Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

lunes, 27 de febrero de 2023

MIRADAS SOBRE LA TELEVISIÓN: EDUARDO SUBIRATS

 

La televisión asociada con la digitalización ha reconfigurado integralmente las instituciones y la vida. En este blog he analizado en diversas ocasiones la política del presente desde la perspectiva de la videopolítica. Un autor como Regis Debray ha aparecido en varias ocasiones en estas páginas. En los últimos meses, tienen lugar en el Senado los martes y frente a las cámaras, los encuentros entre el presidente Sánchez (Yo, El Supremo) y el líder de la oposición Feijóo. Su conversación se constituye en una muestra elocuente de una banalidad que alcanza niveles insólitos. Ambos se muestran frente a las cámaras como portadores de palabras y gestos elaborados por sus equipos de comunicación en los que la hilaridad alcanza el éxtasis. Así, una frase del repertorio pepero como la de “gente de bien” es sometida a una infinita réplica en la que predomina la sátira.

La ausencia de discusiones programáticas es compensada mediante la profusión de zascas, memes y puestas en escena cocinadas en los estados mayores de los partidos. Esta confrontación se explica como resultante de la mediatización y predominio de las televisiones y las imágenes. Así, las intervenciones de los líderes son cuidadosamente preparadas para satisfacer y estimular a sus espectadores. La condición de este espectáculo determina que la audiencia se fragmente entre seguidores de una u otras opciones políticas. Se hace patente que “Se trata de la televisión, amigo”. La verdad acerca de que el medio es el mensaje es incuestionable.

Sin embargo, en la esfera política se sobreentiende como algo natural y neutro la omnipotencia y omnipresencia de la televisión. Por eso he iniciado aquí la publicación de textos de autores críticos al respecto. En octubre de 2022 de el libro “Caos, capitalismo, televisión” de Miguel Ibáñez un textillo que explica los efectos de la tele como “una tormenta en la mente”. Mi intención es seguir presentando aquí textos de distintos autores.

Hoy presento algunos fragmentos de un autor que ha ejercido un gran estímulo para mi persona: Eduardo Subirats. Corresponde a un libro fundamental: La linterna mágica. Vanguardia, Media y cultura tardomoderna, Ediciones Siruela, 1997. Estos párrafos corresponden al capítulo IV de la segunda parte de este libro.: Nihilismo electrónico. Mi intención es seguir publicando algunos fragmentos de los siguientes capítulos. Espero que pueda estimular a algunos lectores de forma semejante a mi propio proceso. Una conclusión gruesa es la que, desde esta perspectiva del medio televisión, se hace factible y verosímil la coherencia del gran espectáculo de la trivialidad y el caos político imperante.

Buena lectura.

 

 

Presencia de una ausencia, realidad volátil, imágenes ectoplásmicas, encapsulamiento de la realidad, conciencia sitiada: todo ello señala en la dirección de una devaluación de la realidad, a un distanciamiento ascético, a un principio de renuncia a la inmediatez táctil, al contacto personal, a la percepción inmediata, a la interacción erótica individualizada, a la relación intuitiva con el entorno físico. El encapsulamiento mediático del espectador moderno configura la condición de una existencia individual monádica, degradada psíquica y sexualmente, comunicativa y artísticamente. La televisión, y más tarde las redes de comunicación electrónica, desempeñan el papel del sacerdote nihilista. Este nihilismo mediático tiene que ver fundamentalmente con la dialéctica del reconocimiento electrónico, y, en general, con la transformación mediática de la relación humana con su hábitat social y natural. Es el resultado de su doble condición de distancia y proximidad con respecto al objeto, de mediación técnica y manipulativa, por una parte, y de cercanía mimética o poder mágico por otra.  Y es asimismo la imposibilidad por parte del espectador televisivo o del agente de la comunicación electrónica de conferir un sentido al mundo que le rodea. Es la condición electrónica de la destrucción de la experiencia. Los paisajes televisivos de las guerras tardomodernas, sus signos entrecruzados de violencia sádica e indiferencia moral, no son más que el exponente extremo de esta constelación.

Marie Winn ha señalado al respecto […] Mirar la televisión no es verla. No comprende un proceso cognitivo de percepción, elaboración reflexiva de imágenes y textos, no es una experiencia. Se da por sentado que la televisión no puede verse reflexivamente a sí misma. Mirar la televisión tampoco significa contemplarla. La contemplación supondría una relación meditativa o estética en un sentido tradicional de la palabra. Mirar televisión es la experiencia negada de una visión encerrada en los límites de su radical opacidad…

Una encuesta reciente de Nordenstreng en Finlandia señalaba un paradójico resultado. El porcentaje de población que presenciaba por lo menos en una ocasión diaria los programas televisivos de noticias era alto: un 80 por ciento exactamente. Pero la aplastante mayoría de estos espectadores no sabía responder la pregunta sobre lo que recordaban de las noticias del día anterior. La frase usual era <<Nada importante sucedió ayer>>. Nordenstreng formulaba una conclusión literal a esta situación: la indiferencia subjetiva con respecto a los contenidos efectivos del flujo mediático, la neutralización electrónica de la experiencia, el carácter no reflexivo, sino ritual, del acto de mirar la televisión.

Uno de los comentarios de telespectadores recogidos por Sut Jhally señalaba, entre otras características de su experiencia mediática <<Procuraba mirar la televisión siempre que podía, pero no me devolvía un sentimiento real de placer. Era como no tener orgasmo, no tener catarsis, algo muy frustrante. La televisión no me daba la satisfacción prometida, sin embargo, seguía mirándola…La televisión prometía tantas cosas, no podía contenerme, y luego todo acaba evaporándose en el aire…>>. ¿Cómo definir una experiencia señalada por la expectativa de un placer mágico, casi se diría que por una especie de redención, y, al mismo tiempo, por la compulsión y la adicción, la hipnosis o la anestesia, la falta de concentración reflexiva, la frustración reiterada y permanente, junto a una suerte de ataraxia frente a una realidad de todos modos evanescente?

La respuesta a esta central cuestión suele ser una serie de slogans como adicción a la pantalla, hipnotización, distracted listening, compulsión, inercia, colonización del tiempo… o bien formateo de la interacción subjetiva y de la atención, influencia sobre las expectativas y predicciones, efecto sobre el almacenamiento.  […….]

En el reino frío de la inmaterialidad cristalina y del realismo holográfico los objetos adquieren la misma consistencia que los ectoplasmas espiritistas. Pero así como la abstracción estética del arte moderno, y sus valores asociados a la pureza, vacío y racionalidad, se complementaron con lo que, en su expresión más violenta, el surrealismo llamó irracionalismo caníbal, así también la volatilización de lo real se complementa con el hiperrealismo dramático de una pornografía mediática que abarca desde la publicidad hasta los espectáculos al vivo de razias, secuestros, asesinatos o genocidios, y en los canales de comunicación electrónica toda una amplísima gama de efectos hiperreales que incluyen desde un sadismo sexual de características explícitamente criminales hasta el terrorismo. El hedonismo publicitario, con sus símbolos eróticos o sus efectos subliminales o el hiperrealismo de la imagen documental o electrónica, intensificado por la descontextualización y fragmentación de la presentación informativa, y autentificado como realidad radical a través de esta carga emocional y dramática, constituyen la necesaria otra parte del distanciamiento mediático, de la volatilización de la realidad que impone, y del vaciamiento de todo sentido subjetivo en el espectáculo electrónico.

Entre el nihilismo estético que atraviesa las vanguardias y la eliminación de la experiencia en los medios electrónicos de comunicación existe una conexión lógica. La indiferencia y pasividad dadaístas, la estética surrealista de lo alucinatorio, o la espectacularización de lo real proclamada por los futuristas constituyen algunos de sus hitos más señalados. Su significado estético se reitera en el espectáculo mediático contemporáneo, en su culto a la violencia y su indiferenciación de una realidad fragmentada, descontextualizada, indiferente. El espectáculo de la destrucción, a la vez como visión de la muerte o sus metonimias, y como eliminación de los vínculos comunitarios, comienza con esta volatilización técnica del objeto, la visión de su transubstanciación, el éxtasis del vacío y lo sublime.

jueves, 23 de febrero de 2023

DESATORNILLAR Y DESCERRAJAR: LAS BELLAS ARTES PARA DEMOLER EL SISTEMA SANITARIO PÚBLICO



A Pablo Simón y tantos otros profesionales indóciles que he tenido la suerte de conocer.



Estamos asistiendo a una fase avanzada en la demolición del sistema sanitario público. Desde mis coordenadas biográficas se encadenan varios tiempos de signo antagónico. Fui participante en la construcción de un sistema público y universal que impulsó la reforma sanitaria del principio de los ochenta. Esta propició una expansión muy importante del sistema, pero, sobre todo, generó un espíritu que propició múltiples iniciativas a todos los niveles. En ese período se vivía una gran energía por parte de los reformadores. Tan sólo diez años después, en 1991, el Informe Abril inicia una contrarreforma en la línea de la gran reestructuración neoliberal de los estados de bienestar. Las dos reformas ensambladas generan una confusión y opacidad monumentales en el interior del sistema.

Las reformas neoliberales de este tiempo se fundamentan en la supresión de la deliberación pública. Son instituidas desde una red de instituciones globales que determinan los contenidos y los ritmos de las mismas. Las administraciones las implantan a toque de corneta sin consulta alguna, referenciadas en el mito de la modernización y la eficiencia. El agente primordial en su implementación es la institución gerencia, que desembarca en los centros sanitarios con sus contingentes nutridos de profesionales expertos en los métodos y saberes de la nueva empresa. Así, se multiplican las direcciones y sus staffs, que se insertan en las organizaciones de salud para impulsar los cambios requeridos. El resultado de esta contrarreforma es la disipación del espíritu de la reforma sanitaria, que es reemplazado por el sistema de supuestos y sentidos del gerencialismo. Durante las décadas siguientes al Informe Abril, muchos líderes profesionales médicos y enfermeros, así como la casi totalidad de las organizaciones científicas y profesionales, han sido absorbidas por la nueva contrarreforma, colaborado activamente en este proceso de reconversión. Este factor explica la debilidad de las respuestas en el presente.

Las reformas neoliberales actúan pausadamente, sin forzar los tiempos. La metáfora más adecuada para sintetizar su acción es la desatornillar. El PSOE representa el partido más competente en este arte durante largas décadas. Se trata de desenroscar, contraer, encoger, achicar, reducir moderadamente, debilitar, aflojar, achicar, sincopar. Así, la disminución de efectivos es incremental a lo que se suma la proletarización desbocada de las nuevas promociones. El aspecto principal del arte de desatornillar es la imposición de una cultura de empresa gerencialista extraña a las culturas asistenciales de los sanitarios. Así se va conformando una masa de profesionales desarraigada, atomizada y fácil de manejar por las legiones gerenciales. Se trata de generar una situación de anomia especial, caracterizada por un exceso de normatividad que termina por desprofesionalizar a los médicos y enfermeras, aturdidos por el torrente de reglamentaciones extrañas a sus culturas profesionales convencionales.

La segunda estrategia es la de descerrajar. Esta consiste en hacer saltar los cerrojos existentes para el proyecto de los reformadores, que porta finalidades extrañas a los profesionales asistenciales, debilitados por el extrañamiento cultual resultante de la acción de los desatornilladores. En el oficio de descerrajar muestran su competencia el PP de Madrid o de Andalucía, que practican una versión creativa de la doctrina del shock. Así pueden interpretarse la política audaz de consultorios sin médicos o centros vaciados. En este caso, la finalidad es avasallarlos, tras largos años de preparación mediante el arte de la maceración. Esta táctica implica saltos que son factibles por el estado de confusión, tanto de los profesionales como de los pacientes.

Una ventaja esencial de las reformas neoliberales en curso es que no necesitan convencer a sus destinatarios. Se trata más bien de imponer una situación de facto con la finalidad de obtener la aceptación de los destinatarios por agotamiento. Estos terminan por desistir ante las realidades propiciadas por las políticas de las gerencias. Los veranos son tiempos fértiles en el ensayo del nuevo orden asistencial, regido por la reformulación creativa del viejo precepto que se convierte en “ser realistas, aceptad lo imposible". Así, cada profesional puede experimentar su adaptación a la degradación asistencial por minimización de la oferta. He sido profesor universitario en los primeros años de la Reforma Bolonia y ese era el código: Aceptar lo imposible convirtiéndose en un maestro de la prestidigitación, la simulación y la chapuza.

De estas estrategias resulta un debilitamiento de los profesionales, que son expropiados de los resultados de su propia asistencia, siendo convertidos en cómplices en esta. La degradación resultante es incremental, creando las condiciones para su demolición controlada y silenciosa, facilitando la colonización gerencialista de los centros de salud y hospitales. Es menester generar una masa profesional semejante a la de los pueblos colonizados. Aturdida y confundida, huérfana de referentes y rigurosamente atomizada. Esta premisa facilita la privatización en marcha, que solo puede materializarse sobre un sistema público debilitado y domeñado.

Prefiero no exponer aquí lo que pienso de las organizaciones profesionales en estos años de erosión como efecto de la acción de los desatornilladores. Estas han facilitado el desembarco de los descerrajadores. En cualquier caso, celebro la dimensión que están alcanzando las resistencias. Pero no me llevo al engaño. Como sociólogo conozco la multidimensionalidad de los conflictos, que siempre son poliédricos y simultanean varias significaciones. La presencia prolífica en las incidencias de estos meses de los desatornilladores, apunta a un escenario incierto tras las próximas elecciones municipales y autonómicas, y las generales después. La hipótesis peor puede ser la de un conflicto sectorial entre los desatornilladores y los descerrajadores.

En coherencia con esta perspectiva, soy escéptico con respecto a la recuperación de un sistema público de salud en este escenario y con estos partidos. Toda la energía producida en estos meses puede disiparse si no se referencia en un proyecto ofensivo de recuperación del estado del bienestar. Aún siendo muy encomiables, las huelgas y manifestaciones en curso tienen sus efectos estrictamente limitados si se sustentan en un espíritu defensivo. Lo que se pide es sobrevivir, reforzar, o alcanzar mínimos asistenciales. Es decir, que se trata de un movimiento defensivo y reactivo a la demolición. Por el contrario, la privatización es una parte de un movimiento sustentado en fuerzas muy poderosas dotadas de un proyecto fuerte. Un movimiento de resistencia a los cerrajeros no basta, no se corresponde con la escala de desafío que implica la demolición.

Por esta razón, si la movilización no se acompaña con una verdadera ebullición cognitiva que desemboque en una refundación de este sistema debilitado, que haga girar los tornillos tan debilitados en la dirección contraria de las agujas del reloj, todo puede terminar siendo insuficiente. Es menester generar un nuevo espíritu colectivo con respecto al sistema de atención a la salud. Cuando, en las conversaciones públicas sanitarias, escucho la palabra “reforzar”, me echo a temblar. En mi esquema representa el abandono provisional de los descerrajadores para ceder la dirección a quienes van a dar otra vuelta más a los tornillos. Todavía recuerdo la emergencia de mil propuestas de reforma en el principio de los ochenta. Eso es.

 

domingo, 19 de febrero de 2023

LA CIUDAD PROHIBIDA DE LA FAMILIA REAL ESPAÑOLA

 

Leo en el Diario.es un texto de Ignacio Escolar que desvela una realidad de la que los madrileños somos ajenos. Se trata del Monte del Pardo, una extensa propiedad vallada para uso y disfrute de la Familia Real cuya superficie es mayor que la misma Casa de Campo, y que es inaccesible a los denominados ciudadanos. Escolar propone una analogía con la dinastía Ming en China, que disfrutó de su misteriosa Ciudad Prohibida. Esta es, entonces, la Ciudad Prohibida de los Borbones, que tiene lugar bien avanzado el Siglo XXI, ante la indiferencia ciudadana y el fervor de su corte político-mediática especializada en generar una metamorfosis de la realidad que adoctrine a los distantes súbditos acerca de las virtudes democráticas de los sucesivos titulares de tan ínclita monarquía.

Un viejo amigo me propone firmar en favor de distintas iniciativas para modificar el estatuto jurídico del Rey Felipe, que como todos los ocupantes de esa posición se encuentran ungidos por la inviolabilidad. Lo más insólito de esta institución, radica en que ha sido capaz de convertir las instituciones representativas en una inmensa Corte, lista para pasar el besamanos cuando sea convocada. Así e configura un paraíso jurídico en el interior de la democracia, en el que reina la excepcionalidad. Esa Corte inmensa, sustentada en las cámaras y los micrófonos, genera una gran masa de apoyo, en tanto que espectadores adoctrinados en las narrativas audiovisuales que les otorgan el protagonismo. El espectáculo persistente que más me conmueve es, precisamente, la concurrencia de públicos de los denominados de “a pie”, que los aclaman allá donde van, mostrando impúdicamente su fanatismo.

La simbiosis de esa gran Corte con ese público aclamador sustenta la democracia española y hace inteligible el milagro de la metamorfosis de la realidad que tiene el honor de diseñar y ejecutar el sistema mediático. Así, Juan Carlos, un acumulador insaciable de activos financieros, es presentado como una persona providencial, además de cercana y campechana. Entiendo que esta Monarquía tiene la competencia acreditada de ejecutar un espectáculo primoroso. La comparecencia de eventos críticos que afectan a los comportamientos de tan distinguida familia, sólo ha suscitado un estado de expectación social moderadamente crítico.

Desde esta perspectiva cabe comprender la historia de su Ciudad Prohibida que nos propone Escolar, así como la complicidad de la Corte tan bien dotada en la competencia de evadirse; la aptitud de los medios para subordinar las cuestiones jurídicas y políticas a un relato enternecedor que ensalza las travesuras del abuelo y sus nietos, principalmente Froilán; y la audiencia que termina por aceptar esta historia como la de unos pícaros entrañables, desplazando lo político-formal a un segundo plano.

La Monarquía es la institución axial del Régimen del 78, y la deriva de descomposición de sus instituciones remite a ella misma como un factor clave. Desde mis coordenadas biográficas, fui procesado y condenado por el entonces Tribunal de Orden Público por propaganda ilegal, al ser detenido repartiendo un texto del PCE, criticando la investidura de Juan Carlos como Rey por las Cortes Franquistas en 1969. Además, cumplí la condena de un año de prisión. En numerosas ocasiones he afirmado en público mi orgullo personal por esta condena. Por eso me disgusta contemplar el espectáculo de la confluencia de multitudes de palmeros, de políticos coautores de la metamorfosis mediática de la Monarquía, y de periodistas que reelaboran el relato sobre esta institución ubicándolo en la sección de amores prohibidos.

El término Ciudad Prohibida de los Borbones me parece fantástico. Denota el espacio subterráneo, inaccesible a nuestras miradas, en el que los ilustrísimos miembros de esa institución toman sus decisiones y desarrollan sus vidas. La Ciudad Prohibida puede ser entendida como la región posterior de Erwing Goffman, el lugar en el que se cuecen los negocios y resplandece la verdad. Lo que aparece en el Parlamento o los medios es, siguiendo la propuesta de este autor, es la región fontal, que es donde los actores se ajustan a los papeles preestablecidos, determinados por el guion de la historia oficial. En ese recinto misterioso se materializan las transacciones invisibles al gran público que conforman un orden político en el que lo oculto adquiere unas proporciones inusitadas.

En cualquier caso, disiento de las posiciones que ponen a las instituciones políticas en el centro de la cuestión política en el presente. Recuerdo mis últimos años en la universidad, en la que la gran mayoría de estudiantes de izquierda vivía ajeno a las instituciones de la individuación y conducción, y se focalizaba a lo político convencional. En esas coordenadas, la cuestión de la República adquiría una centralidad desmesurada en detrimento de los poderes transversales que empujan en favor de la contrarrevolución neoliberal en curso. El resultado de este sesgo es la marginación con respecto a los procesos políticos más relevantes que se materializan en la nueva educación, la empresa postfordista, las poderosas psicologización y medicalización, así como la mediatización y digitalización desbocada. Todas ellas se funden en una nueva individuación que recompone drásticamente lo social como una formidable e inédita sociedad de control.

Este es el texto de Escolar acerca de la Ciudad Prohibida de la Familia Real

 

El palacio imperial de la dinastía Ming, en China, fue bautizado como la Ciudad Prohibida porque durante siglos las personas corrientes no podían entrar. Solo la realeza y sus sirvientes. ¿Suena exótico? ¿Anacrónico? Pues las 72 hectáreas de este enorme complejo palaciego vedado a los mortales son una ridiculez, si se compara con lo que ocurre aún hoy en España.

Pocos madrileños son conscientes de ello. Yo llevo viviendo en esta ciudad desde hace cuatro décadas y no me sabía al detalle esta historia, al menos no en su enorme dimensión. Una cuarta parte del territorio municipal de Madrid –casi 16.000 hectáreas– es un coto de caza vedado a los madrileños, que tienen prohibido entrar. Hablo del Monte del Pardo, la zona verde más grande de la capital de España, que solo es accesible en apenas un 5% de su extensión. La mayor parte del terreno está cercado por una valla de 66 kilómetros de largo, y es de uso exclusivo de la familia real.

Que los reyes de España tuvieran parques y jardines para su disfrute personal no es una novedad. Fue así con el parque del Retiro, que solo usaron los Borbones hasta bien entrado el siglo XIX. Pasaba lo mismo con la Casa de Campo, que fue también terreno exclusivo de los reyes hasta que llegó la II República. Y sigue siendo así, en el siglo XXI, con el Monte del Pardo. Insisto: este coto de caza mide 160 kilómetros cuadrados, un 26% del terreno total de la capital. Y hablo de un enorme bosque de propiedad pública: es de Patrimonio Nacional. 

No busques una equivalencia similar en cualquier otro país de nuestro entorno. No encontrarás nada igual. ¿Es normal que una capital europea tenga vedado el acceso a sus propios ciudadanos de una cuarta parte de su territorio? ¿Tiene sentido que en pleno siglo XXI se mantenga un privilegio así? Y la pregunta más importante, en mi opinión: ¿cómo es posible que este tema no haya generado siquiera un debate público en España, aunque la conclusión final sea que hay que limitar el acceso a esa zona para proteger ese entorno natural? ¿Por qué la mayoría de mis vecinos no es probablemente consciente de que la mayor zona verde de Madrid es solo para los reyes y sus amigos? Un espacio de recreo para que puedan cazar corzos, o esconder en otro palacete de tres millones de euros a su amante, como ocurrió con Corinna Larssen, que vivió varios años allí.

Te recomiendo que leas este reportaje que publicamos sobre El Pardo. Y que preguntes a tus amigos si conocían esta historia. ¿Nos parecería normal que hoy la Casa de Campo o el Retiro fuesen solo para reyes? Pues El Pardo es cuatro veces más grande que estos dos parques juntos. Y sigue siendo, en el año 2023, la Ciudad Prohibida de la dinastía Borbón.

 

lunes, 13 de febrero de 2023

TODOS CASTIGADOS MIRANDO A LA PARED

 


La ley no ha sido establecida por el ingenio de los hombres ni por el mandamiento de los pueblos, sino que es algo eterno que rige el universo con la sabiduría del imperar y del prohibir

Cicerón

Los que tienen a su cargo el gobierno cuiden de no aprobar indirectamente lo que directamente prohíben

Thomas Hobbes

 

La prohibición y el castigo presidió mi infancia irremediablemente. Mi familia frecuentaba las terrazas en los días festivos, en donde los niños podíamos esparcirnos y practicar distintos juegos, que tenían como consecuencia el deterioro de la ropa que llevábamos. Nos vestían impolutamente para nuestra comparecencia en el espacio público. La aparición de manchas comportaba un castigo por parte de mi severo padre. Este consistía en ponerme cara a la pared con la advertencia de que tenía que mantener la postura y no mirar hacia atrás. Recuerdo los comentarios jocosos a mi espalda de muchos transeúntes, así como el tono imperativo de mi padre cuando me comunicaba el castigo: ¡Ponte de cara a la pared! Esta sanción implicaba ser convertido en un réprobo sometido a la visibilidad pública.

La vida consistía en un amplísimo catálogo de prohibiciones y castigos que se diseminaban por toda la vida cotidiana. Recuerdo escarmientos desmesurados por jugar al fútbol bajo la lluvia; por reír en casa en la Semana Santa, por besarme con mi novia de entonces en una cafetería de San Sebastián, en la que nos conminaron a marcharnos de allí calificados públicamente como indecentes. Más adelante la cosa no mejoró mucho. No puedo olvidar los controles en las pensiones que ejercían los conserjes ante una pareja joven. En más de una ocasión requerían el libro de familia. Recuerdo una noche en Foz (Lugo) en la que nos amenazaron con llamar a la policía tras calificarnos como guarros.

Por eso celebré vehementemente la llegada de la democracia, en la convicción de que una de sus dimensiones sería la de neutralizar la espesa de red de reglamentaciones y prohibiciones que había tejido el nacionalcatolicismo. Fueron años optimistas en lo que se refiere a las libertades individuales, aunque todavía no había percibido la acción molecular de los poderes plurales instituyentes de la prohibición y del castigo. Se pueden sintetizar esos años como la división de la vida en áreas o espacios sociales en los que se encontraban abolidas de facto las viejas prohibiciones, y otros en las que estos resistían al cambio con una tenacidad encomiable. Este pluralismo en las formas de vivir me conformó como persona, pudiendo resarcirme de mi infancia y adolescencia forjadas en un medio social caracterizado por el punitivismo integral.

La lectura de Lipovetsky me alertó acerca de lo que denominaba como democracias disciplinarias, ayudándome a racionalizar mis encuentros con los mundos regidos por las prohibiciones y las amenazas. Después pude leer a varios autores de la criminología crítica, entre los que Baratta me fascinó. También algunos textos de Fernando Álvarez Uría y Julia Varela, que me remitieron a Foucault. Wacquant y César Manzano enriquecieron mi perspectiva, haciéndome comprender que mi vida se desarrollaba en contextos de prohibiciones blandas, pero que me encontraba rodeado de zonas sociales en las que imperaban privaciones y sanciones duras.

En los años siguientes pude comprender en su integralidad el concepto de gubernamentalidad, enunciado por Foucault y desarrollado por los denominados autofoucaultianos, que significaron una fértil tormenta que modificó mi esquema referencial, Nikolas Rose principalmente. Desde esta perspectiva modelé mi mirada sobre la acción de gobierno. Así pude resolver el dilema de la sociedad en la que me encontraba. La atenuación aparente de los castigos generaba una idea de libertad que era contradicha por una intensísima reglamentación que afecta a toda la vida. La gubernamentalidad neoliberal dominante situaba a cada cual en un campo estrictamente programado, dejando a su albedrío las acciones para ajustarse a tan sofisticado sistema de recompensas y sanciones. En esas he vivido hasta que recientemente el nuevo gobierno, el más progresista de la historia y tan integralmente globalista,  ha devuelto la perplejidad a mi vida mediante el retorno al imperio de la prohibición y el castigo.

Todo estuvo sumergido hasta que llegó la pandemia. Esta descubrió la nueva gubernamentalidad que portaba el salubrismo autoritario que se fusionó con el nuevo poder modelado por el encadenamiento de sucesivos estados de excepción. Este acontecimiento me regeneró desde el comienzo mismo del primer confinamiento como sujeto crítico. En este tiempo publiqué en este blog muchos textos de resistencia, consciente de que el estado de excepción sanitario sólo era la avanzadilla de un nuevo autoritarismo. Tras el huracán Covid se destapó un catálogo insólito de métodos autoritarios que anuncian el final de la era del gobierno con rostro amable. La experiencia de ser gobernado imperativamente, reglamentando mi cotidianeidad y reclamando mi obediencia bajo la coacción de ser declarado negacionista, que es un término que sintetiza certeramente la imponente homogeneización que se deriva de la nueva gubernamentalidad. Los salubristas, fusionados con los policías y expertos en seguridad, nos habían convertido en cifras, recuperando las peores premoniciones de Zamiatin.

El final de la pandemia ha revelado la naturaleza de los proyectos y los actores políticos de este tiempo. Las últimas leyes aprobadas en España multiplican las reglamentaciones, suponen una escalada brutal de la prohibición, así como la divinización el castigo, en una apoteosis autoritaria del novísimo estado/mercado. Me impresiona en particular, visto desde una perspectiva histórica, la confluencia entre el feminismo de estado y el derecho penal. Los discursos de las autoridades se enuncian en tonos agresivos y amenazantes, desplegando sus catálogos de sanciones y castigos. Estos discursos, que coexisten con la persistencia inexorable de la violencia de género, fomentan el egocentrismo de las miradas desde el interior de las instituciones políticas, reforzando la quimera que desde las instancias gubernamentales se puede controlar toda la sociedad. Las informaciones emitidas por personas en actitud amenazadora, exponiendo su imaginario de cárceles, condenas a perpetuidad, pulseras electrónicas y otros dispositivos de vigilancia, culto a la policía como instancia fundamental en la resolución del problema…

El abrazo de la izquierda y el derecho penal es inquietante. La ausencia de cualquier reflexión sólida acerca de la expansión de comportamientos reprobables, deviene en un déficit crónico. Así se reproduce la deriva fatal del Plan Nacional de Drogas, que desde los años ochenta experimenta una secuencia de fracasos de una magnitud macroscópica. El divorcio entre sus propuestas y la forma de conocer y de vivir de las distintas generaciones que van desfilando hasta la actualidad crece a saltos. Así se alimenta un fundamentalismo que cercena la eficacia de las intervenciones. El descalabro del ese dispositivo termina por bloquear sus resultados y se extiende inexorablemente al sistema educativo y los sistemas de bienestar de los estados.

No puedo ocultar mi decepción ante el enfoque basado en el derecho penal que practica el gobierno. Cuando escucho algunas propuestas, -tales como que es preciso acelerar la asignación del Ingreso Mínimo Vital a las mujeres maltratadas que no dispongan de recursos propios para facilitar el abandono de sus domicilios-, entiendo que la crisis de conocimiento ha adquirido un volumen desmesurado. Se puede hablar en rigor de burbuja autorreferencial del feminismo de estado. En esas condiciones, la operatividad de sus propuestas, fundadas en la multiplicación de policías y dispositivos de vigilancia, parece imposible. Pero lo peor radica en la creencia de que la perspectiva de género puede trasmitirse desde cursos patrocinados por el estado o como nueva asignatura en la institución mortuoria de la escuela y los centros educativos.

Estas propuestas destapan un concepto de deificación del estado, en este tiempo destituido eficazmente por la red de poderes globales. Para ser eficaces las políticas punitivas, es menester la existencia de un estado total, al estilo de la vieja URSS o las ínclitas democracias populares. Estos estaban caracterizados por un sistema de coherencias entre el gobierno, los sistemas educativos y los sistemas policiales y penales. En estos contextos se maximizaba la vigilancia protagonizada por una inmensa policía, que contaba con millones de confidentes, además del control de los severos tribunales.

Las leyes feministas, y también la del bienestar animal y otras basadas en la multiplicación de castigos, multas y encarcelamientos, carecen de realismo, en tanto que la policía y el sistema penal carecen de la extensión, así como de la coherencia con los legisladores, necesarios frente a la proliferación de comportamientos punibles. Por eso corren el riesgo de seguir la senda del Plan Nacional de Las Drogas, que se puede sintetizar en la fórmula de furor prohibitivo, impotencia de la vigilancia, incremento de la población encarcelada y, paradójicamente, expansión de los públicos consumidores, de modo que se conforma un abismo entre los fundamentalistas del estado y los microcontextos cotidianos, en los que se reproducen y reinventan los consumos y los modos de consumir. En mis años de profe participé en distintas mesas y jornadas sobre este impertinente asunto, constatando la crisis de los prohibidores, entre los que los policías detentaban récords de desorientación. Me gustaba decirles que ellos mismos eran unos marginados de los mundos de la vida.

En estos días he soñado que retornaba mi mismísimo padre, transformado en alguna ministra dotada de un grado de santidad que le permitía afirmar con contundencia que iba a transformar la realidad mediante la ley, la vigilancia y el castigo. Tiene gracia que en el final de mi vida vuelvan a castigarme mirando a la pared, tal y como hacía mi padre. Me imagino en un edificio oficial mirando a la pared varias horas rodeado de otros indeseables por transgredir algún precepto de la nueva ley de animales. Si algo he aprendido es justamente la baja eficacia del castigo. La ventaja de la generalización de ese castigo es que habría que habilitar muchos metros de pared para tanto réprobo, y esa sí que es una competencia realista que tiene este flamante estado/mercado.

 

 

 

 

 

lunes, 6 de febrero de 2023

EL REVIVAL DE "LA NÓMINA DE MI PADRE"

 Han transcurrido diecisiete años desde que, en 2006, Forges escribiese en “El País” un texto con el título de “La nómina de mi padre”, que sintetiza certeramente la evolución del sistema económico desde los pasados años sesenta. En el mismo se contrasta la situación de las generaciones instaladas en el mercado laboral desde antes de los felices ochenta, y aquellas que llegaron al mismo con posterioridad. Este texto es extremadamente lúcido, en tanto que visibiliza la evolución del sistema, que se puede sintetizar en la fórmula de crecimiento económico con penalización severa a los contingentes de nuevo ingreso en tan misteriosa institución.

Por su interés, lo reproduzco en su integridad

 

LA NÓMINA DE MI PADRE

 

La nómina de mi padre en diciembre de 1979 era de 38.000 pesetas. Él trabajaba como peón en una obra. En ese mismo momento le ofrecieron comprar una casa. Le pedían un total de 500.000 pesetas por ella.
Decidió no arriesgar y continuar viviendo en régimen de alquiler, en unas condiciones muy buenas. Se trataba de una casa modesta pero muy bien ubicada, en pleno centro de un pueblo cercano a Barcelona. A los pocos meses mi padre y mi madre compraron un terreno en otro pueblo de la misma provincia y en menos de cinco años de esfuerzo ya habían levantado y pagado una vivienda de 120 m2.

Han pasado 27 años. En 2006 y en el mismo pueblo donde viven, un piso modesto de 75 m2 a las afueras no se encuentra por menos de 35 millones de pesetas, y estoy siendo muy generoso.

En el año 1979 el coste de un piso era del orden de 14 mensualidades De un peón de obra 38.000 pts/mes x 14 meses = 532.000 Pts.

El sueldo en 2006 de un universitario recién titulado en ingeniería informática sin experiencia profesional no llega a las 200.000 pesetas mensuales.

En el año 2006 una vivienda modesta cuesta 175 mensualidades (14 anualidades!!!) de un ingeniero informático. 200.000 pts/mes x 175 meses = 35.000.000 pts

Las jóvenes de hoy necesitaríamos cobrar 2,5 millones de pesetas mensuales para estar en igualdad de condiciones con nuestros padres que compraron una vivienda a principios de los años 80.
2.500.000 pts/mes x 14 meses = 35 Mill. de Pts.

Los pisos en el año 2006 deberían costar 2,8 millones de pesetas para que los jóvenes de hoy estemos en igualdad de condiciones con nuestros padres en 1979 200.000 pts/mes x 14 meses = 2.800.000 pts

No encuentro adjetivo alguno en el año 2006 para calificar lo que mi padre consideró arriesgado en 1979.

Está claro que los pisos no van a pasar a costar de la noche a la mañana 30 veces menos, de 35 a 3 millones.

También está claro que no voy a cobrar 2,5 millones de pesetas mensuales, por muy buen trabajo que encuentre y por muchos estudios que tenga.

Lo primero que se le ocurre a uno es seguir viviendo en casa de sus
padres y ahorrar el 100% del sueldo durante los próximos 14 años, para el año 2020 (yo rondaré ya los 40 años de edad) tendré el dinero suficiente para comprar una vivienda al coste del año 2006 pero, por supuesto, no al coste del año 2020. Evidentemente esta ocurrencia la desecha uno antes de hacer cualquier cálculo.

Aunque un joven bienintencionado consiga ahorrar 2, 4 o 6 millones con mucho esfuerzo en pocos años, a día de hoy nunca podrán evitar lo siguiente:

1) Pedir un préstamo al banco a 40 o 50 años (si consigues ahorrar 2, 4 o 6 millones puedes reducir el período a 35 - 45 años, pero 5 años no supone prácticamente nada cuando estamos hablando de medio siglo de pago). Te darás cuenta de que no vives en una democracia sino en una dictadura. El dictador no se llama Francisco Franco o Fidel Castro sino La Caixa, BSCH, Banco de Sabadell o, en general, "la banca". Ni siquiera tendrás la libertad de decir lo que piensas a, por ejemplo, tu jefe, no vaya a ser que cierre el grifo y no puedas pagar al dictador.

2) La otra solución es pagar un alquiler de por vida. En este caso el dictador se llamará Juan García, José Pérez o Pablo el arrendador. La situación no es distinta a 1).

Después de esta reflexión ten la delicadeza de no decir a un joven que su problema es que no ahorra, eso fue válido para ti en 1979, incluso era válido para algunos jóvenes en 1999, pero no en 2006, en 2006 sólo consigues cargar con más impotencia, si cabe, al muchacho.

El esfuerzo de nuestros padres, sin duda alguna admirable, no era estéril podían obtener una vivienda de propiedad en un período de 5 años). El mismo esfuerzo realizado por nosotros, los hijos, sólo llega para quizá reducir en 5 años una hipoteca de medio siglo.

La vivienda nunca fue un objeto para enriquecerse, sino para vivir. Es de lo poco material que sí necesitamos. La ley del libre mercado puede establecer el precio de los televisores de plasma al precio que quiera... yo no los compraré... pero nunca tuvimos que permitir que esa misma ley fijara el precio de la vivienda, porque todos necesitamos vivir en una y no todos podemos pagarla. Los jóvenes, incluso aquellos que tenemos estudios superiores, no podemos competir".


Forges, EL PAÍS, 2/5/2006

 

La lectura de este artículo desde las coordenadas de hoy, supone una verdadera experiencia, en tanto que hace factible comprender la falsedad de las representaciones imperantes en el sistema económico/político/mediático acerca de la realidad. La situación para los más jóvenes puede sintetizarse en la fórmula de intenso consumo en el nuevo mundo low cost del consumo -creado precisamente para ellos- y denegación fáctica de la vivienda. El contraste entre generaciones se hace patente. Yo mismo vivo en un edificio lleno de inquilinos jóvenes que viven en el modelo de alquiler compartido, que simultanean con un consumo inmaterial desbocado en las redes y las múltiples formas de streaming. Cada cual confinado en su habitación y entretenido compulsivamente por los espectáculos que muestran los medios y las industrias del imaginario. Cada cual recluido en un medio físico achicado, pero que dispone de más de una pantalla individual, en la que se forja como disciplinado espectador.

Esta gran mutación de la época, cuya realidad permanece rigurosamente oculta tras una maraña de cifras, simulaciones y discursos expertos, fue el factor que desencadenó aquello que fue designado como “El 15 M”, que remitió a un conjunto de protestas, prácticas políticas colectivas, climas ciudadanos y actividades comunicativas que convergieron en un proceso que se puede designar como una reprobación al sistema político imperante. Este cristalizó en 2014 con el desembarco de nuevos partidos en el raído sistema político nacido en la transición política. La gran reprobación fue reabsorbida por las instituciones y los medios, siendo neutralizada integralmente.

Hoy sólo queda algún simulacro político protagonizado por los recién llegados a las instituciones y televisiones, que impulsan medidas simbólicas que no afectan al núcleo de la perfeccionada sociedad del mercado total, en la que el suelo tiene un estatuto de divinidad. La gran reprobación ha desaparecido, sólo quedan de ella algunos ecos engañosos. Algunos de los nuevos nobles del Estado del Suelo promueven medidas microscópicas en relación con las realidades del cambio operado, y las venden bajo el prospecto comercial de “mejorar la vida de la gente”. Pero la gente menuda se encuentra sometida a la verdad de ser inquilinos de por vida, o a vivir bajo la coacción permanente de la hipoteca. También a ser recluidos durante un tiempo excesivo a la condición de aprendices, becarios y otras fórmulas de espera para aterrizar en tan misterioso mercado de trabajo. Así se regenera el sistema político como una maquinaria capaz de producir ensoñaciones. El nuevo capitalismo es un dispositivo de seducción que responde a la regla del encantamiento, en el que la nueva izquierda desempeña un papel de reservorio de esperanzas.

Este caso ilustra una gran regresión que contrasta con las expectativas incubadas en el comienzo del postfranquismo. La cuestión principal radica en que los proyectos políticos de la misma izquierda se dirigen a apuntalar el Estado del Mercado Total y del Suelo-Divinidad inaccesible. La definición de “la buena vida”, que enunciaron los zapatistas al principio de los años noventa, y que no se encontraba determinada por el consumismo individualista posesivo ni otras variables económicas, sino, por el contrario, por variables relacionales, inmateriales, institucionales y comunitarias, se ha disipado completamente en los discursos de la izquierda del presente.

Quizás sea Jean Baudrillard quien mejor sintetice el presente de la congelación de la gran reprobación, desvelando el devenir fatal del sistema político productor de una mascarada:

Su quintaesencia ha sido, más allá de lo económico y de lo político, la forma en que ha dominado una simulación que afecta a los valores de todas las culturas y que se encuentran en la base de la hegemonía actual. Porque esta última ya no se asienta en las exportación de las técnicas, los valores y las ideologías, sino en la extrapolación universal de una parodia de esos valores […..]Lo que no se suele apreciar es que esa hegemonía -ese dominio de un orden mundial cuyos modelos, no sólo técnicos y militares, sino también culturales e ideológicos, parecen irresistibles-lleva aparejada una reversión a través de la cual ese poder se ve lentamente minado, devorado, canibalizado por aquellos mismos que canibaliza”.

Imagino un futuro en el que los inestables laborales y poseedores de nóminas chicas, concentrados en soluciones habitacionales que se materializan en un pequeño cuarto en régimen compartido, sean instruidos por una legión de psicólogos y otros expertos para que adquieran las competencias y comportamientos requeridos en la convivencia residencial. Al menos, con estas generaciones, será más fácil desplazarlos a las residencias cuando lleguen a la  condición de ancianos. Conformarán la primera promoción de caníbales canibalizados de la historia.