Muy a mi
pesar comienza la enésima campaña electoral. Es el momento de la plenitud de
las cámaras y las televisiones. Las próximas semanas los estados mayores de los
partidos, sus staffs de comunicación y los medios, van a ebullir en favor de un
espectáculo que capture a los públicos más distanciados. La lógica de la
campaña radica en invertir más medios en los sectores más alejados y
despolitizados, en detrimento de los públicos fidelizados por los partidos.
Estos últimos son utilizados como decorados para las puestas en escena de tan
prolíficos candidatos.
He vivido en
primera persona las campañas desde 1977. En aquellos comicios y los siguientes
había ciertas diferencias entre la izquierda y la derecha en cuanto al
contenido de las actividades electorales, en las que la izquierda movilizaba su
capital militante y se esforzaba por racionalizar sus propuestas. Pero ahora,
ambas se han igualado por efecto de una mediatización completa, en la que la
dirección se corresponde a los núcleos de expertos en comunicación política de
los contendientes. No obstante, la izquierda ya ha superado a la derecha en la
sofisticación del espectáculo, que paradójicamente descansa en la reconversión
de un puñado de lideresas, principalmente, a los patrones de los géneros de televisión
más personalizados, en los que domina la presentación estética y los
repertorios de movimientos y gestos.
Quién me iba
a decir a mí, que iba a vivir una situación en la que las candidatas de la
derecha son más austeras que las de la izquierda, que actúan mostrando un
excedente estético y una sobreactuación manifiesta ante las cámaras. En los
últimos días flipo con vídeos de Rita Maestre, Mónica García, Ada Colau, la
maestra Yolanda Díaz y otras similares. Cuando veo el espectáculo que ponen en
escena, confirmo la impresión de que se encuentran perdidas, alejadas de su
supuesta base social, así como que dirigen sus poses a las distintas variantes
de lo que se denomina como “el mundo pijo”. He visto vídeos que me han
suscitado una risa irremediable. ¿A quién se dirigen ahora? ¿Quién es el
destinatario de ese repertorio estético? ¡Ay el día 28 al anochecer¡
Pero esta
metamorfosis de la izquierda no es sólo un desvarío comunicativo, sino la
materialización de la transformación de la vieja política en la nueva
videopolítica. Esta implica la centralidad total de la televisión y sus
públicos receptores. Tras estas representaciones derivadas de la mutación
estética y la materialización del estado estético, se encuentra un nuevo
destinatario de los discursos políticos: la masa electrónica que el día 28
comparece como electorado listo para ser contado. Esta modifica toda la
actividad de los contendientes, antes partidos y ahora equipos de comunicación
en torno a un liderazgo. El caso de Yolanda Díaz es paradigmático. Habla en
nombre de Sumar, propone medidas, es transformada en una opción real por las
empresas demoscópicas, pero no conocemos a nadie más de Yolanda, que no ha sido
investida en una reunión pública por gente real. No tiene un órgano de
dirección, sino que remite a “su equipo”, que fatalmente presenta
características similares a aquél del que alardeara el ínclito Fernando Simón
en la pandemia. Yolanda es un verdadero espectro mediático y Sumar es una
entelequia catódica.
La masa
electrónica es el sujeto que dirime la titularidad en las instituciones. No es
un colectivo de personas que interactúen entre sí, que concentren sus cuerpos y
generen densidades. Por el contrario, se trata de una masa etérea en la que
cada cual se encuentra frente al espectáculo retrasmitido por las teles y
reproducido en las redes. Esta naturaleza etérea determina la volatilidad de
las propuestas políticas y las interacciones de los actores de la campaña, que
termina siendo reformulada como espectáculo de rivalidad interpersonal. El
declive de las masas físicas en los mítines y actos partidarios se contrapone a
la expansión de la masa mediática especificada en las audiencias.
Volveré a
esta cuestión los próximos días, pero ahora, presento algunos fragmentos de
Eduardo Subirats sobre la masa electrónica, verdadero sujeto de las elecciones,
que entiendo como clarificadores. No obstante, entiendo la solidez del nuevo
rebaño electrónico, que determina que una buena parte de los lectores se tomen
en serio la campaña y aludan a las distintas propuestas. El populismo
electrónico es el resultado del medio televisión. Así en esta ocasión, se han
disparado las propuestas-fantasía en busca de la captura de incautos.
Estos son
los párrafos de Subirats del libro “La linterna mágica”, editado en Siruela en
1997. Página 172 y siguientes.
Junto al proceso concentracionario de lo
real, de su confinamiento simbólico como package informativo, se configura la
masa electrónica. También ella se define, en primer lugar, por un proceso
concentracionario de confinamiento y segregación. Históricamente su aparición
moderna se remonta a la desintegración de los vínculos que constituía la
comunidad ética, la Gemeinschaft. La masa es, bajo esta perspectiva, el
resultado de una pérdida de individualidad o de carácter, de vínculos sociales
y memoria histórica.; pérdida de contextos comunitarios y naturales bajo cuyo
signo la sociología y la poética de la edad del expresionismo habían definido
la cultura metropolitana moderna. La masa mediática es descendiente, al mismo
tiempo, de la psicología positivista que, desde Levy Bruhl, había estudiado las
modificaciones preconscientes de la conducta colectiva. Ella es inseparable
asimismo de los totalitarismos modernos.
Ahora se trata, sin embargo, de una
masa nueva: una masa exurbanizada, excluida de las formas culturales
tradicionales, una masa confinada en los modernos espacios mínimos de
habitación arquitectónica y en las cuarentenas urbanísticas de las megalópolis
postindustriales. Es una masa configurada por los containers y autopistas
mediáticas y constituida como parte de esos mismos contenedores y canales
electrónicos. Una masa inducida, definida y controlada por el flujo mediático.
[…]
La masa mediática es abstracta,
etérea y virtual. Quizás deba compararse más bien con la masa de los muertos o
la masa de las almas de las religiones tradicionales. Nos encontramos,
ciertamente, frente a una masa invisible. Pero se trata de una masa virtual,
impalpable e invisible, y no por ello menos accesible a partir de las categorías
de la masa visible de los vivos. Podemos hablar de la moderna audiencia
mediática como una masa concentrada o confinada en contenedores de luz
catódica, a imagen y semejanza de los contenedores espaciales o arquitectónicos
de la masa eclesiástica o de las masas militarizadas de los regímenes
totalitarios. La radio o la televisión pueden entenderse como la trasposición
de los containers arquitectónicos o urbanísticos al espacio y tiempo virtuales
del medio electrónico. […] Es una nueva masa definida por las intensidades de
excitación electrónica y por la estimulación simbólica.
[…
El paralelismo entre la concentración
mediática y las religiones de masas retrotrae al concepto de una masa
uniformada, detenida y vigilada: el rebaño obediente, según lo formula Canetti.
Dos son los principios que resultan de esa concepción católica de la masa: por
un lado la jerarquía y la obediencia, la subordinación y la vigilancia; por
otro, la igualdad. […] La masa católica es esencialmente pasiva, paciente,
pacífica. Es una masa espectadora. Su pasividad no sólo se distingue como una
paralización general de las actividades humanas. En la doctrina católica de la
conversión […]esta paralización se reflejaba como verdadera desposesión de la
conciencia y la voluntad, de la memoria de sí, del cuerpo […] Así sucede
también, aunque en un grado espiritualmente purificado, en el proceso místico.
La pasividad es institucionalizada en el misticismo contrarreformista bajo la
forma de renuncia absoluta a la experiencia cognitiva, a la voluntad y al
juicio racional y autónomo sobre lo humano y lo divino.
[…]
No es ciertamente difícil trasladar a
la masa electrónica estas categorías de la masa religiosa, y hablar de ella
como una stockende Mase, una masa detenida, petrificada en los containers
catódicos o una masa momificada por el efecto alucinatorio de la estimulación
luminosa discrecional. Y no sería mucho más difícil referirse a la secularizada
trascendencia de un nuevo misticismo catódico y a una electrónica comunidad
perfecta.
[…]
En el interior de ese mundo invertido
del espectáculo se congela la posibilidad de un reconocimiento del otro como un
yo, en beneficio del valor absoluto del medio, de su papel sacerdotal, de su
significado exterior, y, por consiguiente, también de su valor totalitario. Es
lo que convierte a los medios de comunicación electrónica en un principio de
destrucción de lo social, en la antimateria de lo social, según lo han
formulado Kroker y Cook.
El flujo mediático se ha convertido
en el portador de la verdad, y todo ser, frente a una existencia individual,
ocultada en la nada de su anonimato, arquitectónicamente sitiada o
estadísticamente minimalizada. Nada en este espectador es capaz de ofrecer
aquel arquimédico punto de apoyo que en la epistemología clásica había
garantizado, desde Descartes, la objetividad de un conocimiento racional y
subjetivo, resistente frente al orden de la realidad electrónicamente
performatizada. Nadie permite confrontar dialógicamente su conciencia aislada.
La definición de masa electrónica se desprende del aislamiento y la separación
estructurales de los individuos, y de su fijación cognitiva a una realidad
exterior que escapa enteramente a los límites de su experiencia cognitiva y de
su control, una realidad exterior transformada en efecto luminoso de pantalla.
Las relaciones sociales se invierten en la sociedad electrónicamente volatilizada
, en la sociedad del espectáculo en que Debord había definido esta noción: como
relación social entre las personas
mediatizada por imágenes, como inversión concreta de la vida y
seudomundo aparte, objeto de mera contemplación.
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