Muchas veces oímos hablar de «desintoxicación»
a la gente que está de vacaciones. ¿No sería mejor que empezaran por no
intoxicarse?
Michel Tournier
Cuando no se encuentra descanso en
uno mismo, es inútil buscarlo en otra parte.
François de la
Rochefoucauld
El ocio representará el problema más
acuciante, pues es muy dudoso que el hombre se aguante a sí mismo
Friedrich
Dürrenmatt
España es un
país incomprensible sin tener en cuenta el verano. Los elogios de muchos de los
extranjeros residentes a su calidad de vida se relacionan con la existencia de
este tiempo de excepción. El rigor meteorológico del estío genera un acuerdo
social para adaptarse a sus circunstancias ambientales. El verano instaura una
pausa en todos los ámbitos sociales, disminuyendo las labores asociadas al
trabajo y multiplicando las actividades entendidas como ocio. La vida social se
reconfigura drásticamente, compareciendo sociabilidades adecuadas al calor
imperante y a las noches de alivio térmico.
Recuerdo mis
largos veranos ejerciendo como docente, en los que podía constatar la inmensa
fuerza del verano, que se materializaba en los malos resultados de la
convocatoria de septiembre, que visibilizaban la merma del estudio en el largo
período estival. En todas las organizaciones que ejercí como profesional, el
verano funcionaba como principio de estratificación, generando una nítida
pirámide en la que las posiciones de arriba detentaban mayor desconexión de sus
responsabilidades, y las de abajo, menores privilegios. No hay nada tan
sustancioso como un verano español para los jefes y directivos. Esta es una
pauta que prevalecía en el franquismo, y que no se ha modificado en la
democracia, permaneciendo incólume en todas sus etapas hasta el presente.
La
relajación de las responsabilidades laborales y la disminución de los ritmos de
trabajo, al tiempo que se encuentra aceptado e internalizado, se oculta a las
miradas externas. El envés de esta desaceleración productiva radica en que,
para algunos sectores laborales de los servicios y el turismo, el verano
representa justamente lo contrario, un incremento e intensificación de la
actividad. Así se configura el complejo fenómeno del verano, que como tal
fenómeno poliédrico presenta una parte oculta. Así, las vacaciones para algunos
sectores de las tierras laborales altas se descomponen en varias fases
temporales en las que van decreciendo las actividades hasta llegar a lo que se
entiende estrictamente como tales, con una desconexión total con la actividad.
Los modelos de vacaciones se encuentran muy estratificados, conllevando grandes
diferencias y una consolidación de privilegios.
El verano y
las vacaciones, al constituir una realidad que conlleva algunas opacidades, tal
y como son los privilegios de algunas élites profesionales, se interpretan
desde la perspectiva del paradigma que separa drásticamente el trabajo del
ocio, atribuyendo al mismo algunas virtudes mágicas. Pero, el paradigma de la
denominada sociedad del ocio, es, cuanto menos, confuso, en tanto que, para la mayor
parte de sectores laborales, se incrementan el número de horas trabajadas,
además de consolidarse una conexión laboral creciente en su llamado tiempo
libre, que es invadido por mensajes procedentes de la empresa. El déficit de
camareros, agudizado tras la pandemia, es un indicador de los rigores de los
horarios y actividad del idealizado verano.
La
sublimación del verano, no se corresponde con precisión a las condiciones
vividas por grandes contingentes de trabajadores de las industrias del ocio, y
tampoco para cuantiosos segmentos de tan importante mercado, que genera muchos
viajes, estancias y destinos de una calidad deplorable. Sin embargo, la
mistificación de este tiempo, se relaciona con una gran verdad: esta se puede
definir como la transformación de la conexión con las actividades sistémicas,
que adquiere un perfil débil, que contrasta con la conexión fuerte imperante en
los otros ciclos temporales.
Un concepto
esencial del tiempo presente, que no se encuentra racionalizado e integrado en
el conocimiento es el de la enorme presión que ejerce el sistema neoliberal
avanzado sobre las vidas de tan emprendedores y benevolentes súbditos. Estos
son minuciosamente observados, chequeados, medidos y vigilados con la finalidad
de obtener un perfil de los mismos. Este es un constructo basado en una
creciente multiplicidad de datos que sirven para ser comparado con los demás.
Desde hace aproximadamente diez años, este perfil, que antes era escolar y
profesional, se ha ampliado a la totalidad de la vida.
Así, las
personas son requeridas a construir un currículum personal de experiencias,
entre las que destacan los amores, las amistades, los viajes y otras
experiencias personales. Con este novísimo perfil, los sujetos son emulados
para que compitan entre sí, realicen actividades múltiples y muestren sus
resultados a los demás. El smartphone y las redes sociales constituyen el
soporte de este currículum personal implícito, según el cual todos competimos
con todos, constituyendo la historia personal avalada por el álbum de imágenes
que la sustenta. Este renovado currículum personal, es la base para ser
comparado y clasificado, ofreciendo la posibilidad de renovarlo al alza para
mejorar obteniendo mejores posiciones relativas.
El resultado
de esta emergencia, además del crecimiento prodigioso de las industrias
culturales, es la configuración de la vida como un campo permanente de
actividad y competición, cuyos resultados son visibles para los demás. El
sujeto deviene en un activista obligatorio y sus decisiones se entienden en una
cadena destinada a autoclasificarse permanentemente en la escala de los
méritos. La institución central de la evaluación, sólidamente instalada en lo
educativo y lo laboral, se extiende a la totalidad de la vida.
Comprender
los efectos de estos procesos sociales conduce al concepto de presión. Nunca un
sistema había ejercido una presión semejante sobre las personas, ahora
hiperestimuladas y elogiadas como emprendedores, seres estrictamente singulares
y artistas de la vida. La consecuencia más relevante es la fáctica desaparición
del descanso. La vida, y los períodos temporales libres pasan a ser espacios desde donde se ejercen presiones
efectivas a cada cual para que construya una vida extraordinaria, se evada de
lo común, y muestre sus experiencias a los demás para obtener la aprobación
explicitada en mensajes, likes, seguidores y otros indicadores de actividad.
De este
modo, el verano cambia de sentido. Ya no es un tiempo de descanso y
esparcimiento, sino un exigente campo de actividad, que requiere observar las
actividades nuevas de los iguales con objeto de responder y readaptarse. El
sujeto veraniego es un protagonista de una carrera que carece de final,
debiendo acreditar la renovación en cada verano. Un sistema tan
intervencionista y rigorista ejerce presiones de una magnitud que termina por
desequilibrar a los sujetos mismos, produciendo malestares derivados de
afrontar exigencias tan crecientes y juicios a la vista de todos. La enigmática
salud mental se encuentra de fiesta en esta situación. Se multiplican los
síndromes, problemas y signos derivados de este totalitarismo festivo del
mercado. Tiene que repara sujetos averiados para restituirlos para la
competencia por el currículum total.
En este
contexto, la relajación, el descanso, la distensión personal o el reposo se
encuentran bloqueados. Ciertamente, muchos contingentes de personas,
principalmente mayores, viven el verano de forma convencional y repetitiva,
desplazándose a los mismos destinos de siempre para realizar las actividades de
esparcimiento no sujetas a variación alguna. En estos casos, llama
poderosamente la atención su adaptación mística a los problemas derivados de la
masificación. Las gentes viven con normalidad, así como con un carácter
estoico, condiciones de vida en sus destinos que se sitúan por debajo de las
que disfrutan en sus propias casas. En este caso se puede hablar de la quimera
del verano y las vacaciones que se sobrepone a las percepciones de los mismos
penalizados por el deterioro asociado a la masificación.
Pero, para
la mayoría de los viajeros émulos del mito de la vida extraordinaria, la
presión para que muestren a los demás estándares tan exigentes, implica que
estos pueden ser cumplidos mediante fugas de este entorno de acumulación de
méritos. Desde siempre he admirado el botellón, que entiendo como una fuga de
un prosaico mundo regido por la competencia y la evaluación, a un
espacio-tiempo donde los méritos quedan anulados y todos los fuguistas
adquieren la condición de iguales. Así se configura un extraño “comunismo
festivo” que destituye el mérito, la trepa y la competencia. Justamente por eso
las actividades en el interior del botellón son tan convencionales.
También me fascinan los tiempos libres
instituidos en los viajes programados. Entre la cadena de las rigurosas y
obligatorias actividades diarias, se intercalan tiempos no productivos, en los
que los sujetos se liberan de los imperativos productivos para su currículum
personal, y se expansionan, bromean, ríen y conversan intensamente. Estas son las
fugas que permiten recuperarse para la reanudación de la exigente actividad de
vivir para conformar una historia personal que cumpla con los parámetros
exigidos para una vida extraordinaria.
Sí, el
verano disminuye la presión en el espacio del trabajo profesional y la
acumulación de méritos escolares, pero la intensifica en el plano personal. El
exótico resultado de esta contradicción es la conformación de un malestar
perenne asociado a tan problemático progreso. Las citas que incluyo en la
cabecera de este texto explican el enigma del verano y las vacaciones. Todos
los problemas se relacionan con los desajustes de la vida total. Desde esta
perspectiva se puede comprender la proposición de Dürrenmatt de que el ocio
constituye un problema, en tanto que parece imposible aguantar a la persona
común en el tiempo de la hipercompetencia y la infinitud de la evaluación
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