En las
últimas elecciones generales de 2019 ejercí mi derecho de voto. Soy una de esas
24 507 715 personas que lo hicieron en esa ocasión. Por consiguiente, mi voto
representó el 0, 00004 del total. Este exiguo valor estadístico me confiere una
naturaleza espectral e inhumana. Tan despreciable estimación me transforma en
un valor numérico insignificante. En coherencia con esta depreciación, soy
silenciado, de modo que los destinatarios de ese voto se emancipan de mí,
ignorándome hasta el siguiente escrutinio. No existe ningún canal personalizado
en el que pueda tener una conversación con los recolectores de votos, tampoco
con sus subalternos. Esta pauperización radical de mi persona me convierte en
un dígito, en una entidad nebulosa a las que es preciso capturar como votante, pero
denegándome el habla, prescindiendo radicalmente de cualquier conversación.
Durante
muchos años he sido profesor de Sociología. Cada vez que tenía lugar una
campaña electoral, ponía de manifiesto la inexistencia de cualquier cauce
conversacional. Sólo tenía la opción de acudir, junto a otros muchos, a un
mitin o reunión semejante, en la que algunos candidatos, cosechadores de votos,
hablan ardorosa y triunfalmente, con una audiencia completamente entregada.
Desde las elecciones de junio de 1977, viene sucediendo lo mismo: no tengo
acceso a una conversación y sólo puedo acudir a aclamar, vitorear u ovacionar a
los cabezas de lista, porque los demás miembros de la lista o los senadores
solo están presentes en las papeletas.
Estando ya
en Madrid voté a Manuela Carmena en las elecciones municipales. Mi decepción
fue terrible cuando, al no lograr la alcaldía, abandonó la política diciendo a
las claras que ella, o era alcaldesa, o se iba a su casa. De esta forma
representaba el valor central de ese mundo pétreo y oscuro de la política en
tiempos del mercado infinito, emancipado de las personas portadoras de tan insignificante
valor numérico, que es la exaltación del éxito y la victoria. En las siguientes
elecciones me encontré con una mesa de campaña del mismo partido con el que se
presentó la ínclita Carmena. Abordé a una de las chicas que estaba en la mesa
con intención de conversar para comunicarle mi decepción. Entonces confirmé mis
experiencias previas. Esta mujer era una pared y solo hablaba de la candidata
cabeza de esas elecciones: Mónica García. En ese intercambio verbal experimenté
mi finitud como elector desvalorizado.
Los códigos
de una campaña consisten en amontonar adeptos aplaudidores que jaleen a los
candidatos, o capturar gente nueva que sea moldeable como seguidor integralmente
acrítico. Mi experiencia me revalida que la legión de jefes y asesores se
encuentra recluida en su cielo, es inaccesible para gentes portadoras de ese
raquítico valor estadístico. Pero, sus delegados en la tierra, los militantes,
son todavía más cerrados, en tanto que han sido moldeados en la unanimidad y
ausencia de conversación. En esta campaña, me encontré con una mesa de Sumar.
Cuando una de las personas me abordó, preguntándome por Yolanda Díaz, le
contesté pausadamente que no me interesaba esta sigla por mi condición de
persona de izquierda. La reacción de ella fue contundente, se alejó dándome la
espalda abruptamente. Lo que más me molestó fue que seguro que me etiquetó como
uno de los compays de la excelentísima Irene Montero.
Pero este
extraño mundo inaccesible, que ha exiliado la conversación, se ha recompuesto
tras las cámaras de las televisiones, convirtiendo a las insignificantes
legiones de votantes en espectadores. En este mundo mediatizado tiene lugar la
caza y captura de las unidades de la audiencia. Para ello se crea una
conversación pública, estrictamente dirigida y programada, en la que distintos
tertulianos y expertos representan los diferentes posicionamientos
establecidos. En distintos formatos se reproduce esta conversación,
infinitamente reiterada. La charla política ubicua se dirige a las unidades de
mirones, que son denominados como “ciudadanos de a pie”. Estos son requeridos
para opinar en distintas ocasiones como fondo de la gran conversación dirigida.
Sus intervenciones son calificadas con el término de “habla la calle”.
Esta
conversación enlatada y blindada para esa casta mediática se intensifica en la
campaña, así como las puestas en escena dirigidas a activar las emociones de
los ávidos mirones-oyentes. Esta termina en los debates cara a cara de los candidatos, que son rigurosamente
conminados a atenerse a los guiones preparados por los conductores de los
programas. En estos encuentros, la comunicación no verbal adquiere una
importancia desmesurada, en detrimento de los discursos. Los espectadores sólo adquieren,
en esa conversación infinitamente redundante, la condición de hablantes como
unidades muestrales. El nivel máximo de participación en la misma es la de ser
convertido por arte del azar en una unidad muestral, y poder así responder a
las preguntas seleccionadas por los operadores de la gran conversación pública.
Así, cada afortunado por el azar, tiene la posibilidad de decir sí, no, mucho,
bastante, poco o nada, respondiendo a preguntas cerradas.
Este mundo
tan hermético, al que solo se puede mirar, las personas mutiladas estadísticamente
somos reducidas al absurdo, siendo minimizadas al estilo de los bonsáis.
Periodistas y políticos hablan en nuestro nombre, consumando la paradoja de
ser, simultáneamente, silenciados y suplantados por los ilustrísimos de la
conversación industrializada. Así, algunos hablan en nuestro nombre y nos
invocan para respaldar sus acciones. En ese simulacro de conversación, un mirón
es estimulado a identificarse con uno de los hablantes: o Montesinos o Monrosi.
Ciertamente, la ausencia radical de conversaciones formatea a una parte muy
considerable de los votantes, como gentes incapaces de organizar sus ideas y
expresarlas. Múltiples programas, uno de ellos El Intermedio, presentan a
muchas gentes cuyas intervenciones aparecen como deplorables, rayando en lo
cómico. Este es el resultado del sistema político y mediático como mundo
segregado, iniciático y experto.
Mi problema
radica en que me encuentro más allá de la conversación pública enlatada por sus
privilegiados protagonistas, junto a sus expertos, tertulianos y periodistas de
guardia. En cualquier conversación incluiría varios contenidos que se encuentran
ausentes en la conversación pública controlada férreamente. Discutiría
cuestiones tales como la falsa creencia de que determinadas ayudas reducen las
desigualdades, cuando precisamente las perpetúan; o el posicionamiento con
respecto a la OTAN y la militarización. También que, tras cinco años de
gobierno progresista, las estructuras permanecen intactas o la deriva
descentrada del feminismo oficial. Algunas personas nos encontramos en ese más
allá, aunque ignoro el valor estadístico de la suma de nuestros respectivos 0,
00004.
Estar
ubicado en el más allá comporta una exclusión que se ejecuta brutalmente por
parte del dispositivo mediático-gubernamental. La pandemia significó un gran salto
en el control social y la descalificación total de quienes nos encontramos en
el margen de sus argumentarios. En esta campaña, la rígida disciplina de bloque
ha alcanzado proporciones aterradoras. Es altamente significativo que uno de
los candidatos, el señor Feijoó, obtiene un pronóstico espléndido avalado por
su estrategia de hablar en pequeños sorbos y callar prudentemente. Así se
evidencia la parálisis de esa conversación pública construida consensuadamente entre
esos actores.
El atasco de
la conversación pública abre el camino a un juego letal que los candidatos
practican magistralmente. Se trata de la etiquetación, la descalificación
personal, la falsificación de la evaluación de los contrarios, las medias
mentiras y hasta los insultos. De esa forma, una de las políticas más exitosas
de este tiempo, Isabel Díaz Ayuso, se ha aupado al podio de esta competición
fundada en reglas que, cuanto menos, son manifiestamente poco democráticas. Las
malas artes parlamentarias terminan por bloquear las instituciones mismas. La
degradación institucional y mediática ha alcanzado ya un nivel inquietante.
Por estas
razones, he tomado la decisión de no apoyar con mi 0, 00004 a ninguno de los
contendientes en tan sofisticado escrutinio. Votaré en blanco, tal y como lo
hice en las recientes autonómicas y municipales. Ese voto significa una
reprobación al juego que practican, que determina la escasa calidad profesional
de sus señorías, así como la marginación de la mayoría de personas, que solo
pueden participar como vociferantes fanatizados en alguna de las opciones
ofrecidas. Aún a pesar de ser denegado como persona, en tanto que portador de
tan escaso valor estadístico, me siento orgulloso de ejercer la ciudadanía
decidiendo por mí mismo y a la contra, así como estar ubicado en un más allá de
la banal conversación pública ejercida por la aristocracia político-mediática.
Este sistema es, cuanto menos, manifiestamente poco democrático, o, dicho más
claro, nada democrático, o lo contrario de lo democrático.
Alguna vez
he aludido a la fantasía de la rebelión de los ceros a la izquierda, de
nosotros, de los minimizados, de los carentes de valor para tan extraña
aristocracia demoscópica y mediática. Por eso hago público mi posicionamiento,
por si alguien quisiera juntar con mi 0,00004 para constituir una disidencia
frente a la nueva aristocracia autoritaria, que gobierna con el tan progresado formato
del marketing y la gestión de las emociones. Por eso he decidido contradecir a
una persona tan venerable, como Madame de Maintenon, esposa de Luis XIV, quien
ya en el principio del siglo XVIII, advirtió de esta forma tan nítida a las
unidades vivientes de entonces, cuyo valor era todavía menor que el 0,00004 de
hoy “Acostumbraos a ser obedientes pues
siempre os ha de tocar obedecer”.
Como en este
juego se trata de identificarse y entregarse a uno de los contendientes,
confieso públicamente que no me identifico con ninguno de ellos. Ni Aroca, ni
Inda, ni Ferreras. Ninguno.
A toro pasado. Una vez más el PSOE ha conseguido salvar los muebles tocando a rebato "Hay que parar el fascismo". Vox le ha venido de perlas aunque lo tiene complicado. El engendro de Sumar -pseudo izquierda- aguantará mientras haya algo que rebañar. Yo también vote en blanco. Saludo cordial.
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