrario, Bellochio no se adhiere al nuevo pensamiento oficial y mantiene sus propias definiciones.

De esta asincronía continuada resulta el concepto de limitar el deshonor. Bellochio vive la transformación permanente de su entorno, en un proceso de cambio cuya dirección es opuesta a sus ideas y pretensiones. El signo del proceso de cambio de la sociedad en que vive le suscita el problema de la lealtad a sus ideales.  En distintas ocasiones comparecen nostalgias inevitables y una amplia gama de perplejidades. La más reseñable es la de, en sus propias palabras, recibir continuamente golpes procedentes de la nueva realidad vivida. Además, estos golpes no son administrados por grandes poderes, lo que le otorgaría un a dosis considerable de honor, sino, por el contrario, por las gentes inmediatas que habitan en sus contextos cotidianos.

Ha sido inevitable recordar el libro de Alberto Pimenta “Discurso sobre el hijo-de-puta”, un compendio de sensibilidad e inteligencia arrolladora , en el que distingue lúcidamente entre los grandes hijos-de-puta, y los pequeños hijos-de-puta, que hacen factible la preponderancia de los grandes. Así, en el nuevo capitalismo vivido, se hacen presentes las personas subjetivadas y esculpidas por las instituciones de la individuación radical. En no pocos pasajes de  Bellochio comparecen arquetipos individuales insólitos a los ojos de una persona que mantiene el cuadro de una sociedad no totalmente competitiva y atomizada.

Así se hace inteligible el minúsculo objetivo de limitar el deshonor. Mantenerlo implica el reconocimiento de una situación de debilidad manifiesta frente a un coloso que se hace presente en la vida diaria. Pero, al mismo tiempo, implica una voluntad de resistencia encomiable, que se manifiesta en todos los fragmentos. La selección de una frase de Bertolt Brecht, sintetiza el vértigo derivado de la oposición periférica que sustenta. Dice “[…] nos ponemos de la parte equivocada, a falta de otro sitio en que ponernos”. Ha sido inevitable establecer algunos vínculos entre el proceso vivido por Bellochio y la atormentada marcha de la sociedad española y su ínclita izquierda en la busca de un lugar en el nuevo El Dorado de la modernidad.

Mantener un objetivo microscópico, como es la limitación del deshonor, pero coherente con los nuevos principios, no es lo mismo que la mudanza total de las significaciones que ha experimentado la intelligentsia española desde la Transición, con muy pocas excepciones. Navegar por microcontextos cotidianos, se muestra como una forma factible de resistencia, evitando las colisiones frontales, inevitables si nos focalizamos en el escenario histórico global. Lo peor es que la lectura de los dos libros ha suscitado en mi memoria la cuestión del deshonor en la Universidad, un asunto muy sugerente.

Este es el texto

 

LIMITAR EL DESHONOR

 

Limitar el deshonor. Un objetivo que hace veinte años habría considerado repugnante y absurdo, porque el honor y el deshonor no son cosas que puedan medirse. Y, en efecto, se trata de un objetivo miserable, una mezquindad moral, una ocurrencia digna de un lacayo de comedia. Pero cuando era joven no podía concebir una derrota de estas proporciones. Por aquel entonces, lo peor que podía imaginar era la derrota política a manos de la contrarrevolución, que se manifestaba en la represión que, por despiadada que fuera (o precisamente por ello), garantizaba a los vencidos el honor del exilio, la cárcel o, mejor aún, la gloria del patíbulo. El destino ha sido ridículo. Ahora nadie quiere matarte. La ración cotidiana de ofensas que padecemos procede de instituciones y personas movidas por la mejor de las intenciones, y el trato que te reservan es más o menos el mismo que le depara a la inmensa mayoría de la población occidental, que aparentemente está satisfecha. Por tanto, uno corre siempre el riesgo de parecer (incluso ante uno mismo) paranoico, esnob o simplemente patético.

Así, durante un tiempo sufres y haces como si no pasara nada, evitas las situaciones de peligro, guardas las distancias, y cada tanto reaccionas. En otras palabras: después de haber encajado treinta o cuarenta golpes, te pones a resguardo en una esquina o en un rincón, haciéndote el muerto, con el fin de evitar recibir más. Después asomas la cabeza, el tiempo suficiente para recibir otros siete u ocho. Entonces te revuelves: paras un golpe o dos y devuelves a su vez dos o tres, algo que, en el mejor de los casos, suscita un poco de curiosidad (pero nunca simpatía o solidaridad), y, en el peor, reprobación, pero en general pasan completamente desapercibidos. Sirve, en todo caso, para devolverte por un instante un poco de respeto por ti mismo, de forma que ya no sientes los golpes que siguen cayéndote encima. Ganas, por así decirlo, un poco de tiempo. Y vuelta a empezar. Esto es lo que yo entiendo por «limitar el deshonor».

martes, 5 de septiembre de 2023

LA NUEVA SOCIEDAD DE CONTROL DE GILLES DELEUZE


Gilles Deleuze es uno de los filósofos más originales y fecundos del final del siglo XX. Sus análisis sobre el capitalismo son imprescindibles, contrastando con la levedad de las formulaciones de la izquierda política de este tiempo. Subo aquí este texto publicado en Bloghemia, en el que define los órdenes sociales de las nuevas sociedades de control. Es un texto clásico que ha ejercido una gran influencia desde mediados de los años noventa, en tanto que reconceptualiza  las sociedades disciplinarias analizadas por Foucault. Se puede considerar como imprescindible para comprender las sociedades del presente. El gran ensayo de control social realizado a cuenta de la pandemia, resalta la importancia de este clásico.


NUESTRA SOCIEDAD DISCIPLINARIA, POR GILLES DELEUZE  

Bloghemia-septiembre 02, 2023

Artículo del  filósofo francés Gilles Deleuze, considerado entre los más importantes e influyentes del Siglo XX, cuyas teorías que han tenido un impacto significativo en campos como la filosofía, el psicoanálisis, la teoría literaria y los estudios culturales. 

 

I) Historia

Foucault situó las sociedades disciplinarias en los siglos XVIII y XIX; éstas alcanzan su apogeo en los comienzos del siglo XX. Su procedimiento es la organización de los grandes centros de encierro. El individuo pasa sin descanso de un medio cerrado a otro, cada uno con sus leyes: primero la familia, después la escuela (“ya no estás con tu familia”), después el cuartel (“ya no estás en la escuela”), después la fábrica, ocasionalmente el hospital, eventualmente la cárcel, que es el centro de encierro por excelencia. La cárcel sirve como modelo analógico: la heroína de Europa 51 puede exclamar cuando ve a los obreros “creí ver a unos condenados”. Foucault analizó a la perfección el proyecto ideal de los centros de encierro, particularmente visible en las fábricas: concentrar, repartir en el espacio, ordenar en el tiempo, componer en el espacio-tiempo una fuerza productiva cuyo efecto ha de ser superior a la suma de las fuerzas elementales. Pero lo que Foucault sabía también era la brevedad de ese modelo: se trataba del sucesor de las sociedades de soberanía, cuyos objetivos y funciones eran completamente distintos (gravar la producción más que organizarla, decidir la muerte más que gestionar la vida); la transición fue progresiva, y Napoleón parece ser quien operó la gran conversión de una sociedad a otra. Pero las disciplinas conocieron a su vez una crisis, en beneficio de nuevas fuerzas que se instauraban lentamente, y que se precipitaron después de la Segunda Guerra Mundial: las sociedades disciplinarias eran ya lo que ya no éramos, lo que estamos dejando de ser.

Nos encontramos ante una crisis generalizada de todos los centros de encierro: cárcel, hospital, fábrica, escuela, familia. La familia es un “interior”, en crisis como cualquier otro interior, escolar, profesional, etc. Los ministros competentes anuncian constantemente reformas supuestamente necesarias. Reformar la escuela, reformar la industria, el hospital, el ejército, la cárcel; pero todos saben que, a un plazo más o menos largo, estas instituciones están acabadas. Solamente se pretende gestionar su agonía y mantener a la gente ocupada, hasta que se instalen nuevas fuerzas que llaman a la puerta. Se trata de las sociedades de control, que están sustituyendo a las sociedades disciplinarias. “Control” es el nombre propuesto por Burroughs para designar al nuevo monstruo, y que Foucault reconoció como nuestro futuro inmediato. También Paul Virilio ha analizado continuamente las formas ultrarrápidas de control “al aire libre”, que reemplazan a las antiguas disciplinas que operaban en la duración de un sistema cerrado. No cabe invocar unas producciones farmacéuticas extraordinarias, formaciones nucleares o manipulaciones genéticas, aunque tales cosas estén destinadas a intervenir en el nuevo proceso. No cabe preguntar cuál de los dos regímenes es el más duro, o el más tolerable, ya que es en cada uno de ellos que se afrontan sus liberaciones y sumisiones. Así, por ejemplo, en la crisis del hospital como centro de encierro, la sectorialización, los hospitales de día o los cuidados domiciliarios pudieron marcar en un principio nuevas libertades, pero también participan en mecanismos de control que rivalizan con los más duros encierros. No hay lugar para el temor ni para la esperanza, sólo cabe buscar nuevas armas.

II. Lógica

Los diferentes internados o centros de encierro por los que pasa el individuo son variables independientes: se supone que uno vuelve a comenzar en cada ocasión desde cero, y el lenguaje común de todos estos centros existe, pero es analógico. En cambio, los diferentes controladores son variaciones inseparables, que forman un sistema de geometría variable cuyo lenguaje es numérico (lo que no quiere necesariamente decir binario). Los encierros son moldes, moldeados distintos, mientras que los controles son una modulación, como un moldeado autodeformante que cambiaría continuamente, de uno a otro instante, o como un tamiz cuyas mallas cambiarían de uno a otro punto. Esto lo podemos apreciar fácilmente en los problemas de los salarios: la fábrica era un cuerpo que conducía sus fuerzas interiores a un punto de equilibrio, lo más alto posible para la producción, lo más bajo posible para los salarios; pero, en una sociedad de control, la fábrica ha sido remplazada por la empresa, y la empresa es un alma, un gas. Es cierto que la fábrica conocía ya el sistema de primas, pero la empresa se esfuerza con mayor profundidad en imponer una modulación de cada salario, en estado de perpetua metaestabilidad que admiten retos, concursos y coloquios extremadamente cómicos. El gran éxito de los concursos televisivos más idiotas se debe a que expresan adecuadamente la situación de empresa. La fábrica constituía a los individuos en cuerpo, con la doble ventaja de que el patronal podía vigilar cada uno de los elementos de la masa y los sindicatos podían movilizar toda una masa de resistencia; pero la empresa instituye continuamente entre los individuos una rivalidad interminable a modo de sana competición, como una motivación excelente que opone unos individuos a otros y atraviesa a cada uno de ellos, dividiéndole interiormente. El principio modulador del “salario con mérito” tienta incluso a la propia educación nacional: en efecto, al igual que la empresa remplaza a la fábrica, la formación permanente tiende a remplazar a la escuela. Lo que es el medio más seguro para poner la escuela en manos de la empresa.

En las sociedades de disciplina nunca se dejaba de recomenzar (de la escuela al cuartel, del cuartel a la fábrica), mientras que en las sociedades de control jamás se termina con nada: siendo la empresa, la formación o el servicio los estados metaestables y coexistentes de una misma modulación, una especie de deformador universal. Kafka, que se instalaba en la bisagra de dos tipos de sociedad, describió en El proceso las formas jurídicas más temibles: la absolución aparente de las sociedades disciplinarias (entre dos encierros) y el aplazamiento ilimitado de las sociedades de control (en continua variación) son dos modos jurídicos de vida muy distintos, y si nuestro derecho está vacilando, él mismo en crisis, es porque estamos abandonando un modo para entrar en otro. Las sociedades disciplinarias tienen dos polos: la firma que indica al individuo y el número o la matrícula que indica su posición en una masa. Pero las disciplinas nunca vieron incompatibilidad entre ambos, y el poder es al mismo tiempo masificante e individuante, es decir, constituye en cuerpo a aquellos sobre los que se ejerce y moldea la individualidad de cada miembro del cuerpo (Foucault veía el origen de este doble cuidado en el poder pastoral del sacerdote —el rebaño y cada una de las ovejas—, si bien el poder civil se convertiría, a su vez con otros medios, en un “pastor” laico). En cambio, en las sociedades de control, lo esencial no es ya una firma ni un número, sino una cifra: la cifra es una contraseña [mot de passe, palabra de pase], mientras que las sociedades disciplinarias están reguladas mediante consignas [mots d’ordre, palabras de orden], tanto desde el punto de vista de la integración como de la resistencia. El lenguaje numérico del control está hecho de cifras, las cuales marcan o prohíben el acceso a la información. Ya no estamos ante la pareja masa-individuo. Los individuos se han vuelto “dividuales” y las masas, indicadores, datos, mercados o “bancos’’. Quizá es el dinero lo que mejor expresa la distinción entre estos dos tipos de sociedad, puesto que la disciplina se ha remitido siempre a monedas acuñadas que encerrarían oro como número patrón, mientras que el control remite a intercambios fluctuantes, modulaciones que hacen intervenir como cifra un porcentaje de diferentes monedas indicadores. El viejo topo monetario es el animal de los centros de encierro, mientras que la serpiente lo es de las sociedades de control. Hemos pasado de un animal a otro, del topo a la serpiente, en el régimen en que vivimos, pero también en nuestra manera de vivir y en nuestras relaciones con los demás. El hombre de las disciplinas era un productor discontinuo de energía, mientras que el hombre del control es más bien ondulatorio, puesto en órbita, sobre una onda continua. El surf desplaza en todas partes a los viejos deportes.

Es sencillo hacer corresponder unos tipos de máquinas a cada una de estas sociedades, no porque las máquinas sean determinantes, sino porque expresan las formas sociales que les dieron nacimiento y que las utilizan. Las viejas sociedades de soberanía manejaban máquinas simples, palancas, poleas, relojes; mientras que las sociedades disciplinarias recientes tenían por equipamiento máquinas energéticas, con el peligro pasivo de la entropía, y el peligro activo del sabotaje; las sociedades de control operan mediante máquinas de un tercer tipo, máquinas informáticas y computadoras cuyo peligro pasivo son las interferencias, y el activo la piratería y la introducción de virus. No es solamente una evolución tecnológica, es una profunda mutación del capitalismo. Una mutación ya bien conocida que puede resumirse de este modo: el capitalismo del siglo XIX es de concentración, es para la producción, y es de propiedad. Erige, pues, la fábrica como centro de encierro, siendo el capitalista propietario de los medios de producción, pero también, eventualmente, propietario de otros centros concebidos por analogía (la casa familiar del obrero, la escuela). En cuanto al mercado, es conquistado unas veces mediante especialización, otras mediante colonización, o bien mediante la reducción de los costos de producción. Sin embargo, en la situación actual, el capitalismo no es ya para la producción, que a menudo relega a la periferia del tercer mundo, incluso bajo las formas complejas del textil, de la metalurgia o del petróleo. Es un capitalismo de sobreproducción. Ya no compra materias primas ni vende ya productos completamente hechos: compra los productos completamente hechos o monta piezas sueltas. Lo que quiere vender son servicios, y lo que quiere comprar son acciones. No es ya un capitalismo para la producción sino para el producto, es decir, para la venta o para el mercado. Por eso es esencialmente dispersivo, y la fábrica ha cedido su lugar a la empresa. La familia, la escuela, el ejército y la fábrica no son ya medios analógicos distintos que convergen hacia un propietario, ya sea el Estado o la iniciativa privada, sino que son las figuras cifradas, deformables y transformables, de una misma empresa que sólo tiene ya gestores. Incluso el arte ha abandonado los medios cerrados para introducirse en los circuitos abiertos de la banca. Las conquistas de mercado se hacen con toma de control, y no ya con formación de disciplina; con fijación de los cursos monetarios antes bien que con reducción de los cursos; con transformación de los productos antes bien que con la especialización de la producción. La corrupción adquiere aquí una nueva potencia. El departamento de ventas se ha convertido en el centro o en el “alma” de la empresa. Se nos enseña que las empresas tienen un alma, lo cual supone una de las noticias más terroríficas del mundo. Ahora, el instrumento del control social es el marketing, y en él se forma la raza descarada de nuestros amos. El control se ejerce a corto plazo y mediante una rotación rápida, aunque también de forma continua e ilimitada, mientras que la disciplina era de larga duración, infinita y discontinua. El hombre ya no está encerrado, aunque sí endeudado. Bien es cierto que el capitalismo ha mantenido como constante la extrema miseria de las tres cuartas partes de la humanidad, demasiado pobres para la deuda, demasiado numerosas para el encierro: el control no tendrá que afrontar únicamente las disipaciones de fronteras, sino también las explosiones de barrios pobres o de guetos.

III. Programa

No necesitamos la ficción científica para concebir un mecanismo de control capaz de proporcionar a cada instante la posición de un elemento en un medio abierto, ya sea un animal dentro de una reserva o un hombre en una empresa (collares electrónicos). Félix Guattari imaginaba una ciudad en la que cada uno podía salir de su departamento, de su casa o de su barrio gracias a su tarjeta electrónica (dividual), con la cual iría levantando tal o cual barrera; pero de igual modo la tarjeta podía ser escupida cierto día, o entre tales horas; lo que importa no es la barrera, sino la computadora que localiza la posición de cada uno, lícita o ilícita, y opera una modulación universal.

El estudio sociotécnico de los mecanismos de control, captados en su aurora, debería ser un estudio categorial capaz de describir eso que ahora se está instalando en el lugar de los centros disciplinarios de encierro, cuya crisis está en boca de todos. Es posible que, con sus adaptaciones correspondientes, reaparezcan sobre escena algunos mecanismos tomados de las antiguas sociedades de soberanía. Lo importante es que nos hallamos en el inicio de algo. En el régimen de las prisiones: la búsqueda de penas de “sustitución”, al menos para la pequeña delincuencia, y la utilización de collares electrónicos que imponen al condenado permanecen en su domicilio durante ciertas horas. En el régimen de las escuelas: las formas de control continuo, y la acción de la formación permanente sobre la escuela, el correspondiente abandono de toda investigación en la Universidad, la introducción de la “empresa” en todos los niveles de escolaridad. En el régimen de los hospitales: la nueva medicina “sin médicos ni enfermo” que localiza enfermos potenciales y sujetos de riesgo, y que en absoluto indica un progreso hacia la individuación, como a menudo se dice, sino que sustituye el cuerpo individual o numérico por la cifra de una materia “dividual” que controlar.

En el régimen de empresa: los nuevos tratamientos del dinero, de los productos y de los hombres que ya no pasan por la vieja forma-fábrica. Son ejemplos bastante insuficientes, pero que permitirían comprender mejor lo que se entiende por crisis de las instituciones, es decir, la instalación progresiva y dispersa de un nuevo régimen de dominación. Una de las cuestiones más importantes concerniría a la ineptitud de los sindicatos: ligados en toda su historia a la lucha contra las disciplinas o en los centros de encierro, ¿podrán adaptarse o dejarán lugar a nuevas formas de resistencia contra las sociedades de control? ¿Es posible captar esbozos de estas formas por venir, capaces de atacar las alegrías del marketing? Muchos jóvenes reclaman extrañamente ser “motivados”, vuelven a pedir cursillos y formación permanente; toca a ellos descubrir para qué les servirán tales cosas, como sus mayores descubrieron, no sin pena, la finalidad de las disciplinas. Los anillos de una serpiente son todavía más complicados que los agujeros de una madriguera de topo.

 

domingo, 3 de septiembre de 2023

LA ERA DE LA DIMISIÓN POLÍTICA

 

Amador Fernández Savater, en un reciente artículo, “De la gran negación a la grandimisión”, constata una migración de algunos sectores ciudadanos que se distancian del sistema económico, político, mediático e institucional. Como él mismo afirma, este texto debe ser leído desde unas conceptualizaciones que superan las nomenclaturas políticas al uso. La gran dimisión se encuentra en su infancia y augura una onda larga, al igual que ocurrió con el tiempo de la gran negación que se incubó en los años sesenta del pasado siglo, remodelando las instituciones y la vida en las décadas siguientes.

A pesar de que tengo algunas diferencias con el análisis de Amador, comparto el sustrato de su propuesta. Algo importante, que se manifiesta subterráneamente, está ocurriendo tras el acontecimiento traumático de la pandemia, que incubó un giro autoritario, tanto en la gubernamentalidad como en la vida social, reforzando la sociedad de la productividad y su asfixiante expertocracia. Desde el conjunto de categorías que articulan la política, tal y como se entiende en el presente, instalado en un estadio avanzado de la sociedad neoliberal avanzada, esta macrotendencia no es bien percibida desde el complejo institucional de los poderes establecidos, al igual que ocurrió desde los sesenta con la gran negación. El predominio de una visión reduccionista de la realidad social es una consecuencia de las miradas que se agotan en las instituciones.

Los indicios de la aparición de esta macrotendencia se manifiestan en un sumatorio de deserciones, a saber, políticas, económicas y mediáticas. La perversa política de los bandos rígidos, de las militancias militarizadas, de las incondicionalidades ineludibles y de los contenidos ficcionales. La insoportable presión del rendimiento, de las cargas inasumibles de la condición de empresario de sí mismo, de los precios desbocados de los viajes entre posiciones sociales. La insufrible carga de los medios en la nueva sociedad del espectáculo, de sus estrategias de captura de la atención de los espectadores, de la perfección y generalización de los dispositivos de propaganda, de los sesgos monumentales de la información, de la destitución de los mismos espectadores y la conformación de una nueva aristocracia del monopolio de la palabra por la troupe de políticos, periodistas, tertulianos, famosos y expertos.

Amador caracteriza estas deserciones como salidas por hastío, agotamiento y saturación. Es inevitable, para comprender el distanciamiento y desafección que cristaliza tras la pandemia, recordar los ciclos enunciados por un autor de una inteligencia tan sugerente como Albert Hirschman, que propone la distinción entre tiempos de lealtad, en los que predomina la obediencia y la ausencia de problematizaciones; la voz, en la que aparecen diversas formas de contestación e iniciativas desde la sociedad, que terminan convirtiéndose en presiones a las instituciones y poderes; y salida, en la que se materializan los distanciamientos con las instituciones establecidas. La dimisión, entonces, se conforma mediante la gradual retirada de distintos contingentes de ciudadanos de la vida institucional, configurando una suerte de salida al estilo hirschmaniano.

La gran dimisión es un movimiento perceptible de alejamiento y desconexión de distintas gentes, que el autor define como “una salida sin utopía”, que reconoce la idea de que no hay otro mundo posible. Así se configura un tiempo muy diferente al de la gran negación de los sesenta, que impulsa múltiples disidencias, contestaciones y ensayos de una vida y sociedad diferente. Esta negación del sistema generó una energía considerable, que se disemina por todo el tejido social y termina afectando a las instituciones mismas, que se ven obligadas a reabsorber esta energía y realizar algunos cambios. La presión a las vidas que conforman la conminación derivada de la recombinación de la competitividad perpetua, la maximización del consumo, la obligación del éxito, el alto precio de la autorrealización y los costes disparados de una biografía basada en el crecimiento.

La gran dimisión se localiza en algunos sectores sociales ubicados en la izquierda sociológica. El distanciamiento de estos reduce la energía política que se opone a la materialización de una sociedad neoliberal. Esta afecta a contingentes de la izquierda y activistas de movimientos sociales, disminuyendo la potencialidad de la réplica a las transformaciones en curso, tres de cuyas dimensiones son la neutralización del tejido social de las organizaciones públicas; la consolidación de un modelo de individuación muy agresivo y el afianzamiento de una digitalización que fragmenta vigorosamente las sociedades industriales. Desde esta perspectiva se puede comprender el desfondamiento, el vaciamiento y la debilitación de la izquierda política convencional.

El efecto de la gran dimisión, al debilitar la red de iniciativas sobre la que se sostenía la izquierda, es el vaciamiento de la política, convertida en un artificio mediático al servicio de la victoria en el próximo escrutinio electoral. Esta forma de hacer política implica una oligarquización sin precedentes. Se trata afrontar una competición frente a las cámaras, entre un pequeño grupo de candidatos portadores del capital comunicativo requerido por la apoteosis de la sensorialidad derivada del medio. La organización social -las empresas, las organizaciones, los centros educativos, los pueblos, los barrios, las ciudades- se diluye para ser reemplazada por la magnificencia de las audiencias. Los estados de opinión favorables a la izquierda, resultantes de la materialización de jugadas afortunadas, se disipan en un tiempo corto, siendo sucedidos por otros estados de opinión de signo contrario. El propio Amador sintetiza la situación afirmando que “La sensibilidad sustituye a la voluntad”.

En este contexto cabe interrogarse acerca de la posibilidad de las transformaciones sociales estructurales y de sus límites en un contexto como el del presente. La presunción de la transformación social del gobierno progresista puede entenderse como un desvarío. Las estructuras esenciales quedan, no sólo intactas, sino que el debilitamiento del sector público y de las organizaciones sociales se hace patente. Así, los distinguidos ministros de la izquierda, aspirantes a desempeñar un papel similar al de la clásica narrativa del Zorro, que libera a su pueblo de los malvados gobernantes en solitario, ponen en escena una representación patética, que solo puede ser definida como un simulacro al estilo de Baudrillard.

En los últimos ocho años he tenido encuentros ocasionales con algunas personas que conocí en Granada en el ciclo del 15 M. la gran mayoría mantiene su distanciamiento crítico con el capitalismo neoliberal vigente, pero también manifiestan su decepción con la izquierda o los sindicatos. Este desencanto es tan sólido que ni siquiera es formulado con energía. La retirada a otra vida en la que, al menos, se puedan suavizar las duras condiciones del empresario de sí mismo, triunfador y ganador renovado tras varios ciclos de competición, ha agotado el horizonte de estos, antaño, activistas.

Cada cual tiende a escribir su vida y sus perspectivas en minúsculas. Las viejas mayúsculas ni siquiera se mencionan en una conversación cara a cara. El desencanto adquiere la forma de desconexión política y mediática. El espectáculo de una izquierda, que ahora adquiere la forma de Sumar, conglomerado de dieciséis partidos subordinados a un cesarismo extremo, y en el que mi siquiera existe un órgano formal de coordinación entre estos, siendo destituidos operativamente por un grupo de tecnócratas y expertos al servicio de Yolanda Díaz, es insufrible. Las definiciones formuladas en los fragmentos audiovisuales mediante los que se comunican con la audiencia, tienen una levedad tan imponente, que resisten a ser insertadas en un texto disponible, tanto para las personas inscritas como para los sobrevivientes no desconectados.

La gran dimisión es un fenómeno que se encuentra en su infancia, en tanto que no cabe esperar de la clase hablante que realiza la videopolítica un giro para otorgar un sentido a su acción, en la perspectiva de recuperar a los múltiples desertores. En las condiciones políticas vigentes, bastan tres o cuatro rostros sugestivos y un gabinete de comunicación para formar un partido que compita en una campaña basada en las tertulias e informativos de las televisiones y en el activismo en las redes. Por esta razón estoy persuadido de que la dimisión va a ampliarse, incorporándose a la misma nuevos contingentes de fugados. Tengo muy claro que estas migraciones políticas debilitan los intereses de los sectores más débiles de las sociedades actuales.