La metáfora de Superman fue enunciada en los años cincuenta por algunos
sociólogos norteamericanos, críticos con el comienzo de la nueva sociedad del
desarrollo y crecimiento, y que Polanyi, desde otras referencias, la denominó
como “La gran Transformación”. Esta avanzada sociedad se sintetiza en una
narrativa que resalta los atributos del héroe mitológico, obligado a partir
hacia otros mundos en los que puede exhibir sus superpoderes. Su única
vulnerabilidad se encuentra, precisamente, en su origen, lo cual imposibilita
el retorno a su punto de partida, Kripton, lugar en el que queda neutralizado.
La metáfora de Superman se encarna en los guiones de las sociedades del
crecimiento, en las que cada cual es requerido para realizar una carrera
ascendente, en la que el punto de partida es una plataforma para emprender el
viaje, en el que está descartado el
regreso.
Conocí a Rafa Cofiño hace muchos años en una de las ediciones de los SIAP
en Madrid. Con posterioridad he coincidido con él en actividades de la PACAP en
Mallorca, Vitoria y Granada. Su inteligencia, formación y originalidad me llevó
a simpatizar con él. Viajé varias veces a Asturias invitado por distintas
personas para participar en varias actividades, aunque nunca pude encontrarme
con él allí. En esos años he seguido su blog “Salud Comunitaria” y he
intercambiado mensajes con él. También me hizo una entrevista para su blog en
la que mostró su competencia como entrevistador en la busca de vínculos entre
lo profesional y lo biográfico vivido. En estos encuentros se fraguó una
amistad en la que se consolidó mi reconocimiento hacia él como profesional y
persona.
Desde mi jubilación no he tenido ninguna relación con él, pero he seguido
de lejos su actividad. Cuando llegó su majestad la Covid, él era Director
General de Salud Pública de Asturias. Entonces estuvimos en posiciones
encontradas dado mi posicionamiento crítico. Como conocedor de la Psicología
Social entiendo que la posición que ocupa un sujeto influye determinantemente
en sus posicionamientos y sus ideas. Un día leí un tuit suyo que rompía con su
línea reflexiva proverbial. Este, que iba dirigido a la población asturiana,
los animaba a no salir de sus casas -eran los días previos al confinamiento- con
el propósito de batir el récord del mundo en disciplina pandémica. Esa
apelación a la infantilización me sorprendió y pensé “este no es mi Rafa, que
me lo han cambiado”.
Un tiempo después me enteré de que había cesado como Director de Salud
Pública Regional y había retornado a su puesto de técnico de Salud Pública.
Imaginé sus dificultades profesionales y políticas en un entorno como Asturias,
en donde sobreviven múltiples clanes políticos de izquierdas, inevitablemente
confrontados entre sí, y en la que el Presidente del Principado, Adrián Barbón,
tiene el aspecto de gobernar la comunidad como una granja propia, aplicando sin
piedad la fuerza de la mayoría. Sin una información completa pensé que le
habrían bloqueado unos proyectos y resignificado otros, como es común en todas
los tiempos en España, y también en el vigente Régimen del 78.
Esta mañana he leído en un diario digital que ha sido designado como
número uno de la lista al congreso por Sumar. Inmediatamente se ha activado en
mí el recuerdo de la metáfora de Superman. Mi interpretación se encuentra
determinada por mis vivencias. Esta es una historia que he vivido muchas veces
y que trasciende las trayectorias de sus ilustres protagonistas. En mi
Departamento de Sociología de la Universidad de Granada, el entonces director,
Julio Iglesias de Ussell, fue nombrado Secretario de Estado de Universidades
por el gobierno de Aznar. Cuando tras varios años de ejercicio concluyó su
mandato, vivió muy mal su regreso a su facultad (Kripton). Algo semejante
ocurrió en la EASP, en la que mi entonces amigo y compañero de despacho, José
Martínez Olmos fue nombrado secretario de Estado de Sanidad. Después ocupó
distintos cargos y tuvo dificultades para rehacerse como un kriptonita común en
la escuela.
Estos viajes desde lo profesional a lo político muestran a las claras una
cuestión inquietante: el menosprecio del ejercicio profesional como médico,
docente, investigador u otros semejantes. Una verdadera carrera exitosa exige
abandonar ese pantano para instalarse en lo que se denomina gestión, y, más
allá, en la política misma. Se ha instaurado una narrativa acerca de la carrera
profesional en la que el éxito se escribe en otro lenguaje que el de la
profesión de partida. Triunfar significa partir del sector profesional para
elevarse sobre él. Este es un problema tan importante que constituye un síntoma
del inmovilismo español, en tanto que remite a una valoración negativa del
trabajo profesional, que contrasta con la sobrevaloración del desempeño en cargos
de gestión, dirección o políticos.
Este es un síntoma de un sistema esclerotizado, como el de la universidad
española y las organizaciones sanitarias. Admiro a investigadores como el
sociólogo Charles Perrow, que permaneció toda su vida en la universidad de
Yale, muriendo con una agenda abierta de temas a investigar. También a la
antropóloga argentina Rosana Guber, anclada en el IDES en Buenos Aires volcada
a su propio seminario de Antropología. Por el contrario, en España se considera
el trabajo profesional como un período relativamente corto, que conduce al
tránsito hacia el mundo de la política. Permanecer en un lugar se interpreta
como un síntoma de estancamiento. Por poner ejemplos de carreras sólidas en
instituciones localizadas, los casos de Laporte o Erviti, grandes profesionales
de onda larga arraigados en el campo de la Farmacología.
La metáfora de Superman, tan común en España, denota inequívocamente el
deterioro de las organizaciones profesionales, lo que constituye un problema
monumental, así como una selección perversa de los cargos políticos y de
gestión. Esta narrativa supone que el trabajo profesional es monótono y no
ofrece posibilidades de desarrollo, así como que el trabajo de gestión o
político es óptimo. Ambos supuestos son desmentidos repetidamente por la
realidad y constituyen un obstáculo para el buen desarrollo de las
organizaciones, la administración y el sector público. Así se constituye un
sistema de significación perverso, que inviste como grande a la actividad
política o directiva y como pequeño a lo profesional. Los efectos de esta
inversión son letales.
Un ejemplo de trabajo arraigado y localizado es la madrileña parroquia de
Entrevías, San Carlos Borromeo. El equipo de curas radicado allí se define
significativamente de este modo: En San Carlos Borromeo cada vez somos más
las personas que entramos y nos quedamos. Pero no nos quedamos para crecer,
fortificarnos y regodearnos de lo bien que se está “aquí”. Huimos de esa
concepción muy habitual en grupos y colectivos […]. Después de muchos años de
andadura juntos hemos ido descubriendo lo que uno de nosotros escribió hace
tres años: los que hemos salido de la Parroquia de Entrevías, hemos iniciado
nuestro deambular por el desconocido mundo de lo marginal, o desde ahí, desde ese
mundo, hemos recabado en la Parroquia, esta ha sido para nosotros una Meca, un
punto de encuentro, de referencia, donde hemos ido compartiendo y aprendiendo
de los que ahí estaban, de las madres, de los curas, de los chavales, de las
familias, de los amigos cercanos y lejanos, de todos los que por su puerta
entraban, en definitiva de los que conformaban”. En síntesis, que las
tareas “ordinarias” terminan adquiriendo la condición de extraordinario. Lo
mismo para un médico localizado, un profesor arraigado o un investigador de
larga trayectoria o cualquier profesional participante en un proyecto de
cooperación internacional.
Una de las proverbiales maldiciones españolas radica en la gran extensión
y variedad de las tierras altas de la política y la gestión, en las que
múltiples organizaciones acogen en sus direcciones al gran excedente de
desertores profesionales. Así cristaliza una situación en la que existe un
contraste escandaloso entre la proliferación de direcciones, asesorías,
gabinetes y órganos fantasmáticos, y la miseria de los espacios profesionales
considerados como plataformas para la partida de los viajes ascendentes. Cuando
alguno emprende el éxodo hacia las tierras altas, los que se quedan son
invadidos por un sentimiento de frustración.
Recuerdo las primeras promociones de la entonces flamante especialidad de
Medicina de Familia. La casi totalidad de sus cuantiosos contingentes lograron
liberarse de su presencia en los centros de salud, instalándose en una tupida
red de destinos unificados por la palabra dirección. Es la generación de los
directores, que anuncia la decadencia incremental de esta red asistencial. Este
es un síntoma fatal de la degradación profesional, común en la España del
régimen del 78 a las organizaciones que articulan el debilitado estado del
bienestar. Las excepciones de profesionales arraigados, al estilo de Juan Simó,
que desarrollan una actividad formidable y sostenida desde un centro de salud,
sin expectativas de viajes hacia el cielo.
Le deseo suerte a Rafa en su nuevo destino, aunque pienso que ningún
proyecto político o directivo es viable si no se encuentra enraizado en un
medio profesional sólido, al estilo de la parroquia de San Carlos Borromeo.
Sobre el vacío que genera el declive del sistema sanitario público es imposible
otra cosa que fantasear. En ese arte la nueva izquierda adquiere el grado de la
excelencia. Si me preguntan qué cosa es la más importante de los años del
gobierno más progresista de la historia aludiría, precisamente, al hecho de
decidir acerca de medidas que presentan dificultades de aplicación por la
endeblez de la administración pública. En esta se encuentran aquellos que no
han conseguido emprender un viaje a las fértiles tierras altas.
No tengo dudas acerca de valorar esta situación como la más perversa de
la historia. Buen viaje Supermán.
1 comentario:
Haríamos bien, todos, en pensar más sobre esto.
Me recordó a un ensayo de Esquirol ('La resistencia íntima '), en cuya sinopsis ya se afirma: "Reconocemos que resistencia íntima es el nombre de una experiencia, propia de la comarca de la proximidad; comarca que no es visita de un día, sino habitual estancia. Pero hoy cuesta quedarse en ella".
Sin duda, incluso con el convencimiento de hacerlo por los demás, muchos prefieren ese viaje intergaláctico a una cotidianidad sin esplendor.
Les deseo también un buen viaje.
Un saludo.
J.
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