Ayer circuló
por twitter el texto del artículo censurado de Chantal Maillard, solicitado por
un periódico que no publicó, y ofrecido a otros dos, que también rechazaron. La
vieja censura reaparece revestida de nuevas formas. El ambiente de unanimidad
que se respira en las televisiones, con sus legiones de tertulianos y expertos
de guardia, es asfixiante. No queda una sola rendija desde la que se pueda
atisbar un soplo de pluralidad. La pandemia catalizó la nueva gubernamentalidad
autoritaria, en la que la verdad científica presentada monolíticamente por los
expertos de guardia, y entendida como una revelación que tiene que ser aceptada
en su integridad bajo la amenaza de ser tildado del peor estereotipo derivado
de este orden de revelación: negacionista.
Los
receptores del flujo de verdades reveladas son considerados como entes cuyo
valor es calculado en relación con la totalidad estadística de la población, es
decir, infinitesimal. Así, cada uno tiende a ser nada. Sólo un cuerpo dispuesto
para ser recombinado con otros para adquirir un valor estadístico respetable.
La fusión entre esta nueva forma de gobierno y la epidemiología resultó letal.
Ese poder actuó en coherencia y nos encerró, administró el espacio público de
forma totalitaria y gobernó la vida cotidiana con reglas monumentalmente
restrictivas.
Tras la
pandemia, se ha puesto de manifiesto que no hay una vuelta a la normalidad, en
lo que se refiere a la forma de gobierno. En este contexto aparece la guerra de
Ucrania, que muestra impúdicamente el monolitismo impuesto por el sistema
mediático. Cualquier diferencia es severamente relegada y expulsada de este
sistema implacable. El efecto de este orden mediático ha sido la multiplicación
de pequeñas expulsiones y sanciones a los microdisidentes que son abatidos uno
a uno e imperceptiblemente, así como la construcción mediática de la
hiperconformidad y la indiferencia. La sociedad anestesiada se desentiende de
las consecuencias de la subordinación incondicional a los EEUU, así como al
próspero complejo militar-industrial.
En las televisiones
comparecen inquietantes expertos en seguridad que muestran las propiedades
destructivas de las nuevas armas salidas de tan eficaz yacimiento científico,
tecnológico e industrial. El silencio sepulcral muestra la transformación
operada con respecto a la guerra de Irak, que suscitó una respuesta ciudadana y
mostró el vínculo entre los centros educativos y la modernidad. Hoy este se ha
disipado y reina la abulia con respecto a cualquier causa humanitaria. La
perfección del sistema mediático se hace patente, reconfigurando las
instituciones de la educación y la cultura. La nueva intelligentsia es manifiestamente
¡militar, por supuesto¡ La causa de la paz se debilita por anorexia intelectual
generalizada. El
En este contexto cabe entender el artículo de Chantal Maillard. Su pecado radica en decir de modo que sus palabras conforman algo así como lo que es el concepto estadístico de desviación típica. Y un texto “desviado” es rotundamente rechazado por tan democratizados agentes mediáticos guardianes de la verdad revelada por los expertos. Este es el texto
¿GUERRA JUSTA O CRIMEN ORGANIZADO?
El fantasma
de una tercera guerra “mundial” nos habitó cuando Putin lanzó su ofensiva sobre
Ucrania. Tuvimos un tiempo de lucidez. Las primeras imágenes de los bombardeos
fueron asociadas de inmediato al detonante de la anterior contienda: la
invasión de Polonia. Pero esta ha pasado ahora a ser uno más de los seriales de
los que se nutren los noticiarios. Cuando un tema deja de ser noticia para
transformarse en un serial todo lo relacionado con él se normaliza. Lo he dicho
muchas veces: convertidas a bits, las mayores atrocidades entran en el régimen
de la ficción y la representación cumple con su oficio: entretener la mente. Y,
si el serial se alarga o se repite demasiado, deja incluso de atraer la
atención. Podemos seguir comiendo, o apagar el televisor y volver a nuestras
rutinas. Ni las cenizas ni la sangre desbordarán la pantalla, no alterarán el
sabor de los alimentos. Normalizada, la destrucción no nos altera, el crimen se
legitima y hasta se condecora al asesino. Será por eso, me digo, que no alzamos
la voz. Será por su eficacia como actor que vemos a Zelenski, la figura
política más calculadamente mediática en estos momentos, como un heroico
representante de las virtudes patriarcales y no como alguien que por su
incapacidad diplomática -digámoslo sin miedo- lleva miles de muertos a su
espalda.
¿Cómo es
posible que, a estas alturas, sigamos consintiendo que alguien decida enviarnos
a matar o morir? En el año 2003, George Bush, otro actor de la gran pantalla,
decidió atacar Irak. El entonces presidente de España le estrechó la mano.
Pero, al menos, los estudiantes respondieron ¿Dónde está ahora la fuerza
estudiantil? ¿O es que estamos todos convencidos de que esta es una guerra
justa en la que todos hemos de colaborar? Ninguna guerra es justa. Cuando no se
hallan maneras de resolver políticamente los desacuerdos, la guerra no es otra
cosa que la demostración de la ineficiencia diplomática o, peor, su inoperancia
frente a los grandes intereses. Porque, no seamos ilusos: esta contienda no
empezó con la invasión de Putin, las provocaciones fueron múltiples. Hagamos
memoria, recordemos la Historia y tengamos claro a quienes benefician esta y
otras guerras. ¿Son realmente los EEUU -donde los estudiantes duermen en sus
coches porque la beca no les llega para pagar una habitación, donde la
segregación social sigue de facto y los sin techo se acumulan en las calles- el
territorio de las libertades, como reza su propaganda? ¿Hasta dónde llegará la
UE en su humillante aceptación de los dictados de un territorio cuya democracia
es, desde hace mucho, la expresión palmaria de la degradación del ideal que fue
en otros tiempos? Se nos llena la boca con la palabra “democracia”, sin pararnos
a pensar (mediocracia aparte) que no hay razón alguna que avale la idea de que
una mayoría haya de tener más juicio o más sentido común que una minoría, ni
tan siquiera de uno solo de sus miembros.
Hubo un
tiempo en el que pensaba que cuando las mujeres ocupásemos puestos de poder las
cosas cambiarían. Me doy cuenta ahora de mi ingenuidad: ¿de qué sirve
reemplazar los ingredientes si el caldo está podrido? Lo que falla no son los
agentes sino las estructuras. Seguimos funcionando con el código de valores del
patriarcado. La guerra forma parte de él. También el patriotismo y los
monoteísmos. Y esto no cambiará mientras no nos pongamos a pensar de otro modo.
Religión y patria son dos palabras que arraigan en el suelo privado del verbo
poseer. En sus márgenes quedan los muertos. Anónimos, colaterales, estos son la
materia prima -y el abono- de su violencia.
Chantal Maillard
Chantal Maillard, tan lúcida, tan valiente.
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=DUrPCxbhxHc
Salud.
Muy bueno. Describe una realidad presente. El futuro es peor.
ResponderEliminarVerdades como puños! Pero la lucha sigue, todavía hay germen y en ello nos va la vida por un mejor futuro!
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