Hace unos
meses fui invitado a escribir un prólogo a un libro de Juan Diego Areta
Higuera., cuyo título es “Mi carrera no progresa. Recuerdos y aventuras de un
médico errante”. Este se ha publicado en UNO editorial. Acepté la invitación
por la relación de amistad que tengo con el autor. Este es un médico de familia,
que ha accedido a la atención primaria en los tiempos de la gran recesión de la
misma. De este modo, su carrera adquiere un perfil de tránsito entre sucesivos
destinos equivalentes, definidos por su horizontalidad. De ahí que el título
sea una ironía.
La narración
es elocuente con respecto al fracaso en la socialización profesional, así como
en la desprofesionalización promovida por el sistema mismo, que termina por
convertir a cada nuevo médico de atención primaria en un autómata que ejerce
provisionalmente en distintos centros. Así se forja como jornalero intensivo de
la atención médica, como una pieza móvil de reemplazo en sustituciones. De una
situación vivida de esta forma resulta una subjetivación perversa, en tanto que
el sujeto precarizado termina por internalizar su condición de eterno
aspirante, así como a urdir la ilusión de que esta larga secuencia de destinos
provisionales tendrá un final.
Pero, el
autor, en este documento autobiográfico, logra invertir los sentidos que este
sistema médico referenciado en el modelo empresarial de la empresa postfordista
le inculca. Así, se convierte en uno de los héroes tan bien conceptualizados de
Michael de Certeau, los cuales, en una situación de desventaja, desarrollan un
conjunto de tácticas frente a un poder colosal que se sobrepone sobre él. En
este caso, Areta toma sus distancias con la facultad de Medicina, también con
las todopoderosas organizaciones profesionales, reemplazándolas por otros
sentidos centrados en la recuperación de la dignidad de los pacientes con los
que interactúa, que pertenecen a segmentos sociales penalizados por la gran
reestructuración en curso.
De este
modo, el libro significa que él mismo toma la palabra, definiendo las
situaciones profesionales vividas, lo que significa la recuperación de sí mismo
como narrador, tomando distancias con los relatos impuestos por las
instituciones de la atención médica, que fusionan una versión tecnocrática de
la medicina con los métodos y culturas de la gestión empresarial. Así se
distancia y libera, relativamente, de ser un recurso humano móvil, que es para
lo que es diseñado por tan moderno sistema aspirante a la eficiencia total.
Este es el principal mérito del libro, que constituye a su autor como un sujeto
hablante en primera persona, lo cual no es muy frecuente en este tiempo que
convierte a los médicos generalistas en temporeros.
Este es el
prólogo
PRÓLOGO
Desde los años ochenta se viene produciendo una secuencia de
cambios de gran alcance en las sociedades contemporáneas. El efecto principal
de los mismos, remite a una gran reestructuración de los sistemas sociales, y,
en particular, de los estados de bienestar consolidados desde después de la II
Guerra Mundial. Estas transformaciones afectan sustantivamente a los sistemas
sanitarios, y también al estatuto profesional y el desempeño de los
médicos.
Las nuevas generaciones que se van incorporando a los
sistemas sanitarios, se encuentran socializadas en representaciones, saberes e
ideologías vigentes en el inmediato pasado, pero que van perdiendo su validez
en los nuevos escenarios de la asistencia sanitaria. Así se cumple una pauta
común a numerosos procesos de cambio social, en los que los actores se aferran
a saberes caducados por las nuevas realidades. El efecto principal de esta
desincronización es la generalización de un vacío que tiene como consecuencia
la proliferación de incertidumbres y opacidades.
El libro de Juan Diego Areta Higuera significa la
comparecencia de una voz que desvela algunas de las realidades vividas, así
como sus propias reflexiones e interpretaciones de las mismas. Este es un
documento personal autobiográfico que arroja luz sobre las trayectorias de los
médicos incorporados en los últimos tiempos. El punto fuerte del relato radica
en que los conceptos mediante los que valora e interpreta las distintas
situaciones, no se corresponden con las cogniciones oficiales de la época. Así
construye su propia perspectiva, lo que le permite incidir en las distintas
situaciones vividas.
Pierre Bourdieu decía que “Tal vez sea la maldición de las
ciencias humanas tener que tratar a un objeto que habla”. Esta idea puede
sintetizar el texto. El autor decide hablar sobre sus distintas vivencias,
liberándose así de la condición de un sujeto producido por un conjunto de
instituciones médicas. Al tiempo que producido por estas, se reafirma como
productor de sí mismo, asignando a sus acciones sentidos que no se corresponden
con los de las instituciones en las que se desempeña. El libro expresa su
voluntad de apoderarse de su propia autobiografía, en un ejercicio de autonomía
personal no muy común en este tiempo.
Françoise Dubet, en su sociología de la experiencia, que constituye
una sociología del sujeto, resalta la capacidad de algunos actores de construir
su experiencia, confiriéndole una coherencia. En todo el viaje que narra Areta
se manifiesta nítidamente su condición de sujeto que lee las situaciones, las
interpreta y decide sobre sus propias acciones, en los márgenes estrechos de
los que dispone, como es común en su generación. Pero, a lo largo de todo el
texto, se manifiesta un núcleo de su yo
sobre el que gobierna él mismo, y que es inaccesible para la institución médica
en los términos en que esta se manifiesta en el presente. Son sus convicciones
y los cálculos derivados de las mismas. De este modo, se hace copartícipe de su
propio destino, interviniendo en su propia historia.
Uno de los aspectos más relevantes de su biografía
profesional es la sucesión acelerada de contratos cortos y de pésima calidad
que afecta a su generación. Se trata de la ley de hierro de la precarización de
los médicos. Los nuevos profesionales
viven una realidad escindida entre los guiones asignados por el sistema de
atención médica, que se fundan en la ideología de la excelencia, y su propia
posición estructural, que les aboca a una movilidad horizontal sin fin. En
estas condiciones se encuentran siempre en movimiento, pero su carrera
ascendente es rotundamente denegada. Así adquieren la condición de rotantes
entre distintos destinos que conforman un verdadero ejército de reserva médico.
Su trayectoria, que encadena múltiples fragmentos especificados en contratos
temporales, los determina como acumuladores de méritos en la larga espera de
obtener un destino estable.
De esta forma, son producidos mediante la precarización como
sujetos en situación de espera. Esta situación influye decisivamente sobre las
subjetividades profesionales, que tienen que adecuarse a este interminable
tiempo de sucesión de prórrogas, que constituye una verdadera destitución
profesional. En esta situación de precariedad son solicitados para cumplir con
un modelo de excelencia. Pero, el autor, sin rechazar explícitamente el imperativo
establecido de tener un buen desempeño, ser eficiente, rentable, productivo y
adherido a los guiones preestablecidos, muestra su competencia en el arte de
reemplazarlos, en no pocas ocasiones con sutileza, por guiones fundados en sus
singulares finalidades.
Así, el título referido a que
mi carrera no progresa, resulta una ironía, en tanto que sus páginas se desvelan
unas aspiraciones no encuadradas en los moldes establecidos. De esta forma
sortea al fantasma de la ideología de la excelencia que se cierne sobre las
generaciones de profesionales precarizados. Específicamente, el precepto
sagrado de glorificación del mérito individual, de la obligación del éxito personal,
de la asunción de la conversión en un ganador permanente, del imperativo
ineludible de destacar sobre los demás. Esta ideología, imperante en este
tiempo de reestructuración, adquiere una condición sagrada que sobrepone a las
metas establecidas. Su propuesta exalta la mística de la perfección, entendida
como una metafísica que gobierna la carrera profesional. Vicent de Gaulejac,
uno de los autores más perspicaces al definir esta nueva ideología, que se
define a sí mismo como sociólogo dubitativo, suspicaz y crítico, señala que la
ideología de los recursos humanos estimula que el yo de cada individuo se ha
convertido en un capital que es necesario hacer fructificar.
Desde estas coordenadas se puede entender la contradicción
monumental que se asienta sobre las nuevas generaciones de médicos. Convertidos
en piezas provisionales para hacer funcionar el dispositivo asistencial,
siempre bajo mínimos, tienen que aceptar los sucesivos contratos efímeros, situándolos
en una situación de desgaste, y, al mismo tiempo, amparados en la ideología de
la excelencia, que se especifica en la categórica exigencia de sumar y acumular
puntos con la finalidad de ubicarse en la cabeza de una lista de espera. Las
políticas de personal sanitario, y las versiones de la ideología de la
excelencia sobre las que se asientan, resultan patéticas.
Con estos referentes, se puede comprender la lógica del autor
en esta narración. Se toma sus distancias y, exhibiendo cierta astucia, se libera
de las definiciones oficiales. En particular, se toma su distancia con las
valoraciones de la Facultad de Medicina y las instituciones de la socialización
profesional. Afirma que “no estoy entre los mejores ni entre los peores”. En el
texto aparecen varios comentarios que remiten a la soberanía del receptor,
mostrando su capacidad para evadirse de las reglas impuestas por la
institución.
Pero, cuando en el final afirma que su carrera sí progresa,
está reemplazando los sentidos derivados del relato institucional. Una de las
dimensiones esenciales de la gran reestructuración en curso apunta a la
desuniversalización de la asistencia médica, que es rigurosamente dualizada
según la posición de las distintas poblaciones y sus capacidades de compra de
servicios. Aquellos que carecen de recursos económicos y de representación
política y mediática, son inexorablemente penalizados. El mercado se muestra
como el modelo dominante de la época, realizando una drástica selección de
públicos que determina distintos niveles en la atención médica.
Este es el aspecto más relevante que constituye el eje de la
narración de Areta. Esta, no se encuentra estructurada por la dimensión de su
carrera individual como hacedor de méritos cuantificables, sino que, por el
contrario, el relato concede prioridad a los públicos con los que interactúa.
Las poblaciones rurales y periféricas, los presos, las prostitutas, los
inmigrantes y otras categorías de población perdedoras en la gran
reestructuración. Así reemplaza los sentidos que rigen una carrera profesional,
desplazando el mérito individual, que es reemplazo por la preminencia de la relación
con los pacientes. Él los define, significativamente, con el término
“encuentros”. El mito de la vida extraordinaria propiciado por la ideología de
la excelencia, deriva en una vida profesional sobresaliente, determinada por la
relación con sus pacientes sancionados por las políticas sanitarias
crecientemente desuniversalizadoras.
Por esta razón, la narración remite a la elocuente metáfora
de la sociedad invernadero, elaborada por Ricardo Forster, que desvela el
núcleo del proyecto en curso: la construcción de una sociedad segura y
confortable, blindada de un exterior inseguro e inestable. Este es el sentido
rector de lo que se entiende como privatización sanitaria. La biografía
profesional del autor es un viaje por los confines del invernadero, y, en
coherencia con el mismo, ha terminado en el exterior del mismo, instalado en
proyectos de cooperación en África, cuyos destinatarios no son los opulentos
compradores de servicios médicos.
De este modo, la autobiografía de Areta se puede hacer
inteligible desde la perspectiva del libro de Richard Sennett “El respeto. Sobre la dignidad del hombre en
un mundo de desigualdades”. Este libro se encuentra revalorizado en el presente
dominado por la gran reestructuración.
Sennett reflexiona acerca de las consecuencias subjetivas de anclar y estimular
las diferencias individuales a expensas de sustraer especificidad, dignidad y
autonomía a lo que denomina como “desconocidos, débiles y extraños”. Aquí
radica el núcleo del texto: Si tuviera que titular la biografía de Juan Diego
lo haría como la inversión de la excelencia y la preponderancia de la dignidad
de las poblaciones desplazadas del invernadero. El libro es una propuesta de
conexión y empatía con los múltiples desconocidos, débiles y extraños. Todas
las coherencias de la trama autobiográfica convergen en este punto.
De ahí resulta que la prioridad
radique en tener en cuenta y respetar a las poblaciones receptoras de la
atención médica. El respeto emerge como valor axial en unos contextos en los
que la eficiencia y la llamada calidad desplazan al respeto y la dignidad de
los pacientes. En este tiempo, no son respetados ni siquiera los nuevos médicos
desplazados como si fueran máquinas por distintos destinos provisionales,
privándolos de la posibilidad de establecer vínculos con los pacientes. La
generalización de la devaluación del respeto se hace patente en una asistencia
sanitaria degradada por las mismas políticas sanitarias y los supuestos y
sentidos en los que se referencian.
El eje del respeto a las
poblaciones asistidas que estructura este relato autobiográfico conduce a un
posicionamiento inscrito en lo que se ha denominado como “efecto Underdod”, que
significa una predisposición al apoyo de las causas perdidas o por las poblaciones
perdedoras. Así, la gran mayoría de los nuevos profesionales se adscribe a la
pauta contraria, que es denominada como “efecto bandwagon”, y que se define
como una adhesión a la mayoría, de la que resulta el hiperconformismo
contemporáneo. En este campo significa orientarse a maximizar las actividades
orientadas a sumar puntos con la finalidad de ubicarse en la cabeza de cola de
espera.
Por el contrario, el autor orienta
sus actividades a una interacción fructífera con las poblaciones cuya capacidad
de compra de servicios se encuentra minimizada. Este es el núcleo de la
cuestión. Desde esta perspectiva nos podíamos interrogar acerca de lo que
significa ser un buen médico. Sin ánimo de resolver aquí esta cuestión, no me
cabe duda alguna del privilegio de los pacientes cameruneses que se estén encontrando
con Areta en estos días en el exterior del invernadero médico, cada vez más
menguante en lo que a sus beneficiarios se refiere.
Maravilloso comentario y acertado para un libro que te llega
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