Baudrillard
es un autor fundamental que releo permanentemente. El incremento de
acontecimientos que carecen de lógica o explicación remiten a su pensamiento y
reactualizan sus análisis. En 2005 pronunció una conferencia en la Facultad de
Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Madrid, con el título de
“Violencia de la imagen. Violencia contra la imagen. Esta fue publicada por el
Círculo de Bellas Artes de Madrid en 1986, en un libro que contiene el texto de
otra conferencia suya y que proporciona el título al libro “la agonía del
poder”.
En esta
entrada selecciono algunos de los fragmentos del texto de la conferencia, en
los que muestra su posicionamiento con respecto a la televisión y la
videoesfera. Su relectura en 2023 es estimulante, en tanto que tiempo en el que
se ha consumado lo que él definió como “crimen perfecto”. Mi propio devenir
digital me ha llevado en esta ultima etapa a Tik Tok, desde donde se hace
perceptible el proceso de degradación de la videosfera. Ahí se hace patente la
emergencia de lo irrelevante, lo insignificante y lo vacío, con su galaxia de
arquetipos personales asociados, que desvelan la significación del medio: se
trata de reproducir la orgía de banalidad y la satisfacción derivada de ser
mirado, que constituye la esencia del tiempo en curso y de la poderosa sociedad
postmediática.
VIOLENCIA DE LA IMAGEN. VIOLENCIA
CONTRA LA IMAGEN
Podemos
distinguir una forma primaria de violencia: la violencia de la agresión, de la
opresión, de la violación, de la relación de fuerzas, de la humillación, de la
expoliación: la violencia unilateral del más fuerte. A esta se puede responder
mediante una violencia contradictoria: violencia histórica, violencia crítica,
violencia de lo negativo. Violencia de ruptura, de transgresión (a la que
podemos añadir violencia del análisis, la violencia de la interpretación, la
violencia del sentido). Todas ellas son formas de violencia determinada, con
origen y un fin, cuyas causas y efectos pueden establecerse y que se
corresponde con una trascendencia, ya sea la del poder, la de la historia o la
del sentido.
A esto se
opone una forma propiamente contemporánea de violencia, más sutil que la
agresión: es la violencia de la disuasión, de la pacificación, de la
neutralización, del control, la violencia suave del exterminio. Violencia
terapéutica, genética, comunicacional, violencia del consenso y de la
convivencia forzada, que es como una cirugía estética de lo social. Violencia
preventiva que -a fuerza de drogas, de profilaxis, de regulación psíquica y mediática-
tiende a anular las raíces mismas del mal y, por tanto, toda radicalidad.
Violencia de un sistema que persigue cualquier forma de negatividad, de
singularidad (incluida la muerte como forma última de singularidad). Violencia de una sociedad que nos prohíbe el
conflicto, que nos prohíbe la muerte. Violencia que, en cierto modo, pone fin a
la violencia en sí misma …….
Esta
violencia es, por excelencia, la violencia de la información, de los medios de
comunicación, de las imágenes, de lo espectacular. Violencias ligadas a la transparencia, a la
visibilidad total, a la desaparición de cualquier secreto. Violencia que
también puede ser de orden neuronal, biológico y genético (en breve se
descubrirá el gen de la rebelión…), auténtico secuestro biológico, del que en
última instancia sólo quedarán los reciclados, los zombis: todos lobotomizados,
como en La Naranja Mecánica. Hoy en día esa violencia adopta la forma de lo
virtual, es decir, trabaja para establecer un mundo liberado de cualquier orden
natural, ya sea del cuerpo, del sexo, del nacimiento y de la muerte. Más que de
violencia habría que hablar de virulencia. Esta violencia es vírica, en el
sentido de que no opera frontalmente sino por contigüidad, por contagio, por
reacción en cadena […..] Esta violencia-virulencia opera por exceso de
positividad, esto es, por analogía con las células cancerígenas, por
proliferación indefinida, por excrecencias y metástasis.
[…..]
La violencia
de la imagen (y, en general, la de la información y lo virtual) consiste en
hacer desaparecer lo real. Todo debe ser visto, todo debe ser visible. La
imagen es el lugar de esta visibilidad por excelencia. Todo lo real debe
convertirse en imagen, aunque casi siempre a costa de su desaparición. Por otra
parte, en esta pérdida reside tanto el poder de seducción y la fascinación que
suscita la imagen como su ambigüedad, en particular si se trata de la
imagen-reportaje, la imagen-mensaje, la imagen-testimonio. Al hacer aparecer la
realidad, incluso la más violenta, en la imaginación, esta imagen hace
desaparecer la sustancia real […..]
Un buen ejemplo de esta
visibilidad forzada en donde (en principio) todo se muestra es Big Brother
(Gran Hermano) y todos los programas semejantes, los reality shows, etc. Cuando
se puede observar todo, nos damos cuenta de que ya no hay nada que ver. Es el
espejo de la irrelevancia, del grado cero. La invención de una sociabilidad de
síntesis, una sociabilidad virtual, permite comprobar la desaparición del otro
e incluso, quizás, la naturaleza no esencialmente social del ser humano[…..]
Nos encontramos más allá del panóptico en el que la
visibilidad era la fuente del poder y de control. Ya no se trata de conseguir
que las cosas resulten visibles para un ojo exterior, sino de que sean
transparentes, esto es, de borrar las huellas del control y lograr también que
el operador sea invisible. La capacidad de control se interioriza y los hombres
ya no pueden ser víctimas de las imágenes: ellos mismos se transforman inexorablemente
en imágenes…Esto significa que son legibles en cualquier instante, están
sobreexpuestos en todo momento a las luces de la información y sujetos a la
exigencia de producirse, de expresarse. Es la expresión de sí mismo como
fórmula única de confesión de la que hablaba Foucault.
Hacerse imagen es exponer por completo la propia vida
cotidiana, todas las desgracias, todos los deseos, todas las posibilidades. Es
no guardar ningún secreto. Hablar, hablar, comunicar incansablemente. Esta es
la violencia más profunda de la imagen. Es una violencia penetrante que afecta
al ser particular, a su secreto […..]
¿Se trata de un fenómeno de voyeurismo pornográfico? No, lo
que la gente ansía no es sexo, sino espectáculo de la banalidad, que es el
verdadero porno de hoy. la verdadera obscenidad está en la irrelevancia, la
insignificancia y la nulidad, una especie de parodia de su polo opuesto, el
Teatro de la crueldad de Antonin Artaud.
Pero quizás haya en eso una forma de crueldad, al menos
virtual: desde el momento en que la televisión es cada vez más incapaz de
ofrecer una imagen de los acontecimientos del mundo, desoculta la vida
cotidiana, presenta la banalidad existencial como el acontecimiento más
mortífero, como la actualidad más violenta, como el lugar mismo del crimen
perfecto. Y, en efecto, eso es lo que es. Y la gente se queda fascinada y
aterrorizada ante la indiferencia del nada que ver, nada que decir, la
indiferencia de lo mismo, incluso de su propia existencia.
[…..] Asunción de la banalidad como destino, como nuevo
rostro de la fatalidad. Transmisión inversa ilustrada por el hecho de que todos
se han convertido en Gran Hermano. Perfusión del Superyó en la masa. No
solamente los espectadores: todos están atrapados en la espiral de la Grande
Gidouille (el vientre de Ubu). La contemplación del crimen perfecto de esta
perpetración de la banalidad se ha convertido en una auténtica disciplina
olímpica o en el último avatar de los deportes de riesgo.
En el fondo, todo esto hace justicia al derecho (y al deseo)
incuestionable de no ser Nada y ser mirado como tal. Hay dos maneras de
desaparecer: o bien se exige no ser visto…, o bien se cae en el exhibicionismo
delirante de la propia nulidad. Uno se anula con el fin de ser visto y
observado como tal, es la última protección contra la necesidad de existir y la
obligación de ser uno mismo.
De ahí la exigencia contradictoria y simultánea de no ser
visto y de ser permanentemente visible. Todo el mundo juega las dos bazas a la
vez y no hay ninguna ética ni legislación que pueda poner fin al dilema que genera
el derecho incondicional a ver y el derecho categórico como el primero, a no
ser visto. La máxima información forma parte de los derechos del hombre, y, por
tanto, también la visibilidad forzada, la sobreexposición a las luces de la
información.
Y lo peor en este juego televisivo “interactivo” es la
participación forzada, esta complicidad automática del espectador que cabe
entender como un auténtico chantaje. Este sería el objetivo más claro de la
operación: el servilismo, el sometimiento voluntario de unas víctimas que gozan
del mal que se les inflige, de la vergüenza que se les impone. Toda la sociedad
participa de este mecanismo fundamental: la abyección interactiva consensuada.
Finalmente todo acaba en la visibilidad que es como el calor
en la teoría de la energía: la forma más degradada de existencia. La novedad de
esta historia tiene que ver con el modo en que se ha logrado convertir la pérdida
de todo espacio simbólico, el desencantamiento extremo de la vida, en un objeto
de contemplación, de estremecimiento y de deseo perversos. La humanidad que en
tiempos de Homero había sido objeto de contemplación para los dioses olímpicos,
lo es ahora para sí misma. La autoalienación de sí misma ha alcanzado un grado
que le hace vivir su propia destrucción como un goce estético de primer orden.
Lo experimental reemplaza así por doquier a lo real y lo
imaginario. Constantemente se nos inoculan los protocolos de la ciencia y la
verificación. Con el escalpelo de la cámara, viviseccionamos y disecamos la
dimensión relacional y social extirpándola de todo lenguaje y contexto
simbólico.
[…..]
Doble asesinato simbólico: hoy todo toma forma de imagen, lo
real ha desaparecido bajo la profusión de imágenes. Pero olvidamos que la
imagen también desaparece bajo el peso de la realidad. La mayor parte del
tiempo, la imagen está desposeída de su originalidad, de su existencia propia
en tanto que imagen, condenada a una complicidad vergonzosa con lo real
[…..]
La última violencia contra la imagen -una violencia
definitiva- es la de la imagen de síntesis y de todas las nuevas tecnologías
mediáticas visuales. Surgida ex nihilo
del cálculo digital y el ordenador, -de las fotografías o reportajes trucados
en laboratorios- ha acarreado el fin de la imaginación de la propia imagen, de
su ilusión fundamental. En la operación de síntesis el referente no desempeña
ningún papel y lo real no tiene ni siquiera tiempo detener lugar, de modo que
es inmediatamente producido como realidad virtual.
[…..]
la regla fundamental es la dualidad, la alteridad y la
distancia. Y esta es la que por doquier está en vías de desbaratarse en una
confusión y promiscuidad generalizada. No solamente hemos engullido la
distancia geográfica que separaba todas y cada una de las partes del mundo, o
la distancia temporal, que separaba el pasado del futuro -y que ha dado paso a
esa especie de colisión instantánea del tiempo llamada tiempo real- sino
también la distancia mental que nos separaba de nuestra propia imagen e incluso
de la distancia metafísica que nos separaba de la verdad y la realidad. Hemos
engullido nuestra propia imagen, nuestra propia verdad y nuestra propia
realidad.
[…..]
Realidad perfecta- en el sentido en que se realiza de
principio a fin… en la que todo se identifica con el collage y con la confusión
de la propia imagen. Este proceso afecta especialmente al universo visual y mediático, pero también a la vida
política e intelectual, , a la vida cotidiana e individual, a nuestros gestos y
nuestros pensamientos.
[…..]
Paradójicamente …..las imágenes que nos llegan a través del
canal mediático no son ya imágenes, no señalan el carácter reflectante de la
representación sino el carácter de la pantalla…..Por tanto, no permiten ya la
distancia ni el juicio crítico. Sin distancia no hay representación, y sin
representación no hay juicio, y por tanto no hay mensaje del que propiamente
hablar, ni información objetiva, ni sensibilización política o de cualquier
otro tipo. Sin ir más lejos, la confianza de Susan Sontag en el reportaje
fotográfico como medio para movilizar a la opinión pública constituye un buen
ejemplo de ilusión realista y racional, de la fantasía de que existe una
realidad que las imágenes nos trasmiten fielmente. Creemos ver en la fotografía
el reflejo de nuestro mundo, pero, al contrario, son las imágenes a tiempo real
las que exorcizan este mundo mediante la ficción instantánea de su
representación.
Para que el mensaje se transmita, para que la imagen tenga
eficacia sensible, hace falta una transferencia de la imagen, se precisa una
distancia. Pero los mass media y el
tiempo real nos ha sumergido en una promiscuidad total. En este punto cabe
recordar una anécdota de la propia Susan Sontag. Según cuenta Sontag, cuando
estaba viendo la retransmisión televisiva de la llegada del hombre a la Luna,
algunos de los presentes afirmaron que aquello no era más que una
escenificación. Entonces les preguntó “Pero entonces ¿qué es lo que estáis
viendo?” y ellos le respondieron “¡estamos viendo la tele¡”. Habían comprendido
todo[…..] De igual manera que hemos podido decir que quien a hierro mata a
hierro muere, hoy podemos decir que quien apuesta por el espectáculo perecerá por
el espectáculo. Y quien aspire al poder a través de la imagen, entonces
perecerá por la imagen retornante.
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