miércoles, 3 de mayo de 2023

GREGORIO MORÁN Y EL PRODIGIO DEL MERCADO TOTAL EN SAN JORDI

 

Soy un fiel y afortunado lector de Gregorio Morán. Este es un periodista cuyos textos han contribuido a comprender la España de la Sacrosanta Transición Política, que alumbró la flamante democracia española hasta el día de hoy. Sus libros representan una mirada diferente al consenso oficial, lo que les proporciona un valor esencial. En particular, el “El Cura y los Mandarines. Historia no oficial del Bosque de los Letrados”, publicado en Akal en 2014, es un libro obligatorio para comprender la realidad española. La originalidad, la lucidez, la rigurosidad de oficio de Morán, le han llevado a ser desplazado del sistema mediático organizado en bloques homogéneos que coexisten bajo un aparente antagonismo, pero que cristaliza en una síntesis oficial que instaura unas fronteras que nadie puede trasvasar.

En el último año espero el artículo de los sábados de Morán en Vox Populi, sus Sabatinas Intempestivas”, en el que hace gala de su independencia con respecto al tóxico ecosistema mediático, que exhibe una homogeneidad inquietante. El sábado pasado publicó su texto en el que mostraba cómo la proverbial fiesta de San Jordi enBarcelona se había convertido en un acontecimiento reelaborado por el mercado, que ha impuesto sus lógicas sobre los autores realizando la multiplicación de los públicos. Así, este evento es otra cosa que antaño, que se puede sintetizar en la fórmula de “las rosas ya no huelen”, que es un verdadero diagnóstico de este tiempo de preeminencia del mercado infinito en todas las esferas.

En mayo de 2018, recién aterrizado en Madrid como flamante jubilado, publiqué en este blog un texto cuyo título era “La Feria del Libro. La isla de las inteligencias alfabéticas”. En este decía una serie de dislates que mi presencia posterior en la Feria del Retiro corrigió. Durante varios días mis pies recorrieron las casetas suscitando varios horrores recombinados sobre mi persona. Los más llamativos fueron las nutridas visitas “obligatorias” de ruidosos y alegres grupos escolares; los tránsitos de públicos neutros más atraídos por la puesta en escena de feria, que tan certeramente describe Morán en su artículo; los contingentes de personas en busca y captura de una firma y selfie compartido con el autor, y las actividades de animación tan generalizadas. Tras la gran masa de usuarios de tan cultural evento, se podían identificar a algunos contingentes de lectores habituales, que conformaban un archipiélago de islas en el interior de las multitudes festivo-comerciales. Pero, sobre todo, me asombró contemplar las largas colas en busca de firmas de héroes de la televisión convertidos en escritores por un día.

En mi propio devenir biográfico, he podido observar privilegiadamente la emergencia del mercado total en todos los ámbitos. En particular las visitas a mi tutoría de la facultad de distintos comerciales de editoriales para persuadirme de escribir un libro obligatorio para mis alumnos, que era presentado como un próspero mininegocio compartido. Pero, aún más, mi presencia activa durante tantos años en el sistema sanitario me llevó al éxtasis de ser conferenciante en Congresos Médicos en los que literalmente cercado por una legión de stands de las farmacéuticas y sus activos representantes. En estas intervenciones, que versaban sobre Participación Comunitaria y otros temas “sociales”, llegué a ser interpelado por mis anfitriones para presentar previamente el texto de mi intervención a una médica que representaba a un importantísimo laboratorio, y que oficiaba en nombre de la Calidad.

Recuerdo mis conversaciones con Carmen, ya muy desfallecida, en las que me recomendaba que abandonara esta actividad “a la francesa”, es decir, sin despedirme. Eso es lo que he hecho desde 2016 y ya no acepto invitaciones de Congresos y Jornadas gobernadas por el mercado total, que tiene la virtud de imponer una prodigiosa presencia ubicua, pero que no es percibida como tal por los profesionales. El milagro de ser visto, pero no interiorizado por los videntes, es una de las competencias portentosas de la industria biomédica. Solo quedan los SIAP, NO GRACIAS y otras fértiles islas en las que algunos grupos piensan, dicen e interactúan en el margen del mercado farmacéutico total.

Desde esta perspectiva valoro el artículo de Gregorio Morán que cuestiona esta sagrada virtud del mercado total de apoderarse de un evento, reconvertirlo, invertir sus sentidos para convertirlo en maximización de la rentabilidad, y todo ello sin ser percibido ni visto. No cabe duda de que este es un tiempo de efervescencia imaginaria en el que las rosas, aún a pesar de que ya no huelen, se multiplican al modo de los panes y los peces. El problema principal radica, al igual que en los Congresos Médicos, que se proporciona la condición de autor a numerosos comparsas que en realidad son justamente lo inverso a este. Esta homologación comercial penaliza a los autores, al modo de las Ferias del Libro.

Este es el artículo de Gregorio Morán

 

LAS ROSAS YA NO HUELEN


Deberíamos darle mayor importancia al día de San Jordi en Barcelona Es un espectáculo que concita masas bajo una tenue capa de cultura. Multitudes de ciudadanos en torno a floristerías de ocasión y unos traficantes de libros que exhiben sus novedades, jaleados por una industria editorial que vive su día más grande del año. Es difícil sustraerse al embrujo del mercado, gran sostenedor de esta fiesta que con el tiempo no ha derivado en un gueto dedicado a la literatura sino en todo lo contrario, en una gran feria de la que nadie puede evadirse sin correr el riesgo de que le disparen por la espalda los maldicentes. 

Seis millones de rosas hacen creer en una batalla driblada a la antigua, aunque en este caso están ligadas a un libro. Nadie se pregunta de dónde salen tantas rosas y tantos libros, pero habría que detenerse ahí para calibrar el filón de dos industrias que se compenetran. En primer lugar, la rosa que gozó de justa fama más por su olor que por su forma -en la que perdía la partida frente al tulipán- ahora resulta que no huele a nada. Ni huelen ni pinchan, con lo que quedan canceladas de toda referencia a tanta poesía como nos llegó de antaño. Un poeta contemporáneo lo tendría difícil para hacer metáforas con la rosa que no evocaran la podredumbre enmascarada. Ya ha aparecido una joyería exclusiva de rosas en 3D que ni siquiera conservan el tacto pero que, aseguran, mantienen el espejismo visual. ¿Qué demonios significa hoy el símbolo de una rosa? ¿Un referente político de ingrato recuerdo?

 

 

De momento queda para acompañar un libro, ese objeto que sirve para cualquier cosa, incluso para leerlo. Me ha conmovido el título de un libro que se vende en millones de ejemplares. El monje que vendió su Ferrari, obra al parecer de un gringo avispadoy si me conmovió es porque delata la naturaleza de un nuevo mercado librero, el de textos de bisutería para consumo de gente desasosegada y ansiosa de figuración. Un título con tirón, como dicen los profesionales del gremio. Monje y Ferrari, términos antitéticos pero con un atractivo similar al de descubrir la bolita debajo de la chapa del trilero. 

Los autores no tienen por qué ser escritores, preferible influencers, porque la empresa promotora les redactará las páginas listas para firmar y cobrar. Teloneros del gran circo. No son los protagonistas, pero sin ellos no habría función. Hasta hace poco los autores se exhibían a modo de “barrio rojo” de Ámsterdam en unas peceras llamadas casetas, a la espera de que el visitante, ansioso o desganado, observara el género. Hoy la cosa se ha travestido, achaquémoslo a las nuevas tecnologías, y ahora se va a tiro hecho. Los mismos que se escandalizan de los evangelistas del último cuarto de ahora que concentran masas de fieles, forman colas interminables para que el aplacador de sus ánimos les firme un ejemplar, si es posible dedicado, al tiempo que le susurran en unos segundos que para él se harán leyenda: “su libro me ha iluminado”, “me fortaleció en mis ideas”, “qué final emocionante”, “usted me da vida”, “me he sentido como su protagonista”, “usted escribe lo mismo que yo pienso”… Una infinita letanía de narcisos tímidos ante una oportunidad única para manifestarse. La verdad oculta que jamás debe mencionarse porque se interpretaría como una falta de urbanidad, o lo que es peor, como una aviesa envidia, es que todo lo que tiene San Jordi se refiere a la industria del libro y que lógicamente a la mayoría de participantes le importa una higa la cultura y menos aún la literatura. Como dijo en cierta ocasión el magnate de la industria editorial, José Manuel Lara, cuando le preguntaron si su premio Planeta, el mejor dotado del mundo, se concedía por méritos literarios o comerciales: “Todavía hay gente que cree que los niños vienen de París”

Y vaya si lo creen; hay millones que ansían creerlo. No se trata de ningún cambio de paradigma sino de algo mucho más sencillo: la industria editorial dejó la artesanía y pasó a convertirse en una gran empresa. Como ocurre con otros ramos, conviven en torno a los grandes emporios otros paisajes, ecosistemas se diría ahora, más modestos de financiación y ambiciones. Todos conforman el mundo editorial pero el día de San Jordi pertenece a los multi ventas y a los mini lectores. Son las necesidades del mercado y aviado estará el que objete la fórmula.

 

El aspecto risible es el papel de administradores de bienes ajenos que suelen representar los sirvientes del mercado. Este San Jordi de 2023 se han dado circunstancias insólitas que lo han transformado en extraordinario. El cierre del período pandémico, el anhelo por pasar página tras la insurrección independentista fallida y sobre todo la inminencia de las elecciones de mayo. La industria editorial sirvió como envoltorio y se regocijó con ello exhibiendo músculo mercantil; trajeron incluso plumas de encaje mundial en el arte de vender libros para gente más habituadas a las series y las redes que a las frases subordinadas. 

Para los viejunos que vivimos a Corín Tellado Marcial Lafuente Estefanía, ases de la novelística que sólo competía con los seriales radiofónicos de Ama Rosa, no se trata de nuevos tiempos sino de adaptaciones al nuevo mercado. Me temo que mucho adulador temerario haya olvidado aquel “Bonjour tristesse” de una adolescente Françoise Sagan, o los éxitos millonarios del pobre Gironella. Entonces nuestro ambiente estaba más empobrecido y no había elecciones, pero sobre todo el mercado era autárquico y provinciano. A la arrogante industria del libro le dice muy poco la memoria literaria, menos aún la librera. Por muy efímero que sea el éxito de un librito siempre le quedará la oportunidad de convertirlo en serie televisiva. Se apuesta pues sobre un terreno más seguro, aunque tendremos que hacernos mirar esa grandilocuencia de paleto enriquecido que convierte a San Jordi en una singularidad mundial de la cultura. ¿Ha dicho cultura?

Las rosas no huelen, los autores saben a poco, pero esa industria florece como el primor de otro atractivo turístico. Hubo tiempos, decían, que fueron malos para la lírica, pero los nuestros tienen de perversos el que siendo de una mediocridad abrumadora se jactan de su originalidad. Mediocres y originales, un hallazgo. Somos únicos balanceándonos en libros que fabrica una industria editorial volcada en los que aún creen que los niños vienen de París. 

 

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