martes, 13 de junio de 2023

LA MAGIA POLÍTICA

 

Las recientes elecciones municipales y autonómicas han reiterado y amplificado un fenómeno inquietante, la conversión de la política convencional, entendida como una actividad presidida por la racionalidad de medios-fines, en un campo en el que crecen los discursos y las prácticas referenciadas estrictamente en la magia, en los que se disipa la racionalidad. Así se homologan con los modelos imperantes en el mercado, en el que los productos y servicios se presentan envueltos en un halo mágico, y la producción deviene en comunicación persuasiva. Del mismo modo, la comunicación de los partidos, y principalmente los actos partidarios, prescinden de la razón para facturar un conjunto de sortilegios y encantamientos basados en discursos y procedimientos que se referencian en lo sobrenatural y estrategias comunicativas dirigidas a estimular las emociones y seducir a los destinatarios convertidos en feligreses.

La reconversión de la política a la sociedad del espectáculo en la fase de la digitalización, tiene como consecuencia una inquietante regresión de lo discursivo, en favor de las puestas en escena que configuran un show en el que los públicos congregados en los actos partidarios adquieren una dimensión tétrica. Los mítines y presentaciones se conforman como espacios cerrados al exterior en donde se ensayan sortilegios, encantamientos, bendiciones y maldiciones por parte de los congregados. Es imposible estar presente en los mismos sin interiorizar los preceptos partidarios forjados en la adhesión, la incondicionalidad y liberados del penoso deber del raciocinio.

Recuerdo las primeras campañas de los años setenta. Algunos líderes actuaban como verdaderos videntes, generando sermones virtuosos,  dirigidos a la estimulación de la fe de las audiencias. Muchos de ellos actuaban poéticamente, recurriendo a metáforas vistosas y recursos orales basados en la sorpresa de los receptores. Pero, junto a estos, comparecían algunos líderes argumentativos, que exponían discursos referenciados en el análisis de las situaciones, la definición de escenarios de futuro y la ponderación de las estrategias. El ejemplo del entonces exitoso PSOE era paradigmático, en el que sus líderes se repartían los papeles. Las racionalizadas intervenciones de González se contraponían con las de Guerra, que estimulaba la infantilización de sus receptores deseosos de un castigo simbólico a los enemigos, solicitando la aflicción imaginaria mediante la repetición del “Dales caña Alfonso”.

Con el paso de los años han decrecido los argumentativos y se han expandido los antaño poéticos, ahora convertidos en insultadores, y también los augures, conformando una verdadera regresión político-electoral, que termina en un déficit general de inteligencia. Las sesiones de las instituciones y los programas de “debate” en las televisiones, presentan un panorama desolador. Y no digamos nada del furioso intercambio de mensajes, vídeos, memes y tuits. Lo más sustantivo de este espectáculo radica en la centralidad de los gabinetes de comunicación de los partidos que imponen sus argumentarios a los contendientes, de modo que todos son condenados a la insigne función de repetir. El espacio público se envenena y los públicos disminuyen al tiempo que se fanatizan.

Un ejemplo de la toxicidad de la comunicación es la campaña con el lema de “que te vote Chapote”. Esta ha sido asumida por determinados públicos, que la reproducen incesantemente convirtiéndola en un insulto etiquetado que agota la voz de sus repetidores, colmando su propuesta. Esta termina en una etiqueta que se petrifica impidiendo incluso el desarrollo de la mismísima enunciación. El resultado es una comunicación que adopta la forma hegemónica de las pedradas. El juego radica en tirarse piedras los unos a los otros. La saturación de los públicos no involucrados con los fornidos y avezados contendientes, entregados al intercambio de pedradas, es inevitable.

Los “debates” entre líderes en las instituciones filmados por las cámaras y repetidos hasta la saciedad en el entramado de canales que conforman televisiones y redes, representan una desviación intolerable de su propia función. Los encuentros en el Senado entre Sánchez y Feijóo son insufribles, en tanto que ambos lo internalizan como un verdadero juego de guiñoles, en el que exhiben el personaje por encima de los argumentos. Lo peor radica en preguntarse qué concepto tienen de los espectadores. Y sí, actúan como si los mismos fueran la extensión de los menguados asistentes a los actos partidarios, caracterizados por su entrega total. La sobreactuación es la norma de estas comunicaciones. Todas las discusiones públicas adquieren el carácter de duelo. Así se conforman múltiples parejas que requiere el espectáculo de la confrontación. La de Ayuso y Mónica García alcanza el éxtasis catárquico para las menguantes parroquias de ambas.

La consecuencia de este dislate es que los actos partidarios alcanzan el punto máximo de cierre al exterior. Crean un mundo en el que la homogeneidad alcanza cotas cosmológicas. Todos listos para aclamar y aplaudir. La homologación con la hinchada partidaria es inevitable. Los rituales de saludos, de usos de los espacios, de gestualidades y de frases hechas son encomiables. Las liturgias de los líderes y del propio público; la coordinación perfecta al estilo de los públicos en los platós bajo la batuta del realizador; las conjuras al enemigo y a las amenazas subterráneas, un acto partidario se asemeja a un ritual de una secta homogénea. Cualquier persona ajena que estuviera presente sentiría intensamente el espesor de la frontera que separa el mundo y el acto.

El 9 de septiembre de 2013 publiqué en este blog mi primera entrada sobre los partidos políticos. Su título fue “Los espíritus de la sede”. Esta se remitía al espacio íntimo de un partido político que era la sede, en donde tenían lugar intercambios comunicativos que conducen al monolitismo y el cierre al exterior, potenciando los procesos de producir significaciones compartidas. Afirmaba que “Se trata de la sede, ese espacio que se transforma en la cadena de frío de la reflexión, donde se incuba un nosotros que conduce a comportamientos que no pueden ser definidos de otro modo que de fanatismo. En las sedes tienen lugar las relaciones cara a cara que conforman el cierre partidario al exterior, el debilitamiento de cualquier canal de comunicación con el entorno, la defensa de lo común compartido, resultante de la puja por la apropiación de espacios en las instituciones de gobierno”.  La sede se ha debilitado por la progresiva digitalización, siendo reemplazada por las redes sociales.

En esta última campaña se ha exacerbado la magia y la hechicería. Los mítines devienen en actos en el que los magos pronuncian sermones que pretenden producir efectos sobre la realidad mediante procedimientos sobrenaturales semejantes a los conjuros. Así, los líderes que concitan un  apoyo no mayor de un 10% son presentados como futuros alcaldes o presidentes. El lema de los partidos minoritarios es el “salimos a ganar”. Estas afirmaciones inscritas en la mística o la brujería son celebradas allí por los receptores con vítores, lágrimas, emociones intensas y liturgias de adhesión. Estas comunicaciones mágicas que trascienden lo empírico son asumidas incluso por contingentes profesionales con fomación científica. El problema principal estriba en que quien se traga festivamente discursos delirantes carece de competencia para evaluar los resultados, en tanto que la realidad termina llegando inexorablemente.

En los actos partidarios tiene lugar una mágica transfiguración de la conciencia y de la realidad. La comunión entre los magos y los públicos enfervorizados es inquietante. Por eso se puede afirmar que las comunicaciones de la campaña y, en particular, los actos partidarios, representan una involución que representa un momento de escisión del mundo real. Sobre esta ficción se constituyen las instituciones políticas resultantes de esas confrontaciones imaginarias que son sintetizadas en las sesiones de control de los miércoles, que restituyen los imaginarios de las campañas y los duelos en formato de los cuadriláteros de lucha libre.

El proceso de hechizamiento de los públicos partidarios inicia una espiral fatal. Termina por extenderse a todos los órganos del partido y a sus extensiones mediáticas. La reunión de Sánchez con el conjunto de diputados y senadores del partido fue antológica como acto de brujería, consiguiendo anular cualquier reflexión sobre la derrota electoral. También la izquierda más allá de este. Vivo en un medio en el que la inmensa mayoría acepta los falsos preceptos de los brujos con naturalidad, esperando, al igual que en el fútbol, un gol providencial que cambie el signo del partido. La crisis de racionalidad alcanza niveles estratosféricos, que han superado a los imperantes en el franquismo de mi infancia y adolescencia, en los que frente a graves problemas estructurales se evocaba la llegada de la primavera, así como otras metáforas triunfales.

Me pregunto si volveré a ver una nueva promoción de políticos argumentativos, que trasciendan el espectáculo bochornoso que tiene lugar en el presente.

 

 

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