El 10 de
mayo de 2020, a la salida del gran encierro determinado por la respuesta a la
pandemia por parte del poder global, revestido por una dosis somatocrática,
publiqué aquí este texto reivindicando la vida gozosa frente a la apoteosis
profiláctica y la medicalización derivada de este gran experimento de la nueva
sociedad de control. Su título era “Del riesgo de quedarse dormido por dentro”.
Esta entrada recoge tres textos estimulantes de autoras argentinas que se
reivindican frente al enorme aparato propagandístico y punitivo que constriñe
sus vidas.
He pensado
acerca de los acontecimientos ocurridos en estos días de agosto. El resultado
es un texto que titulo “De la fatalidad de haberse quedado dormido”. Este expresa
una suerte de arterioesclerosis de la sociedad española, que ha perdido
manifiestamente el sentido, así como la capacidad para interpretar, valorar y
decir. Avasallada por las televisiones, los dispositivos expertos y las
autoridades, siguen alegremente los dictados del espectáculo promovido por los
poderes. Así, se vive la situación política como un juego que alguien,
certeramente, ha definido como “las pasiones derivadas del azar en las tandas
de penaltis futbolísticos”. Se prodigan los memes, las burlas y las parodias en
una situación que solo se puede comprender aludiendo al término “bloqueo”, y en
la que gobernar parece imposible.
Antes de
publicar este texto, he decidido publicar de nuevo esta entrada de 2020. Pienso
que los tres textos de las autoras argentinas, condensan la lucidez de
reivindicar con pasión la vida, liberada de preceptos moralizantes y de la
intervención de las autoridades sustentadas en la nueva gubernamentalidad
imperante que tiene la pretensión totalitaria de dirigir estrictamente la vida.
Por esta razón, releer estos textos tres años después, remite a la inocultable
progresión de la nueva sociedad de control, ahora sustentada en un modelo de
control de las vidas que se reclama como progresista. La reapropiación por
parte del sistema político de la dirección de las vidas en nombre de la Salud
Mental, que se sobreentiende como la multiplicación de los dispositivos
profesionales e industriales expertos, sintetiza el enorme riesgo ante el que
nos encontramos. Es inevitable revisitar el concepto de Robert Castel de “La
sociedad psiquiátrica avanzada”, publicado en los años setenta y que parece
haberse materializado. Esta es la entrada de mayo de 2020
DEL RIESGO DE QUEDARSE DORMIDO POR
DENTRO
El
confinamiento súbito desde el mes de marzo y la salida a un espacio público
vigilado e hiperreglamentado por las autoridades salubristas, no ha suscitado
en España réplica alguna, salvo contadas excepciones. La aceptación fatalista
de este estado de lo social, que impone las distancias sociales y aísla a las
personas, indica prístinamente el estado de la sociedad española, que tolera
ser avasallada por cualquier instancia ubicada en la cúpula del estado y de los
medios.
En mis años
jóvenes, asistí a una rebelión contra el severo orden cotidiano que imponía
entonces la iglesia, instalada en la cúspide de la sociedad y el sistema
político, que entonces era una teocracia moderada, pero efectiva. Una
generación de jóvenes generó discursos, imaginarios y prácticas sociales que
desbordaban las estrictas normas de entender la vida. Más allá del concepto de
oposición política, comparecieron múltiples sujetos que en todas las partes
generaban comportamientos emplazados más allá de las instituciones grises de la
época.
Las gentes
de las artes y de la cultura fueron el epicentro de este terremoto crítico que
propició el desgaste del complejo institucional que sustentaba el
nacional-catolicismo. Esta fue la condición para que tuviera lugar un cambio
sustantivo en los años siguientes. La desobediencia activa se multiplicó
mediante, textos, imágenes, poemas, canciones, sátiras, escenificaciones, así
como otras formas de vivir que desafiaban al poder político-eclesial que
restringía la vida.
El Covid 19
ha significado una conmoción sin precedentes. La cúpula del estado y los medios
ha sido ocupada y monopolizada por una nueva casta médica que impone sus
significaciones, deroga las vidas y disuelve los sistemas de relaciones
sociales cotidianas. La nueva razón epidemiológica actúa de modo devastador
sobre la vida, principalmente mediante el confinamiento y la abolición de la
proximidad. Este acontecimiento, no ha encontrado resistencia alguna y todas
las racionalidades presentes se han plegado sin condiciones a este imaginario
de la apoteosis del miedo a la salud amenazada. La sociedad española es un
solar de resignación y renuncia a la vida inquietante.
El resultado
es la configuración de un modo de dictadura somatocrática perfecta, en la que
la inteligencia y la gente acatan sin reservas las conminaciones del nuevo
poder ajeno a la vida. Esta queda extirpada en un solo acto, al modo
quirúrgico. Las generaciones jóvenes, en particular, muestran un grado de
domesticación inimaginable, conformadas previamente por los dispositivos de la
precarización, el credencialismo neoliberal, y la infosfera saturada. También
la inteligencia y el mundo de las artes y la cultura, sometidos al imperio
supremo de la televisión. La imagen del desierto social deviene inquietante.
Por esta
razón rescato tres textos de El Lobo Suelto. Ninguno de ellos tiene la
pretensión de discutir las estrategias sanitarias para el control de la
pandemia. Se ubican en la vida personal, reclamando esta perspectiva
irrenunciable. Los tres son muy ricos y denotan inteligencias poéticas que se
inscriben en lo sublime. Me han estimulado mucho en mi vigente vivencia del
desierto social y la dictadura somatocrática mediatizada, que me hacen soñar
con la fantástica película de Buñuel “simón del desierto”.
Las tres
autoras son argentinas. El primero es de Malen Otaño y su título es “No
quierodormirme por dentro”. Reclama la vida frente el encierro y la
separación física entre las personas. El concepto de secarse por dentro es, en
mi opinión, el mal que en estos días prolifera fatalmente. El segundo es
de Lila M. Feldman, “Salud
mental hoy es noacostumbrarnos”. Rechaza con una lucidez contundente
el mundo de seres petrificados resultantes del nuevo orden medicalizado. El
tercero es de Sofía Guggiari, “No
quiero vivir una vida profiláptica”. Es todo un manifiesto a favor de la
vida ahora mutilada por las autoridades somatocratizadas.
Su lectura
ha reparado mi inquietud y me ha remitido a mi vida sensorial clausurada por el
encierro y el postconfinamiento entendido como el espacio social detentado por
el omnipotente gobierno de lo social desde el imaginario de una casta
segregada. Los recomiendo encarecidamente, en la convicción de que a algunas
personas les puede aliviar de una forma análoga a mí mismo.
No quiero
dormirme por dentro // Malen Otaño
Publicada
en 3 mayo 2020
Los conté,
son cuarenta soles consecutivos que veo apilarse en la ventana. Creo que hubo
dos lunas llenas. Ninguna día tengo conocimiento de que día es. Pienso que
podríamos inventar un nuevo calendario, pero con días más largos o que no sean
días, que sean otra cosa, pero qué? Tiempo mudo, tiempo muerto, tiempo dormido.
Las emociones se presentan minuto a minuto. Tienen un movimiento extraño,
desconocido, aleatorio.
Bueno pero
tengo ideas, como dicen ahora hay que tener preguntas. No quiero hacerme
preguntas. No las tengo. No se me ocurren. No las encuentro. No tengo ganas. No
tengo ganas de hacer nada. No tengo ganas de hacer un orgasmo colectivo. No
tengo ganas de interpretar “esto” ni como una crisis, ni como una oportunidad,
ni como un antes y un después, ni un pasaje, ni un cruce, ni un desafío, ni una
mutación, ni un cambio. No tengo ganas de encontrarle la vuelta. Ni el
reverso.
Me he
secado.
Pensar que
hace no muchos meses-que parecen años- corría detrás de los fluidos, como un
perro que ladra sin parar en la vereda, porque algo lo paraliza pero también le
abre el cogote. Ni saliva, ni sudor, ni transpiración, ni mocos, ni cera, ni
menstruación, ni sangre, ni flujo, ni semen, ni lágrimas, ni pus, ni vómito, ni
gases, ni mierda. Extraño profundamente este intercambio de fluidos entre las
personas.
Extraño el
malentendido, la confusión, pisarnos en las conversaciones, los fallidos, las
lagunas, las contradicciones, chocarnos en la calle, pegarnos codazos en la
cama, escupirnos la cara, languetiarnos, mordernos, el vértigo en la panza, los
empujones. Extraño la ansiedad, el nerviosismo, la vergüenza, el mareo, la
incomodidad, los dolores, el cansancio. Extraño disimular, temblar, burlarme,
pelear, gritar, bostezar, pellizcar.
Guardo el
último beso como un tesoro en el fondo de mi patio. Estoy cansada de verme el
cuerpo. Me resisto, me aferro con mis uñitas a la pared de piedra, aguanto la
respiración debajo del agua, hago abdominales. Me pellizco antes de dormir. Me
acaricio el pelo al despertar. ¿Esto es la vida? ¿Esto es vida? No me quiero
acostumbrar tampoco quiero ser imprudente. No quiero perder la sorpresa ni la
imaginación. No quiero dormirme por dentro. Afuera no hay nada, o lo que hay es
plano y sin forma. El único brillo es el de las pantallas. El mundo se plegó.
Somos espectadores expectantes. Lo inminente. Lo inevitable. La amenaza
paralizante.
Me desperté
en medio de la noche con mi propia voz. Tuve miedo de escuchar un grito.
Salud
mental hoy es no acostumbrarnos // Lila M. Feldman
Publicada
en 26 abril 2020
Primero
entró el agua. No entró de golpe. Y al principio parecía que podíamos
prepararnos.
Como en toda
inundación, tratamos de poner a salvo lo que podíamos.
Había una
cierta altura posible aún donde poner los abrazos. Los encuentros. Los mates
impunemente compartidos. La ingenuidad de una mano sobre otra. Tocar el mundo
libremente, y ser tocados por él. La desprolijidad y la improvisación. Un beso.
Pero hubo un
momento en el que el agua nos tapó y no nos dimos cuenta. La ventana pasó a ser
un límite infranqueable. La puerta el umbral que divide lo sucio y peligroso de
lo limpio y a salvo. Los miedos ya no eran un problema sino un marcador de
riesgo…del otro. La sospecha una herramienta. La denuncia una obligación social
o un cuidado. La ilusión un escape para crédulos. El apocalipsis, el derrumbe,
el tsunami y el naufragio dejaron de ser figuras de delirios, fantasmas y
locuras. El sueño es nuestro último refugio. El futuro un lugar incierto para
un tiempo incierto.
Lo peor fue
darnos cuenta que el agua podía taparlo todo. Nos acostumbramos a respirar bajo
el agua. Seguimos aferrados a costumbres, más habitantes de las casas que
nunca. La música y el sueño nos siguen transportando a los que fuimos. A veces
nos calman y otras son sal en la herida. En músicas y sueños aún viajamos.
Ya no nos
prometemos una fecha en la que el agua se irá, y el mundo ya no volverá a ser
lo que era. Será una Pompeya de seres congelados, petrificados y polvorientos?
Ya no hacemos planes, la ropa nos hace bromas desde el ropero, es colorida
acumulación de inutilidades y absurdos.
La locura
tendrá que inventarse otros delirios, lo imposible y las distopías parasitaron
nuestra vieja cordura.
Entonces,
mientras el agua sube y con ella aumenta la potencia de lo irrespirable, habrá
que inventar alguna “altura” en la que ponernos a salvo.
Adaptarnos
bien es perder la cabeza.
Salud mental
hoy es no acostumbrarnos.
“NO
QUIERO VIVIR UNA VIDA PROFILÁCTICA” // Sofía Guggiari
Publicada
en 25 abril 2020
Pienso en la
potencia del agua turbia, del polvo, de la suciedad de la calle, del barro, del
olor y la espesura de las gotas de sudor, del temblor de un orgasmo en pleno
aislamiento, de los cuerpos bailando en un aquelarre feminista, a haciendo pogo
en un acto popular. En la potencia de un fallido o de un olvido que hace que el
estornudo no llegue a taparse, de ese abrazo público desesperado y prohibido,
ese chape callejero mal visto. Todo fragmento de vida al que no le llega el
alcohol en gel. Escucho un grito en medio del silencio de cuarentena: ¡No
quiero vivir una vida profiláctica!
Me cuesta
respirar a veces y no es el Covid-19. Es el afecto que el encierro y el
aislamiento están produciendo en mi cuerpo. Estoy empezando a somatizar. Salgo
para distraerme, pero ya no sé qué me hace mejor. Es difícil distinguir el
adentro y el afuera. Me impacta la imagen de los rostros enbarbijadxs, los
cuerpos, sus distancias, el control masivo y permanente policial. Todxs
hablando del horror a un posible contagio, y de las técnicas y tecnologías que
se inventan para prevenir.
¿Desde
cuándo la palabra contagio se volvió una mala palabra? ¿Porqué el concepto de
propagación, ese concepto tan poderoso, causa miedo y no alegría?¿Qué lugar hay
en medio de todo esto para el deseo? ¿Cómo sobrevivir en un mundo donde el
contacto físico se volvió un accionar peligroso y hasta algo a denunciar?
La idea de
que esto es momentáneo calma mi tormenta intempestiva, pero ¿hay manera de
salir “ilesxs” o “como si nada hubiera pasado”? Pienso, me late con fuerza el
corazón, me asusto, suspiro: las preguntas, sensaciones, tristezas e
incomodidades se me vuelven un mapa o una alerta para atreverme a pensar qué
tipo de vida se está configurando.
No me cerró
nunca la idea de una guerra. Me gusta más la imagen y la fuerza de una crisis,
de un movimiento de tierra, de un rompimiento de estructuras y de sentidos.
Las guerras
nos meten en la escena de lo terrorífico, nos quitan autonomía, nos dejan como
víctimas o como merxs soldadxs contra un “enemigo invisible” como le dicen,
pero a veces el enemigo es muy visible y está conviviendo con vos en tu casa. Y
si no preguntémosle cómo se sienten a esas más de 567 mujeres que llaman todos
los días para denunciar violencia de género intrafamiliar, y ni hablar de
lxs más de 25 que fueron asesinadxs (entre feminicidios y travesticidios)
Pero pareciera
que allá las vidas que se lleva el patriarcado, y acá las vidas que se lleva el
Covid-19. Se las lleva porque efectivamente mata y por qué a las
que no mata las vuelve unas vidas in vivibles. Toda una arquitectura cotidiana
-para aquellxs privilegiadxs que podemos llevarla a cabo- de profilaxis
para evitar cualquier tipo de posible territorio propicio para la propagación
del virus: desinfectar permanentemente todo lo que esté a nuestro alcance,
desinfectarlo bien, que no queden partes que hayan podido estar expuestas, – y
de paso aprovechar, que es un buen momento, para “desinfectarnos del
otrx”, escuche decir a una persona en un vivo de instagram.
Hace poco
una amiga me dijo, preocupada por la situación, con la pesadumbres de quien
extraña, como quien escribe, ese encuentro del cuerpo a cuerpo diario,
ese pegoteo imperfecto, ese piel a piel, me dijo – ¿y si ahora nos da
fiaca vernos, y cuándo nos veamos es solo un ratito porque queremos volver a
estar solxs? El acostumbramiento a las vidas aisladas se me vuelve una imagen
que me produce pánico y entonces me produce ganas de aislarme y el pánico es la
base para el consumo, ya lo había escuchado por ahí.
No puedo
pensar mi vida sin el peligro que implica vivirla. O algo así leí en un post
qué escribió mi hermano Ramiro, que me hizo producir este texto y producir
ciertos pensamientos, porque también las alianzas afectivas en la catástrofe,
las redes colectivas de otrxs que importan y te hacen sentir que también
importás. Esa fuerza del amor y la desmesura del lazo, del encuentro y del
desencuentro, porqué no del odio y la tempestad también. No se puede gozar,
desear, hacer política, amar, enojarse, crear, inventar desde la vida
higiénica. La vida es la peste, es germen de potencias y potencias que producen
gérmenes que hacen florecer las primaveras y contagian las revoluciones, aunque
sean esas pequeñas, micro, cotidianas, que hacemos todos los días para tratar
de sentir que tenemos una ética y que confiamos en ella para existir. Porque “no
queremos ser más esta humanidad” como dice Susy Shock y
“porque no queremos volver a la normalidad” como leí en alguna nota en
alguna reflexión.
Me gusta
pensar que la vida es vida en tanto incertidumbre y acontecimiento, la vida
implica la no garantía, lo inesperado nos conmueve y nos transforma. Me gusta
pensar que la vida está menos en lo que pensamos y diagramamos con tanta
certeza, y más en ese despertar entre húmedo y atemorizante, que es el deseo.
No quiero
vivir una vida profiláctica. No quiero ni creo que pueda. Y no es una
desobediencia al “quédate en casa”; -aunque las desobediencias son los actos
que crean insurgencias políticas y es algo que las feministas sabemos muy
bien-, ni mucho menos un arrojo al descuido, ni un llamado a esa mentira de la
“libertad individual”. En todo caso es un intento de volver a re conectarme con
cierta vitalidad y sensualidad de la existencia. Y como nunca, desde este
lugar, desde el confinamiento, de lo que trato es de hacer escritura y cuerpo
-aunque son lo mismo- lo que pienso, lo que siento, compartir un afecto,
una pregunta, que se propague, que se contagie como se pueda porque también es
la manera que tengo, que tenemos, de tenernos los unxs a lxs otrxs.
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