Las últimas
elecciones municipales han acelerado el desastre final de Podemos, así como de
la constelación de fragmentos políticos que lo acompañan. Lo que parecía un
proyecto abierto, nuevo y esperanzador en 2014 ha terminado por mostrar
impúdicamente sus miserias. Estas se fundan en un cóctel explosivo formado por
la inercia de las ideologías de la III Internacional en estado de putrefacción,
la visión del mundo mutilada derivada de lo que pomposamente se denomina
Ciencia Política, que en el presente conforma la videopolítica y el mercado
electoral, y los saberes postmodernos que remiten a la digitalización y el
posthumanismo. Su combinación ha resultado explosiva. Tras varios años
experimentales, el desplome se ha acelerado, adquiriendo la condición de derrumbe
tras su entrada en el gobierno.
En un
ecosistema cultural dominado por los grupos mediáticos, Podemos ha podido
subsistir al ser interpretado desde las categorías que conforman la
politología, que reportan miradas superficiales sobre su fachada. Pero las
grandes miserias de las que son portadores, terminan saliendo a la superficie.
Esto es lo que representan los recientes artículos de David Souto en Vox
Populi, que constituyen una mirada que trasciende los límites de la
politología. En este sentido, muchas personas se encuentran afectadas por
carencias conceptuales derivadas de sus propios esquemas perceptivos
determinados por la comunicación de los medios audiovisuales y sus escoltas de
columnistas digitales.
Por esta
razón publico aquí su reciente artículo sobre la defunción inevitable de
Podemos, que antecede a los movimientos compulsivos con el fin de sobrevivir de
varios fragmentos de su constelación, agrupados en Sumar. Me ha llamado la
atención su interpretación de la élite de Podemos como “hereditaria” de élites
anteriores asentadas en el sistema político y mediático, cristalizando en una
estamentalización de la política. De este modo, la paradoja de Podemos estriba
en que se ha mostrado como una nueva casta arraigada en el sistema político y carente
de raíces en lo que denominan como “mayoría social”. Su percepción del Régimen
del 78 como conjunto de castas políticas, se explica precisamente por su propia
naturaleza, así como su voluntad inmensa de participar en los gobiernos de
todos los niveles.
El peor
presagio del futuro de Podemos radica en su incapacidad para hacer una
oposición desde los suelos sociales. Así que en sus actos repiten
incesantemente que “este o esta son el próximo presidente del gobierno, alcalde
u otro cargo representativo”. Este es el artículo de Souto, que podéis leer en
la versión de Vox Populi
PODEMOS (NO) HA MUERTO: HAY QUE
ENTERRARLO
Podemos
nunca se ha entendido con el pueblo y su rencor hacia el mismo nos ha regalado
momentos antológicos que pronosticaban su irremediable debacle
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LES POLITIQUES DE PODEMOS
Funeral: 23 de julio De 9 a 20 h
Fallecieron el día 28 de mayo de 2023
con muches penes en activo, confortados con los Auxilios Espirituales de Judith
Butler, Ernesto Laclau, Peter Singer, Klaus Schawb y la Agenda 2030.
Murieron como vivieron, indignades
ante el fascismo del pueblo español, que persistió en el totalitario afán de
tomar sus propias decisiones, y de seguir comiendo carne, bebiendo alcohol y
fornicando con penetración ortodoxa.
Se ruega no envíen flores y hagan en
su lugar, donativos a Canal Red TV o a
cualquier medio antifascista homologado por la providencia del difunto
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En Doli, doli, doli, documental que
narra la huelga de hambre y el encierro masivo de trabajadoras en la
fábrica de conservas ODOSA (A Illa de Arousa, Pontevedra) en 1989, dos
mujeres rememoran, veinte años después, como sus compañeras Chelito y Rosalía
murieron intoxicadas al entrar a limpiar un depósito de aceite. Tensionando los
ojos, casi como si quisiese calcinar las pupilas que registraron aquel episodio,
una de ellas relata como dio su pañoleta al médico para que este le limpiara
las bocas manchadas de fuel a las difuntas, y cómo al enterarse, el capataz la
increpó preguntándole sarcásticamente que por qué no le había dado las bragas.
En otra secuencia grabada con cámara casera durante el encierro, una empleada
de mediana edad denuncia que lleva toda la vida trabajando en negro sin
saberlo, sin derecho a permiso de maternidad ni a bajas, y que compañeras suyas
de más edad se quedarán en la calle sin retribución ni pensión al no haber
cotizado nunca. Esta misma mujer, enfurecida, asegura que los propietarios de
la fábrica “se llevaron todo el dinero” y que sus hijos “estudiaron a cuenta de
nuestro sudor, tienen carreras gracias a nuestro sudor, [al tenernos]
encerradas aquí desde que somos unas muchachas hasta que nos hacemos
viejas”. En otra muestra de rabia una trabajadora denuncia que en la
fábrica “a quien se maltrata es a nosotras, nunca se maltrata a los hombres”, y
que les prohíben incluso ir a mear, mientras que otra compañera relata que las
trabajadoras de la conserva no solo están teniendo problemas con la empresa,
sino con sus maridos que le piden que dejen por momentos la huelga para volver
a casa a limpiar, cocinar y cuidar a los niños.
Escenas de
revolución obrera y feminista como estas forman parte de las innúmeras huelgas
de trabajadores y manifestaciones populares que tuvieron lugar en los años
ochenta en España para intentar paliar los destructivos efectos de la
reconversión industrial que ocasionó nuestro glorioso ingreso en la Unión
Europea. Hay que tener claro, por eso, que si estamos ahora celebrando los
funerales de Podemos es porque sus líderes han cancelado a sabiendas este
plebeyo pasado de politización y organización ciudadana, sustituyéndolo por
reclamaciones como el derecho a llegar solas y borrachas a casa, y
llegando a creer, en su elitista adolescencia, que han sido los primeros
españoles en experimentar orgasmos y en tener conciencia política.
El origen de
esta catástrofe antropológica e ideológica está en el 15M y en su apuesta por
sustituir reclamaciones políticas concretas por la indignación general para que
esta acabase siendo capitalizada por chacales del statu quo disfrazados
de ovejas. El 15-M supuso la imposición de la antipolítica identitaria
(“lo que yo siento, aquello que me indigna ahora”) sobre cualquier realidad
objetiva de desigualdad o expolio ciudadano. Inspirado en Nunca
Máis, el 15-M ha sido el mayor timo que el llamado Régimen del 78 ha
servido en bandeja a la ciudadanía, un instrumento que ha cumplido con éxito la
doble función de asegurar durante una década la paz social, haciendo creer a
las mayorías que se estaban rebelando contra el establishment y
consiguiendo que el poder siguiese en las mismas casas justo cuando este se
veía amenazado.
En otras
palabras, Podemos no solo ha atentado sistemáticamente contra la memoria
reciente y la sabiduría política de la mayoría trabajadora de este país, sino
que se ha constituido como una plataforma reaccionaria que ha intentado impedir
a los hijos de esas clases bajas el acceso a la política justo cuando estos
podían legitimarse meritocráticamente mediante una democratización de la
educación superior en gran parte exitosa. Los integrantes más destacados de Podemos,
incluyendo escisiones o desertores tardíos al estilo de Ramón Espinar (quien
obtuvo como estudiante anticapitalista un piso de protección oficial y lo
vendió a los dos meses ganando 30.000 €) no provienen de los sectores más
desfavorecidos de nuestro país, tampoco de las clases medias, sino de las
élites políticas, instaladas por sus eximias posiciones en Madrid. (En su día
expliqué la endogámica naturaleza de estas sagas que incluyen a los Savater,
Escolar, Gabilondo o Pardo de Vera en un texto que me fue casi imposible
publicar por señalar que en un país de 47 millones de habitantes el poder
político y mediático tenía que ser más democrático).
¿Ha muerto
Podemos? Sería más exacto decir que, criogenizándose, ha pasado a mejor vida
una vez que ha conseguido aquello que ansiaba: esto es, confundir a la
población al haberse dividido en facciones y posiciones independientes para
naturalizar por medio de la falsa meritocracia de la política (“hemos llegado a
diputados”, dirán, “nos lo hemos currado”) la ocupación de por vida de
posiciones de poder en todos los ámbitos privilegiados de la sociedad. Más
que un muerto, Podemos, que no son sus afiliados, sino sus dirigentes
nacionales presentes y pasados, es un conjunto de zombis que aspiran a seguir
gobernándonos durante cuarenta años desde los frentes más políticos de la
sociedad, es decir, aquellos que no requieren de las urnas pero sí del
permiso de los poderosos para ocuparlos por “méritos propios”. Es muy posible
que aquellos cuerpos que han sido utilizados como munición y que no tienen el
origen dorado que debieran (“Pam” o, incluso, Montero, la hija del mozo de
mudanzas que en el Madrid maoísta liberal de Esperanza Aguirre hizo una
fortuna) caigan en el olvido y acaben maldiciendo a sus compañeros, pero los
Errejón, Verstrynge, Iglesias o Bustinduy seguirán siendo nuestros amos.
No se trata
de que no exista una “ley de hierro de las oligarquías” ni de que las élites
del apellido desaparezcan, sino de que la deriva aristocrática de la izquierda
(la derecha es mucho más ética, pues sus hijos suelen aprovecharse del
privilegio explotando de manera más real el mérito) ha institucionalizado la
plebefobia mediante políticas que se asientan únicamente en un mecanismo
punitivista social que ha convertido a la población no privilegiada en
delincuente, y que tacha a todo escribano que no tenga origen privilegiado de
rojipardo, neorrancio o fascista.
PABLO IGLESIAS
Y EL ALMA ANTIPOPULAR DE PODEMOS
La historia
de Podemos es tan triste como su nombre (una traducción literal del Yes,
we can de Obama utilizada para introducir entre nosotros el cáncer de
la antipolítica identitaria americana) y el de su eterno y empalagoso
líder. Es importante señalar lo obvio: Pablo Iglesias no ha surgido de las
calles sino de los testículos y ovarios de su padre y madre, quienes tras los
protocolos del fornicio correspondiente decidieron que su hijo estaba destinado
a inaugurar una era política al otorgarle un nombre que hiciese coincidir su
identidad con la del histórico fundador del PSOE. No es un asunto baladí, pues
es más probable ser agraciado dos días seguidos con el Euromillón a que le
pongas un nombre así a tu inocente retoño y que este se convierta en aquello
que has deseado. Es aún más complicado cuando tu querido hijo -esto es, Pablo
Iglesias - carece, contra lo que ha asegurado el rebaño mediático, de instinto
político y no parece interesado en tener mayor formación que la de cuatro
lecturas de teoría política y algunas series de televisión. Cualquier ciudadano
que gozase de su posición de mando se habría equivocado menos y mejor.
En tanto que
productos prefabricados por las élites progresoides del régimen del 78,
Iglesias y sus secuaces han sido perjudicados por la burbuja de cristal en la
que se han criado, que los ha llevado a creer que las mayorías sociales
españolas son las que aparecen retratadas en Sálvame. Sin
comprender nada de ironías ni dobles sentidos, la élite de Podemos se ha puesto
así a escenificar una farsa antisistema sin conocer a su “pueblo”. ¿Cómo
entender, si no, que Pablo Iglesias presumiese en sus inicios políticos en una
entrevista con Ana Rosa Quintana de venir de la clase baja por tener un piso
(¡¡¡heredado!!!) en Vallecas? ¿Cómo interpretar que haya pedido una
macro-hipoteca junto a su consorte sin haber llegado ninguno de los dos, según
su propio relato, a mileuristas y disponiendo únicamente de sueldos temporales
en el Congreso? ¿Pensaron quizás que su alto poder adquisitivo de ministra y
vicepresidente se mantendría una vez que hubiesen dejado la política por arte
mágico y ocultista de alguna gran puerta giratoria?
Podemos
nunca se ha entendido con el pueblo y su rencor hacia el mismo nos ha regalado
momentos antológicos que pronosticaban su irremediable
debacle. Recordemos, por ejemplo, el ataque racista que Pablo Iglesias
infligió a las clases trabajadoras cuando decidió poner como su número dos en
la Comunidad de Madrid (es decir, como sustituto, en su escala de valores, de
lo femenino y follable con provecho político) a Serigne Mbayé, portavoz del
sindicato de manteros con el cual pretendía disciplinar (y enfrentar) a los
habitantes de los barrios más pobres de Madrid. Quizás herido por la apatía plebeya,
Iglesias siempre intentó hacerse con el cariño popular, aunque no encontró más
que ataques como el de “rata chepuda”, que sobredimensionó para convertirse en
el niño mimado de unas abuelas engañadas que también lo acabaron rechazando.
Solo esta necesidad de calor de la plebe puede explicar que, imitando a la Lola
Flores que le pedía una pesetita a cada español para pagar sus deudas a
Hacienda, Iglesias haya solicitado recientemente que los ciudadanos de a pie
nos rasquemos el bolsillo y le hagamos un donativo para que él pueda dirigir
una televisión “libre de fascismos”.
Podemos
parece haber muerto, y si es así, deberíamos enterrarlo cristianamente para que
no resurja con afán diabólico entre nosotros. El peligro que su fantasma
representa es enorme, pues los principales dirigentes de Podemos, insertos en
una tradición nacional de ministros que más que políticos fueron homologadores
de la realidad española a los intereses extranjeros, no solo se situaron en la
vanguardia absoluta de esta tradición llamada hoy en día Agenda 2030, sino que
han osado ser la primera fuerza política que ha calificado de bárbaro al pueblo
y ha propuesto múltiples técnicas para su acoso y disciplinamiento. En un
sentido muy similar a la “izquierda Santiago Carrillo y cierra España” de
Yolanda Diaz, de la que nos ocuparemos en un próximo artículo, Podemos no ha
recogido el desencanto ciudadano ante los nuevos procesos de expropiación a
manos del capitalismo digital, sanitario o verde, sino que lo ha incrementado
de manera pirómana y se lo ha entregado a ese partido literalmente
monstruoso, escindido entre falangistas, paleoliberales y portavoces de Cristo
Rey, llamado Vox.
Que
descansen en paz, aunque sigan, más que probablemente, jodiéndonos la vida.
Interesante artículo y no menos interesante la reflexión que hace David Souto sobre el hecho de que Podemos nunca ha entendido al pueblo (la clase obrera). Al respecto, recuerdo un vídeo, creo que de 2019, mostrando a unos jóvenes de un barrio obrero de Madrid increpando a Iñigo Errejón ex nº 2 de Podemos y echándole en cara la forma de hacer política del partido morado. "Os habéis dedicado a vender humo, sois unos traidores"....."la juventud obrera sigue igual"...."sois unos oportunistas". Si no me equivoco, Yolanda Díaz es más de lo mismo, si acaso más exacerbado: seguir vendiendo humo. En resumen, un proyecto político huérfano de ideas que no sea frenar el avance de la extrema derecha y propuestas concretas, de significante vacío que dirían los de Ernesto Laclau, aunque usaban el concepto de forma distinta.
ResponderEliminarUn saludo para Juan Irigoyen,
Cristina.