No
tenemos una decisión libre, sino una elección de ofertas que proporciona el
sistema.
Byung-Chul Han
La
Realidad no es todo lo que hay“
Agustín García Calvo
Las elecciones del pasado domingo nos llevan a un escenario en el que la irrealidad se expande sin freno, contradiciendo los discursos de los actores. La campaña ha significado una verdadera regresión política, en la que los mensajes apuntaban a la espectral ETA, al maléfico Sánchez, a la sospecha de relación con el narco de Feijóo, a los espectros del fascismo o del comunismo revividos ahora en los imaginarios partidarios. Todo ello representa una catástrofe para los supuestos programas de los partidos, desplazados a un segundo lugar. Las industrias culturales ya habían anticipado los guiones en la serie de Star Wars, un espacio donde se encuentran los buenos y los malos para dirimir entre el bien y el mal. El nivel alcanzado de infantilización de los espectadores, llega a cotas inusitadas. Me he sentido agredido por los departamentos de comunicación política de los partidos por mensajes tan manipulados y regresivos.
Así, dichas elecciones se pueden interpretar amparándose en el
excelente libro de Kundera “La fiesta de la insignificancia”. La síntesis del
mismo se condensa en esta idea: ”Proyectar una luz sobre los problemas más
serios y a la vez no pronunciar una sola frase seria, estar fascinado por la
realidad del mundo contemporáneo y a la vez evitar todo realismo, así es La
fiesta de la insignificancia”. Los resultados instauran una extraña
prórroga, fatal en un sistema agotado, en el que los contendientes han
rivalizado en mostrar su desvarío en una campaña electoral fatídica, en la que
las propuestas programáticas se han evadido para ceder la centralidad de la
deliberación a la descalificación integral de los líderes contendientes.
Sánchez construido como un monstruo maligno y Feijóo como la extensión maléfica
del espectro del narcogallego. Al tiempo, la derecha resucita los rituales de
la noche de los muertos, desenterrando a los asesinados por la ETA en la
pretensión de asestar un golpe definitivo a sus adversarios convertidos en
zombies.
De este modo, el agotado sistema político español recupera a Kundera y materializa
su aspiración de que “me gustaría escribir una novela en la que no hubiera
una palabra seria”. La campaña, sobre todo, ha hecho puesto de manifiesto
el concepto de levedad, es decir, la utilización de la misma para abordar
cuestiones de gran calado. La trivialidad de los encuentros entre líderes y su
esfuerzo denodado en la demonización de su rival han desembocado en un
verdadero grado cero del debate político. En una apoteosis de la propaganda,
vehiculizada por videos y otros fragmentos audiovisuales, lo programático ha
quedado arrasado por la demagogia.
La ausencia de intervenciones generales; el desmigamiento de las
propuestas en medidas espectaculares para segmentos específicos del mercado
electoral; la magnitud de las zonas silenciadas por todos, tal y como la guerra
de Ucrania; la imposición de los formatos del marketing y la imagen. Por poner
un ejemplo, no hay discusión alguna acerca del futuro del sistema sanitario.
Este es tratado mediante propuestas programáticas en formato de subasta. Así,
la multiplicación de odontólogos, de profesionales de la salud mental, de
prestaciones sustanciosas y de la rebaja mágica de los tiempos de espera. Cada
uno ofrece su catálogo al modo de la institución de la tómbola.
Esta campaña fatal, ha mostrado el predominio de los expertos del
mercado que se sobreponen con sus métodos a los líderes políticos. El resultado
es que todo suena a hueco. Al final, la comunidad hablante de los expertos,
periodistas, tertulianos y políticos, termina por creerse sus propias
invenciones y argucias. El gran público toma una distancia creciente, en tanto
que es sondeada diariamente, con la intención de estimular a esta comunidad
hablante y autorreferencial. Las encuestas devienen en el centro de la
discusión y deliberación, anulando a los programas, e instituyendo un verdadero
juego estelar de apuestas mutuas del Estado. La quiniela es el paradigma
dominante y los brujos que prometen acertar, entre los que destaca el ínclito
Dionisio Michavila, asquieren un
protagonismo estelar. El resultado es
que se ha fraguado un nuevo gatillazo de los sondeos demoscópicos, que
constituyen la esencia del sistema político.
Entonces, los pronósticos quinielísticos sustituyen a los programas, al
tiempo que los catálogos de ofertas reemplazan a una visión del panorama
global. Los informativos fluyen noticias sobre medidas sobre bajadas de
impuestos, generación de empleos, ensaladas variadas de cifras, al tiempo que
comparecen antiguos asesinos políticos en serie, imágenes de candidatos
alternando con narcos, candidatas beatíficas planchando, y otros ricos
elementos de las semióticas de la confusión. Al desaparecer cualquier
deliberación sobre la situación general y su evolución, el efecto para los
espectadores es catastrófico, en tanto que ubicados en la reverencial
institución del súper, en el que tienen que elegir entre las distintas ofertas
del día.
En este escenario kunderiano, todo suena a espectral y extraño. Pero,
un aspecto fundamental remite a la calidad decreciente de los líderes
políticos. Tras una primera generación que sale de la misma sociedad, como
ocurrió en la Transición, los políticos actuales nacen del mundo
autorreferencial de los partidos políticos. Todos ellos detentan la condición
de herederos, es decir, que heredan los bienes conseguidos por sus inmediatos
ancestros políticos. Ser heredero proporciona una inevitable impronta. Significa
ser diferente al arquetipo de un fundador. En este caso, criarse en el interior
de las juventudes de los partidos supone la configuración de un prototipo de
administrador de bienes heredados. Uno de los factores de decadencia de este
régimen es, precisamente, el acceso a las cúpulas de decisión de esta
generación de administradores pasivos y aspirantes a maquiavelos de barrio.
La campaña ha puesto de manifiesto las carencias de estos líderes
herederos. Sin ánimo de profundizar, parece mentira que un bloque político de intereses
fuertes, como es la derecha, seleccione a dos personas como Abascal y Feijóo. Ambos
carecen de liderazgo, de energía, de originalidad y de formación. Con todo
respeto considero que son una verdadera ruina. Abascal representa el prototipo
del rico enchufado, que vive animado por los sucesivos baños de masas de sus
mítines. Entre estos se desdibuja, actuando como lo que verdaderamente ha sido,
un enchufado colocado en la cima de una organización fantasmática. El caso de
Feijóo es paradigmático. Heredero de un sistema de poder fundado en una red de
cacicazgos en Galicia, que creó y gobernó el fundador Fraga, lo ha administrado
pasivamente, en una situación que no ha necesitado carisma alguno. Cuando ha
sido instalado en la cabeza del partido en una situación que tiene que
remontar, su actuación ha sido deplorable. En cada actuación muestra
impúdicamente su parvedad.
Feijóo ha protagonizado una versión brillante de la proverbial fábula
de Esopo, en la que un perro con un trozo de carne en la orilla de un río
termina soltándola con la intención de capturar la reflejada en las aguas. Así
termina fatalmente perdiendo ambas. Este parco heredero de Fraga ha financiado
pronósticos que le han llevado al desastre, al actuar según los datos
suministrados por sus empleados demoscópicos. El principio que rige ese
espectral mercado es el de la adecuación a la demanda del cliente. De este modo
ha conducido a su partido a una derrota sin paliativos. Por encima de
interpretaciones de los expertos demoscópicos, lo cierto es que ha heredado los
votantes del difunto Ciudadanos. Los nuevos votantes no proceden de sus
acciones políticas.
En la izquierda ocurre algo parecido. Sánchez es un heredero incubado
en las juventudes y en las instancias en las que se elaboran las líneas
maestras de la política económica del partido. Hijo pródigo de Sebastián y
otros honorables padrinos se ha encaramado al poder siguiendo la pauta
esencial: estar en el sitio preciso y en el momento preciso. Pero, a pesar de
ser heredero, Sánchez muestra una iniciativa semejante a la de un fundador,
teniendo que afrontar situaciones difíciles. En esta campaña ha terminado por
mostrar sus cualidades dialógicas, pero referenciadas en la factoría mediática.
Es un tipo capaz de afrontar situaciones adversas, según el modelo proverbial
de Mercedes Milá. También cabe reseñar sus capacidades tácticas. Pero carece de
cualquier espesor para definir la situación histórica global en la que vive. Es
un heredero deuna provincia del imperio.
Yolanda Díaz también es heredera, en este caso representa el proverbial
precepto de matar al padre. Designada por Iglesias, aprovechó la debilidad de
este para erigirse como administradora de la herencia, para enviarlo a la
morgue política, como antes hizo con Beiras y otros compañeros de viaje. El
lema de su presentación “Todo empieza hoy” no deja lugar a dudas. Como persona
avezada en los aparatos políticos, en donde estuvo toda su vida, tiene un
instinto de sobrevivencia extraordinariamente agudizado. Pero administrar una
herencia con dieciséis herederos , representa un problema de imposible
solución. La gestión de los microconflictos generados por las distribuciones de
cargos, puede alcanzar entre estos pequeños actores, niveles de crueldad
difíciles de imaginar.
Termino aludiendo a la cuestión principal subyacente en este texto. Se
trata de la clarividencia acerca de la situación global, perdón por calificarla
como histórica, así como por su evolución. En ausencia de la comprensión de ese
campo de fuerzas, es imposible generar ningún proyecto político fundado y
serio, y se consuma la condena derivada de la levedad de Kundera. Por eso no
entro en detalle acerca de qué tipo de gobierno es factible mediante la
ingeniería de los acuerdos. A los ocupados en esta cuestión del nuevo gobierno les despido con el
viejo lema del gran periodista norteamericano Edward Murrow de “Buenas noches y
buena suerte”, porque sigo con la idea de que estamos asistiendo a la fiesta de la insignificancia.