He leído un
libro superlativo que ha conmovido mi esquema referencial. Soy un sociólogo que
ha ejercido muchos años en el campo de la asistencia sanitaria, en donde los
saberes que determinan las cogniciones se referencian en la biomedicina. El
saber biomédico se encuentra determinado por una tensión: la presencia
inevitable del paciente. En las últimas décadas se han producido nuevas
versiones del mismo, algunas más blandas.
Estas definen a estos como seres biopsicosociales, tratando de trascender a la
centralidad absolutista de lo biológico. Sin embargo, lo social se construye de
un modo exterior a las realidades sociales vividas, como un producto congelado,
rígido e inmutable, de modo que no tiene consecuencia alguna en la asistencia.
En mis largos años de ejercicio profesional, he tratado de descongelar el
mitológico lo social. Este libro
constituye una gran aportación en la definición de esta enigmática esfera de lo
social, contribuyendo a descongelar
esta cuestión
La autora
del libro, Dresda E. Méndez de la Brena, es una feminista mexicana que ha
transitado por el campo académico en México y España, compartiendo militancias
con actividades académicas insertas en el ilustre feminismo académico. A pesar de su erudición y conocimiento de
varios marcos teóricos, el texto no puede esconder su relación con contextos
específicos en los que habitan personas, mujeres en su gran mayoría, que le
proporcionan una perspectiva más cercana al movimiento social vivo que a la
quietud de la Academia. La potencialidad de este libro radica en que ofrece una
conceptualización completamente diferente a cualquier versión de la
biomedicina. Como paciente que ha tenido que forjar su autonomía y poner
condiciones a la intervención médica sobre mi cuerpo, he establecido una
fecunda conexión con el texto y el sistema conceptual que la autora ha sintetizado
y reinventado.
En realidad,
el paciente es una categoría muda en las sociedades del crecimiento y
medicalizadas. Su voz es reemplazada por la de los profesionales de la
asistencia que los interpretan desde las coordenadas de sus esquemas
referenciales. El resultado es la materialización de un saber acerca de las
tipologías de los usos en las consultas, en tanto que las vidas de estos permanecen
en estado de no alfabetización, siendo tratada de una forma groseramente
estandarizada y trivial. La ausencia de una socialización autónoma convierte a
los pacientes en una masa viscosa predispuesta a ser manejada por los expertos
profesionales. Esta situación perpetua genera una tensión en el interior mismo
del sistema sanitario, que se hace patente y vivida, aunque no es racionalizada
y formulada discursivamente, de modo que el mismo sistema promueve iniciativas y
simulacros para generar una voz de los pacientes ausentes. La célebre
humanización es la más persistente, al tiempo que inocua.
El libro de
Estados Mórbidos representa una voz que define y categoriza situaciones y
experiencias de pacientes, en términos completamente ajenos a las categorías
prevalentes en el complejo institucional médico, psicológico y sociológico. En
este sentido, se trata de un texto vivo, en el que es imposible ocultar, tanto
la formación, como la inteligencia y sensibilidad de la autora, que apela a una
pluralidad de saberes para constituir su mirada. El punto fuerte de su análisis,
radica en que restituye a las personas su condición de integralmente sociales,
en el sentido de que viven en mundos determinados por las instituciones
dominantes en el presente. Cada persona se encuentra “ensamblada” a la trama
institucional. La consecuencia de esta articulación persona-entramado
institucional, es la naturaleza colectiva o social de los malestares que
terminan en las orillas del océano de los diagnósticos médicos.
Uno de los
lastres del social congelado imperante en el saber y las prácticas médicas es
que su formulación es tan genérica, que termina por constituir una tautología,
insufrible para el paciente. El profesional entiende el entorno de este como un
conjunto estable, ordenado y generalizado para todos. Lo familiar y
convivencial; el estudio y el trabajo; el ocio y la vida cotidiana. Todo ello
es definido de modo aproblemático e inmutable, de modo que se abre una enorme
brecha entre el discurso profesional y la realidad vivida por variadas clases
de pacientes. Todo cristaliza en una homogeneización ficcional en torno a los
diagnósticos y las variables de situación de las historias clínicas, que
termina por erosionar la especificidad de muchas categorías de pacientes, que
son así denegados al no considerar los contextos en los que viven, y
reintegrados ficcionalmente en el imperio de “lo normal”.
En Estados
Mórbidos, la autora define con precisión el enigmático “lo social”. Se trata del
capitalismo neoliberal vigente, con su constelación de instituciones. El
atributo más importante de este conglomerado institucional es el imperativo
sagrado de la productividad. Las instituciones de este sistema requieren a las
personas altos niveles de actividad, no sólo en la esfera de la formación y el
trabajo, sino también en todas las demás de la vida privada, dominadas por lo
que Baudrillard denominó como “consumatividad”. De ahí resulta una presión de
gran volumen que es ejercida por todas las instituciones y de modo permanente sobre
las personas. Esta presión incide decisivamente sobre las vidas. El efecto de
esa presión sostenida es que muchas categorías de personas no pueden mantener
las respuestas requeridas, de modo que terminan quedando rezagadas.
De este
modo, las personas desplazadas por la competición van acumulándose en destinos
sociales de segundo orden, tal y como ilustró Robert Castel. Los contingentes
de rezagados se acumulan, en tanto que no pocos de los activos en la
competición pagan un alto precio por mantenerse en ella. Méndez de la Brena
desvela los malestares resultantes del desacople de las personas con las
instituciones en el orden neoliberal. Estos terminan expandiéndose y
asentándose sobre los cuerpos, constituyendo constelaciones de síntomas y de
relaciones con diversos diagnósticos. Estos son interpretados desde las instituciones
biomédicas como problemas de salud mental, proponiendo la expansión del aparato
institucional que la gobierna, convocando al cuantioso ejército de reserva
psicológico y psiquiátrico.
La sociedad
neoliberal avanzada se encuentra desbocada, produciendo demandas somáticas y
temporalidades imposibles de gestionar para una gran mayoría. Las versiones de
esta sociedad que se refieren a la sociedad del rendimiento, de la
autoexplotación y la precarización, ilustran una nueva situación en la que los
mismos dispositivos del estado y del mercado representan la producción de la
enfermedad. La autora los denomina como “marcos morbopolíticos de producción de
la enfermedad”. Al tiempo, estas instituciones instauran unos regímenes
afectivos y subjetivos que tienen como consecuencia la autoprecarización y la
autorresponsabilización con respecto a los padecimientos derivados por esa
presión formidable ejercida por las instituciones. El resultado es que las
personas más frágiles se encuentran ante la inevitable gestión de su propia
debilidad.
El resultado de estos procesos ejercidos por las
instituciones, configuran a estas como estructuras morbopolíticas, que
propician y perpetúan la enfermedad, que adquiere la forma de un conjunto de
malestares, , dolores y dolencias que la autora define como “desgaste de la
vida”. De esta forma, el críptico “lo social” enunciado desde algunas versiones
de la biomedicina, adquiere una centralidad inquietante. Es el sistema mismo,
sus requerimientos para las productividades, eficiencia y temporalidades
imposibles, quien establece un conjunto de mandatos sobre los cuerpos, cuya
naturaleza es mórbida. La autora propone la subversión de esos mandatos
mediante la insubordinación de los cuerpos desgastados y enfermos, que terminan
arribando a las playas sanitarias en donde sólo se habla el idioma de los
diagnósticos validados. Es el último extrañamiento que afecta a los
contingentes de cuerpos castigados.
El libro, como afirma Sayak Valencia en su
prólogo, responde a la pregunta de “¿cómo
sobrevivir al mundo neoliberal cuando tenemos un cuerpo herido, enfermo,
culturalmente construido/destruido desde las estructuras estatales en
convergencia con el capitalismo neoliberal? Desde su perspectiva se pueden
identificar múltiples categorías de lo que denomina como “desgaste corporal”.
Es estimulante desplazarse por sus páginas por la radical originalidad de la
autora. También constatar la potencialidad de las estructuras morbopolíticas,
tan sólidamente asentadas en las instituciones y las vidas, y que permanecen
liberadas de responsabilidad alguna, siendo aludidas como fenómenos naturales.
El libro
supone una reactualización de la sociedad enferma conceptualizada por Ivan
Illich, resultante de la expansión misma de la Medicina. En el presente son las
instituciones neoliberales quienes generan una sociedad enferma más amplia y
sofisticada. La premonición de Illich acerca de la emergencia de “un nuevo tipo de sufrimiento: la
supervivencia anestesiada, impotente y solitaria en un mundo convertido en sala
de hospital” se ha ampliado y reestructurado. Ahora los rezagados son
sancionados desde cánones capacitistas, para ser expulsados del primer mundo
productivo, convertidos en viajeros forzosos por unos mundos en los que, si la
dolencia no se corresponde con un diagnóstico, son descartados y etiquetados
como hiperfrecuentadores.
En los
próximos días subiré aquí algunos párrafos de este lúcido e imprescindible texto.
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