lunes, 29 de mayo de 2023

UN RELATO AUTOBIOGRÁFICO DE LA PRECARIZACIÓN DE LOS MÉDICOS

 

Hace unos meses fui invitado a escribir un prólogo a un libro de Juan Diego Areta Higuera., cuyo título es “Mi carrera no progresa. Recuerdos y aventuras de un médico errante”. Este se ha publicado en UNO editorial. Acepté la invitación por la relación de amistad que tengo con el autor. Este es un médico de familia, que ha accedido a la atención primaria en los tiempos de la gran recesión de la misma. De este modo, su carrera adquiere un perfil de tránsito entre sucesivos destinos equivalentes, definidos por su horizontalidad. De ahí que el título sea una ironía.

La narración es elocuente con respecto al fracaso en la socialización profesional, así como en la desprofesionalización promovida por el sistema mismo, que termina por convertir a cada nuevo médico de atención primaria en un autómata que ejerce provisionalmente en distintos centros. Así se forja como jornalero intensivo de la atención médica, como una pieza móvil de reemplazo en sustituciones. De una situación vivida de esta forma resulta una subjetivación perversa, en tanto que el sujeto precarizado termina por internalizar su condición de eterno aspirante, así como a urdir la ilusión de que esta larga secuencia de destinos provisionales tendrá un final.

Pero, el autor, en este documento autobiográfico, logra invertir los sentidos que este sistema médico referenciado en el modelo empresarial de la empresa postfordista le inculca. Así, se convierte en uno de los héroes tan bien conceptualizados de Michael de Certeau, los cuales, en una situación de desventaja, desarrollan un conjunto de tácticas frente a un poder colosal que se sobrepone sobre él. En este caso, Areta toma sus distancias con la facultad de Medicina, también con las todopoderosas organizaciones profesionales, reemplazándolas por otros sentidos centrados en la recuperación de la dignidad de los pacientes con los que interactúa, que pertenecen a segmentos sociales penalizados por la gran reestructuración en curso.

De este modo, el libro significa que él mismo toma la palabra, definiendo las situaciones profesionales vividas, lo que significa la recuperación de sí mismo como narrador, tomando distancias con los relatos impuestos por las instituciones de la atención médica, que fusionan una versión tecnocrática de la medicina con los métodos y culturas de la gestión empresarial. Así se distancia y libera, relativamente, de ser un recurso humano móvil, que es para lo que es diseñado por tan moderno sistema aspirante a la eficiencia total. Este es el principal mérito del libro, que constituye a su autor como un sujeto hablante en primera persona, lo cual no es muy frecuente en este tiempo que convierte a los médicos generalistas en temporeros.

Este es el prólogo

 

PRÓLOGO

 

Desde los años ochenta se viene produciendo una secuencia de cambios de gran alcance en las sociedades contemporáneas. El efecto principal de los mismos, remite a una gran reestructuración de los sistemas sociales, y, en particular, de los estados de bienestar consolidados desde después de la II Guerra Mundial. Estas transformaciones afectan sustantivamente a los sistemas sanitarios, y también al estatuto profesional y el desempeño de los médicos. 

Las nuevas generaciones que se van incorporando a los sistemas sanitarios, se encuentran socializadas en representaciones, saberes e ideologías vigentes en el inmediato pasado, pero que van perdiendo su validez en los nuevos escenarios de la asistencia sanitaria. Así se cumple una pauta común a numerosos procesos de cambio social, en los que los actores se aferran a saberes caducados por las nuevas realidades. El efecto principal de esta desincronización es la generalización de un vacío que tiene como consecuencia la proliferación de incertidumbres y opacidades.

El libro de Juan Diego Areta Higuera significa la comparecencia de una voz que desvela algunas de las realidades vividas, así como sus propias reflexiones e interpretaciones de las mismas. Este es un documento personal autobiográfico que arroja luz sobre las trayectorias de los médicos incorporados en los últimos tiempos. El punto fuerte del relato radica en que los conceptos mediante los que valora e interpreta las distintas situaciones, no se corresponden con las cogniciones oficiales de la época. Así construye su propia perspectiva, lo que le permite incidir en las distintas situaciones vividas.

Pierre Bourdieu decía que “Tal vez sea la maldición de las ciencias humanas tener que tratar a un objeto que habla”. Esta idea puede sintetizar el texto. El autor decide hablar sobre sus distintas vivencias, liberándose así de la condición de un sujeto producido por un conjunto de instituciones médicas. Al tiempo que producido por estas, se reafirma como productor de sí mismo, asignando a sus acciones sentidos que no se corresponden con los de las instituciones en las que se desempeña. El libro expresa su voluntad de apoderarse de su propia autobiografía, en un ejercicio de autonomía personal no muy común en este tiempo.

Françoise Dubet, en su sociología de la experiencia, que constituye una sociología del sujeto, resalta la capacidad de algunos actores de construir su experiencia, confiriéndole una coherencia. En todo el viaje que narra Areta se manifiesta nítidamente su condición de sujeto que lee las situaciones, las interpreta y decide sobre sus propias acciones, en los márgenes estrechos de los que dispone, como es común en su generación. Pero, a lo largo de todo el texto, se manifiesta un núcleo de su yo sobre el que gobierna él mismo, y que es inaccesible para la institución médica en los términos en que esta se manifiesta en el presente. Son sus convicciones y los cálculos derivados de las mismas. De este modo, se hace copartícipe de su propio destino, interviniendo en su propia historia.

Uno de los aspectos más relevantes de su biografía profesional es la sucesión acelerada de contratos cortos y de pésima calidad que afecta a su generación. Se trata de la ley de hierro de la precarización de los médicos.  Los nuevos profesionales viven una realidad escindida entre los guiones asignados por el sistema de atención médica, que se fundan en la ideología de la excelencia, y su propia posición estructural, que les aboca a una movilidad horizontal sin fin. En estas condiciones se encuentran siempre en movimiento, pero su carrera ascendente es rotundamente denegada. Así adquieren la condición de rotantes entre distintos destinos que conforman un verdadero ejército de reserva médico. Su trayectoria, que encadena múltiples fragmentos especificados en contratos temporales, los determina como acumuladores de méritos en la larga espera de obtener un destino estable.

De esta forma, son producidos mediante la precarización como sujetos en situación de espera. Esta situación influye decisivamente sobre las subjetividades profesionales, que tienen que adecuarse a este interminable tiempo de sucesión de prórrogas, que constituye una verdadera destitución profesional. En esta situación de precariedad son solicitados para cumplir con un modelo de excelencia. Pero, el autor, sin rechazar explícitamente el imperativo establecido de tener un buen desempeño, ser eficiente, rentable, productivo y adherido a los guiones preestablecidos, muestra su competencia en el arte de reemplazarlos, en no pocas ocasiones con sutileza, por guiones fundados en sus singulares finalidades.

Así, el título referido a que mi carrera no progresa, resulta una ironía, en tanto que sus páginas se desvelan unas aspiraciones no encuadradas en los moldes establecidos. De esta forma sortea al fantasma de la ideología de la excelencia que se cierne sobre las generaciones de profesionales precarizados. Específicamente, el precepto sagrado de glorificación del mérito individual, de la obligación del éxito personal, de la asunción de la conversión en un ganador permanente, del imperativo ineludible de destacar sobre los demás. Esta ideología, imperante en este tiempo de reestructuración, adquiere una condición sagrada que sobrepone a las metas establecidas. Su propuesta exalta la mística de la perfección, entendida como una metafísica que gobierna la carrera profesional. Vicent de Gaulejac, uno de los autores más perspicaces al definir esta nueva ideología, que se define a sí mismo como sociólogo dubitativo, suspicaz y crítico, señala que la ideología de los recursos humanos estimula que el yo de cada individuo se ha convertido en un capital que es necesario hacer fructificar.

Desde estas coordenadas se puede entender la contradicción monumental que se asienta sobre las nuevas generaciones de médicos. Convertidos en piezas provisionales para hacer funcionar el dispositivo asistencial, siempre bajo mínimos, tienen que aceptar los sucesivos contratos efímeros, situándolos en una situación de desgaste, y, al mismo tiempo, amparados en la ideología de la excelencia, que se especifica en la categórica exigencia de sumar y acumular puntos con la finalidad de ubicarse en la cabeza de una lista de espera. Las políticas de personal sanitario, y las versiones de la ideología de la excelencia sobre las que se asientan, resultan patéticas.

Con estos referentes, se puede comprender la lógica del autor en esta narración. Se toma sus distancias y, exhibiendo cierta astucia, se libera de las definiciones oficiales. En particular, se toma su distancia con las valoraciones de la Facultad de Medicina y las instituciones de la socialización profesional. Afirma que “no estoy entre los mejores ni entre los peores”. En el texto aparecen varios comentarios que remiten a la soberanía del receptor, mostrando su capacidad para evadirse de las reglas impuestas por la institución.

Pero, cuando en el final afirma que su carrera sí progresa, está reemplazando los sentidos derivados del relato institucional. Una de las dimensiones esenciales de la gran reestructuración en curso apunta a la desuniversalización de la asistencia médica, que es rigurosamente dualizada según la posición de las distintas poblaciones y sus capacidades de compra de servicios. Aquellos que carecen de recursos económicos y de representación política y mediática, son inexorablemente penalizados. El mercado se muestra como el modelo dominante de la época, realizando una drástica selección de públicos que determina distintos niveles en la atención médica.

Este es el aspecto más relevante que constituye el eje de la narración de Areta. Esta, no se encuentra estructurada por la dimensión de su carrera individual como hacedor de méritos cuantificables, sino que, por el contrario, el relato concede prioridad a los públicos con los que interactúa. Las poblaciones rurales y periféricas, los presos, las prostitutas, los inmigrantes y otras categorías de población perdedoras en la gran reestructuración. Así reemplaza los sentidos que rigen una carrera profesional, desplazando el mérito individual, que es reemplazo por la preminencia de la relación con los pacientes. Él los define, significativamente, con el término “encuentros”. El mito de la vida extraordinaria propiciado por la ideología de la excelencia, deriva en una vida profesional sobresaliente, determinada por la relación con sus pacientes sancionados por las políticas sanitarias crecientemente desuniversalizadoras.

Por esta razón, la narración remite a la elocuente metáfora de la sociedad invernadero, elaborada por Ricardo Forster, que desvela el núcleo del proyecto en curso: la construcción de una sociedad segura y confortable, blindada de un exterior inseguro e inestable. Este es el sentido rector de lo que se entiende como privatización sanitaria. La biografía profesional del autor es un viaje por los confines del invernadero, y, en coherencia con el mismo, ha terminado en el exterior del mismo, instalado en proyectos de cooperación en África, cuyos destinatarios no son los opulentos compradores de servicios médicos.

De este modo, la autobiografía de Areta se puede hacer inteligible desde la perspectiva del libro de Richard Sennett  “El respeto. Sobre la dignidad del hombre en un mundo de desigualdades”. Este libro se encuentra revalorizado en el presente dominado por la gran reestructuración. Sennett reflexiona acerca de las consecuencias subjetivas de anclar y estimular las diferencias individuales a expensas de sustraer especificidad, dignidad y autonomía a lo que denomina como “desconocidos, débiles y extraños”. Aquí radica el núcleo del texto: Si tuviera que titular la biografía de Juan Diego lo haría como la inversión de la excelencia y la preponderancia de la dignidad de las poblaciones desplazadas del invernadero. El libro es una propuesta de conexión y empatía con los múltiples desconocidos, débiles y extraños. Todas las coherencias de la trama autobiográfica convergen en este punto.

De ahí resulta que la prioridad radique en tener en cuenta y respetar a las poblaciones receptoras de la atención médica. El respeto emerge como valor axial en unos contextos en los que la eficiencia y la llamada calidad desplazan al respeto y la dignidad de los pacientes. En este tiempo, no son respetados ni siquiera los nuevos médicos desplazados como si fueran máquinas por distintos destinos provisionales, privándolos de la posibilidad de establecer vínculos con los pacientes. La generalización de la devaluación del respeto se hace patente en una asistencia sanitaria degradada por las mismas políticas sanitarias y los supuestos y sentidos en los que se referencian.

El eje del respeto a las poblaciones asistidas que estructura este relato autobiográfico conduce a un posicionamiento inscrito en lo que se ha denominado como “efecto Underdod”, que significa una predisposición al apoyo de las causas perdidas o por las poblaciones perdedoras. Así, la gran mayoría de los nuevos profesionales se adscribe a la pauta contraria, que es denominada como “efecto bandwagon”, y que se define como una adhesión a la mayoría, de la que resulta el hiperconformismo contemporáneo. En este campo significa orientarse a maximizar las actividades orientadas a sumar puntos con la finalidad de ubicarse en la cabeza de cola de espera.

Por el contrario, el autor orienta sus actividades a una interacción fructífera con las poblaciones cuya capacidad de compra de servicios se encuentra minimizada. Este es el núcleo de la cuestión. Desde esta perspectiva nos podíamos interrogar acerca de lo que significa ser un buen médico. Sin ánimo de resolver aquí esta cuestión, no me cabe duda alguna del privilegio de los pacientes cameruneses que se estén encontrando con Areta en estos días en el exterior del invernadero médico, cada vez más menguante en lo que a sus beneficiarios se refiere.

 

 

 

 

 

 

 

1 comentario:

  1. Maravilloso comentario y acertado para un libro que te llega

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