Han transcurrido diecisiete años desde que, en 2006, Forges escribiese en “El País” un texto con el título de “La nómina de mi padre”, que sintetiza certeramente la evolución del sistema económico desde los pasados años sesenta. En el mismo se contrasta la situación de las generaciones instaladas en el mercado laboral desde antes de los felices ochenta, y aquellas que llegaron al mismo con posterioridad. Este texto es extremadamente lúcido, en tanto que visibiliza la evolución del sistema, que se puede sintetizar en la fórmula de crecimiento económico con penalización severa a los contingentes de nuevo ingreso en tan misteriosa institución.
Por su
interés, lo reproduzco en su integridad
LA NÓMINA DE MI PADRE
La nómina de
mi padre en diciembre de 1979 era de 38.000 pesetas. Él trabajaba como peón en
una obra. En ese mismo momento le ofrecieron comprar una casa. Le pedían un
total de 500.000 pesetas por ella.
Decidió no arriesgar y continuar viviendo en régimen de alquiler, en unas
condiciones muy buenas. Se trataba de una casa modesta pero muy bien ubicada,
en pleno centro de un pueblo cercano a Barcelona. A los pocos meses mi padre y
mi madre compraron un terreno en otro pueblo de la misma provincia y en menos de
cinco años de esfuerzo ya habían levantado y pagado una vivienda de 120 m2.
Han pasado 27 años. En 2006 y en el mismo pueblo donde viven, un piso modesto
de 75 m2 a las afueras no se encuentra por menos de 35 millones de pesetas, y
estoy siendo muy generoso.
En el año 1979 el coste de un piso era del orden de 14 mensualidades De un peón
de obra 38.000 pts/mes x 14 meses = 532.000 Pts.
El sueldo en 2006 de un universitario recién titulado en ingeniería informática
sin experiencia profesional no llega a las 200.000 pesetas mensuales.
En el año 2006 una vivienda modesta cuesta 175 mensualidades (14
anualidades!!!) de un ingeniero informático. 200.000 pts/mes x 175 meses =
35.000.000 pts
Las jóvenes de hoy necesitaríamos cobrar 2,5 millones de pesetas mensuales para
estar en igualdad de condiciones con nuestros padres que compraron una vivienda
a principios de los años 80.
2.500.000 pts/mes x 14 meses = 35 Mill. de Pts.
Los pisos en el año 2006 deberían costar 2,8 millones de pesetas para que los
jóvenes de hoy estemos en igualdad de condiciones con nuestros padres en 1979
200.000 pts/mes x 14 meses = 2.800.000 pts
No encuentro adjetivo alguno en el año 2006 para calificar lo que mi padre
consideró arriesgado en 1979.
Está claro que los pisos no van a pasar a costar de la noche a la mañana 30
veces menos, de 35 a 3 millones.
También está claro que no voy a cobrar 2,5 millones de pesetas mensuales, por
muy buen trabajo que encuentre y por muchos estudios que tenga.
Lo primero que se le ocurre a uno es seguir viviendo en casa de sus
padres y ahorrar el 100% del sueldo durante los próximos 14 años, para el año
2020 (yo rondaré ya los 40 años de edad) tendré el dinero suficiente para
comprar una vivienda al coste del año 2006 pero, por supuesto, no al coste del
año 2020. Evidentemente esta ocurrencia la desecha uno antes de hacer cualquier
cálculo.
Aunque un joven bienintencionado consiga ahorrar 2, 4 o 6 millones con mucho
esfuerzo en pocos años, a día de hoy nunca podrán evitar lo siguiente:
1) Pedir un préstamo al banco a 40 o 50 años (si consigues ahorrar 2, 4 o 6
millones puedes reducir el período a 35 - 45 años, pero 5 años no supone
prácticamente nada cuando estamos hablando de medio siglo de pago). Te darás
cuenta de que no vives en una democracia sino en una dictadura. El dictador no
se llama Francisco Franco o Fidel Castro sino La Caixa, BSCH, Banco de Sabadell
o, en general, "la banca". Ni siquiera tendrás la libertad de decir
lo que piensas a, por ejemplo, tu jefe, no vaya a ser que cierre el grifo y no
puedas pagar al dictador.
2) La otra solución es pagar un alquiler de por vida. En este caso el dictador
se llamará Juan García, José Pérez o Pablo el arrendador. La situación no es
distinta a 1).
Después de esta reflexión ten la delicadeza de no decir a un joven que su
problema es que no ahorra, eso fue válido para ti en 1979, incluso era válido
para algunos jóvenes en 1999, pero no en 2006, en 2006 sólo consigues cargar
con más impotencia, si cabe, al muchacho.
El esfuerzo de nuestros padres, sin duda alguna admirable, no era estéril
podían obtener una vivienda de propiedad en un período de 5 años). El mismo
esfuerzo realizado por nosotros, los hijos, sólo llega para quizá reducir en 5
años una hipoteca de medio siglo.
La vivienda nunca fue un objeto para enriquecerse, sino para vivir. Es de lo
poco material que sí necesitamos. La ley del libre mercado puede establecer el
precio de los televisores de plasma al precio que quiera... yo no los
compraré... pero nunca tuvimos que permitir que esa misma ley fijara el precio
de la vivienda, porque todos necesitamos vivir en una y no todos podemos
pagarla. Los jóvenes, incluso aquellos que tenemos estudios superiores, no
podemos competir".
Forges, EL PAÍS, 2/5/2006
La lectura
de este artículo desde las coordenadas de hoy, supone una verdadera
experiencia, en tanto que hace factible comprender la falsedad de las
representaciones imperantes en el sistema económico/político/mediático acerca
de la realidad. La situación para los más jóvenes puede sintetizarse en la
fórmula de intenso consumo en el nuevo mundo low cost del consumo -creado
precisamente para ellos- y denegación fáctica de la vivienda. El contraste
entre generaciones se hace patente. Yo mismo vivo en un edificio lleno de
inquilinos jóvenes que viven en el modelo de alquiler compartido, que
simultanean con un consumo inmaterial desbocado en las redes y las múltiples
formas de streaming. Cada cual confinado en su habitación y entretenido
compulsivamente por los espectáculos que muestran los medios y las industrias
del imaginario. Cada cual recluido en un medio físico achicado, pero que
dispone de más de una pantalla individual, en la que se forja como disciplinado
espectador.
Esta gran
mutación de la época, cuya realidad permanece rigurosamente oculta tras una
maraña de cifras, simulaciones y discursos expertos, fue el factor que
desencadenó aquello que fue designado como “El 15 M”, que remitió a un conjunto
de protestas, prácticas políticas colectivas, climas ciudadanos y actividades
comunicativas que convergieron en un proceso que se puede designar como una
reprobación al sistema político imperante. Este cristalizó en 2014 con el
desembarco de nuevos partidos en el raído sistema político nacido en la
transición política. La gran reprobación fue reabsorbida por las instituciones
y los medios, siendo neutralizada integralmente.
Hoy sólo
queda algún simulacro político protagonizado por los recién llegados a las
instituciones y televisiones, que impulsan medidas simbólicas que no afectan al
núcleo de la perfeccionada sociedad del mercado total, en la que el suelo tiene
un estatuto de divinidad. La gran reprobación ha desaparecido, sólo quedan de
ella algunos ecos engañosos. Algunos de los nuevos nobles del Estado del Suelo
promueven medidas microscópicas en relación con las realidades del cambio
operado, y las venden bajo el prospecto comercial de “mejorar la vida de la
gente”. Pero la gente menuda se
encuentra sometida a la verdad de ser inquilinos de por vida, o a vivir bajo la
coacción permanente de la hipoteca. También a ser recluidos durante un tiempo
excesivo a la condición de aprendices, becarios y otras fórmulas de espera para
aterrizar en tan misterioso mercado de trabajo. Así se regenera el sistema
político como una maquinaria capaz de producir ensoñaciones. El nuevo
capitalismo es un dispositivo de seducción que responde a la regla del encantamiento,
en el que la nueva izquierda desempeña un papel de reservorio de esperanzas.
Este caso
ilustra una gran regresión que contrasta con las expectativas incubadas en el
comienzo del postfranquismo. La cuestión principal radica en que los proyectos
políticos de la misma izquierda se dirigen a apuntalar el Estado del Mercado
Total y del Suelo-Divinidad inaccesible. La definición de “la buena vida”, que
enunciaron los zapatistas al principio de los años noventa, y que no se
encontraba determinada por el consumismo individualista posesivo ni otras
variables económicas, sino, por el contrario, por variables relacionales,
inmateriales, institucionales y comunitarias, se ha disipado completamente en
los discursos de la izquierda del presente.
Quizás sea
Jean Baudrillard quien mejor sintetice el presente de la congelación de la gran
reprobación, desvelando el devenir fatal del sistema político productor de una
mascarada:
“Su quintaesencia ha sido, más allá de lo
económico y de lo político, la forma en que ha dominado una simulación que
afecta a los valores de todas las culturas y que se encuentran en la base de la
hegemonía actual. Porque esta última ya no se asienta en las exportación de las
técnicas, los valores y las ideologías, sino en la extrapolación universal de
una parodia de esos valores […..]Lo que no se suele apreciar es que esa
hegemonía -ese dominio de un orden mundial cuyos modelos, no sólo técnicos y
militares, sino también culturales e ideológicos, parecen irresistibles-lleva
aparejada una reversión a través de la cual ese poder se ve lentamente minado,
devorado, canibalizado por aquellos mismos que canibaliza”.
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