Supongo que
es tentador tratar todo como si fuera un clavo, si la única herramienta que
tienes es un martillo
Abraham Maslow
En los últimos años se aceleran e intensifican un conjunto de transformaciones sociales de gran calado, que, paradójicamente, no son bien comprendidas, debido que resultan invisibles para los paradigmas imperantes, que priman lo convencionalmente político y económico en detrimento de otras dimensiones. Estas transformaciones convergen en el reemplazo de la sociedad tradicional -familia, vecindad, relaciones de trabajo y redes de amistad cara a cara, así como otras de proximidad- por otra en las que las personas fluyen desarrollando un sistema de relaciones sociales efímeras y cambiantes. Esta mutación tiene como consecuencia el debilitamiento de grandes contingentes de personas, cuya red social se minimiza disminuyendo la consistencia de sus vínculos personales.
El resultado
de este terremoto social y convivencial radica en la conformación de un nuevo
sujeto flotante, que, desamparado por el desfallecimiento de las relaciones de
proximidad, necesita ser dirigido en la competencia de tejer su red de
relaciones sociales. Este sujeto crecientemente desarraigado conforma el
contingente ascendente de asistidos por la psicología. Toda la vida deviene en
materia experta de los múltiples y crecientes dispositivos psi. El problema que
suscita la intensa psicologización radica en que el sujeto asistido termina
reforzando su dependencia de los dispositivos profesionales, en detrimento de
su autonomía y capacidades personales. Desde esta perspectiva se pueden identificar
varios malestares sociales que crecen acumulativamente a la sombra del gigante
de los dispositivos psi.
La universidad
no es ajena a este expansivo proceso. Las estructuras universitarias se han
poblado de numerosas agencias que ejercen de guardianes de lo que se entiende
como normalidad. Así, las comunicaciones institucionales albergan crecientes
sermones psi para tutelar a los contingentes de estudiantes atrapados en la
larga espera para desembarcar en el mercado profesional. El sujeto comprador de
créditos es bombardeado por múltiples propuestas referidas a su salud, comportamiento
amoroso, relaciones sociales, cotidianeidad, movilidad y
posicionamientos personales, en una verdadera orgía de colonización
institucional. Una de sus dimensiones estriba, precisamente, en la
psicologización de la vida misma, determinada por la intrusión de los
dispositivos psi. El aspecto más paradójico de la psicologización de la
universidad estriba en que se asienta como mecanismo compensatorio del
estrepitoso fracaso de la educación, del que resulta el sujeto anonadado y
desocializado, necesitado de dirección
Hace unos
días he recibido una comunicación de mi universidad que expresa prístinamente
la cuestión que estoy planteando. Se refiere a la llamada para la constitución
de un curso formativo on line sobre “Entrenamiento en el Cultivo de la
compasión”. Se afirma que la compasión es esa cualidad natural e innata en
todos los seres sintientes, que podemos entrenar, y que supone la actitud de apertura
al sufrimiento propio o ajeno junto a la intención y motivación de aliviarlo o
prevenirlo. Esta es una iniciativa que tiene su origen en la Universidad de
Stanford y el Compassion Institute. Se propone entrenar las habilidades de la
fortaleza interior, la ecuanimidad y el coraje para abrirse al sufrimiento, así
como a la sabiduría, calidez y resiliencia para afrontarlo, prevenirlo o
aliviarlo.
Esta
propuesta, que a primera vista parece interesante, expresa tres cuestiones
características de la nueva era psi: La expansión de las fronteras
convencionales de la psicología, más allá de lo considerado como patológico,
así como el propósito de incorporar clientelas
más amplias; la definición de un valor, como la compasión, en términos
de habilidades, y, por consiguiente, susceptible de ser entrenado por un agente
profesional externo, y el tratamiento de los problemas sociales al margen de
las estructuras que los producen, lo cual implica la premisa de que es posible
resolverlos sin modificaciones estructurales. En esta propuesta se encuentran
presentes los supuestos y sentidos que rigen en el presente, específicamente la
escalada de la psicologización que maximiza el papel de los individuos en
detrimento de las instituciones y configuraciones sociales.
La
emergencia de la psicologización camina paralela a la constitución de una nueva
estructura social, que corrige las proporciones y los términos de esta propios
de las sociedades industriales. Una de las dimensiones de esta mutación es,
precisamente, el incremento de la población susceptible de ser compadecida.
Crecen los segmentos sociales inscritos en la marginación, que en el presente
no sólo se produce por déficit de renta. A esta se unen varios procesos de
marginación social que conforman poblaciones desintegradas. Pero, además de los
marginados, se configura un novísimo continente social: los perdedores en el
proceso de transformación de la estructura social. Estos se pueden definir en
relación al mercado de trabajo, aunque también están presentes otras
dimensiones, tales como los afectados por el debilitamiento de las estructuras
convivenciales, de la licuación de las comunidades locales y de las
instituciones, en particular, las víctimas del apocalipsis de la educación,
desplazada por la galaxia descomunal de los medios e internet.
Son dignos
de reseña los jóvenes en espera a la integración al trabajo, cuyos tiempos se
alargan y descomponen en varias etapas. Los contingentes “en prácticas”
terminan asentándose como becarios en el final de su larga carrera. Una parte
sustantiva de los que llegan tienen que aceptar la discontinuidad, que ahora se
entiende como precarización. No pocos terminan engrosando las cifras del
fantasmático desempleo o aceptar participar en el pujante mercado de trabajo
cautivo o desregulado. A estos se suman los expulsados por edad del mercado de
trabajo que consuman la maldición de ingreso tardío/salida prematura.
También los
mayores expulsados de las configuraciones sociales, percibidos como máquinas
biológicas desgastadas y almacenados en instituciones de encierro o viviendo un
apartheid doméstico. Y los enfermos asignados a diagnósticos estigmáticos como
los pluripatológicos o las divisiones de pacientes crónicos que nutren los
dispositivos asistenciales de la salud. Se evidencia la magnitud y diversidad
de las poblaciones que compiten por el estatuto de segmentos sociales dignos de
la compasión.
Mientras
tanto, la formidable sociedad de consumo camina a una velocidad supersónica en
la carrera de novedades que conforma el mercado infinito. De este modo, los
acumulados en los márgenes son el objeto del próspero mercado, aunque de
segundo orden, de la buena voluntad. Una gran cantidad de iniciativas se
dirigen hacia ellos configurando lo que se denomina como tercer sector que se
nutre del voluntariado. Este último se funda en la compasión que sostiene a los
comportamientos altruistas. Pero, el altruismo es el envés de la generalización
de la competividad, que genera las conductas hiperegoístas propias del mercado
devenido en un espacio de contienda por las posiciones privilegiadas y seguras.
La competición imperante en el mundo congelado de las empresas y centros
educativos se expande al mismo espacio público, que adopta la forma de
carretera, espacio en el que compiten los distintos ocupantes, encerrados en
sus cabinas móviles y ajenos a los demás.
Esta
secuencia de transformaciones social tiene como efecto el debilitamiento
inexorable de los sistemas de protección social. La cara inversa de este
acontecimiento implica la expansión de la solidaridad, entendida como una
virtud ajena a la dinámica dual de las nuevas instituciones que arroja a sus
periferias a los múltiples marginados y a los perdedores. Todos ellos son el
objeto de las políticas compasivas que se materializan en la proliferación de
ayudas que no invierten las situaciones de desventaja. Se trata de la apoteosis
de un extraño asistencialismo que configura una acción compasiva. Esta va
dirigida a aquellos sectores que fueron categorizados en los años ochenta por
Barman como “seres humanos que no sirven ni para ser explotados”.
En este
contexto cabe entender la iniciativa de la compasión, que se ausenta de las
estructuras de la política y de las políticas públicas para asentarse en lo
privado, entendido como un factor compensatorio de una masa de personas
centradas en su propia trepa laboral, así como en la tarea de construir una
vida personal extraordinaria, cumpliendo con las expectativas inculcadas por
los dispositivos psi y las industrias culturales. Dice César Rendueles que nos
encontramos en una época de desregulación anímica. Creo que desde esta
perspectiva se puede inteligir estas iniciativas piadosas que se evaden, tanto
de las estructuras como de la misma política. Esta registra nítidamente este
cambio, priorizando la cuestión de la reducción de los impuestos. La cuestión
de los que son denominados como vulnerables queda reducida a las ayudas en
forma de cheques.
Cada cierto
tiempo, algún acontecimiento termina destapando las realidades ocultas de los
mundos en ellos que sobreviven los desplazados por las estructuras duales. Las
carnicerías de mayores en las llamadas residencias en la pandemia es la última
que recuerdo, junto a las víctimas de lo que, en una virtuosa metáfora de
disipación, se denomina como acoso escolar. Generalización de violencias en los
mismos territorios institucionales.
Así sale a
la superficie la imaginación psi, en busca de sus territorios aptos para ser
colonizados. Por eso cito al comienzo del post a Maslow, en la convicción de
que la nueva sociedad no es otra cosa que un montón disperso de tornillos listos para
ser moldeados con el martillo a disposición de tan excelentísima institución
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