lunes, 27 de febrero de 2023

MIRADAS SOBRE LA TELEVISIÓN: EDUARDO SUBIRATS

 

La televisión asociada con la digitalización ha reconfigurado integralmente las instituciones y la vida. En este blog he analizado en diversas ocasiones la política del presente desde la perspectiva de la videopolítica. Un autor como Regis Debray ha aparecido en varias ocasiones en estas páginas. En los últimos meses, tienen lugar en el Senado los martes y frente a las cámaras, los encuentros entre el presidente Sánchez (Yo, El Supremo) y el líder de la oposición Feijóo. Su conversación se constituye en una muestra elocuente de una banalidad que alcanza niveles insólitos. Ambos se muestran frente a las cámaras como portadores de palabras y gestos elaborados por sus equipos de comunicación en los que la hilaridad alcanza el éxtasis. Así, una frase del repertorio pepero como la de “gente de bien” es sometida a una infinita réplica en la que predomina la sátira.

La ausencia de discusiones programáticas es compensada mediante la profusión de zascas, memes y puestas en escena cocinadas en los estados mayores de los partidos. Esta confrontación se explica como resultante de la mediatización y predominio de las televisiones y las imágenes. Así, las intervenciones de los líderes son cuidadosamente preparadas para satisfacer y estimular a sus espectadores. La condición de este espectáculo determina que la audiencia se fragmente entre seguidores de una u otras opciones políticas. Se hace patente que “Se trata de la televisión, amigo”. La verdad acerca de que el medio es el mensaje es incuestionable.

Sin embargo, en la esfera política se sobreentiende como algo natural y neutro la omnipotencia y omnipresencia de la televisión. Por eso he iniciado aquí la publicación de textos de autores críticos al respecto. En octubre de 2022 de el libro “Caos, capitalismo, televisión” de Miguel Ibáñez un textillo que explica los efectos de la tele como “una tormenta en la mente”. Mi intención es seguir presentando aquí textos de distintos autores.

Hoy presento algunos fragmentos de un autor que ha ejercido un gran estímulo para mi persona: Eduardo Subirats. Corresponde a un libro fundamental: La linterna mágica. Vanguardia, Media y cultura tardomoderna, Ediciones Siruela, 1997. Estos párrafos corresponden al capítulo IV de la segunda parte de este libro.: Nihilismo electrónico. Mi intención es seguir publicando algunos fragmentos de los siguientes capítulos. Espero que pueda estimular a algunos lectores de forma semejante a mi propio proceso. Una conclusión gruesa es la que, desde esta perspectiva del medio televisión, se hace factible y verosímil la coherencia del gran espectáculo de la trivialidad y el caos político imperante.

Buena lectura.

 

 

Presencia de una ausencia, realidad volátil, imágenes ectoplásmicas, encapsulamiento de la realidad, conciencia sitiada: todo ello señala en la dirección de una devaluación de la realidad, a un distanciamiento ascético, a un principio de renuncia a la inmediatez táctil, al contacto personal, a la percepción inmediata, a la interacción erótica individualizada, a la relación intuitiva con el entorno físico. El encapsulamiento mediático del espectador moderno configura la condición de una existencia individual monádica, degradada psíquica y sexualmente, comunicativa y artísticamente. La televisión, y más tarde las redes de comunicación electrónica, desempeñan el papel del sacerdote nihilista. Este nihilismo mediático tiene que ver fundamentalmente con la dialéctica del reconocimiento electrónico, y, en general, con la transformación mediática de la relación humana con su hábitat social y natural. Es el resultado de su doble condición de distancia y proximidad con respecto al objeto, de mediación técnica y manipulativa, por una parte, y de cercanía mimética o poder mágico por otra.  Y es asimismo la imposibilidad por parte del espectador televisivo o del agente de la comunicación electrónica de conferir un sentido al mundo que le rodea. Es la condición electrónica de la destrucción de la experiencia. Los paisajes televisivos de las guerras tardomodernas, sus signos entrecruzados de violencia sádica e indiferencia moral, no son más que el exponente extremo de esta constelación.

Marie Winn ha señalado al respecto […] Mirar la televisión no es verla. No comprende un proceso cognitivo de percepción, elaboración reflexiva de imágenes y textos, no es una experiencia. Se da por sentado que la televisión no puede verse reflexivamente a sí misma. Mirar la televisión tampoco significa contemplarla. La contemplación supondría una relación meditativa o estética en un sentido tradicional de la palabra. Mirar televisión es la experiencia negada de una visión encerrada en los límites de su radical opacidad…

Una encuesta reciente de Nordenstreng en Finlandia señalaba un paradójico resultado. El porcentaje de población que presenciaba por lo menos en una ocasión diaria los programas televisivos de noticias era alto: un 80 por ciento exactamente. Pero la aplastante mayoría de estos espectadores no sabía responder la pregunta sobre lo que recordaban de las noticias del día anterior. La frase usual era <<Nada importante sucedió ayer>>. Nordenstreng formulaba una conclusión literal a esta situación: la indiferencia subjetiva con respecto a los contenidos efectivos del flujo mediático, la neutralización electrónica de la experiencia, el carácter no reflexivo, sino ritual, del acto de mirar la televisión.

Uno de los comentarios de telespectadores recogidos por Sut Jhally señalaba, entre otras características de su experiencia mediática <<Procuraba mirar la televisión siempre que podía, pero no me devolvía un sentimiento real de placer. Era como no tener orgasmo, no tener catarsis, algo muy frustrante. La televisión no me daba la satisfacción prometida, sin embargo, seguía mirándola…La televisión prometía tantas cosas, no podía contenerme, y luego todo acaba evaporándose en el aire…>>. ¿Cómo definir una experiencia señalada por la expectativa de un placer mágico, casi se diría que por una especie de redención, y, al mismo tiempo, por la compulsión y la adicción, la hipnosis o la anestesia, la falta de concentración reflexiva, la frustración reiterada y permanente, junto a una suerte de ataraxia frente a una realidad de todos modos evanescente?

La respuesta a esta central cuestión suele ser una serie de slogans como adicción a la pantalla, hipnotización, distracted listening, compulsión, inercia, colonización del tiempo… o bien formateo de la interacción subjetiva y de la atención, influencia sobre las expectativas y predicciones, efecto sobre el almacenamiento.  […….]

En el reino frío de la inmaterialidad cristalina y del realismo holográfico los objetos adquieren la misma consistencia que los ectoplasmas espiritistas. Pero así como la abstracción estética del arte moderno, y sus valores asociados a la pureza, vacío y racionalidad, se complementaron con lo que, en su expresión más violenta, el surrealismo llamó irracionalismo caníbal, así también la volatilización de lo real se complementa con el hiperrealismo dramático de una pornografía mediática que abarca desde la publicidad hasta los espectáculos al vivo de razias, secuestros, asesinatos o genocidios, y en los canales de comunicación electrónica toda una amplísima gama de efectos hiperreales que incluyen desde un sadismo sexual de características explícitamente criminales hasta el terrorismo. El hedonismo publicitario, con sus símbolos eróticos o sus efectos subliminales o el hiperrealismo de la imagen documental o electrónica, intensificado por la descontextualización y fragmentación de la presentación informativa, y autentificado como realidad radical a través de esta carga emocional y dramática, constituyen la necesaria otra parte del distanciamiento mediático, de la volatilización de la realidad que impone, y del vaciamiento de todo sentido subjetivo en el espectáculo electrónico.

Entre el nihilismo estético que atraviesa las vanguardias y la eliminación de la experiencia en los medios electrónicos de comunicación existe una conexión lógica. La indiferencia y pasividad dadaístas, la estética surrealista de lo alucinatorio, o la espectacularización de lo real proclamada por los futuristas constituyen algunos de sus hitos más señalados. Su significado estético se reitera en el espectáculo mediático contemporáneo, en su culto a la violencia y su indiferenciación de una realidad fragmentada, descontextualizada, indiferente. El espectáculo de la destrucción, a la vez como visión de la muerte o sus metonimias, y como eliminación de los vínculos comunitarios, comienza con esta volatilización técnica del objeto, la visión de su transubstanciación, el éxtasis del vacío y lo sublime.

No hay comentarios:

Publicar un comentario