A Pablo Simón y tantos otros profesionales indóciles que he tenido la suerte de conocer.
Estamos
asistiendo a una fase avanzada en la demolición del sistema sanitario público.
Desde mis coordenadas biográficas se encadenan varios tiempos de signo antagónico.
Fui participante en la construcción de un sistema público y universal que
impulsó la reforma sanitaria del principio de los ochenta. Esta propició una
expansión muy importante del sistema, pero, sobre todo, generó un espíritu que
propició múltiples iniciativas a todos los niveles. En ese período se vivía una
gran energía por parte de los reformadores. Tan sólo diez años después, en
1991, el Informe Abril inicia una contrarreforma en la línea de la gran
reestructuración neoliberal de los estados de bienestar. Las dos reformas
ensambladas generan una confusión y opacidad monumentales en el interior del
sistema.
Las reformas
neoliberales de este tiempo se fundamentan en la supresión de la deliberación
pública. Son instituidas desde una red de instituciones globales que determinan
los contenidos y los ritmos de las mismas. Las administraciones las implantan a
toque de corneta sin consulta alguna, referenciadas en el mito de la
modernización y la eficiencia. El agente primordial en su implementación es la
institución gerencia, que desembarca en los centros sanitarios con sus
contingentes nutridos de profesionales expertos en los métodos y saberes de la
nueva empresa. Así, se multiplican las direcciones y sus staffs, que se
insertan en las organizaciones de salud para impulsar los cambios requeridos.
El resultado de esta contrarreforma es la disipación del espíritu de la reforma
sanitaria, que es reemplazado por el sistema de supuestos y sentidos del
gerencialismo. Durante las décadas siguientes al Informe Abril, muchos líderes
profesionales médicos y enfermeros, así como la casi totalidad de las
organizaciones científicas y profesionales, han sido absorbidas por la nueva
contrarreforma, colaborado activamente en este proceso de reconversión. Este
factor explica la debilidad de las respuestas en el presente.
Las reformas
neoliberales actúan pausadamente, sin forzar los tiempos. La metáfora más
adecuada para sintetizar su acción es la desatornillar. El PSOE representa el
partido más competente en este arte durante largas décadas. Se trata de
desenroscar, contraer, encoger, achicar, reducir moderadamente, debilitar,
aflojar, achicar, sincopar. Así, la disminución de efectivos es incremental a
lo que se suma la proletarización desbocada de las nuevas promociones. El
aspecto principal del arte de desatornillar es la imposición de una cultura de
empresa gerencialista extraña a las culturas asistenciales de los sanitarios.
Así se va conformando una masa de profesionales desarraigada, atomizada y fácil
de manejar por las legiones gerenciales. Se trata de generar una situación de
anomia especial, caracterizada por un exceso de normatividad que termina por
desprofesionalizar a los médicos y enfermeras, aturdidos por el torrente de
reglamentaciones extrañas a sus culturas profesionales convencionales.
La segunda
estrategia es la de descerrajar. Esta consiste en hacer saltar los cerrojos
existentes para el proyecto de los reformadores, que porta finalidades extrañas
a los profesionales asistenciales, debilitados por el extrañamiento cultual
resultante de la acción de los desatornilladores. En el oficio de descerrajar
muestran su competencia el PP de Madrid o de Andalucía, que practican una
versión creativa de la doctrina del shock. Así pueden interpretarse la política
audaz de consultorios sin médicos o centros vaciados. En este caso, la
finalidad es avasallarlos, tras largos años de preparación mediante el arte de
la maceración. Esta táctica implica saltos que son factibles por el estado de
confusión, tanto de los profesionales como de los pacientes.
Una ventaja
esencial de las reformas neoliberales en curso es que no necesitan convencer a
sus destinatarios. Se trata más bien de imponer una situación de facto con la
finalidad de obtener la aceptación de los destinatarios por agotamiento. Estos
terminan por desistir ante las realidades propiciadas por las políticas de las
gerencias. Los veranos son tiempos fértiles en el ensayo del nuevo orden
asistencial, regido por la reformulación creativa del viejo precepto que se
convierte en “ser realistas, aceptad lo imposible". Así, cada profesional
puede experimentar su adaptación a la degradación asistencial por minimización
de la oferta. He sido profesor universitario en los primeros años de la Reforma
Bolonia y ese era el código: Aceptar lo imposible convirtiéndose en un maestro
de la prestidigitación, la simulación y la chapuza.
De estas
estrategias resulta un debilitamiento de los profesionales, que son expropiados
de los resultados de su propia asistencia, siendo convertidos en cómplices en
esta. La degradación resultante es incremental, creando las condiciones para su
demolición controlada y silenciosa, facilitando la colonización gerencialista
de los centros de salud y hospitales. Es menester generar una masa profesional
semejante a la de los pueblos colonizados. Aturdida y confundida, huérfana de
referentes y rigurosamente atomizada. Esta premisa facilita la privatización en
marcha, que solo puede materializarse sobre un sistema público debilitado y
domeñado.
Prefiero no
exponer aquí lo que pienso de las organizaciones profesionales en estos años de
erosión como efecto de la acción de los desatornilladores. Estas han facilitado
el desembarco de los descerrajadores. En cualquier caso, celebro la dimensión
que están alcanzando las resistencias. Pero no me llevo al engaño. Como sociólogo
conozco la multidimensionalidad de los conflictos, que siempre son poliédricos
y simultanean varias significaciones. La presencia prolífica en las incidencias
de estos meses de los desatornilladores, apunta a un escenario incierto tras
las próximas elecciones municipales y autonómicas, y las generales después. La
hipótesis peor puede ser la de un conflicto sectorial entre los
desatornilladores y los descerrajadores.
En
coherencia con esta perspectiva, soy escéptico con respecto a la recuperación
de un sistema público de salud en este escenario y con estos partidos. Toda la
energía producida en estos meses puede disiparse si no se referencia en un
proyecto ofensivo de recuperación del estado del bienestar. Aún siendo muy
encomiables, las huelgas y manifestaciones en curso tienen sus efectos
estrictamente limitados si se sustentan en un espíritu defensivo. Lo que se
pide es sobrevivir, reforzar, o alcanzar mínimos asistenciales. Es decir, que
se trata de un movimiento defensivo y reactivo a la demolición. Por el
contrario, la privatización es una parte de un movimiento sustentado en fuerzas
muy poderosas dotadas de un proyecto fuerte. Un movimiento de resistencia a los
cerrajeros no basta, no se corresponde con la escala de desafío que implica la
demolición.
Por esta
razón, si la movilización no se acompaña con una verdadera ebullición cognitiva
que desemboque en una refundación de este sistema debilitado, que haga girar
los tornillos tan debilitados en la dirección contraria de las agujas del
reloj, todo puede terminar siendo insuficiente. Es menester generar un nuevo espíritu colectivo con respecto al sistema
de atención a la salud. Cuando, en las conversaciones públicas sanitarias,
escucho la palabra “reforzar”, me echo a temblar. En mi esquema representa el
abandono provisional de los descerrajadores para ceder la dirección a quienes
van a dar otra vuelta más a los tornillos. Todavía recuerdo la emergencia de
mil propuestas de reforma en el principio de los ochenta. Eso es.
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