Desde hace
varias semanas sigo como lector fascinado los textos que publica Diego
Sztulwark en la revista digital argentina El
Lobo Suelto. Desde las coordenadas imperantes en España, la política parece haberse
emancipado definitivamente de la inteligencia. Los fragmentos audiovisuales que
conforman esta representación, terminan por afectar a los residuos de la
antigua prensa escrita, ahora revivida en los digitales, generando una
verdadera orgía de banalidad, en la que la galaxia audiovisual impone sus
códigos. La prensa digital y sus columnistas actúan como tertulianos
televisivos, de modo que los textos escritos terminan subordinándose a los
guiones audiovisuales.
En este
desierto, los textos de Sztulwark resultan esclarecedores, aunque su atenta
lectura desvele la ausencia de reflexión y discusión en el páramo de la
política nacional. Un reciente video de Mónica García, en el que reivindica su
convergencia con el Foro de Davos, al que califica como progresista, ha
resultado demoledor para mi persona. Me pregunto acerca de la reflexión colectiva
que ampara estos giros y posicionamientos. Efectivamente, en el presente no
existen partidos políticos, entendidos como un núcleo estable de gentes que
piensan y contrastan en reuniones reposadas basadas en textos escritos. Todo
eso ha sido reemplazado por el equipo de marketing que rodea a un líder candidato.
Este tiene que lidiar todos los días y a todas las horas con las cámaras que
solicitan para sus públicos los zascas imprescindibles para alimentarlos.
En ese
ambiente, un candidato sólo maneja una especie de menú del día, que se denomina argumentario, condimentado por
los brujos de esa configuración formada por los equipos de imagen de los
partidos y los operadores televisivos. El resultado es un desastre para la
inteligencia. Así, la decisión de enviar tanques a Ucrania, es tomada desde la
subordinación cuasireligiosa a la OTAN, que conforman un pequeño grupo de militares
y geoestrategas situados por encima de los estados. Una decisión de ese rango
no es cotejada por las instituciones, siendo impuesta a la opinión pública como
única opción posible. Contemplare el grado de suprema aceptación de la misma de
tan controvertible decisión, me empieza a generar un temor incontrolable. En
ese ambiente puede prosperar cualquier cosa y las decisiones remiten a la
ligereza descartando el espesor que tiene que fundamentarlas.
Esta es la
razón por la que he subido aquí este texto de Sztulwark publicado hace un par
de días. Su densidad conceptual es encomiable y resulta asombrosa la similitud
entre Argentina y España. La política convertida en videopolítica, unifica
todos los escenarios de una forma sorprendente. La pandemia fue elocuente en
este sentido, mostrando una suerte de novísimo trust de gobiernos fusionado a
un extraño holding experto. En particular, el concepto de “apolitizada
politización”, me parece tan sólido y brillante para describir la politización
operada en España tras la crisis de 2014, tras la que las televisiones se
tragaron el incipiente movimiento de disconformidad, siendo recluido en las
pantallas y evacuado de las realidades sociales que se instalan sobre los
espacios. También el concepto de “cretinismo”, cuya multiplicidad de versiones
prolifera en las galaxias audiovisuales de la videopolítica española.
En la
versión original lo podéis leer aquí https://lobosuelto.com/recuerdos-del-presente-diego-sztulwark/
Recuerdos del presente // Diego
Sztulwark
Publicada en 24 de enero de 2023
Cuando se
llega a una situación de apolitizada politización, que es la nuestra, y la
ciudad se desvanece como espacio vivo de fuerzas y conflictos en favor una
teología de lo virtual -en la que vida se vive a través de imágenes ya
programadas-, prolifera por doquier el cretinismo -término de curiosa historia,
que parece provenir de cierta tendencia al aislamiento detectada el antiguos
pueblos cristianos de montaña-, y la articulación sistemática de los diversos
cretinismos. Lo cretino no es exactamente lo falto de astucia o de cálculo, ni
de bondad y transparencia, sino el confinamiento de la vivacidad espiritual a
un ámbito institucional específico. Lenin, por ejemplo, denunciaba a la
fracción adversaria de la socialdemocracia rusa de “cretinismo parlamentario”
(la reducción de la comprensión del juego político al parlamento). Hoy en día,
sin embargo, aunque abunde (basta con mirar un portal de noticias para advertir
cómo todo se ha vuelto cretinismo: empresarial, mediático, judicial), ya no es
la marca característica de nuestra actualidad. La expresión “apolítica
politización” -presente en Kafka-, define con mayor justeza un tipo de
funcionamiento social-comunicacional que difunde una relación acrítica con lo político.
Más que falsa pasión, la pasión política se torna ella misma incapaz de revisar
su disociación fundamental entre creencia y consecuencia. Lo vemos, incluso, en
las prácticas de denuncia de las fake news y del lawfare -términos que, ya de
por sí, exhiben una especie de “cretinismo lingüístico”- al que se ha reducido
lo progresista. La crispación hiperpolítica, que promete cada día un vértigo
mayor, se da en simultáneo con un retiro abrumador de lo político mismo. Un
aburrimiento mayor, un apagamiento enigmático, un repliegue permanente en lugar
lejano y oscuro. Y no sabemos bien si esa ausencia de lo político se debe
simplemente a que hemos olvidado cómo convocarlo o si en cambio asistimos a una
suerte de largo eclipse cuya lógica se nos escapa. En todo caso, en la
nostalgia de lo político -más que en la pasión con que se lo declama y se lo
practica- habría claves para un diagnóstico del presente. Pero el trabajo con
la nostalgia no es fácil. En contacto con ella, se transforma con facilidad en
un afecto personal, perdiendo agudeza clínica. Se convierte en penosa despedida
de la vida. Lo difícil seria lograr una nostalgia del propio presente, más
poética que personal, capaz de sostener aquello que se vive como perdido menos
como un recuerdo preciso de un tiempo ido y más como un desplazamiento y un
contraste en búsqueda de una perspectiva nueva. Hacer jugar como termino actual
aquello que sólo sabe aparecer como perteneciendo a un pasado pedido, reconocer
la actualidad de lo eclipsado como instancia crítica del presente.
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