Los nueve
años de vida de Podemos se encuentran asociados a varios vértigos, todos ellos
vinculados a la aceleración. Nacidos en 2014, su ascendencia fue prodigiosa,
consiguiendo su implantación estelar en el ecosistema comunicativo y las
instituciones políticas. En 2016 consiguieron 71 diputados y una centralidad
mediática incuestionable. En los años siguientes se inicia un declive
acumulativo tan súbito como el que caracterizó a su emergencia. En el tiempo de
la ascensión tuvo lugar un aluvión imponente de incorporaciones procedentes de
distintos contingentes descabalgados de la izquierda oficial, así como de
nuevas generaciones de militantes. Pero Podemos como organización no fue capaz
de reintegrarlos en una organización con pilares locales. Así, su fulgor
mediático-político no se contrapone a su ausencia de raíces.
En estas
condiciones han tenido lugar luchas intestinas, purgas, depuraciones y
expulsiones. En una organización en la que su cúpula detenta una visibilidad
total, pero que carece de bases efectivas, su debilidad propicia que sea
devorada por depredadores mayores arraigados en su propio campo político. Así, su
socio de gobierno ha podido aislar a los dirigentes más radicales, así como
constituir una alternativa manejable que representa Sumar. Este es un espacio
de convergencia de los expulsados, agraviados y humillados en estos años. La
amenaza del final se hace factible por su propia vulnerabilidad, así como por
la convergencia entre un colosal fuego amigo -Más Madrid, Sumar, IU y otros
agraviados que emigran hacia lo que se supone como las fértiles tierras
otorgadas a Yolanda Díaz-, y un imponente fuego enemigo ejecutado por las
derechas que han puesto en escena una caza de brujas aplicada a Pablo Iglesias
que remite a una inquietante distopía.
El óbito de
Podemos remite a una historia interminable de acciones que se resuelven en un
ámbito oculto. Porque, si Unidas Podemos es una coalición de varios socios que
se definen como partidos políticos, y esto implica que tienen sus órganos de
dirección, congresos y órganos intermedios, estos han sido sustituidos
integralmente por los dirigentes en el gobierno. ¿A quién rinde cuentas Yolanda
Díaz o el ínclito y astuto Garzón? En ese ambiente de desaparición partidaria
comparece la propuesta de Sumar. Cabe preguntarse si esta es una propuesta de
la dirección de IU u otros partidos integrantes en Unidas Podemos.
No, esta es
una decisión personal, integralmente personal, de Yolanda Díaz. Esta concita un
apoyo monumental de las televisiones y del PSOE. El presidente Sánchez llega a
afirmar en los medios que es necesaria una coalición entre su partido y “el
espacio de Yolanda Díaz”. Este fue el momento inicial de un crimen político
perfecto en un medio anestesiado, en el que nadie se preguntó acerca de los posicionamientos
de, al menos, las direcciones de los partidos coaligados. El segundo acto de
este homicidio político tiene lugar cuando en su primera presentación en
público, Yolanda prohíbe la presencia de los líderes de Podemos en el acto,
alegando que no es una coalición de partidos.
Entonces,
¿quién decide las listas de Sumar? Los medios que apoyan este crimen perfecto,
cuando se refieren a decisiones de Díaz, les otorgan la condición de “Sumar”.
Este proyecto, que carece de dirección y que no sale de congreso alguno, solo
tiene una estructura identificable. Esta es “el equipo” de Yolanda. En los
largos años del postfranquismo, jamás habíamos contemplado un proyecto tan
personalista y oculto. Sumar adopta una forma de marketing político desbocado,
en el que se divulgan las imágenes de su lideresa con el Papa, Lula y otros
próceres. Esta reparte sonrisas, caricias y mimos por doquier, tanto a los
socios poderosos que patrocinan su proyecto, como a aquellos que pueden ser
asociados de rango menor.
La irrupción
de Sumar significa la activación de un complejo sistema de relaciones
interpersonales en los espacios de la izquierda, cuyas transacciones ocultas se
asemejan a las de las mafias o los cárteles. Aquellos cooptados por la lideresa
son señalados en público al estilo de la vetusta kremlinología. Se trata, sin
duda, de una regresión democrática, que ya inició Carmena en el Ayuntamiento de
Madrid. Cada persona o grupo participante es negado en su esencia para ser
transformado en una insignificante porción de ese agregado que es denominado
como “la ciudadanía”, y que tiene una existencia estadística, y no política.
El tercer acto del magnicidio de Podemos tiene lugar mediante
su expulsión drástica de las candidaturas “unitarias” en las que son minoría.
En Granada y Málaga, tanto los concejales de Podemos como los independientes de
la constelación de izquierdas que emergió en el 2014, han sido expulsados a las
tinieblas exteriores. Así se consuma la operación que comenzó en las últimas
elecciones andaluzas, en las que los apparátchik
de IU castigaron a los incautos miembros de Podemos con su relegación en las
listas “comunes”. De esta forma se merman sus exiguas posibilidades.
Frente a esta ofensiva política del
complejo mediático del PSOE y sus cocineros, que consideran que Sumar es un
proyecto licuado que representa “su costilla”, en tanto que es la única
posibilidad de continuar en el gobierno, y, además, es la forma de aprovechar
la oportunidad de eliminar a Pablo Iglesias y su famélico grupo de fieles,
Podemos muestra una indefensión inquietante, en tanto que carece de apoyos para
contrarrestar el denso flujo del aluvión de buscadores de asientos, cuya única
posibilidad es la de coger un sitio privilegiado en el magma de Sumar. El
conflicto entre ambas facciones se desarrolla según los códigos de la kremlinología
renovada, que consiste en evitar las confrontaciones abiertas, pero emitiendo
señales de diferencia dirigidas a sus parroquianos, y que son interpretadas por
los periodistas, afines en su casi totalidad al consorcio del PSOE y su nueva
costilla.
Este drama político remite a la
integración completa de Podemos en un régimen político menguante y bloqueado, que
se ausenta de los suelos sociales y se aleja de cualquier campo político
efectivo. Este produce una realidad espectral que remite a las programaciones
televisivas y a las mediciones de los climas que estas implementan mediante los
brujos de las encuestas. En este orden fantasmático, todos flotan en espera de
no ser afectados por los sucesivos vaivenes. Podemos se arraigó en esta burbuja
representando “el ala izquierda de la opinión pública”. Así se ha desempeñado
en un medio caracterizado por el dominio de la ficción. Ahora, cuando baja la
marea y sus propios socios los pretenden desalojar, descubren sus debilidades.
Su único activo es el control de una lista de inscritos propensos a participar
en cualquier votación. Pero carecen de militancia, de apoyos sólidos.
Este hecho estimula la saña de sus
presuntos homicidas, que tienen perfectamente fabricada una alternativa más
adecuada, y también ficcional, pero mucho más fácil de controlar y manipular.
Así se teje un crimen antropofágico perfecto. Están siendo eliminados por sus
próximos inmediatos. Solo pueden recurrir a movilizar apoyos entre las legiones
de beneficiarios de su ascenso, instalados en los fértiles territorios
estatales. Pero el arte de la traición se fundamenta en el instinto de
supervivencia de los contingentes de agraciados por el ascenso de Podemos.
Este mismo domingo, muchos
comparecerán apostando por un futuro confortable, bajo el manto del nuevo
espacio de Yolanda Díaz. Así, los dirigentes de Podemos experimentarán su
infinitud y tendrán que optar por una muerte indolora bajo la forma de aceptar
su relegación en las listas, o confiar en que una derrota del ticket
Sánchez/Díaz les brinda la oportunidad de establecerse en una oposición dura a
la derecha radicalizada. Esta es la forma de sobrevivencia más factible. En cualquier caso,
tendrán que sufrir la acumulación de revanchas de las múltiples gentes que han
desechado en sus años de esplendor.
Sobre esta tragedia flota el
espectro de la proverbial novela de Vázquez Montalbán “Asesinato en el Comité
Central”, que se constituye en una premonición de tan intrincado presente, pero
con la ausencia del factor gastronómico tan bien tratado por este insigne
autor. Los actores del presente son más bien caníbales que sofisticados adictos a la
alta gastronomía. Porque Yolanda Díaz no es la primera carne “común” que
degusta en su intrincada trayectoria político-antropofágica. En la Galicia de
su origen, muchos han sido devorados ferozmente por sus congéneres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario