El presente es un inmenso espacio en
el que se extravían la mayor parte de las personas. La velocidad de la era
digital y el dominio de los medios audiovisuales contribuyen a generar una
inmensa confusión y opacidad. En ese oscuro medio comparecen los expertos-guía
y toda suerte de comunicadores excelentes en el arte de conducir a los cegados
por la recomposición continua de la actualidad. La complejidad del presente en
relación a los modos predominantes de conocer, tiene como consecuencia la
multiplicación de las personas que se encuentran completamente perdidas,
utilizando esquemas referenciales radicalmente obsoletos. De ahí nace el gran
negocio de gurús, aventureros, hiperexpertos, charlatanes y pretendientes a la
guía de los contingentes de extraviados.
Algo semejante al rescate de los
múltiples cegados y deslumbrados es la política a día de hoy. Me impresiona
muchísimo contemplar a personas profesionales cercanas a mí en algunas etapas
biográficas asumiendo los esquemas referenciales del mercado político
audiovisual. En estas condiciones, es inevitable que preguntas sencillas, como
por ejemplo, porqué las célebres mayorías sociales que han recibido del
gobierno progresista sustanciosas subidas de salario mínimo y otras del
imaginario escudo social, se distancien manifiestamente de este. ¿qué está
ocurriendo? Cualquier explicación remite a la densidad del presente que
desborda los raquíticos esquemas cognitivos de los actores políticos.
Douglas Rushkoff es un autor al que
sigo, por su originalidad y talento, desde mis tiempos de profesor de
sociología. Uno de sus libros de esa época, Coerción, ha sido una de las
lecturas de los alumnos en la atribulada clase de Cambio Social. Uno de sus últimos libros, Present shock.
Nueva York: Penguin Group. 2013, aborda precisamente lo que denomina como “El
shock del presente. Las
conceptualizaciones de Rushkoff permiten comprender las limitaciones del
pensamiento de los desnortados actores del presente y su conciencia débil, los
medios de comunicación productores de la actualidad. Por eso publico una reseña
de Jennifer Delgado Suárez
en https://rinconpsicologia.com/shock-del-presente-rushkoff/
Me parece importante subrayar algunos
elementos analíticos fundamentales: Es, sobre todo, un estado mental, que nos
aleja del pasado y del futuro. Así se hace inteligible la dependencia de los
nuevos brujos demoscópicos que nos liberan de la oscuridad e incertidumbre. El
colapso narrativo y la expansión de la simplicidad, constituyen los
ingredientes principales del shock del presente, tan fértil para comprender el
presente mismo. En este contexto, no es de extrañar que s viejas tendencias
hayan sido canceladas en favor de los análisis que en este blog he denominado
como “traficantes de decimales”. Sólo se considera válida la última medición en
espera de la siguiente. Así, es inteligible la Expansión de la milagrería.
Todos los políticos esperan la inversión prodigiosa de sus resultados en un
golpe de suerte.
Este es el texto de la reseña
Shock del presente: Vivir en un mundo
sin historia ni futuro
¿Tienes la sensación de que el tiempo
no te alcanza? ¿Te sientes como un apagafuegos que debe hacer frente
continuamente a imprevistos y supuestas urgencias? ¿No eres capaz de vislumbrar
tu futuro? ¿Piensas que casi todo está inventado y que queda muy poco por
hacer? ¿Crees que ningún tiempo futuro podrá superar el presente y que hemos
llegado al tope de nuestras capacidades?
Si es así, es probable que sufras un
fenómeno tan común como desconocido: “shock del presente”. Debido a la relación
completamente nueva que hemos desarrollado con el tiempo – a nivel social y
personal – estamos viviendo en un ahora que se nos escapa cada vez más rápido
mientras perdemos la conexión con el futuro y el pasado.
¿Qué es el shock del presente?
El shock del presente es una idea
desarrollada por Douglas Rushkoff, profesor de la Universidad de Nueva York. Lo
describe como un estado mental potencialmente oneroso e incluso paralizante en
el que nos quedamos atrapados en el presente, perdiendo muchos de los puntos de
conexión con el futuro y el pasado.
El shock del presente, sin embargo,
no nos conduce a un estado zen, sino que nos sumerge en una especie de caos
mental. “Nos hace existir en un presente distraído en el que las fuerzas en
la periferia son magnificadas […] Nuestra habilidad para realizar un plan y
seguirlo es interrumpida por un gran número de impactos externos. En vez de
encontrar un camino Se trata, pues, de un presentismo sin ningún punto de
referencia más allá de un “aquí y ahora” fragmentado, vertiginoso y caótico. En
práctica, nos vemos obligados a vivir en el presente para responder como mejor
podamos a las demandas continuas del medio, de manera que no tenemos tiempo ni
recursos cognitivos para proyectarnos al futuro o volver al pasado. Es como si
el presente nos absorbiera en una especie de agujero negro en el que pasado y
futuro desaparecen. Así perdemos de vista el panorama temporal que debe fungir como
conector de nuestra autobiografía, pasando a vivir en “un mundo sin historia ni
futuro”, como lo calificó Rushkoff.
¿Cómo se ha originado ese “shock del
presente”?
No podemos estar ni siquiera una hora
sin revisar el correo electrónico o la mensajería instantánea, nos preocupamos
por la noche si alguien no nos ha contestado un mensaje y desarrollamos el
“síndrome de vibración fantasma” que nos hace revisar el móvil, aunque no haya
sonado. Mientras estamos fuera de casa, nos preguntamos qué está pasando en
nuestras redes sociales y queremos estar pendientes de las actualizaciones de
nuestros amigos y conocidos. Sentimos una necesidad imperiosa de comentar o
compartir una noticia o de ver la última foto que ha publicado el famoso de
turno.
estable aquí y ahora, acabamos
reaccionando de manera improvisada a todos los asaltos que se presentan a lo
largo del día”,
apuntó Rushkoff.
“En el mundo digital cometemos el
error de pensar que podemos aplicar a nuestras vidas el mismo tiempo en el que
se mueven las máquinas. Nuestro universo digital siempre está encendido, pero
nosotros no. Los tuits siempre se están publicando en Twitter, pero aspirar a
leerlos todos es una locura. Las interrupciones agotan nuestras habilidades
cognitivas. Crean la sensación de que necesitamos estar al día para no perder
el contacto con el presente. Es un objetivo falaz”, apuntó Rushkoff.
Sin embargo, el shock del presente no
depende únicamente de la tecnología – aunque esta haya contribuido – sino que
es más bien un estado que se ha instaurado a nivel social y que ha terminado
por calar en muchos de nosotros. Es una manera de lidiar con la realidad
asumiendo un enfoque tan presentista que termina siendo miope.
“Nuestra sociedad se ha
reorientado al presente. Todo se muestra en vivo, en tiempo real, y está
siempre conectado. No se trata simplemente de un aceleramiento de las cosas,
por más que nuestro estilo de vida y tecnologías hayan acelerado al ritmo al
cual intentamos hacer las cosas. Es más bien una disminución de todo lo que no
está ocurriendo ahora – y la embestida furiosa de todo lo que supuestamente
está ocurriendo”, explicó Rushkoff.
Las consecuencias psicológicas del
shock del presente
Rushkoff hace referencia a las
diferentes maneras en que se manifiesta el shock del presente en nuestras
vidas. Una vez que se instaura, este fenómeno no solo cambia nuestros hábitos y
comportamientos, sino que también altera peligrosamente la dinámica de nuestro
pensamiento.
- Colapso narrativo
Se trata del triunfo de
la inmediatez sobre la precisión, un fenómeno que se aprecia perfectamente
en las secciones de noticias de los medios de comunicación, pero que también se
ha extendido a diferentes niveles y nos conduce a cometer numerosos errores e
imprecisiones en nuestro día a día. Es el triunfo de la aproximación sobre la
exactitud.
De hecho, ese colapso narrativo es el
golpe de gracia para los discursos inteligentes y complejos ya que no somos
capaces de seguir su lógica o simplemente no tenemos tiempo suficiente para
reflexionar sobre ello. En su lugar, priorizamos las soluciones simplistas, lo
cual conduce a una pérdida brutal de la riqueza y complejidad que matizan todos
los fenómenos a los que nos exponemos.
- Digifrenia
La tecnología que nos permite estar
en diferentes lugares al mismo tiempo y que nos ayuda a asumir distintas
identidades ha impulsado la digifrenia, que consiste en un estado mental
confuso causado por tener demasiadas identidades ejecutándose en paralelo.
Esas identidades a menudo están
desconectadas entre sí, por lo que realizamos un enorme esfuerzo cotidiano para
quitarnos una piel y entrar en otra. Ese cambio continuo de identidad nos
somete a un gran estrés con consecuencias poco saludables.
- Fractalnoia
Se trata de la tendencia a buscar un
sentido en un presente congelado, sin tener en cuenta las secuencias lógicas de
causa y efecto. Este fenómeno se debe en gran parte a la gran cantidad de
información a la que nos exponemos y a la necesidad de responder de manera
instantánea, de forma que no tenemos tiempo para rastrear la trama en el tiempo
ni elaborar una respuesta reflexionada que se proyecte al futuro.
Sin embargo, cuando no existe un
tiempo lineal, cuando perdemos la conexión con el pasado y el futuro, nos
resulta imposible dar sentido a lo que nos está ocurriendo, de manera que las
causas y efectos colapsan. Así nos quedamos en un mundo caótico, en el que no
nos queda más remedio que responder a ciegas.
- Apocalypto
Dado que la sociedad ha perdido la fe
en su capacidad para resolver las crisis y problemas mundiales puesto que es
incapaz de encontrar pies o cabeza a la situación que vivimos, nuestro deseo de
salir de ese laberinto presentista nos hace fantasear con finales
apocalípticos. De esta manera, a muchas personas les resulta más fácil
imaginarse un apocalipsis de proporciones épicas que lo que haremos el mes o el
año próximos.
El shock del presente, por tanto,
desata un pensamiento profundamente catastrofista que nos envuelve en el
pesimismo y nos lleva a imaginar las peores tragedias a la vuelta de la esquina.
Inmersos en un estado de indefensión
aprendida, sin comprender cómo hemos llegado a este punto y sin saber cómo
salir asertivamente, no nos queda más que fantasear con finales alarmistas.
De esta manera, terminamos siendo
personas que reaccionan ante lo que ocurre, sin reflexionar demasiado sobre sus
causas porque no queremos mirar al pasado, y sin detenernos a pensar en las
consecuencias de nuestros actos, porque no tenemos tiempo para proyectarnos al
futuro.
Debido al shock del presente, cada
reacción se convierte en un agujero negro de posibilidades y consecuencias no
deseadas. Así terminamos siendo piezas sugestionables y manipulables que se
mueven según cómo soplen los vientos del presentismo, olvidando que debemos ser
los capitanes de nuestra vida, que debemos ser el viento y no la bandera.
Vivir en un mundo sin historia ni futuro -aunque no sea el título exacto- es un artículo excelente. Explica a la perfección lo que está pasando y los riesgos que conlleva la pérdida de referencias de todo tipo. Un saludo para Juan Irigoyen.
ResponderEliminarCristina.