domingo, 2 de julio de 2023

EL ENIGMA DEL SANCHISMO

 

En estos días de intensificación de las comunicaciones televisivas, estimuladas por la cronificada campaña, un fantasma preside todos los decires: el sanchismo. Este es invocado como una señal que anuncia una versión del mal político, manufacturado para públicos preferentemente audiovisuales, acríticos y cultivados por el miedo industrialmente fabricado por los dispositivos mediáticos de la derecha. El sanchismo es un producto de la época, una construcción que nace inseparablemente vinculado a la videopolítica, adquiriendo así sus rasgos. No se trata de un discurso escrito, sino, por el contrario, de un fragmento audiovisual manoseado por la cadena interminable de presentadores, comentaristas y expertos.

Parece inevitable que el sanchismo sea, de este modo, un producto comunicativo de baja definición, susceptible de ser reinterpretado emocionalmente por diversos públicos. Ciertamente, esta construcción de los operadores mediáticos remite a algunos hechos empíricos, pero el producto final acusa los impactos de la elaboración por los ínclitos cocineros. La consecuencia de su baja definición es su contribución a una polarización inevitable, por parte de audiencias labradas repetidamente por un apriorismo que envenena los procesos de comunicación.

El sanchismo como producto mediático, mantiene un vínculo fuerte con los procesos mediáticos de fabricación del enemigo. Sánchez es producido como el enemigo ideal, dotado de todo el cuadro de rasgos perversos asociados a él.  Cualquier enemigo de envergadura se encuentra dotado de la competencia de ocultar sus maldades. De ahí que la comunicación mediática invite a leer a los villanos, no tanto por su fachada, sino por aquello que mantiene oculto.  Así, las comunicaciones políticas se encuentran determinadas por lo que se presume como realidad oculta, que trasciende las apariencias. El clima político deviene irrespirable en estas condiciones.

La construcción semio-política “el sanchismo” se encuentra vinculada a todos los demonios imaginables. Así Sánchez es definido como una extensión de los enemigos proverbiales de la mismísima España. Se trata de un vínculo fuerte de los nacionalistas aspirantes a su destrucción, así como un aparejo de la ínclita ETA, resucitada simbólicamente como recuerdo de los sangrientos episodios que promovió, y a la que se le adjudica el estatuto de eternidad. La demonización de los nacionalismos imprime a la política una emocionalidad insuperable, de modo que trasciende la puja entre distintos proyectos políticos. Este es el territorio en el que Sánchez adquiere el perfil de un traidor a lo sagrado y un diablo dotado de la capacidad de destruir lo esencial.

Desde mi perspectiva de sociólogo el sanchismo es otra cosa diferente. Ciertamente, el liderazgo de Sánchez, tanto en el PSOE como en el Gobierno, ha sido pronunciadamente cesarista. Las imágenes de las reuniones de los parlamentarios, de los comités federales y las reuniones partidarias alcanzan una unanimidad férrea. El partido es un monolito inquietante en el que desaparece cualquier pluralidad. De cuando en cuando alguien abandona el barco en silencio, como Odón Elorza, o los viejos dirigentes hacen declaraciones críticas ante los medios. Las viejas barreras entre los partidos socialdemócratas y los partidos comunistas clásicos se han derrumbado en favor de un despotismo común  monumental. La derrota electoral del 28 no fue ni siquiera comentada por tan unitario conglomerado en formación frente al líder providencial.

El sanchismo, contemplado desde una perspectiva histórica, representa la irrupción en el espacio político de la forma organizativa, acompañada de sus racionalidades y métodos, de la empresa postfordista. Así, el PSOE, que ha sido una organización política dotada de la singularidad que otorga una institución política, portadora de un sistema de relaciones entre su dirección, su intelligentsia, su aparato, sus extensiones territoriales y sus electorados, es transformada y reducida a una empresa por los imperativos del cumplimiento de sus finalidades, ganar las elecciones y gobernar a cualquier precio. No conseguir este objetivo e instalarse en la oposición representa la quiebra. Esto es lo que representa verdaderamente el sanchismo, la llegada al partido de este modelo e ideología empresarial.

Se trata de una conmoción en su entorno que tiene un impacto enorme en su interior. La nueva forma-empresa, disuelve los residuos de su vieja intelligentsia, ahora dispersa por la universidad y otras instituciones de producción de conocimiento, para ser reemplazada por los equipos expertos en comunicación política. La naturaleza del papel que estos juegan en el partido y su entorno es radicalmente distinta. La trayectoria atormentada de Iván Redondo ilustra acerca de su inocultable carácter mercenario al servicio de la dirección. Así se produce un proceso de eliminación drástica de la pluralidad. Solo queda la dirección del césar y sus expertos. El ejemplo de Sumar es elocuente. Yolanda Díaz dice “mi equipo” para referirse a la configuración “Sumar”. La democracia como forma política ha sido desplazada en la izquierda del presente por la tecnocracia dura, que reduce las opciones y solo considera los resultados.

El segundo factor esencial radica en la fusión entre la política y la comunicación, que también es un rasgo esencial de la nueva producción. Los resultados de una gestión remiten a su validez por parte de los electores. Así se explica la actuación los últimos años del gobierno más progresista de la historia. Una Ley como la del Sí es Sí, es válida en tanto que sea percibida favorablemente por el electorado. Al igual que las distintas reformas producidas. No importa tanto que el Ingreso Mínimo Vital no llegue a una parte muy importante de sus supuestos destinatarios, sino que este sea percibido por las audiencias mediáticas como parte de una gestión de la comunicación, que adquiere la naturaleza de una comunicación de guerra. En ese ambiente es imposible que tenga lugar cualquier indicio de autocrítica.

Entonces, Sánchez representa la llegada a la esfera política de algo similar a lo que se ha definido como turbocapitalismo. Se trata de una aceleración inmensa y una intensificación de la gestión de las apariencias. Desde esta perspectiva se puede comprender la lógica con la que ha operado. Tras su elección como presidente del gobierno carecía de una mayoría que lo respaldase efectivamente. Entonces deviene en capitán industrial intrépido y decide constituir un conjunto de alianzas que le otorguen una mayoría parlamentaria. Así su alianza con Unidas Podemos en el gobierno y con los nacionalistas en el parlamento.

De esta forma, cada medida tiene que ser sometida a un conjunto de negociaciones en las que los pequeños partidos adquieren una preponderancia inusitada y obligan al patrón a la imposible gestión de la desmesura. La interminable secuencia de decisiones se ve abocada a promulgar el indulto a los políticos catalanes protagonistas del chapucero final del procés, así como a la asunción de las modificaciones legales en el vetusto delito de sedición. Una vez instalado en esta situación, es imposible la vuelta atrás, De este modo, se ve impelido a continuar adelante, aún a pesar de que es calificado por sus rivales de la derecha como enemigo sagrado (el sanchismo) y de que origina unos daños irreparables, tanto en su partido, como en su entorno y sus bases.

La dinámica del ejercicio del gobierno en esas condiciones, obliga a reforzar la magia de la comunicación basada en las fantasías. Al no tener una mayoría solvente, sus medidas pierden efectividad y muestran su fragilidad. Pero en un sistema político tan “empresiarizado”, no es posible la comunicación efectiva con sus bases sociales. El triunfalismo desmesurado de sus comunicaciones lo empuja hacia la magia política. El resultado es que, la gran mayoría de medidas tomadas por el gobierno se implementan, al igual que muchos productos comerciales, como medias medidas y con truco y sorpresa para no pocos destinatarios. Las relaciones con sus bases políticas se problematizan inquietantemente.

La gestión de gobierno deriva a un conjunto de decisiones y jugadas audaces, sobrecargadas de efectos no deseados y riesgos de involución. Su gestión comunicativa en el contexto de los operadores de la videopolítica representa, en no pocas ocasiones, un aventurerismo que se instala en la antesala del suicidio asistido. En un entorno de estas características, demonizado por la oposición, solo le queda la opción de satanizar a sus adversarios mediante la recuperación de las etiquetas asociadas al fascismo. De ahí resulta una situación política inmanejable, en tanto que genera pérdidas en sus apoyos y bases sociales.

Una dimensión esencial de la forma-empresa que representa el sanchismo es la temporalidad. El modelo temporal del mercado remite a la glorificación del presente en detrimento del medio plazo, así como la eliminación del largo plazo. Esto es lo que ha hecho Sánchez. Ha realizado un salto prodigioso y arriesgado componiendo una mayoría que le exige un precio imposible, como es el caso de la manida sedición. De este modo ha sacrificado el futuro y ha debilitado el potencial político de sus apoyos por la permanencia en el gobierno. Las últimas elecciones municipales y autonómicas certifican la ruina de su propio feudo.

Mantener el bloque de la investidura le ha llevado a ejercer de ingeniero en la izquierda más allá de sus fronteras. La invención de Sumar como artefacto al servicio de la repetición de una renovada mayoría, con la consiguiente demolición de Podemos, representa una osadía en su línea de quemar las naves. La burbuja de Yolanda Díaz y sus dieciséis enanitos le puede estallar en las manos tras las elecciones. Parece inevitable la rememoración del turbocapitalismo español en los años ochenta y noventa, con las actuaciones estelares de Javier de la Rosa y otros prohombres audaces que amasaron grandes fortunas sobre los cadáveres de grandes empresas. Esta historia de ahora tiene un guion semejante.

Desde la perspectiva que he enunciado se hace inteligible cómo, en el final de la escapada, Sánchez tiene que confrontar en las televisiones, no con los líderes de la oposición, sino con la aristocracia de los comunicadores. Representa un terremoto en la comunicación y los señores prevalecientes en ese campo han terminado por asumir la oposición. No es de extrañar que estos terminen por implementar un juicio mediático para impugnar la veracidad del temerario capitán Sánchez, que resiste ante las cámaras el argumento de que su voluntad al modificar el delito de sedición es modernizar el código penal.

Escribiendo este texto he recordado una película clásica de empresario intrépido, “Pozos de ambición”, de Thomas Anderson, que sobre la novela “Petróleo” de Sinclair, cuenta los avatares de un empresario despiadado que logra su fortuna mediante varias destrucciones añadidas. Este es el problema que suscita el malabarista presidente. La pregunta de oro es la siguiente: ¿Después de Sánchez, qué? Porque mi hipótesis fuerte es que, si pierde las elecciones del 23, abandonará el campo y las frágiles edificaciones de la izquierda se derrumbarán. Él, que manifiesta su preocupación acerca de cómo lo recordarán, será rememorado como el hombre que consiguió el prodigio de cargarse la oposición al PP, y eso en pleno mandato de su gobierno.

Así pasará a la historia, pero no la de los sucesivos gobernantes, sino a la larga letanía de los grandes próceres de la gestión empresarial, muchos de los cuales rivalizan con él en su capacidad destructiva. Creo que le llaman “creación destructiva”. El PSOE tras él será un conjunto de ruinas y cascotes.

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