Medicina
fatal es el título de una miniserie de seis capítulos que ha incorporado
Netflix. Se trata de la historia del Oxycontin, un opiáceo convertido en un
medicamento milagroso para revertir el dolor y el malestar físico. En los años
noventa inicia su carrera, siendo promovido por la industria farmacéutica,
avalado por la profesión médica y legalizado por las autoridades. Como
consecuencia de su expansión y uso generalizado, se generan grandes
contingentes de adictos que desarrollan una carrera fatal, que en muchos casos
termina en la muerte por sobredosis. Se calcula que el número de muertos en
Estados Unidos en dos décadas llega a los quinientos mil.
La serie,
aún a pesar de que se basa en los hechos reales, no es un documental, sino un
relato del que forman parte algunas víctimas, médicos, visitadores médicos,
dirigentes de la industria e investigadores del sistema judicial. El aporte del
formato de serie, además de presentar a los personajes, algunos bien logrados,
muestra los microcontextos en los que se produce la cadena de su producción y
su consumo. El guion se basa en un exitoso libro escrito sobre este asunto por
un periodista de The New Yorker, Patrick Radden Keefe.
La trama de
la acción transcurre en lo que hace décadas se denominó como Complejo Médico
Industrial, un sistema de relaciones entre la industria y sus instituciones y
la profesión médica. A pesar de que esta denominación ha desaparecido por la
presión ejercida por los múltiples actores de este formidable sistema. He sido
interpelado en distintas ocasiones cuando he utilizado esta expresión, de modo
que me ha hecho sentir las presiones ejercidas por los integrantes de este entramado.
Ahora mismo, escribiendo este texto tras visionar la serie, me he autocensurado
interrogándome acerca de los contingentes de lectores que por utilizar esta
expresión van a predisponerse contra el mismo. Carecer de nombre es una condición para su perpetuación y renovación hasta el día de hoy. El asunto de los analgésicos es
un problema íntimo de los industriales y los médicos, en el que no debemos
inmiscuirnos los extraños.
Uno de los
aspectos más acertados de la serie, radica en presentar nítidamente a la
industria farmacéutica en sus versiones postfordistas del presente. En
particular, la gestación de la idea por parte de un empresario que ha asumido
que el lucro económico representa el núcleo duro de su misión. A lo largo de
los capítulos aparecen los directivos industriales, en sus escenarios naturales
de las reuniones y las fiestas; también las instancias que ejecutan el arte de
la persuasión sobre los médicos, que estimulan a los consentidores y allanan
obstáculos para presionar a los renuentes para modificar sus comportamientos.
Las escenas más valiosas son aquellas que muestran la dinamicidad de las
relaciones entre los visitadores y los profesionales.
En toda la
serie se encuentran muy bien descritos los pacientes y los dramas personales
derivados de su consumo. En este campo social de la asistencia sanitaria los
pacientes son manipulados mediante la interpretación sesgada de sus malestares
y dolores. A estos se promete la felicidad mediante el fármaco milagroso
avalado, firmado y sellado, nada menos que por sus médicos y farmacéuticos.
Cuando se producen adicciones compulsivas estos son culpabilizados
explícitamente por sus sofisticados verdugos. Un punto fuerte de la narración
radica en la fuerza de la Razón del éxito y el dinero, al tiempo que se
difumina la Razón del paciente. Me ha sido imposible no pensar en la inminente
expansión en España de los dispositivos de Salud Mental, acompañados del
torrente de fármacos salvadores distribuidos entre los numerosos sujetos tratados.
Pero, el
aspecto principal radica en preguntarse cómo es posible que haya ocurrido algo
así, en tanto que algunos médicos sí tenían información acerca del Oxycontin
desde el principio. La empresa obtiene un éxito contundente sometiendo, uno a
uno, a los encargados de recetarlo primero, e incrementar las dosis después.
Las preguntas obligadas son ¿no existe ninguna instancia profesional que haya ejercido
el control? ¿cómo es posible que una mortalidad tan importante no suscite
controversias e investigaciones? ¿Cómo es posible que no se haya problematizado
en los numerosos y frecuentes congresos de sociedades médicas? Parece
inquietante el poder pastoral de cualquier empresa para modificar sus fines,
pervirtiendo su acción y obteniendo el
silencio y la aceptación durante tanto tiempo en el entorno de suaplicación.
La victoria
absoluta del empresario del Oxycontin, Richard Sackler en el interior del
Complejo Médico Industrial se ve amenazada por las autoridades judiciales. Este
es el centro de la trama de la serie. Una ayudante de un fiscal investiga sobre
el fármaco y termina obteniendo pruebas procedentes de una visitadora
arrepentida. Pero esta intersección entre el Complejo Farmacéutico-Médico y el
sistema judicial termina por decantarse en favor de los poderosos. Cuando el
fiscal presenta las pruebas a la industria y le comunica la apertura de juicio
a la empresa, ésta contrata los mejores abogados, que son precisamente
profesionales procedentes de las más altas instancias judiciales, pero ahora
convertidos en mercenarios por el efecto de las prodigiosas puertas giratorias. Todo concluye mediante una argucia judicial
derivada de tan experta inteligencia jurídica: el fiscal se ve presionado para
aceptar una solución pactada, consistente en la aceptación de responsabilidad
por parte de la empresa en una cuestión menor, reconociendo errores en los
prospectos del Oxycontin.
Esta
historia muestra crudamente la potencialidad de los intereses industriales
fuertes en los sistemas políticos que se autodenominan como democracias
avanzadas. En estas se prodigan múltiples dispositivos de poder entramados
entre sí que se sobreponen sobre los intereses débiles de las gentes, en este
caso de los pacientes seducidos por la poderosa publicidad corporativa
industrial y profesional. En ese espacio opaco de concurrencia entre
dispositivos al servicio de los intereses industriales fuertes se dirimen las
cuestiones fundamentales. De este modo, se hace verosímil el riesgo que supone
la existencia de una asistencia médica controlada por una industria que
conforma un área gris en tan progresadas sociedades.
En este
espacio de relaciones entre los agentes industriales y los profesionales, en el
que se ejercen presiones amparadas en el arte de la persuasión, se muestra la
potencialidad de la institución central del marketing, que en la asistencia
sanitaria siempre ha adoptado el formato de marketing de “uno a uno”. Uno de
los puntos fuertes de la serie es, precisamente, la presentación del marketing
avalando una empresa de conquista de un mercado que termina por perjudicar
gravemente a sus consumidores, incluso eliminándolos de los escenarios para ser
sustituidos por nuevos contingentes de captados por la ilusión de la
eliminación del dolor y el éxtasis del bienestar subjetivo.
Termino
interrogándome acerca de una señora extraviada en este laberinto institucional
que conforma tan expansivo mercado, la bioética. Desde siempre, y desde el
interior de este espacio, siempre me ha parecido extraña la concurrencia de
profesionales convocados por las cuestiones éticas. Los niveles de
distanciamiento de la realidad en ese ámbito, son manifiestamente cosmológicas.
Siempre me ha gustado pasear por Congresos Médicos para observar la
proliferación de personas dedicadas a tan prodigiosa tarea de comunicación
persuasiva. Conservo algunos recuerdos antológicos de esas instructivas
excursiones, en las que terminaba preguntándome acerca de si era yo solo quien
tenía los sentidos abiertos, lo que me permitía comprender la verdadera
naturaleza de lo que estaba representando en tan científica fiesta.
Recomiendo
vivamente ver esta serie, cuyo destino será ser reemplazada por nuevas
ficciones para abastecer a tan activos usuarios devoradores de historias.
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