El beso
forzado por Rubiales a Jenni Hermoso frente a las cámaras y una numerosa
audiencia se ha convertido en un acontecimiento mediático total. Se reiteran
las imágenes, se instala en todos los programas, se produce una secuencia de
condenas movilizando a todos los actores -principales y secundarios- del mundo
de las pantallas. El resultado es la creación de un estado de opinión que aviva
las emociones para la censura a Rubiales, un malote que alcanza la condición de
VIP de la perversidad. Se prodigan las condenas morales, cuyos portavoces
muestran la convergencia en la condena, que trasciende las convencionales
distinciones entre la derecha y la izquierda. Pero esta efervescencia
comunicativa no implica la proliferación de análisis e interpretaciones diversas,
sino, por el contrario, la conformación de una unidad monolítica en la condena.
En una situación como esta, cualquier pronunciamiento tiene que cumplir con el
requisito de la severidad del tono. Debe ser formulada con un mensaje
inequívoco, reforzado por gestos a la altura de la gravedad de la sentencia.
Estos días ha sido inevitable rememorar a Durkheim y sus afirmaciones acerca de
los rigores de la conciencia colectiva.
El beso del
presidente de la Federación Española de Fútbol tiene una significación
inequívoca. Se trata de un acto de dominio de un superior sobre una subalterna,
en este caso, además, de un hombre sobre una mujer. Pero, ese beso, que se ha
constituido en símbolo de una violencia socialmente percibida, forma parte de
una secuencia de actos que Rubiales puso en práctica, tanto en la final, como
en la posterior celebración. El rico y variado repertorio incluye su
comportamiento en el palco, en el que llegó a marcar el paquete, hasta todos
sus encuentros cuerpo a cuerpo con las futbolistas. Las liturgias que puso en
práctica denotan su voluntad de mostrar que él mismo es el patrón de la fiesta.
El derroche de saludos, rituales y sobreactuaciones remiten a la constatación
de que protagoniza ese evento, en tanto que padrino
del colectivo futbolístico campeón.
El aspecto
más singular de esta celebración es que, al desatar la euforia, lo privado, es
decir modos y usos en las relaciones imperantes en ese colectivo futbolístico
en su intimidad, se intensifican y se hacen públicos, suscitando la reprobación
de muchas de las gentes exteriores al mismo. Lo privado se hace público,
generando un terremoto de desaprobación. En ese espacio privado, Rubiales,
conformado como un verdadero cacique/patrón, se toma la licencia de imponer sus
distancias personales con cada futbolista. Estas no tienen otra opción que
aguantar a tan ilustre invasor, en tanto que, si replican en las relaciones
cara a cara de cada una, pueden ser severamente sancionadas por tan afectuoso
patrón. Una imagen antológica, que ha pasado desapercibida, es la de Rubi cargando a Athenea del Castillo, en
tanto que esta permanece inmóvil, con los brazos muertos expresando la no
colaboración. Cabe suponer que en la larga convivencia del torneo se ha
acumulado rabia e impotencia por parte de las futbolistas, en tanto que
receptoras de efusivos encuentros corporales con el ínclito Rubiales.
Una vez que
lo privado se hace público en la celebración del título, cuando se multiplican
las críticas externas, se produce una inequívoca revancha, que simboliza Jenni
resistiendo las embestidas del patrón y sus cómplices, para hacer una
declaración de connivencia. Con posterioridad, ya en España y liberada de la
concentración, esta solicita públicamente la sanción a tan cercano padrino. En
el acto con el Presidente del Gobierno, se puede observar la distancia del
grupo de futbolistas con sus patrones, incluido el ínclito entrenador, como
materialización del resarcimiento por los múltiples encuentros corporales no
deseados, sucedidos en la larga concentración. Las palabras de Rubiales son
elocuentes. Dice que “desde afuera se ha podido entender de forma distinta lo que
desde adentro consideramos normal”. Se refiere a su espacio institucional
privado, en el que ejerce de buen patrón y en el que ellas son sus niñas.
Este
episodio, tras su apariencia trivial, tiene connotaciones de alta complejidad.
El problema más importante del feminismo, es que la resistencia al cambio se
oculta y se genera una situación de falso consenso. La resistencia subterránea,
determina que esta comparezca en términos de sucesos inesperados. Recuerdo el
del Colegio Mayor de Madrid Elías Ahuja. Así se conforma una extensa y sólida
área oculta resistente a los feminismos. Esta forma de resistencia al cambio ha
reforzado la idea del enemigo oculto, que ha propiciado una
oficialización/estatalización desbocada del movimiento, que se ha cerrado con una
apoteosis del castigo a los demonios sobrevivientes en el subsuelo. Así se
conforma un extrañ vínculo con la desratización. Los machistas se ocultan bajo
el suelo y es menester controlarlos continuamente mediante la administración de
venenos. La preponderancia de las soluciones basadas en el derecho penal,
representan un excedente punitivo insólito para un movimiento social que
pretende cambiar la vida.
En el caso
que nos ocupa, parece paradójico la oleada de furor que ha despertado un beso,
en contraste con la indiferencia que provoca la conformación de la Federación
Española de Fútbol como un proverbial mayorazgo feudal o un cártel moderno.
Recuerdo los días de la Transición Política, en los que se afirmaba que, tras
la constitución del parlamento, había que llevar a la democracia a todos los
ámbitos. Tantos años después se constata el vigor antidemocrático de las
instancias intermedias. Durante varios atormentados años fui claustral en la
Universidad de Granada. Mi compañera tuvo que soportar en nuestra intimidad mis
ataques de perplejidad. Lo que veía a diario era tan inverosímil que tenía
efectos sobre mi estabilidad.
El mundo del
fútbol es un cáncer letal desde el punto de vista de la democracia. La
Federación, los clubs, las parroquias, las audiencias, la prensa deportiva,
todo eso es el gigantesco huevo de la serpiente que incuba un autoritarismo
basado en la estimulación de las emociones. En ese inmenso mundo, el feminismo
es totalmente extraño. Pero lo peor es que los próceres futbolísticos adoptan los
preceptos del feminismo, entendidos como pensamiento oficial, sin problema
alguno. En la lapidación mediática de Rubiales, han participado estrellas
mediáticas que hacen fe del feminismo. No puedo dejar de evocar aquí a
personajes tan ricos como Pedrerol, Roncero o Juanma Rodríguez, estos días
incorporados a la caza y captura del malote del día. Uno de ellos, Manolo Lama,
ha afirmado que “las que rechazan el beso de Rubi a Jenni es porque nadie las
ha besado”.
La sociedad
española carece de cualquier sistema de pesos y medidas. Alentada por la prensa
deportiva y sustentada en las organizaciones intermedias, antidemocráticas y en
las que prospera el caciquismo, vive entre una sucesión de estados de
efervescencia mediática inducida, manipulada por los poderosos clanes
mediáticos. En ese contexto, la dimisión de Rubiales no puede ser considerada
como una señal de fuerza de la democracia o el feminismo, sino como el último
episodio de lo que he llamado “desratización”. Es decir, que nuevos Rubis se están reemplazando a tan
afamado malote.
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