Una vez hubo un matemático que dijo
que el álgebra era una ciencia para la gente perezosa, puesto que uno no conoce
el valor de X, pero opera con él como si lo conociese. En nuestro caso, X representa
a las masas anónimas, al pueblo. La política es el arte de hacer operaciones
con esta X sin preocuparse por conocer su naturaleza real, mientras que hacer
historia consiste en dar a X el valor exacto que debe tener en la ecuación.
Arthur Koestler, El cero y el infinito
El descalabro de Irene Montero constituye un acontecimiento cuya significación
va mucho más allá de su persona. Estamos asistiendo a una verdadera caza de
brujas sin parangón en el los largos años del postfranquismo. Con independencia
de mi valoración sobre el papel que ha desempeñado, que es extremadamente
crítico, asisto perplejo a su cruenta venganza. La forma en que esta es
ejecutada, es la propia de las grandes mafias, que señalan a la víctima,
después la apartan y la conducen a un espacio invisible para los demás, y allí
la ejecutan y la hacen desaparecer. La brutalidad con que la nueva izquierda
está ajusticiando a Montero, alcanza la condición de terrorífica, y se puede
definir, en rigor, como una desaparición.
Hasta hace dos
semanas, Irene detentaba la condición de ministra de igualdad, defendiendo
persistentemente su Ley del “Sí es Sí” contra sus reformas, concitando el apoyo
público de su partido, así como del exótico conglomerado parlamentario y
gubernamental, encabezado ahora por su Verduga Yolanda Díaz. Ni una sola
voz ha surgido de este entramado
político. Sin embargo, cuando se hacen públicas las listas de Sumar, ella se
encuentra eliminada, y, ante las preguntas de algunos miembros de Podemos, las
portavoces de esta extraña coalición se niegan siquiera a responder o aludir a
las razones de su cese y de la respuesta a la pregunta de quién, dónde, cómo y
porqué se ha decidido excluirla.
En el
conglomerado Sumar no existe un comité ejecutivo u otro órgano público que tome
decisiones y se responsabilice de ellas. De este modo, cuando algún reportero
pregunta, se contesta reproduciendo la forma ensayada en la vieja III
Internacional cuando desaparecían disidentes en los años treinta y cuarenta. No
hay respuesta, eso es un secreto. Las lideresas más emblemáticas de esta
enigmática decisión, Yolanda Díaz o Mónica García, responden afirmando que este
tema no tiene interés. Por esta razón,
considero que estamos asistiendo a una desaparición. Montero ha sido juzgada y
condenada por un clan político que actúa amparado en el secreto y la
complicidad de sus extensiones mediáticas.
Es
inevitable recordar el origen de los clanes presentes en Podemos y sus
propuestas y actuaciones en esos compulsivos y esperanzadores años. Sus programas
significaban una enmienda a la totalidad de las deterioradas instituciones del
régimen del 78, así como a sus eternos moradores, la clase política inserta en
una trama de relaciones con distintos poderes económicos e institucionales.
Esta era “la casta”. Los nuevos reformadores invocaban las elecciones
primarias, la circulación de los cargos representativos, la reforma de la ley
electoral, la transparencia en la toma de decisiones, así como otras reformas
radicales.
Tras tres
años de crecimiento, este conglomerado de clanes consiguió tenazmente la
reducción de sus apoyos electorales de modo significativo. Pero su menguada
representación constituyó una pieza imprescindible para obtener una mayoría en
torno al PSOE. Así, llegaron al gobierno. Su nueva posición gubernamental
generó un conjunto de delirios articulados en torno a una idea perversa: la
evasión de la realidad, en el sentido de que su acción se ve constreñida por su
exiguo peso electoral. No obstante, como cambiar las realidades parece una tarea,
en esas condiciones, imposible, se centraron en la producción creativa de una
comunicación fantasiosa que encubriera las realidades.
Pero durante
estos prodigiosos (semiológicamente) años, tiene lugar un proceso de
fragmentación inaudita del conglomerado inicial. Tras su comienzo aparentemente
exitoso se producen luchas intestinas de una ferocidad inimaginable para
quienes no han participado nunca en sectas políticas. Recuerdo en esos primeros
años en Granada, algunas conversaciones con personas que tenían responsabilidad
en Podemos, que narraban cosas terribles del aparato, entonces controlado por
Errejón y capitaneado por Sergio Pascual. Así se produjo lo inevitable: la
ruptura en distintos grupúsculos unificados por su cainismo y canibalismo.
Se puede establecer una analogía con los distintos
cazadores de cabezas que han circulado en distintos tiempos y las luchas
intestinas de la izquierda postcomunista. Cortar la cabeza al enemigo vencido
significaba matar a su alma. Esto es exactamente lo que el clan vencedor, el
del cazador mayor más acreditado, Pablo Iglesias, realizó con un éxito
estremecedor. Primero los errejonistas, después los anticapitalistas, y con
ellos múltiples grupos instalados en las comunidades autónomas. En ese tiempo
de guerra civil, Irene Montero se acreditó como una letal cazadora de cabezas, especializada
en matar a las almas de sus antiguos compañeros. Pero, a diferencia de las grandes cacerías
ejecutadas por la III Internacional en los años treinta y cuarenta, los
vencidos y desaparecidos están vivos, teniendo la oportunidad de reaparecer en
el escenario,
El proyecto
de Yolanda Díaz se sustenta en recomponer dieciséis pedazos de esta tragedia
bajo su férrea dirección personal, eliminando a los antiguos vencedores,
recolectores de cabezas de sus víctimas. El resultado de esta mutación del
equilibrio interno de este conglomerado político, siempre movilizado para la
eliminación de sus enemigos internos, es la imprescindible desaparición de
Irene, que representa, junto con Iglesias, el carisma originario de este
convulso movimiento nacido en 2014. El carisma de Yolanda no es equivalente al
de Iglesias. Este nace de las encuestas y de sus generosos padrinos políticos y
sus extensiones mediáticas. Este se fusiona con la fuerza de los contingentes sobrevivientes
a las desoladoras guerras internas y que aspiran a desempeñar cargos. Eso
genera ilusión y esperanza fundada en un elemento de las encuestas: la
valoración que atribuyen a la lideresa. Cuando esta se repite, todos los culos
disponibles sueñan con aposentarse en algún cómodo sillón.
La endeblez
de este proyecto, y las limitaciones del carisma de su promotora, imprimen a la
lucha interna una ferocidad inusitada. Es imprescindible castigar a los rivales
desplazados para advertir a los cabezas de los dieciséis partidos acerca del
funcionamiento de este tinglado electoral. Así se explica la sórdida
eliminación de Montero, que representa una buena parte del capital simbólico de
Unidas Podemos en estos años de quimeras políticas y fantasías programáticas.
Si alguien puede explicar el efecto electoral de lo que denominan pomposamente
como “escudo social”, incapaz de detener el ascenso de las derechas, se lo
agradecería.
Desde las
coordenadas de este análisis se hace inteligible la crueldad de Díaz y sus
eventuales acompañantes con el símbolo principal de la izquierda en el gobierno
más progresista de la historia. Ni unas palabras de agradecimiento, ni un gesto
amistoso, ni un recuerdo amable. Esta ha sido despedida al estilo de la
institución-precariedad reinante en la sociedad neoliberal avanzada del
presente. Al igual que Trotski, Zinoviev, Kamenev, Bujarin y otros dirigentes
de la revolución rusa, ha sido sacada de las fotos. Las imágenes de los abrazos
y besos prolíficos ante las cámaras, con los cadáveres de los vencidos ocultos
detrás, pasan a mejor vida. Irene Montero es ahora denegada mediante el
silenciamiento, alegando que no es objeto de interés para tan sofisticada
opinión pública. Ha suspendido en las encuestas y, por consiguiente, su mismo
nombre es impronunciable y ha sido ejecutada por aquella que tiene una
valoración mejor.
La ideología
de los Recursos Humanos, basada en la competencia sin trabas, ha alcanzado a la
extraña coalición Sumar, en la que su mismo nombre es una paradoja. El
asesinato político de Montero tiene un efecto disciplinante para los pomposos
partidos de la coalición Sumar. Casi nadie conoce los nombres de sus
dirigentes, de modo que no serán valorados en la tómbola de las encuestas.
Cuando alguno destaque en este índice, se constituirá como cazador de cabezas
para matar el alma de Díaz.
Los procesos
de eliminación y desapariciones tienen lugar en un cuarto oscuro, inaccesible
para las cámaras. En este ámbito ha sido ejecutada la exministra de Igualdad. Un crítico, pero respetuoso recuerdo a Irene
Montero. Ahora asistiremos al insigne espectáculo de la remodelación de la X de
Koestler que abre este texto. Todavía no puedo vislumbrarlo, pero Yolanda nos
da una pista esencial con respecto al proyecto. Dice algo referido a la
relación de la gente con las personas. Muy ilustrativo.
2 comentarios:
Suscribo lo escrito por Juan Irigoyen respecto a la forma en que la "extraña coalición" liderada con puño de hierro por Yolanda Díaz y formada por nada menos que 15 grupos, cada uno de su madre y de su padre, se ha deshecho de Irene Montero. Tampoco es que me entusiasmara su gestión al frente del Ministerio de Igualdad pues cometió errores graves. A mi entender, se trata de una vendetta en toda regla, ajustes de cuenta personales y rencillas entre facciones que se disputan los despojos de Podemos y los escaños que dejara libres. La gente del 15M iba a cambiar la manera de hacer política. No pudieron o no supieron. Deprimente! Al menos, de ahora en adelante, sabemos a qué atenernos, a lo mismo de siempre, la alternancia PP-PSOE con sus respectivas muletas a su derecha e izquierda o nacionalistas, en caso de que no logren suficientes escaños para gobernar en solitario. Una apreciación personal: no sé muy bien cuál puede ser la diferencia entre el PSOE y SUMAR, casi se solapan y compiten por el mismo nicho de votos. Puedo estar equivocado. Un saludo.
Cuando todo se fía a la 'videopolítica' y se recurre al primitivismo emocional, se instala con fuerza el delirio y la ruindad para sostener la ambición enaltecida y los réditos de la inversión emocional. El que se entrega al espectáculo ya solo puede competir por un espacio visual en el engaño.
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